Capítulo 14. El hechizo
Lo tenía todo dispuesto. Aidam y Haskh se encargarían de sujetar a Sheila. Acthea, ya recuperada del todo a nivel físico, que no psicológico, me serviría de ayudante. El resto formaría un círculo alrededor nuestro. El hechizo que debía de preparar era muy complicado, pero su conocimiento afloró a mi mente como si siempre lo hubiera conocido.
-Sé cosas que jamás imaginé conocer -dije, aún extrañado-. Ahora soy mucho más poderoso que cuando contaba con la joya que mi hermano me robó.
-Eso mismo me sucedió a mí cuando aprendí la sabiduría de los dragones -confesó Sheila-. Me sentía como si fuese otra persona.
Asentí.
-¿Estás preparada? -Le pregunté.
-Sí, padre. Confío en ti.
-Y yo en qué lograremos desbaratar ese hechizo.
-¿Qué he de hacer?
-Deberás tumbarte sobre esas mantas que hemos preparado. Aidam y Haskh te sujetarán para que no te hagas daño a ti misma involuntariamente. Luego yo invocaré el hechizo y...
-Me curaré.
-Efectivamente. Te curarás. Comencemos.
Sheila obedeció, se tumbó sobre las mantas que habíamos dispuesto en el suelo y aguardó.
-Debes quitarte la parte superior de tu vestido y extender ambos brazos sobre tú cabeza -dije.
Acthea la ayudó a desvestirse. Luego cubrió su pecho con una tela.
-La herida que Dragnark te infligió está en tu axila derecha. Hemos buscado otras marcas pero no hay ninguna más. Ahora relájate.
Sheila respiró hondo y cerró los ojos. Yo por mi parte comencé a pronunciar las palabras de ese hechizo que no sabía cómo había aprendido. Haskh y Aidam estaban atentos para intervenir.
Cuando el hechizo estaba casi culminado, Sheila se agitó nerviosa.
-Sujetadla -ordené-. Ahora es el momento más peligroso.
Aidam y el semiorco la sujetaron por los brazos inmovilizándola, pero Sheila abrió los ojos y gritó. Ya no era su voz y sus ojos se habían tornado oscuros y brillaban con malignidad.
-¡Soltadme! -Gritó.
-Tienes que luchar, Sheila -dije y volví a repetir el hechizo.
Aidam y Haskh hacían visibles esfuerzos por sujetarla, pero la fuerza de mi hija era sobrenatural.
-No podréis quitármela -dijo esa voz que ya no pertenecía a mi hija-. Ella es mía, ahora sirve a la oscuridad.
Sheila consiguió soltar uno de sus brazos y empujó a Aidam, arrojándolo a varios metros de distancia. El guerrero volvió a ponerse en pie y agarró de nuevo a Sheila.
-¡Date prisa, Sargon! -dijo Aidam-. No podremos aguantar mucho más.
Repetí por tercera vez el hechizo, sintiendo cómo su poder golpeaba a mi hija y ella gritó de dolor.
-Me duele, padre -dijo Sheila con la voz de una niña pequeña-. ¿Por qué me haces daño?
La ignoré, pues sabía que no era ella quien hablaba.
-¡Libérala! -Grité y entonces Sheila se incorporó, arrojando a Aidam y a Haskh al suelo. Su cuerpo se arqueó y una niebla oscura surgió de su boca, materializándose en una tenebrosa figura. El ser que había surgido tenía alas de dragón y cuerpo de reptil, pero era completamente oscuro, como una sombra.
-¡Atacad! -Ordené y Milay, Dharik y los enanos dispararon sus flechas contra aquella aberración. Las saetas hirieron al monstruo que se retorció de dolor. Ahora era mortal y por lo tanto podía ser destruido.
Aidam desenvainó su espada y atravesó con ella al espectro. Un grito desgarrador surgió de los labios de mi hija y el guerrero dudó por un momento.
-No es ella -expliqué-. Acabad con esa cosa.
Haskh lanzó un ataque con su cuchillo y atravesó el cuello de la aparición. Acthea que también había tomado un arco, disparó una de sus flechas acertando en el corazón del engendro o donde supuestamente debería tener el corazón. El alarido que exhaló Sheila fue desgarrador. La silueta oscura se debatió durante unos segundos y luego desapareció.
Yo corrí junto a mí hija y la tomé en mis brazos.
-¿Te encuentras bien, Sheila? -Susurré en su oído y ella abrió los ojos.
-Se ha ido -dijo.
-Sí. Al fin eres libre.
El hechizo había sido un éxito. Sheila descansaba pues se encontraba muy fatigada, pero su mal ya estaba curado. Ahora Dragnark ya no podría usarla contra nosotros.
-Nunca imaginé que llevase algo así en su interior -dijo Aidam asombrado.
-Tan solo era un pedazo de oscuridad -dije-. Pero lo hemos vencido.
-¿Y no volverá?
-No. Sheila ya está curada.
-Por un momento temí que no lo lográsemos -reconoció Haskh.
-Yo también -asentí-. Pero gracias a los dioses no ha sido así.
-En realidad debemos mucho a los dioses -afirmó Aidam-. Estamos en deuda con ellos.
-Llevas razón, pero creo que esa es su voluntad.
-Dragnark podría llegar a convertirse en uno de ellos. Y eso nunca lo permitirían, ¿no es así?
-Imagino que esa es la respuesta. Claro que uno nunca puede estar seguro tratándose de dioses -dije.
-Ahora que Sheila está curada y que hemos derrotado al engendro de Dragnark, hay algo que tengo que preguntarte: ¿Cómo vamos a salir de aquí? El portal que nos trajo se cerró y no he visto ningún otro portal por aquí.
-La verdad es que no lo sé -dije-. Hasta ahora no me había planteado ese asunto.
-La ciudad más cercana debe estar a miles de leguas de este lugar -dijo Haskh-. Y ni tan siquiera tenemos monturas.
-Encontraremos una forma de regresar a Khorassym -dije-. A mí lo que me preocupa es dónde puede estar Dragnark y qué estará planeando hacer.
-Yo sé dónde está -dijo Sheila, que había llegado junto a nosotros.
-¿Te encuentras bien? -Le pregunté y ella asintió.
-Estoy bien. Cuando luchabais contra ese espectro tuve una visión muy clara en mi mente. Creo que Dragnark no estaba dispuesto a mostrármela, pero yo la vi de todas formas.
-¿Qué fue lo que viste? -Preguntó Aidam.
-Vi una torre muy alta y oscura. Vi una legión de guerreros mitad hombres mitad reptiles, vi una playa rocosa y el mar estrellándose contra un alto acantilado. También vi otra cosa, pero no estoy segura de lo que era. Parecía un monstruoso ser de pesadilla.
-¿Sabrías reconocer el lugar que viste? -Preguntó Haskh esta vez.
-Sí, lo reconocí. Conozco ese lugar porque viví allí con mi madre y con Dragnark, cuando aún creía que él era mi padre. Cuando aún era Ashmon. Allí fue dónde encontró la joya que lo transformó en lo que ahora es. Ese lugar es Belzias, junto al Mar de Niebla. Dragnark está allí ahora.
-Yo también lo conozco -dije-. Parece ser que mi hermano ha vuelto a casa.
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