80. El castigo del héroe
Heros se quedó viendo al bello rostro de su diosa. Entonces, al ver las lágrimas, acercó su boca hacia la cara y lamió el camino del llanto de Hestia, justo como ella lo había hecho en el auto, cuando había interrumpido el matrimonio.
—No llores, yo lo haré por ti —dijo Heros, con amabilidad. Le limpió las mejillas con un pañuelo.
—Debo verme muy lamentable en este momento —dijo ella, con alegría. Sentía que ahora todo estaba bien y que nada mancharía su felicidad.
—Ni, aunque te esforzarás en hacerlo, podrías lucir así —dijo Heros, colocándose de pie, en compañía de Hestia. ¿Y ahora qué debía hacer? Por fin estaba con la mujer que amaba y serían padres. Sus pensamientos se quedaron en blanco. Pero luego resolvió que debía ser el mismo. Estaba seguro de que a Hestia no le gustaría que la trataran como una minusválida o que la limitaran a hacer las cosas. Conociendo la soberbia y la arrogancia, no lo permitiría.
—Bueno, hasta aquí he planeado lo que sucedería. De ahora en adelante, no sé qué va a ocurrir —dijo Hestia, con gracia. Había agotado sus estrategias y quería sorprenderse con el factor sorpresa de lo desconocido.
Heros miró el candelabro detrás de Hestia y observó el escote del sexy vestido que llevaba puesto. Desde este instante, todo lo que hicieran, sería bajo un nuevo estado sentimental y con un nuevo título de en su relación. Ya no complacería a su amante secreta, si no, a su novia, a su pareja, a la mujer que amaba.
—Tengo una idea. Pero debe ser en la sala, no aquí afuera —dijo Heros, mientras que en su cabeza imaginaba los objetos que necesitaba y la forma en qué lo haría.
—Lo que mi señor diga —comentó Hestia, con humor—. Y no te olvides de mi castigo.
—Si tanto lo quieres, complacer a mi señora es lo primordial.
Los dos ser dirigieron a la sala de estar. Heros se acomodó en el sofá, mientras que le indicó a Hestia que se quedara de pie, aunque sería solo por un momento. Miraba de arriba abajo a su diosa. Cada parte de ella estaba grabado en su memoria, pero no había nada comparado como disfrutar del hermoso paisaje en vivo y de tocarlo cuanto quisiera.
—¿Cuál es la idea que tienes? —preguntó Hestia, percibiendo la pesada mirada de Heros en ella. En este instante se sentía como la presa que era asechada por el feroz cazador, y eso, le gustaba.
—En un rato más. Es parte del correctivo hacerte esperar —comentó Heros, con su dedo índice levantado—. Ahora, quítate el vestido —dijo, con su voz roca y expresión seria
Hestia apretó sus labios y moldeó una sonrisa de complacencia. Eso no era ningún castigo, sino un premio. Lo realizó sin demora, por lo que escarlata vestido cayó en el piso. Luego sacó sus piernas y se corrió hacia un costado Su esbelta figura todavía se mantenía, aunque después cambiaria.
Heros apreciaba el cuerpo de su diosa. Había extrañado contemplar tal obra de arte de la que ahora era único dueño y señor absoluto. No importaba cuántas veces la viera con lencería sexy o desnuda, siempre provocaba en él, un apetito que, en lugar de disminuir, iba aumentando en cada oportunidad. Movió su dedo índice, para indicarle que se acercará a él. Agarró uno de los cojines del sofá y se le puso en su regazo.
—Ya entiendo —dijo Hestia, con astucia. Ya sabía lo que estaba por suceder. Se subió en el mueble y se acomodó en Heros, acostada de lado.
Heros acarició el trasero de Hestia con su diestra, pues de ese lado habían quedado as dura virtudes de su diosa. Apretó las firmes masas, percibiendo el agradable tacto. Alzó su brazo y lo dejó caer de manera inmediata, pero sin tanta fortaleza. Luego, repitió la misma acción, pero con cada ocasión iba usando más velocidad y más fuerza. Le propinaba ásperas nalgadas a Hestia, intercalando un golpe por cada glúteo. En sus oídos podía escuchar la dulce melodía de los jadeos de Hestia, con cada impacto que le propinaba. Estuvo haciéndolo por los siguientes minutos. Notó como la tersa piel Hestia se fue tornando roja y cada vez aumentaba el sonido de sus quejidos, transformándose en melodiosos gemidos.
Hestia sentía como sus glúteos ardían. La sensibilidad de su embarazo y con la cantidad de nalgadas que recibía, el dolor se iba sintiendo con mayor intensidad y con más agonía. Había perdido el ánimo y el interés de las cosas. Mas, solo bastaron un par de minutos de nuevo con su Heros, para despertar en ella toda la lascivia que había estado durmiendo en el tiempo que estuvieron separados. Pero eso ya no volvería ocurrir, porque no se distanciarían nunca más, por lo que el gozo y el placer que podía obtener de forma mutua era enorme.
Heros podía continuar dándole más afrentas a Hestia. Pero la sesión debía pasar a la siguiente fase. Le manifestó a Hestia que se levantara y se acostara boca abajo. Había preparado el camino, para lo que había planeado. Fue de nuevo al balcón y se hizo con el candelabro, que había dejado apagado. Buscó un mechero y las encendió de nuevo. Observaba la carne enrojecida de las nalgas de Hestia. Moldeó una sonrisa sagaz al ver a los ojos a su diosa, quien lo miraba de vuelta, mostrándose sonriente y complacida. Extrajo cada una de las velas que había en el objeto y las inclinó en el aire, para que al momento en que la cera caliente se derritiera cayera sobre la carne ruborizada de su diosa. Le fue embarrando cada parte en el que se marcaba más de carmesí. Después, le dijo que pusiera boca arriba y le quitó el brasier. Los dos grandes atributos estaban expuestos ante él. Entonces, primero dejó caer el espelma de la vela ardiente el vientre de su amada. Aunque, con cierta precaución, pues allí se estaría hospedando su hijo. Luego hizo que cayera la cera en los abultados pechos. Cubrió la areola, que se había vuelto más grande y más oscura de lo que recordaba. El embarazo en Hestia estaba ocasionando esos cambios en el cuerpo de la divinidad. No podía dejar de pensar, cuando comenzara a lactar. Quizás debía pedirles perdón a sus descendientes de forma anticipada, pero sería el primero en degustar la esencia divida de Hestia. Al terminar de hacerlo, apagó el fuego y lo ubicó en un sitio apartado. Se fue a revisar al congelador y cómo esperaba, encontró lo que necesitaba: helado de crema de chocolate y cubos congelados. Luego buscó un frasco de aceite de oliva y la puso en la mesa, donde ya había reunido los demás materiales. Se llevó a la boca un pedazo de hielo. Se despojó de las prendas que cubrían su torso y se dispuso a retirarlo los tacones a Hestia, pues ya no serían de ninguna utilidad en el desarrollo de la sesión de castigo. Su torso marcado y sus brazos musculosos volvían a estar al descubierto. Usó sus manos para quitar la cera endurecida y ya fría que habían ocasionado las velas desde el vientre, los senos y los glúteos, para luego terminar de hacerlo con un pañuelo.
Hestia nada más miraba a Heros con sus cincelados labios apretados, manifestando un gesto de orgullo y satisfacción. Lo había conocido siendo un ingenuo muchacho que era engañado por su novio. Había sido un santo y bondadoso ángel con una pureza intacta, y ella, lo había corrompido y manchado con su lascivia. Ese chico tonto había muerto, para dar paso al Heros sádico y salvaje, que la castigaba de una manera estimulante y maravillosa. Además, el hecho que la proporciona dolor, pero también se encargaba de resguardarla. Había encontrado a alguien que era capaz de dominarla. Sin embargo, su lado imperativo nunca desaparecería, por lo que, en el futuro, los roles podían estar cambiando de manera continua. Los dos eran versátiles, y no les ocasionaba inconvenientes estar en el papel de pasivo o activo, sumiso o dominador.
Al haber hecho esto, sostuvo otros trozos congelados y los empezó soltar en el abdomen. Sobaba uno de ellos en los erectos pezones de su diosa, que suspiraba ante la sensación. Le dio un beso con sus labios fríos. Tomó el tarro de helado y con la cuchara empapó los senos de Hestia, uno por uno, hasta abarcar toda la mancha que tenían. Se subió también el sofá, para estar en mejor posición. Estando encima de ella, unió su boca a los pechos, para comer la exquisita crema que era acompañada por unas blandas virtudes. Chupaba de los enormes atributos, como si fuera un niño encantado con un dulce. Pero era que había extrañado degustar los atributos divinos de su venerada diosa. Al pasar los minutos, Hestia le destrabó el cinturón y le bajó el cierre de su pantalón. La besaba de manera apasionada, mientras le acariciaba los muslos. Había pasado mucho tiempo y estaba tan ansioso, como si fuera la primera vez que iba a tener intimidad con Hestia. Estaba ya preparado, para dar inicio a una nueva ferviente sesión erótica, cuando divisó a Deméter de pie, observándolos sorprendida y en silencio.
Hestia se percató de la presencia de su hermana y le dedicó una sonrisa sagas. Además, ¿qué era esa mancha roja en su vestido? Era como si le hubieran derramado vino encima. Soltó a reír en sus adentros, ya que alguien le había mojado.
—Eres tú —dijo Hestia, con desinterés y sin importancia—. Esta casa ya será ocupada por mi novio. Busca otro lugar donde vivir.
—No tienes por qué decirlo. Ya me doy cuenta —dijo Deméter, manteniéndose serena—. Solo vine a cambiarme el vestido.
Deméter se dirigió a la habitación y se puso un nuevo atuendo. Sin embargo, no dejaba de pensar en la lasciva escena que había visto. Estaba agitada y temblaba. Nunca había tenido una pareja, mucho menos se había tocado a sí misma y no tenía experiencia en el ámbito sexual, a pesar de estar en sus treinta y cinco años; esa era otra de las grandes diferencias entre Hestia y ella, aunque era imposible de ver por medio de los ojos.
—¿Qué te ha sucedido? —preguntó Hestia, que había entrado al cuarto, en pantis y tapándose con el saco de Heros.
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