Capítulo 12 - ¡Atrapados!
-¡Alguien viene! -El oído especial de Haskh, más sensible que los nuestros, había detectado algo.
-¿Cuántos son? -Preguntó Aidam.
-Son muchos. Seis o siete...Están en la puerta de la entrada de la posada. Soldados si no me equivoco, he escuchado el tintineo de sus armaduras.
-Bajaré a ver -dije yo, disponiéndome a bajar, pero Acthea me sujetó por el hombro.
-Iré yo -repuso la joven ladrona.
Aidam asintió con la cabeza y ella se deslizó sigilosa por la puerta de la habitación en dirección a la escalera.
Subió en escasos segundos y movió afirmativamente la cabeza.
-Siete -corroboró Acthea-. Soldados con armaduras oscuras, creo que nos han localizado. Tienen más soldados fuera rodeando la posada. No he visto ninguna manera de salir sin ser vistos.
Haskh señaló hacía el techo con la espada que había aparecido en sus manos de algún lugar oculto en su cuerpo, Aidam sonrió al comprender lo que el semiorco pretendía.
-Saldremos por el tejado, no nos verán.
Estábamos en la segunda planta, había otra más por encima de nosotros, por lo que, lo más rápido que pudimos, salimos al rellano de la escalera y corrimos escaleras arriba. Primero salió Haskh, seguido de Sheila y Acthea, después me tocó a mí correr tras ellos y pisándome los talones me seguían los cuatro enanos. Aidam se quedó el último para proteger la retaguardia.
Una vez en la planta superior, buscamos la trampilla que nos conduciría al tejado.
-Está cerrada con un candado -dijo Haskh-, podría romperlo, pero el ruido atraería la atención de los soldados.
-Déjame a mí, semiorco -indicó Acthea-. Hay maneras más sutiles de hacerlo. Yo me encargo de esa cerradura.
Era fabuloso contar con un ladrón experimentado en nuestro grupo. La cerradura no resistió ni medio minuto antes de abrirse y dejarnos pasar a la techumbre de la posada.
Una vez en el exterior, Haskh hecho un vistazo a la calle, evitando ser visto.
-Doce en total -Confirmó -. Siete se están preparando para entrar en la posada y cinco esperan fuera. Creo que podemos saltar al tejado del edificio colindante, no queda muy lejos de este.
Nos pusimos todos en marcha y al llegar al borde del edificio me di cuenta de algo. La distancia entre ambos edificios era de unos dos metros escasos, yo lo tendría difícil para saltar, pero para los enanos iba a ser casi imposible.
-Podremos hacerlo -afirmó Thornill, mostrando los dientes con una sonrisa aviesa-, con un poco de ayuda, eso sí.
Haskh saltó el primero al otro tejado, lo hizo con absoluta facilidad, con la agilidad de un felino y tras él le siguieron las dos jóvenes que tampoco tuvieron mayores problemas.
-¡Ánimo, Sargon! -Susurró Sheila.
Salté y al llegar al otro lado fui recogido por los fuertes brazos de Haskh.
-Un buen salto -reconoció el asesino.
-Gra...gracias.
Los enanos vinieron después, Aidam se encargó de darles un buen empujón a cada uno de ellos y aterrizaron a salvo en el otro tejado, sanos, pero con la dignidad un poco mermada.
Justo cuando Aidam se preparaba para saltar a nuestro tejado, los siete soldados de negras armaduras irrumpieron tras él. El guerrero se volvió hacia ellos y luego nos miró a nosotros.
-Debéis marcharos, yo me encargaré de ellos. Luego os alcanzo.
-¡De eso nada! -Gritó Sheila-. No vamos a abandonarte.
-¡Marchaos! -gritó él a su vez y luego dándonos la espalda, se volvió hacia nuestros enemigos.
-¡Haz algo, Sargon! -Imploró la muchacha-. Utiliza tu magia.
Yo negué con la cabeza, señalando a Aidam.
-Está justo frente a ellos, no puedo hacer nada...
Aidam sacó rápidamente la afilada hacha que siempre llevaba colgada del cinto y la arrojó con tal precisión que uno de los soldados cayó muerto al instante, luego desenfundó su espada y cargó contra ellos lanzando un grito de guerra.
Los cuatro soldados apenas tuvieron tiempo para repeler el ataque, Aidam esquivó el filo de una espada por escasos centímetros agachándose a tiempo, mientras con su arma atravesaba la armadura de su enemigo. En el mismo movimiento atacó a dos de los guerreros, alcanzándoles en el pecho mientras aún se deslizaba por el suelo y paró la estocada del último de ellos disponiéndose a enfrentarse a él.
Quedaban todavía tres soldados con vida. Uno de ellos miró hacia atrás, hacia la seguridad de la posada, pero debió pensárselo mejor y arremetió contra Aidam. Creo que se dio cuenta en el último instante de que le iba a ser imposible ponerse a salvo y prefirió atacar. Ese fue su error.
Aidam paró fácilmente la finta de su enemigo y atravesó el pecho de este con su arma. El soldado se desplomó muerto a sus pies.
Los dos soldados restantes se miraron entre sí. Aidam había despachado a cinco de sus compañeros sin apenas inmutarse. Ahora conocían que se enfrentaban a un experimentado guerrero y dudaron sobre qué hacer. Esa duda fue su perdición. Aidam no les dio tiempo para que pensasen una estrategia, ni para huir pidiendo ayuda a los compañeros que esperaban abajo. Cargó contra ellos con una fuerza descomunal, haciendo bailar su espada como si estuviera dotada de vida propia. El primero de los soldados cayó muerto sin que llegase a conocer cómo había sucedido. El último trató de embestir a Aidam mientras lanzaba un sesgo con la afilada hoja de su arma. Falló por escasos centímetros y en su rostro se reflejó el horror cuando Aidam atravesó su pecho de parte a parte con su espada.
Todos a un tiempo lanzamos un grito de victoria. Aidam había dado cuenta de siete enemigos en escasos minutos y habíamos presenciado la maestría con las armas de nuestro compañero.
El guerrero se agachó junto a su enemigo caído y le quitó el yelmo. Vimos como su expresión cambiaba súbitamente, luego volvió junto al borde del tejado y de un salto se plantó junto a nosotros.
-¡Cadáveres! -masculló Aidam -. ¡Cadáveres revividos! ¿Cómo es posible?
-Es la magia de tu padre -dije yo, volviéndome hacia Sheila.
-Me di cuenta de que había algo extraño en ellos -explicó Aidam -. Sus movimientos eran torpes y su inteligencia muy pobre. Siete guerreros vivos podrían haber acabado conmigo, pero ellos parecían...
-Títeres -terminé la frase-. Está usando títeres contra nosotros.
-Es...muy poderoso, ¿verdad? -Titubeó la joven.
-Más de lo que me esperaba si es capaz de controlar esas marionetas a distancia -dije-. ¿Quién sabe lo que estará tramando en estos mismos momentos? Debemos darnos prisa, cada instante que perdemos le da más posibilidades de emboscarnos por el camino.
-Creo que tienes razón, Sargon -reconoció Aidam-. A partir de ahora iremos directamente hacia él, eso le restará oportunidades de atacarnos. Ha llegado el momento de que nosotros tomemos la iniciativa.
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