Capítulo 16. El buhonero
Sargon
Allí estaba, contemplando las llamas de una improvisada hoguera, mientras trataba en vano de invocar una de esas visiones que a veces solía vislumbrar, pero sin conseguirlo.
Aidam se mostraba impaciente conmigo, pues estaba deseoso de encontrar el alguna pista que nos revelase el paradero de Sheila y acudir de inmediato a rescatarla. Yo le decía a diario que mis visiones no eran algo que yo pudiera controlar a voluntad, sino más bien algo que sucedía sin yo proponérmelo, pero no era capaz de hacérselo entender.
Habíamos dejado atrás la ciudad de Daàsh-Hulbark y recorríamos un solitario camino entre valles repletos de frondosa arboleda. Nos dirigíamos a la populosa ciudad de Khorassym, la capital del reino de Khoras, donde Aidam pretendía buscar ayuda y que aún distaba varias leguas de donde nos hallábamos.
-¿Y bien, mago? -Preguntó Aidam impaciente-. Se suponía que esas joyas que has conseguido te devolverían todo tu poder, ¿no es así? -Yo asentí en silencio, concentrado aún en el hipnotizante baile de las llamas-. ¿Entonces por qué no eres capaz siquiera de encontrar algún rastro de Sheila?
Levanté la vista de las llamas y miré al guerrero con paciencia.
-Mi don para ver el futuro nada tiene que ver con mi magia -expliqué-. Es algo que nunca he podido controlar, Aidam. Exactamente lo mismo que a ti te pasa con tu mal genio.
Vi a Acthea sonreír, mientras ponía a hervir una cacerola llena de agua sobre las llamas.
-Sé acabó el jugar -dijo-. Es hora de hacer la comida.
Acthea apartó a Aidam sin contemplaciones, mientras le exigía que le prestase atención.
-No solo de agua caliente vive el hombre -dijo-. Por que no miras a ver si eres capaz de cazar algo para variar.
Aidam se apartó ofendido.
-Yo no tengo la culpa de que la caza escasee -protestó-. Estamos cerca de una gran urbe y los animales salvajes se han evaporado. Es algo lógico.
-Tú y tu lógica. Seguro que Sheila ya habría cazado un par de conejos y alguna que otra perdiz -dijo Acthea.
-Sí, seguro que sí, pero te recuerdo que Sheila no está con nosotros, puede que ni tan siquiera siga con vida -gritó Aidam.
-Sigue con vida -dije. Lo sabía y no me equivocaba.
-¿Y cómo puedo fiarme de ti, mago?
-No tienes que hacerlo, Aidam-dije -, pero deberías. Hay cosas en las que no me equivoco. Sheila es mi hija y sé que aún vive.
-Lo siento, Sargon -se disculpó el guerrero-. Pero hay veces en las que no puedo evitar pensar que nuestra búsqueda no servirá para nada... Iré a buscar algo de comer.
Vi a Aidam tomar su arco y sus flechas e internarse en la espesura del bosque, mientras hablaba consigo mismo. Acthea también le observó irse y luego se volvió hacia mí.
-Está desesperado por encontrar a Sheila -dijo la joven-, y cada día que pasa se desespera aún más.
-Lo sé, Acthea. ¡Qué más quisiera yo encontrar alguna pista que me indique dónde se halla Sheila en estos momentos! Sé que todos la añoramos y que cada día que pasa corremos el riesgo de perderla definitivamente, pero, ¿qué otra cosa puedo hacer? Dragnark debe de tener mil sitios donde ha podido llevarla. Encontrar ese lugar es una tarea imposible, a no ser que disponga de alguna pista, por pequeña que está sea, pero aún no he logrado ver nada.
-Sigue intentándolo. Quizá muy pronto lo consigas. Ahora me gustaría que me enseñases la receta de ese estofado que tan bien te sale. Quién sabe, tal vez con el estómago lleno las visiones acudan a ti.
Sonreí. Me levanté dispuesto a recordarle a Acthea la receta que me había solicitado, cuando escuché el sonido que producía un carruaje al acercarse por el camino. Me giré hacia Acthea y vi que ella asentía.
-Voy a avisar a los enanos -dijo.
Nuestros amigos se encontraban algo alejados de nosotros, sentados en torno a una improvisada mesa fabricada con una caja de madera, mientras jugaban a un extraño juego de runas del que eran muy aficionados. Al ver acercarse a la joven los cuatro se levantaron al mismo tiempo.
En un momento como ese echaba en falta la presencia de Haskh, quien no había regresado aún de su aldea, donde fue a ayudar a un amigo suyo y también echaba en falta a nuestra joven compañera, Milay. Después de nuestra aventura en el reino de Sherina, la joven mujer gato dijo tener que volver junto a su tribu. Ardía en deseos de ser aceptada de nuevo entre los suyos, aunque prometió volver junto a nosotros para ayudarnos a rescatar a Sheila, como pago por haberla ayudado a superar su prueba.
El carromato hizo su aparición tras una curva del camino. Se trataba de un destartalada diligencia en forma de gran caja al que iban atados un par de viejos y cansados caballos. El sonido de las ollas y demás cubertería que colgaba de unos improvisados ganchos creaba una tortuosa melodía.
-Es un buhonero -dije.
El carro se detuvo frente a los nuestros y de su interior surgió una singular figura ataviada enteramente de negro y con un viejo y ajado sombrero de piel que cubría su cabeza.
-Buenos días -dijo el hombrecillo, saltando a tierra y manteniendo precariamente el equilibrio -. Mi nombre es Filgard y seguro que tengo algo que necesitáis.
Dejé que el buhonero se acercase hasta mí, mientras observaba como Acthea se colocaba detrás de él, preparada para entrar en acción si era preciso.
Filgard se dio cuenta de ello y volvió su cabeza para mirar a la joven.
-No tenéis que temer mal alguno de mí -dijo nervioso-. Solo soy un humilde comerciante.
Filgard no era lo que se dice un anciano, pero le faltaba poco para serlo. Su rostro estaba surcado por un millón de arrugas que le daban la apariencia de una ajada pasa, sin embargo por la forma de moverse deduje que aún era muy ágil.
-Podéis acercaros-dije.
-Veo que estáis preparando la comida, ¿no os hará falta alguna olla o algún cubierto? Dispongo además de todo tipo de especias para transformar un insípido guiso de conejo en un auténtico manjar y si necesitáis mantas o ropa de abrigo, tengo un amplio surtido que puedo mostraros.
Vi como Acthea se relajaba y a los enanos acercarse hasta nosotros dispuestos a comprar alguna cosa. Los tres parecían risueños ante la perspectiva.
-¿De dónde venís? -Le pregunté al buhonero.
-De Khorassym, de la capital -contestó él-. Os dirigís allí, por casualidad.
-Así es-asentí-. ¿Podría haceros unas preguntas?
-Preguntad lo que queráis, por eso no cobro nada, todavía.
-Me gustaría saber si han llegado a vuestros oídos noticias inquietantes sobre el norte.
-El norte queda muy lejos, amigo. Si os referís al rumor de multitud de tropas agrupándose bajo las órdenes de un abyecto nigromante, he de deciros que no creo que se trate más que de un bulo. Nadie osaría enfrentarse al ejército del rey Durham. Ni siquiera un mago loco lo intentaría.
Yo no estaba tan convencido de ello. Conocía a mi hermano y sabía que su locura era muy peligrosa.
-No parecéis guerreros que necesiten unirse a un ejército -Filgard dudó-. En realidad yo no sabría cómo catalogaros.
-Solo somos sencillos viajeros que decidimos unirnos para viajar más seguros-expliqué-. Nos dirigimos a la capital por asuntos de negocios.
-Los negocios son mi especialidad. Si me explicáis qué buscáis, yo podría asesoraros.
-Buscamos a Reginus -dijo la atronadora voz de Aidam que había aparecido tras el buhonero. Este se sobresaltó dando un ligero bote-. ¿Le conocéis?
-¿Quién no conoce a Lord Reginus, el comandante de los ejércitos del rey Durham? -Contestó con rapidez Filgard, luego señaló a Aidam-. Vos sí que sois un auténtico guerrero, de eso no hay duda. No tengo el placer de conoceros...
-Mi nombre no importa -contestó Aidam-. ¿Sabéis si Reginus se encuentra en la capital?
-Hace una semana sí que estaba. Pude verle en una audiencia de Su Majestad. ¿Qué interés tenéis por él, si puede saberse?
-Sé trata de un viejo amigo -dijo Aidam, sin dar más explicaciones.
-Está bien. Seguiré con mi negocio. Parece que los únicos que parecen dispuestos a hablar aquí son los enanos. Disculpadme...
Filgard nos dio la espalda y centro toda su atención en sus futuros clientes.
-Está allí, Sargon -dijo Aidam, volviéndose hacia mí.
-¿Cuánto hace que no le ves? -Pregunté.
-Mucho tiempo, amigo mío. Tenía quince años cuando me escapé de su lado. Desde entonces no he hecho más que dar tumbos de un lado para otro.
Conocía la historia, pues Aidam me la contó unos días antes. Lord Reginus había acogido a Aidam cuando su padre lo desterró. Él fue quien le inculcó al joven aprendiz de guerrero toda su sabiduría y quien le trató como un padre. Aidam le debía mucho, pues según me dijo, nunca hubiera logrado sobrevivir sin su ayuda. Lo que nunca me dijo Aidam fue que Reginus seguía con vida y sobre todo por qué huyó de su lado.
-Si he de recuperar el apellido de mi padre, no tengo otra opción que hablar con Reginus. Otra cosa es que él quiera hablar de nuevo conmigo.
-Fue tu mentor, ¿cómo podría negarse?
-Antes de huir de su lado, Sargon, hice algo que nunca me perdonará.
-¿Qué fue?
-Le robé lo más preciado que tenía. Su hija.
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