79. La declaración de la diosa
Heros cayó encima de Hestia en el sofá de la sala de estar de la suite. Sus pesadas respiraciones se chocaban, mientras sus pieles ardían. Deslizó su mano por los suaves muslos de Hestia a través del majestuoso vestido escarlata que se había colocado. Se acomodó en la entrepierna de su diosa, con su dura virtud rozando la blandura de Hestia. Las mejillas de Hestia se habían enrojecido. Había extrañado tanto los besos y el olor del cuerpo de Hestia. Ese aroma lo embriaga y lo hacía enloquecer, como si fuera un animal salvaje percibiendo las feromonas en el ambiente. Quiso seguir, pero Hestia le puso el dedo índice en la boca.
—Espera —dijo Hestia, doblegando su impulso de querer estar con Heros. Deseaba hacerlo, pues entre los dos, ella era la adicta concúbito. Sin embargo, en esta nueva oportunidad, empezaría haciendo las cosas bien.
—¿Qué sucede? —preguntó Heros, respirando de manera uniforme.
—Antes, quisiera mostrarte algo. —Moldeó una sonrisa tensa.
Heros le dio un corto ósculo en los labios y se puso de pie.
—Está bien —dijo Heros, con gentileza.
Hestia guio a Heros al balcón, donde habían tenido su primer juego, donde habían puesto fin a su relación, también sería el símbolo de un nuevo comienzo. Allí había organizado la mesa con un mantel y dos sillas. Había un decorado de flores y un candelabro con velas, pero sin haber sido prendidas. Agarró el encendedor y se dispuso a darles fuego. Movió uno de los asientos.
—Por favor —dijo Hestia, con cariño hacie Heros, indicándole que se pudiera cómodo.
—Tú das más miedo cuando eres amable y tierna, Hestia Haller —dijo Heros, sentado en su silla.
—Ya viste mi peor versión. Si es a ti, te puedo mostrar mi casi nula parte buena —dijo Hestia, con gracia, pero sin contener su arrogancia—. Ya no debes sentir temor por lo que haga. Hoy yo te atenderé. Espera aquí.
—Esperaré por ti —dijo Heros, con doble sentido. Se había tardado ya más de un mes, pero eso era nada.
Hestia hizo un par de viajes de la cocina, la bodega y de regreso a la especiosa terraza del imponente rascacielos. Habiendo traído lo que bocadillos, postres y bebidas que había preparado, procedió a repartirlos, para luego degustar los platillos. Esa noche había comido mucho, y era que, estaba nerviosa por todo lo que tenía por decir. Al terminar los aperitivos, trató de mantenerse tranquila y calmada. Respiraba profundo de manera disimulaba. Desde niña se había trazado la meta de no ceder a sus sentimientos, ni ser víctima de los impulsos. Sin embargo, por primera vez en su vida era superada por sus emociones a un punto en que un frío le recorrió el torso. El tiempo su alrededor pasaba lento, como si los segundos se hicieran más largos y eternos. Mantuvo su mirada fija en el rostro del hombre que había logrado robarle su voluntad. Dibujó, por primera, vez en toda su vida y en el desarrollo de esta historia, una sonrisa sincera y genuina, en la que mostraba su perfecta dentadura blanca; se limitaba sus expresiones, para evitar las arrugas en su hermoso rostro. Pero no podía controlarse. Jamás imaginó encontrar a alguien que fuera tan afín con sus ideales y gustos perversos. Además, que en las situaciones en que lo necesitó, siempre estuvo allí, y no se había ido, a pesar de lo mal que lo había tratado y de las ofensas que le había lanzado.
—Es la primera vez que veo sonreír de esa manera —dijo Heros, que se había quedado perplejo, admirando el gesto de su diosa. Desde que había estado con Hestia había visto varias expresiones de ella, pero nunca una tan preciosa como esa.
—Es porque estoy feliz —comentó Hestia, evitando que su voz se oyera ahogada—. Porque tú estás conmigo. Pero guarda esta sonrisa, porque la mostraré pocas veces. Eres el único privilegiado que la ha visto, ni siquiera yo sé cómo me veo haciéndola.
—Si tú eres feliz, yo también lo soy —contestó Heros, con sinceridad—. Y por lo último, te ves hermosa.
Ambos se sonrieron de manera afable, ante el coqueteo del otro.
—¿Me odias? —preguntó Hestia. Inclinó su cabeza hacia arriba y con el iris verde de sus ojos brillante.
—¿Odiarte? —Heros manifestó una expresión astuta—. Sí, y mucho, siempre y cuando estemos hablando de forma irónica. Sabes que te amo, Hestia Haller. Eres mi pecado culposo.
—Y por lo que pasó...
—Ya lo he olvidado y te he perdonado —dijo Hestia, interrumpiendo a su diosa—. No te mortifiques por eso.
—¿De verdad? —dijo Hestia, con voz aguda. Frunció el entrecejo—. Soy consciente de mis actos y no me gusta salir ileso de mis crímenes. Yos soy partidaria de la ley del talión: ojo por ojo y diente por diente. Merezco... No, exijo un castigo, si no, no podré saldar mi falta contigo.
—Soberbia y obstinada —dijo Heros, con gesto de agrado.
—Así me amas —dijo Hestia, con altanería. Le guiñó el ojo—. No puedes hacer nada respecto a eso, porque no voy a cambiar.
—No quiero que cambies. Eres perfecta tal como eres. Ese carácter y personalidad tuya es lo que hace a Hestia Haller ser Hestia Haller —comentó Heros, con seriedad—. Amo todo de ti y no espero que lo hagas.
—Bueno, ya que nos estamos confesando, quiero decirte que no necesitas demostrar, ni convertirte en el CEO más rico del mundo para estar a mi altura, porque así, eres un hombre maravilloso y cualquiera mujer desearía tener a su lado —dijo Hestia, con franqueza—. Estudia y triunfa por tu beneficio. Supera, pero no nadie más, si no, supérate a ti mismo y desea ir cada vez más lejos. El éxito y tus logros harán el resto. Desde la primera vez que me encontré contigo, vi el enorme potencial que hay en ti. Sé que llegarás lejos.
Los ojos de Heros se cristalizaron. Se había jurado que no volvería a llorar, pero las palabras de Hestia lograron tocar su alma; ella era quien lo había convertido en una persona, por un motivo de venganza. Pero, al fin y al cabo, Hestia era la que había propiciado que se transformara en un nuevo hombre con la fortaleza mental y el carácter forjado, para lograr cualquier meta que se propusiera. Era cierto lo que se decía que, "no hay mal que por bien no venga". Hestia Haller era toda esa maldad y perversidad que había llegado a él, para cambiar por completo su vida. Estuvieron sumidos en la traición, la lujuria y el pecado, pero habían logrado permanecer juntos a pesar de todos los problemas, intrigas y mentiras que lo rodeaban. A pesar de que ella había sido por motivado por la venganza, al fin de cuentas, en lugar de hacerlos sufrir, lo que en realidad había hecho era salvarlos a todos; lo rescató de una relación sin amor y monótona, en la que Lacey y él, habían desarrollado sentimientos por otra persona. Las acciones de Hestia, aunque con las peores intenciones, habían terminado en un desenlace doloroso y tormentoso, pero que eso ayudaría a encaminarlos a un final feliz a los cuatro. Los recuerdos que tenían con Lacey permanecerían, pero serían como amigos. Desde hace algún tiempo, sus pensamientos solo invocaban a la hermosa diosa de cabello carmesí, como una llama de fuego. Se levantó de su silla y avanzó hasta el puesto de Hestia, donde la invitó a colocarse de pie. Rodeó la cintura de Hestia con sus brazos.
—Gracias por todo —dijo Heros, con voz sutil—. Tú me hiciste creer en mí, me enseñaste y me regalaste la confianza para cumplir mis objetivos.
—Y tú, me hiciste sentir y me mostraste lo que es el amor verdadero y el cariño sincero —dijo Hestia, de manera genuina—. Tenía... —Negó con la cabeza. Sus labios temblaban y sus dedos se estremecían—. No, tengo miedo del amor. Por eso quise que te fueras, para no sufrir, porque soy una cobarde.
—No tienes por qué temer. Yo nunca te haría daño, ni tampoco te lastimaría —dijo Heros, con seguridad.
—Lo sé y es por eso que... —dijo Hestia, percibiendo como que las palabras que salían de su boca se hacían más pesadas y difíciles de pronunciar—. Sí, estaría dispuesta a abandonar mis riquezas y mis privilegios. —Los hermosos y resplandecientes ojos verdes de Hestia derramaron lágrimas, pero en esta oportunidad, de emoción y alegría—. Quiero estar contigo. Hoy, mañana, todas las semanas, los meses y los años que esté con vida en este mundo. Y hasta después de perecer, porque ni en la muerte te podrás librar de mí. Es por eso que, tú, Heros Deale. ¿Quieres ser mi héroe? Para protegerme y cuidarme en mis sueños y en mi cama.
—Hestia Haller, ¿qué te hace pensar que yo quiero librarme de ti? —dijo Heros, afianzado su agarre en el cuerpo de su divinidad—. Estaría encantado de permanecer toda la eternidad junta ti. —Se acercó al rostro de su hermosa amada—. Sí, acepto. —Expresó una sonrisa en su cara—. Y tú, Hestia Haller. ¿Quieres ser mi diosa? A la única que rinda plegarias y la única que le dedique mis tributos, para adorarte por siempre y para siempre.
—Sí, acepto —comentó Hestia, sin poder contener su risa. Aborrecía las cursilerías y las estupideces, pero el amor hacía que hicieran y se dijeran cosas tan tontas. Entonces, sellaron sus votos nupciales con un extenso y profundo beso que tardó varios minutos en acabar.
Hestia nunca antes estuvo tan complacida, y pesar de que se habían vuelto novios y arreglado sus cosas, todavía faltaba la noticia más importante por anunciar.
—Por fin, estamos juntos los dos.
—Aunque no por mucho tiempo —dijo Hestia, con distinción—. Pero no seremos solo los dos. —Llevó sus brazos hacia su espalda. Alzó las manos de Heros y las dirigió hasta su vientre, donde las acomodo con sutileza—. Tendremos invitados, que ya se han metido en nuestra relación y que nos harán las cosas difíciles y complicadas.
Heros se mantuvo perplejo y congelado ante las palabras de Hestia. Sus pupilas se dilataron en sus ojos azules. Un corriente eléctrico atravesó cada parte de su cuerpo y de su alma ante la novedad de que sus más grandes anhelos se habían hecho realidad en una misma noche. Ahora estaba con Hestia, y no solo, también serían padres. Su rostro palideció y sus piernas flaquearon, como si se hubiera quedado sin fuerzas de repente. Cayó de rodillas y abrazó el vientre de Hestia, mientras miraba hacia arriba, contemplando el precioso rostro de su diosa.
—Te amo, Hestia Haller. Tú eres lo más importante y preciado que tengo. —El llanto de Heros era insonoro, pero sus lágrimas recorrían su cara y mojaban los vellos finos de su arreglada y controlada barba—. Te amo.
Hestia, de igual manera se hincó en el piso y abrazó a Heros por el cuello.
—Quiero que sepas algo —dijo Hestia, con voz quebrada. Al ver a Heros de esa manera, sus lágrimas salieron de su ser de forma más abundante y bañaron su tersa piel, como ríos desbocados—. Yo te amo, Heros. Mi corazón, mi cuerpo y mi voluntad son tuyos. Puedes hacer lo quiera con ellos, porque te pertenecen. Hestia Haller ya no es dueña de sí misma, ahora tiene un nuevo señor, uno y solo uno. No importa lo que sucede, yo no volveré a amar a nadie más, solo a ti.
Los dos se abrazaron, mientras estaban arrodillados en el balcón de la suite. La luz de la luna otorgaba claridad y desde ese momento, todos sus miedos y restricciones fueron arrojadas hacia un abismo del que jamás saldrían. La diosa que había jurado no amar y no rendirse ante ningún hombre, había encontrado al héroe que había estado esperando toda su vida, pero no salvarla de un castillo o de los monstruos, porque no era damisela en apuros o una princesa en espera de su caballero de reluciente armadura, sino, más bien, para rescatarla de ella misma, porque Hestia Haller era su propio demonio, que le hacía temer al mor, por miedo a sufrir.
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