Capítulo 1 - La sombra del dragón
Pensaba contaros un cuento de esos que se narran a la luz de una hoguera. Un cuento de princesas encantadas y valientes caballeros y sobre todo malvados muy malos. Pero en ocasiones la realidad es muchísimo más emocionante que cualquier relato. Es por eso que he decidido narrar la historia de una joven doncella y de una maldición. Unos hechos verídicos que yo mismo viví cuando tenía la mitad de años que ahora tengo y todavía quedaba en mi alma un atisbo de esa ingenuidad que con el paso del tiempo se pierde.
Esa doncella, una humilde campesina de un pequeña y perdida aldea sin nombre, se llamaba Sheila, aunque en el poblado todos la conocían por el sobrenombre de «La cazadora», pues pese a que ninguna mujer tenía permitido adentrarse en los bosques para cazar, Sheila era de las que no permitían que le impusieran normas.
La jovencita salía de caza todas las mañanas antes de clarear, bajo la luz de las estrellas. Era rápida como un gamo, sigilosa como un lobo y tan paciente que podía esperar a su presa durante horas sin mover ni un músculo. Conocía el bosque mejor que los más expertos cazadores y siempre cobraba las mejores piezas.
Recuerdo que fue una fría mañana de octubre, justo después de que el sol naciera por el horizonte, iluminando de matices dorados los esbeltos troncos de los robles y tiñendo el cielo de rosas y celestes y con la bruma empezando a clarear, cuando Sheila se dio cuenta de que estaba en una zona del bosque que nunca había explorado. Eso no la amedrentó, todo lo contrario. Quizás allí hubiera mejores piezas, tal vez algún esquivo ciervo o incluso un jabalí.
La joven se internó en el bosque, un bosque viejo cuyos árboles cubiertos de musgo y enredaderas se alzaban altivos hacía el cielo otoñal y se dio cuenta de que apenas si se escuchaba algún sonido, algo bastante extraño, tuvo que reconocer, en un bosque que acababa de despertar y donde el canto de las aves siempre la acompañaba. Tampoco se escuchaba el rumor del viento en las hojas ya secas, que lentamente caían en una última danza cubriendo el suelo de un precioso color dorado, ni en las ramas de los robles y abedules. Ese sonido que le recordaba al del mar y que tan solo había visto en una ocasión. No escuchaba más que su rítmica respiración y los latidos de su corazón, casi como si la naturaleza hubiera dejado de existir.
El sol iluminó los cabellos rojizos de la joven creando una aureola de llamas alrededor de su cabeza y haciendo brillar sus ojos como dos esmeraldas bajo la luz del naciente astro. Era alta para su corta edad, pues solo tenía quince años; aunque enhiesta sobre el tronco podrido de un árbol, abatido por algún temporal del anterior invierno, su figura tenía la apariencia de una diosa. Una diosa cazadora con su arco en su mano derecha y un carcaj de flechas adornadas con plumas de cuervo a su espalda.
Sheila echó a correr por el anciano bosque, cautivada por la belleza de todo lo que veía a su alrededor, cuando de pronto se detuvo de golpe. Sin darse cuenta había topado con un muro de piedra desgastada por el tiempo. Un amplio muro muy antiguo y que formaba parte de una construcción aún mayor.
«¡Un castillo aquí! »—se dijo—«¡En mitad del bosque!».
Era extraño. Nadie en su aldea había oído hablar de aquel castillo, ni siquiera formaba parte de las leyendas que se contaban a la luz de la hoguera y de las que era tan aficionada. Ella era la primera persona en verlo desde hacía muchísimo tiempo.
Se adentró entre las desgastadas murallas que antaño habían rodeado aquel castillo; que tuvo que ser espléndido, pues el tiempo no había logrado borrar su anterior grandeza y cruzó frente a varias columnas derruidas pero que todavía conservaban los delicados detalles de sus relieves: plantas exóticas y fabulosos animales. Había salamandras voladoras, unicornios y dragones, muchas esculturas de dragones por todas partes: Enormes cabezas con las fauces abiertas en intimidante postura, dragones alzando el vuelo y sobre todas ellas, la figura de un dragón realizada en obsidiana. Un trabajo de exquisita factura que parecía tan real que Sheila llegó a pensar que tal vez pudiese serlo, más cuando se acercó y rozó su fría textura, se dio cuenta de que solo era piedra.
«¿Qué habrías hecho de ser real?». Sé preguntó con una nerviosa risita.
Sheila siguió explorando los alrededores del antiguo castillo. Quizá tuviera suerte y encontrase algo de valor que llevar a la aldea, algo para regalarle a su madre. Se internó en el interior del castillo; en cuyas salas reinaba una penumbra perpetúa, alumbrándose con la escasa luz que entraba a través de las grietas del techo y descubrió que no quedaba gran cosa. El castillo había sido saqueado una y mil veces y era absurdo pensar en encontrar algo de valor allí.
Una débil luminosidad llamó su atención cuando ya estaba dispuesta a abandonar su búsqueda. Algo parecía brillar en una oscura sala de una de las torres del castillo, una luz rojiza parpadeante que parecía atraerla, como aquellas piedras negras que de vez en cuando encontraba y que atraían el metal.
Entró en la enorme sala y su sorpresa fue mayúscula al comprobar que lo que brillaba con un intenso fulgor rojizo era una pequeña gema. La joya era perfectamente esférica, sin ningún tipo de mácula y se hallaba engarzada en el puño de una vieja y fea espada oxidada y manchada de herrumbre y que a su vez reposaba sobre un inmaculado altar de piedra negra.
Aquello sí que era un hallazgo, se dijo, algo que le traería fama y riqueza. Ya nadie se reiría de ella en la aldea al poseer semejante objeto. Con una joya así, su madre y ella podrían vivir dignamente y dejar de pasar hambre...Tal vez incluso pudieran trasladarse a vivir a la capital del reino y codearse con la nobleza. El dinero lo puede comprar todo y aquella joya les acercaba a sus inalcanzables sueños.
Sheila no se lo pensó dos veces, agarró la pesada espada y el brillo de la gema se intensificó hasta hacer refulgir la sala con un resplandor rojizo, tan rojo como la sangre.
Un ligero temblor hizo que toda la sala se estremeciera y Sheila no tuvo más remedio que agarrarse al viejo altar de piedra para no caer al suelo, sin soltar en ningún momento la espada. En cuanto sus dedos tocaron el altar una poderosa descarga, casi como si un rayo la hubiera golpeado, hizo temblar todo su cuerpo y a continuación un escalofriante rugido resonó en la quietud del olvidado castillo.
La joven perdió el equilibrio y resbaló, cayendo al suelo. La espada que sujetaba con fuerza se escurrió de entre sus dedos golpeando la fría piedra con un sonido metálico y deslizándose a varios metros de donde se encontraba.
La torre temblaba y parecía a punto de desmoronarse.
Sheila se incorporó, manteniendo el equilibrio a dura penas y recogió la espada que brillaba aún más que antes. Corrió escaleras abajo y alcanzó la salida cuando la torre definitivamente se derrumbaba sobre sí misma en una nube de polvo y escombros.
Lo había logrado. Estaba a salvo, suspiró con alivio mientras se internaba en el bosque y corría entre los árboles. Abrazaba la espada con fuerza sin darse apenas cuenta de que aún la tenía entre sus brazos. Al detenerse a mirar hacia atrás y mientras trataba de ordenar sus ideas, sintió en su rostro la caricia de una brisa cálida que estremecía las copas de los árboles a su paso. Una gigantesca sombra la sobrevoló, rauda y veloz. Parecía haber surgido de las ruinas del castillo cuando este se vino abajo.
«¿Qué era aquello? No podía ser ningún ave. No existían pájaros de ese tamaño». Pensó. Los altos robles le impedían ver el cielo, pero al llegar a un claro donde los árboles se espaciaban, descubrió por fin aquello que la había sobrevolado.
La muchacha no pudo dar crédito a lo que veían sus ojos en ese momento. Se trataba de un gigantesco dragón, negro como el azabache y como la noche más oscura, que volaba en dirección a su aldea, justo hacia su hogar.
Gracias por comenzar conmigo esta nueva historia de fantasía y aventuras y conoced a Sheila, una joven que no os dejará indiferentes.
Podéis escuchar esta magnifica banda sonora de la película "Blancanieves y la leyenda del cazador" mientras leéis. Seguro que os gustará.
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