78. El evento de máscaras
Deméter había estado preparando una fiesta desde que Hestia se había sincerado con sus sentimientos y tres días después había visitado a Heros, para darle la invitación. Era la encargada de la organización y la decoración. Era un pasatiempo suyo organizar eventos. Estuvo ocupada en ese intervalo. Además, que le servía como celebración a todos los contratos que cerró y a los nuevos magnates y empresarias con los que se había asociado. El objetivo principal, por supuesto, era que su hermana y Heros Deale arreglaran su relación. ¿Matrimonio? Afirmaba con su cabeza, mientras se imaginaba a cargo de la organización de la ceremonia nupcial. Pero sus pensamientos se fueron apagando, pues Hestia era su hermana y era poco probable que decidiera casarse tan pronto. Si apenas había decidido entregarse a la felicidad y aceptar al hombre que amaba, no sabía cuánto duraría en querer pisar una iglesia; a ella le gustaba la libertad. Suspiró con tristeza, ya que no podía hacer uso de su habilidad para el decorado. Era domingo por la noche. Estaba en el segundo piso, viendo como entraban los invitados con sus atuendos elegantes y, sobre todo, con la prenda protagonista: las máscaras. Se había puesto un escotado vestido dorado, que revelaba su pierna izquierda, con un antifaz que iba en juego con ella. Le gustaba el oro entre todas las mujeres, era la que más brillaba y resaltaba. Movió la copa de vino en su mano, la acercó a su nariz y después bebió. Había contratado a una distinguida y afamada orquesta que proporcionaba la música, así como que artistas de género clásico. Había muchas mesas, repletas de comida y bebida, en el que había agregado algunos platillos de su país Alemania y también de la gastronomía francesa, como la de otros países, por lo que había para todos los gustos y preferencias. También licores, que eran de su marca, desde cerveza, vinos, jugos, aguas y gaseosas; a eso era lo que se dedica su empresa, el cual era el legado de sus padres: Industrias Haller. Sembraban trigo, cebada, uvas, centeno, maíz, entro otros cereales y frutas, para producir sus productos. Era por eso que, Hestia tenía tendencia a beber tanto vino, pero solo tomaba del que tenía la marca familiar y que se distinguía por tener una gavilla de grano, entrecruzado con una antorcha. Ya había hecho su parte, ahora les tocaba a ellos que hicieran lo suyo. Le dedicó una última mirada a su gemela malvada, que era acechada por una multitud de pretendientes. El héroe debía darse prisa y reclamar lo que era suyo. Se dedicó a supervisar que todo estuviera bien. Entonces, frunció el ceño, cuando vio a un mesero que parecía un inexperto. Siseó con los dientes, pero todavía no había nada grave.
Heros había llegado al sitio de la fiesta. Recordaba los viejos tiempos cuando fue a la fiesta de antifaces con Hestia. El sitio destacaba y era lujoso y enorme. La decoración resaltaba a la vista. Entregó su carta de invitación a los recepcionistas y se adentró en el lugar. Había muchas personas que iban y venían, mientras que otras estaban quietas en solo puesto; charlaban con otros o estaban solos. Había una razón por lo que estaba allí y no se contendría. De alguna manera, la visita de Deméter, había avivado todas sus esperanzas y lo había motivado a una última apuesta por estar con Hestia. Esta era el momento definitivo; lo serían todo o no serían nada. Entonces, vio al grupo de hombres reunidos. Ni siquiera tuvo que deducir que se trataba, porque Hestia distinguía en belleza ante las invitadas. Se fue haciendo paso entre la multitud, hasta que estuvo de frente ante su venerada diosa, que se había puesto un hermoso vestido escarlata, escotado, junto con una máscara del mismo color. El carmesí de su cabello combinaba de una manera impresionante con su atuendo.
Hestia estaba esperando de hace algunos minutos. La multitud la había cercado, como criaturas hambrientas. Sin embargo, sus ojos solo miraban a uno solo y los demás eran inexistentes para ella. Sintió alegría y emoción por la llegada de su héroe. Se había mantenido indiferente ante los demás, que eran magnates poderos, empresarios ricos y despiadados millonarios; ellos no le llamaban la atención, en lo absoluto. Pero dio un paso al frente, para acercarse a Heros, ya que era el único que había logrado cautivar su corazón.
—Ya llegado —dijo él, voz ronca y mostrándose más alto y fornido, marcando su territorio. Esa mujer de rojo, solo era de él y de nadie más. Hizo un cortejo con su cuerpo y extendió su mano hacia ella—. ¿Me acompaña?
—Encantada —dijo Hestia, con amabilidad y agarró la mano de Heros. Entonces, los otros hombres se replegaron, buscando una nueva mujer a quien conquistar.
—He tardado un poco —comentó Heros, mientras caminaban hacia la pista de baile, donde danzaba otras parejas.
—No, has llegado justo a tiempo —dijo Hestia, con voz serena. Si estaba con Heros era feliz, entonces no tenía motivo por el cual tener miedo o terminar su relación con él.
—Por cierto, conocí a tu gemela —dijo Heros, mientras se preparaban para empezar a bailar—. Bastante peculiar.
—Deméter. Intenta ser mala, pero es buena y eso no puede remediarlo —dijo Hestia, con altanería.
—Así que, tú eres la gemela malvada y ella tu contraparte.
—Eso es obvio. Yo soy la encarnación de la oscuridad —dijo Hestia, con arrogancia—. Y si alguien creyó lo contrario, pues estaba muy equivocado. Entre Deméter y yo, no hay ni la más mínima confusión.
—Pero se parece a ti —comentó Heros, con gracia—. Comparte tu belleza y tu elegancia. ¿Quién es la mayor?
—Yo, por supuesto, por una hora —dijo Hestia, con énfasis en su persona.
—Una gran diferencia —dijo Heros, moldeando una pequeña sonrisa en la comisura de sus labios.
—Eso misma piensa ella. Pero ese el tiempo suficiente, para ser la mayor y la que manda —contestó Hestia, con voz fina.
—Estoy segura de que, aunque fueras la menor, también serías la hermana dominante.
—Me halaga, señor Deale —dijo Hestia, complacida con el chico.
Los dos paseaban por el salón de las fiestas, mientras la música sonaba animando el ambiente. Estuvieron un rato en la mesa de comidas, degustando los bocadillos y postres que allí se hallaban.
Heros, por acto natural, le dio de comer en la boca a Hestia. Luego de hacerlo fue que cayó en cuenta de que nunca antes lo había hecho. En recompensa, Hestia también hizo lo mismo. Todo sería tan distinto y maravilloso, si no hubieran discutido, ni acabado su relación. Era muy distinto verse escondidos como antes, que mostrarse ante el mundo sin ningún obstáculo. Ahora podían compartir sin restricciones, ni limitaciones, como una pareja normal. Se quedó observando el rostro perfilado de Hestia. Era imposible resistirse a ella; desde hace mucho que sus pensamientos, su cuerpo y su voluntad habían dejado de pertenecerle, pues habían encontrado una nueva dueña. Bebió de una copa de vino y suspiró con melancolía. Le había ofrecido un trago a Hestia, pero esta declinó su ofrecimiento y tomó un coctel sin alcohol. En aquella oportunidad en la que habían cenado en el restaurante en noche vieja, también había hecho lo mismo. Sabía que le gustaba mucho el vino, pero por algún motivo, había dejado de consumirlo. Estuvieron un par de horas en la ceremonia, en la que bailaron algunas piezas y después estuvieron charlando entre ellos.
Hestia estaba fatigada solo de caminar y hablar. Lo único interesante de la fiesta era su Heros, por lo demás no tenía ningún interés. En sus brazos sintió un frío al pensar en lo que estaba por venir. Por supuesto, el evento de máscaras había sido el preámbulo de lo que había preparado para él.
—¿Quieres ir a un lugar más privado? —preguntó Hestia, ya cansada y porque debía dar paso a su plan.
Heros asintió con la cabeza y salieron de edificio. El aparcacoches trajo el auto de Hestia. Realizó los gestos de cortesía y se dispuso a conducir hacia la suite. Lo hizo sin que ella se lo sugiriera, solo había sido el primer sitio que se le había venido a la mente. Se encontraban en el ascensor, nada más ellos. Tragó saliva, porque su imaginación estaba desatada. Anhelaba estar con ella y sentir ese calor abrazador, de nuevo, contra el suyo. No eran niños, sino dos personas adultas con un mismo querer. Era imposible resistirse ante ese ardiente deseo que lo incitaba a pecar. Acorraló a Hestia contra el muro del elevador. Le quitó la máscara y ella la suya. Deslizó su mano por el vestido en la parte de la espalada y pegó su cuerpo al de su diosa. Sus miradas incendiadas en fuego se traspasaban la una a la otra y sus labios se entreabrieron, acortando la distancia que había entre ellos.
Entonces, los dos soltaron los antifaces que cayeron en el piso del ascensor, que se mostraban cerca a los puntiagudos tacones Hestia y los elegantes zapatos de Heros, para sumirse en apasionante y desesperado beso. Se asfixiaban con cada segunda que pasaba. No había mucho que decir, porque cada uno había desarrollado un nuevo idioma que solo entendían ellos dos.
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