Capítulo 16. Los moradores de las arenas
—No estamos solos —dijo Haskh con un susurro. Habíamos montado nuestro campamento junto a la orilla del río que nos había salvado la vida y la mayoría dormía. Yo estaba tan cansado que el sueño parecía evitarme.
—¿Cuántos son? —Pregunté en voz baja.
—Demasiados. Aún están lejos, pero no tardarán en llegar. Despertaré a Aidam —dijo el semiorco.
—Yo despertaré a los demás —dije, incorporándome. Sheila, que dormía a mi lado, abrió los ojos en cuanto notó que me levantaba.
—¿Qué sucede? —Preguntó.
—Haskh dice que alguien se acerca hasta aquí —contesté.
La vi levantarse y tomar su espada, luego corrió a despertar a Acthea, a Milay y a Dharik. Yo por mi parte llegué junto a los enanos.
—Despertad —les dije—. Tenemos compañía.
Una vez estábamos todos despiertos nos reunimos en torno a Aidam.
—Son unos veinte, Haskh dice que parece una partida de exploración. Se dirigen hacia aquí y creo que nos han visto.
—¿Qué haremos? —Pregunté.
—Trataré de hablar con ellos —dijo Aidam—, pero debemos estar preparados para luchar.
—Quizá debería ser yo quien hable con ellos —dije—. Mi presencia no les intimidará tanto como la tuya.
Aidam sonrió.
—Tal vez tengas razón, pero ten cuidado.
—Yo iré con mi padre —dijo Sheila—. Le protegeré si es necesario.
No quise decirles que podía protegerme yo solo. Con mis nuevos poderes era bastante peligroso.
—Está bien —aceptó Aidam. Su mirada se clavó durante un instante en la de Sheila, pero ella retiró la vista de inmediato—. Tened cuidado ambos. Nosotros nos ocultaremos en ese bosque.
—Mí ir también —dijo Milay—. Quizá exploradores hablar idioma conocido.
También eso era posible, me dije. Sí en un pasado el pueblo de Milay vivía en esta zona era muy posible que conocieran su idioma a pesar de haber transcurrido milenios desde aquello.
Partimos los tres, mientras Aidam llevaba al resto del grupo hasta la espesura de un bosque de abedules cercano. Poco después encontramos a la patrulla de exploradores. Eran veinte, tal y como había dicho Haskh y de una especie desconocida para mí, aunque guardaban similitud con la raza de Milay y tenían rasgos felinos, no eran tan ágiles y esbeltos como los sígilos. Montaban unos extraños animales bípedos y cubiertos de pelaje y todos iban armados, aunque comprobé que sus armas eran toscas. Lanzas y arcos muy primitivos. No parecían representar una gran amenaza, aunque no bajé la guardia.
El grupo se detuvo a escasos metros de nosotros. Les oí conversar en un idioma extraño e interrogué a Milay.
—Entender lo que estar hablando —dijo la joven sígilo—. Preguntarse quiénes ser nosotros.
—¿Puedes hablar con ellos? Diles que no somos una amenaza. Que estamos de paso y que no queremos hacerles ningún daño.
Milay asintió y luego habló en su extraño idioma. Los exploradores nos observaron con atención. Uno de ellos, el que parecía ser el jefe del grupo se acercó hasta nosotros. Su montura se detuvo a escasos metros y luego desmontó.
—Rullinar o sheporo at cardistino —dijo en voz alta, dirigiéndose a nosotros.
—Pregunta quién ser líder de grupo.
—Dile que soy yo —Le dije a Milay. Ella tradujo para él.
—Sheropo at nei.
El jefe me observó con curiosidad, tal vez sopesando si era una amenaza para él y su grupo.
—Tú ser viejo. No valer como jefe —dijo un segundo después en el idioma común. El que hablaban casi todas las razas de Khoras.
—No soy viejo —negué—. Y soy el jefe. Me llamo Sargon. ¿Cuál es tu nombre?
—Ser Junok. Mi luchar contra tú. Ganador quedar con todo.
Aquel individuo quería pelear conmigo, a quien consideraba un viejo inútil. Le iba a demostrar con quién se las gastaba.
—Acepto —dije.
Sheila me tomó del brazo.
—¿Qué estás haciendo? —Me preguntó.
—En algunas tribus, los líderes pelean para demostrar su fuerza —dije—. Voy a pelear contra él.
—Te hará daño.
—Ni siquiera me tocará —dije envalentonado.
El jefe del grupo se adelantó hasta un claro despejado de árboles y le vi tomar su lanza. Yo también me adelanté, pero no cogí arma alguna.
—Tú coger arma. Yo ser honorable y no matar idiota indefenso —dijo el energúmeno.
—No necesito armas —dije y él me observó sorprendido. Creo que por un segundo llegó a pensar que cometía una estupidez, pero ya no podía echarse atrás—. Cuando quieras...
Junok saltó un par de veces ante mí, emitiendo unos horrendos sonidos guturales que, imaginé, tenían la intención de amedrentarme, pero no lo consiguió.
—Vas a bailar todo el día —dije con toda mi mala intención—, o peleamos.
Junok me entendió, porque el baile cesó y su rostro se transformó en una mueca feroz. Un instante después arrojaba su lanza contra mí a una velocidad vertiginosa.
Lancé mi hechizo y la lanza se desintegró en el aire con una llamarada antes de que llegase a tocarme.
Junok me miró con expresión de odio. Luego sacó de su cinturón un cuchillo de extraordinarias proporciones y feroz aspecto.
—Yo matar mago. Destripar y beber su sangre —masculló.
—Vale, majete —dije sonriendo—. Tú mismo.
Junok saltó hacia mí, un salto tan grande que ningún humano podría haber realizado siquiera y alzó su cuchillo durante el vuelo.
Pronuncié una sola palabra y el guerrero se congeló en el aire. Su cara de estupefacción me dio risa. Me acerqué hasta él y arranqué el cuchillo de sus manos. Luego apoyé el filo del arma en su cuello.
—Yo gano —dije—. Yo quedarme con todo.
Los demás guerreros bajaron de sus monturas y les vi arrodillarse ante mí. El miedo había hecho presa en ellos. Junok aún se debatía en el aire y mascullaba y gritaba improperios en su idioma. Yo le ayudé a bajar. El golpe fue tan fuerte que acabó despatarrado en el suelo, cubierto de polvo.
—Lo repetiré hasta la saciedad —dijo Aidam llegando hasta mí. Sonreía a placer—. Nunca sé debe pelear contra un mago.
El grupo de exploradores nos acogió con respeto y una pizca de miedo tras verme en acción. Nada mejor que dejar las cosas muy claras, me dije. Milay habló con ellos y se enteró de muchas cosas.
—Su pueblo estar cerca. No ser guerreros, pero ser feroces luchando. Tú sorprenderles mucho. Nunca antes conocer mago. Querer conocerte, Sargon.
—Diles que acepto encantado —dije.
La reunión fue en su aldea, un conjunto de achaparradas cabañas de madera y estiércol junto al cauce del río. Todo el poblado se hallaba presente cuando llegamos. Vi ancianos y algunos niños, muy pocos; la vida no debía de ser fácil para ellos. El chamán de la tribu nos interceptó el paso y se puso a danzar a nuestro alrededor mientras chapurreaba una pegadiza canción. Cuando terminó su danza nos invitó a seguirle hasta una de aquellas cabañas. Me fijé que era la más espaciosa de todas ellas. El líder o jefe del pueblo se encontraba en ella, junto a sus esposas e hijos. Los varones formaban un muro ante él, mientras que las hembras rodeaban a su padre.
—Mí oír que tú ser mago —dijo el jefe. Era muy anciano, pero se conservaba bien. Su fortaleza física era algo digno de ver en alguien tan viejo. Estaba sentado en un trono hecho de cañas y barro y sujetaba a una de sus hijas pequeñas sobre las rodillas. Se apoyaba en un elaborado bastón de madera cubierto de inscripciones que debía de hacer mención de su estatus entre los de su tribu—. Nunca antes conocer a mago. Tú derrotar Junok, gran guerrero. Tú decidir su destino.
Me acerqué hasta el jefe e incliné la cabeza en señal de respeto. Hubo murmullos de aceptación entre los presentes y el líder enseñó sus afilados dientes a modo de sonrisa.
—No deseo ningún mal para nadie de esta tribu —dije y mis palabras fueron acogidas con otra ronda de murmullos—. Junok peleó bien y yo perdono su osadía.
—¿Tú perdonar enemigo? Eso no ser sabio.
—Junok no es mi enemigo —contesté—. Ninguno lo sois.
El jefe asintió.
—¿Qué traer por aquí?
—Estábamos perdidos en el desierto y encontramos el río —dije—. Solo queremos volver a nuestro hogar.
—¿Vuestro hogar estar cerca?
—No. Está muy lejos. La magia nos trajo hasta aquí...
—¿Y por qué no utilizar magia para volver a hogar?
Esa era, a mi entender, una buena pregunta. Aquellas gentes eran primitivas, pero no tenían un pelo de tontos.
—La magia no puede hacernos volver —contesté lo primero que me pasó por la imaginación. No era momento de explicarle todo lo referente a los portales y tampoco me hubiera entendido.
—Mi entender. Tú no ser tan poderoso.
—No, no lo soy —reconocí. Un poco de humildad venía bien—. Necesitamos vuestra ayuda.
El jefe se levantó de su trono, después de dejar a su hijita en el suelo y se acercó hasta mí renqueante.
—Mi nombre ser Kokor —dijo.
—El mío es Sargon —contesté.
—Sargon contar a mí aventuras, no mentir. Entonces ayudar a regresar a su hogar.
Lo dicho. No tenían un pelo de tontos.
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