Capítulo 11 Haskh el asesino

Olvar era una ciudad muy grande en comparación con las que habíamos visitado con anterioridad. Una urbe protegida por gruesas murallas y resguardada por un enorme farallón de roca que dominaba la línea de la costa. Grandes barcos de esbeltas esloras y altos mástiles se mecían en las tranquilas aguas del puerto.

Olvar siempre había sido la ciudad comercial más importante del oeste del reino de Kharos y allí habíamos acabado, ocho almas perdidas en busca de quien nos quisiese brindar su ayuda.

Aidam nos alojó en una humilde posada cerca de los muelles mientras él iba a buscar a su misterioso conocido. Tardó casi todo el día en volver y lo hizo acompañado de un ser que realmente nos sorprendió a todos.

Haskh era un semiorco. No era su verdadero nombre, impronunciable para nosotros, por lo que se hacía llamar así. Un diminutivo, digamos.

Su apariencia era tan peligrosa, tan oscura y misteriosa que por un momento rehusé en solicitar su ayuda, temiendo por la joven a la que protegíamos. Aidam me dijo que, aunque fuera un tanto inquietante, era la mejor baza que teníamos.

Haskh era un asesino mercenario, pero también era amigo de Aidam, y por lo que parecía, le debía algún favor. En cuanto le explicó nuestra extraña aventura, no dudó en unirse a nosotros. Hablaba bien el idioma común, el usado por casi todas las razas del reino para entenderse entre ellas debido a los miles de dialectos que por ahí se hablaban y fue en ese idioma donde me enteré de su extraña vida. Haskh era el hijo del líder del pueblo orco que se había enamorado completa y definitivamente de una joven humana. Nadie vio con buenos ojos aquel enamoramiento y menos aún cuando nació el primer hijo de la extraña pareja. Grundrak, el padre de nuestro nuevo socio tuvo que dejar su cargo debido a las presiones por parte de sus congéneres. Junto a su mujer y su hijo abandonó la aldea donde vivían y marchó lejos, a otras tierras, olvidándose de los suyos. Pero el pueblo orco no olvidó la afrenta y cuándo años más tarde lograron localizar a la esquiva familia, acabaron con todos. Justificaron la matanza alegando que era por el honor y la limpieza de sangre. En realidad, los asesinos de gente inocente siempre tienen algo que alegar, sea esto lo que sea, con tal de demostrar que estaban en lo cierto. Siempre ha ocurrido así y así seguirá ocurriendo. Pero en algo se equivocaron. Haskh no murió. El jovencito semiorco fue recogido por un anciano humano que le adoptó como si de su propio hijo se tratase.

A la muerte de su padre adoptivo, Haskh, ingresó en una de las más misteriosas órdenes de todo el reino, La mano en la sombra; un grupo de mercenarios y asesinos que cometían las más terribles barbaridades a cambio de algunas monedas de oro. Haskh solo actuaba con una idea en su mente: devolver la afrenta a la que sus padres fueron sometidos y unos años después, ya siendo adulto y un consumado asesino, volvió a la aldea de la que su padre había sido líder. No quedó nadie con vida.

Al no tener a nadie más en el mundo, ni nada que lo ligase a ningún lugar y, además, con todo su odio y rencor saciados, Haskh se encontró sin saber qué hacer. Después de mucho pensarlo decidió volver a lo único que conocía y a lo que había aceptado como parte de su vida. Volvió a la orden que lo había acogido como a uno más y ahí comenzó su leyenda. Haskh se convirtió en el líder de La mano en la sombra. Lo llevaba en la sangre, en su sangre de orco y junto a sus compañeros sembraron de miedo y horror todo el reino.

Ahora estaba allí, delante de todos nosotros. Serio y callado e inamovible como un trozo de madera de ébano recién tallado, observándonos con aquellos ojos amarillos tan astutos como los de un animal salvaje.

-Os ayudaré -nos dijo con una voz profunda, pero al mismo tiempo muy musical -. Soy un admirador de las causas perdidas.

-Crees que nuestra misión está acabada aún antes de empezar, ¿verdad? -le preguntó Sheila.

-Sería lógico pensarlo, ¿no crees? Pero, he visto a personas desesperadas lograr lo que no consiguieron grandes ejércitos, todo depende de vuestra voluntad, sobre todo de la tuya, Sheila, en realidad todo está en tus manos.

-¿Cómo sabes tú eso? -Preguntó la joven.

-Llámalo instinto -contestó el semiorco-. Tengo un don y es reconocer inmediatamente al líder de cada grupo y esa eres tú.

Yo asentí con la cabeza. La realidad era esa. Sheila parecía la más indefensa del grupo, pero era ella la que ostentaba el mayor poder. Más que Aidam, un renombrado guerrero, más que el líder de una orden de asesinos y, sobre todo, mucho más que yo, un anciano mago errante.

Haskh sacó de repente una daga tan rápidamente que ninguno de nosotros pudo impedirlo, levantó el arma y la postró ante la joven. Suspiré aliviado, por un momento había llegado a pensar... ¡Bah, dejémoslo!

-Me pongo a tus órdenes, joven doncella, te protegeré y daré mi vida por ti si es necesario -y lo aseguró con total certeza.


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