Capítulo 16 - El baile (2)
Sheila era incapaz de pronunciar una palabra. Su corazón latía con fuerza al sentir los brazos del joven soldado alrededor de su talle, al escuchar su melodiosa voz y al sentir su aliento perfumado muy cerca de su rostro.
—Mi bella campesina, transformada en una deslumbrante dama por algún misterioso ensalmo, ¿serás mía esta noche y todas las noches del resto de nuestras vidas...?
Frédéric susurraba en su oído aquellas palabras con una hechizante entonación, tan suave y calmada que parecía verter un bálsamo sobre la férrea voluntad de la joven, derrumbando sus murallas tal y como un ariete lo haría con un duro muro de piedra.
—Yo no soy una diosa, Frédéric, ni tan siquiera soy una dama, no sé qué esperas de mí...
—¿Esperar? Tan solo una mirada. Una palabra de tus labios ya significa el cielo para mí. Un beso, un beso sería como volver al paraíso del que una vez nos expulsaron.
—¡Un beso! —Sheila respiraba agitadamente, hechizada por completo por la voz del joven.
—Ese sería el mayor regalo que este pobre corazón mío anhelaría por siempre. ¿Dejarás que siga sufriendo?
—No...no quiero verte sufrir...
El joven comprendió que ella ya no podía escapar de su sortilegio. Había sido fácil, había sido muy fácil.
Como siempre, había ganado la apuesta. Siempre lo hacía. Ninguna joven podía resistirse a sus encantos, todas caían rendidas ante él.
Se reía ya ante la cara que pondría aquella burda campesina, cuando hubiera obtenido de ella todo lo que deseaba y le dijera en sus propias narices que ya no le servía para nada. Algunas se alejaban de él llorando desconsoladas, otras con la vergüenza enrojeciéndoles el rostro y las más, simplemente despertando de un sueño que acababa de convertirse en la peor de sus pesadillas y él, mientras tanto se reiría de su vulgaridad, de su perdida inocencia y de sus lamentables lágrimas. Era un juego muy excitante y él siempre era el campeón.
Además, aquella jovencita se lo merecía por partida doble. Acaso no le había derrotado en el torneo...¡A él! Un ganador, derrotado por una pueblerina...Ya anhelaba ver su cara de sorpresa cuando se diera cuenta del juego al que sin saberlo estaba jugando.
Frédéric se sobresaltó cuando noto que alguien posaba su mano en su hombro.
—Me permites, jovenzuelo, creo que la señorita ahora desea bailar conmigo.
Era Aidam el que hablaba.
—¡Pero...! ¿Cómo...?
Aidam se acercó hasta el joven y le susurró en el oído, evitando que Sheila le escuchara.
—Se terminó el juego, muchachito. Esfúmate antes de que me enfade contigo y deja tus truquitos para otra jovencita. Esta tiene amigos muy poderosos.
—No sé de qué me está hablando —respondió el joven soldado con orgullo—, pero si no se aparta inmediatamente...
—¿Qué...? —Aidam estaba comenzando a cansarse de aquel miserable—. ¿Estás dispuesto a pelear conmigo?
Sheila parpadeaba cómo si acabase de despertar de un sueño.
—¿Qué está pasando, Aidam? —Le preguntó confundida.
—No pasa nada, Sheila. Este joven tiene que marcharse ahora mismo, ¿verdad?
Frédéric pillado en su propia trampa, no veía la forma de actuar.
—No voy a ir a ninguna parte y menos si el que me lo ordena es un sucio campesino con ínfulas de caballero.
—No, no soy ningún caballero, pero tampoco un campesino. De verdad, no creo que te interese saber qué soy en realidad. Esfúmate...¡Ahora!
Frédéric desenfundó la daga que llevaba en el cinto y se encaró con el guerrero.
—Tú mismo —dijo Aidam con absoluta calma—. Que así sea...
Aidam apartó suavemente a la muchacha y yo me acerque para alejarla del medio. Allí iba a correr la sangre y estaba seguro de que no sería la de nuestro compañero.
El guerrero se volvió hacia Frédéric y con una cínica sonrisa, le dijo:
—Cuándo quieras, alfeñique...
Aidam no llevaba ninguna clase de arma, se enfrentaba al joven con sus manos desnudas, pero eso no suponía ninguna desventaja. Había visto de lo que era capaz y el soldadito también empezaba a darse cuenta del error que había cometido.
Se formó un corrillo alrededor de ambos hombres. Si había algo mejor que un baile, sin duda era una pelea. En este tipo de fiestas siempre era posible disfrutar de alguna reyerta, era como la salsa de un sabroso estofado, lo que hacía que el guiso fuera aún más delicioso.
Frédéric envalentonado por los gritos de ánimo de sus seguidores, se aprestó a la pelea. En realidad sudaba copiosamente y no veía la forma de eludir el combate. Su orgullo y el ser considerado un cobarde le impedían escapar, que era lo que en realidad deseaba con todas sus fuerzas. Ser un gallito tenía sus inconvenientes. Sabía que si abandonaba ahora sería el hazmerreír de todos y eso no podía permitírselo.
—Te mataré, estúpido pueblerino.
Frédéric atacó con su arma, pero Aidam esquivó el golpe con absoluta facilidad y lanzó a su vez su puño que fue a estrellarse al rostro del joven.
—Eres un soldado, ¿y peleas así? —Dijo despectivamente—. Vergüenza me daría a mí.
Frédéric enfurecido volvió a arremeter contra él. La daga pasó a escasos centímetros de Aidam, pero este volvió a eludirla y golpeó al joven en el estómago. Fue un golpe muy fuerte y Frédéric se derrumbó en el suelo sin aliento. Aidam apartó la daga con el pie y alzó al joven.
—Solo hay una cosa que me moleste más que un canalla como tú —dijo Aidam—, y es que además sea un fanfarrón.
Aidam le golpeó de nuevo en el estómago, una vez y otra, hasta que el joven soldado comenzó a sangrar por la boca.
—Debería matarte, y ten por seguro que si no lo hago es porque estamos en una fiesta. Ahora me voy, tengo que bailar con una dama.
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