77. La prueba de la diosa rubia

Era sábado por la tarde. Heros había estado trabajando en las mañanas en su empresa y luego de medio día había estado saliendo en citas con Hestia. Era un tonto por seguir estando con ella, cuando Hestia no se decidía ni por dejarlo, ni por estar con él. A esto era lo que llamaban un romance tóxico. Pero estaba enamorado de Hestia y había notado, aunque fuera un poco, un cambio en la actitud de Hestia; ella se mostraba más tranquila y calmada. ¿Le estaba sucediendo algo? Le gustaba más aquella Hestia fuerte e imperativa, pero no tenía problema en ver su lado amable, solo que era raro de apreciar. No obstante, Hestia le había dicho que se tomaran algunos días, para colocarse al día, ella con su compañía y él en su empresa. Estaba en la cafetería, sentando en una de las mesas. Esta vez se hallaba revisando su computadora. Había mucho qué hacer y lo había descuidado por sus encuentros con su diosa. Agarró la tasa de té y bebió un trago. Luego suspiró con cansancio. Deseaba arreglar las cosas de una vez por todas. ¿Perdería la poca dignidad que le quedaba si le proponía otra vez un futuro juntos a Hestia? La verdad era que le daba lo mismo hacerlo. Pero no podía suplicarle de nuevo a ella. La vida, dada su situación, se sentía incompleta, como en modo de espera, por algo que era posible, que no fuera a ocurrir. Estaba distraído, sin poder concentrarse en la pantalla del portátil. Se había acostumbrado a ubicarse cerca al cristal que deba vista a la puerta y a la calle. Entonces, la vio a ella, que entraba al establecimiento. Lucía igual de elegante con un vestido oscuro y un abrigo dorado. Se parecía a Hestia, era idéntica en rostro y figura, pero tenía el cabello rubio. Irradiaba un brillo celestial, con el que con rapidez se robó la atención de los presentes. Cruzó miradas con aquella mujer. ¿Se había colocado alguna peluca como había hecho en el pasado en el que se había puesto una de tono azabache? ¿Por qué motivo? Ya no había ninguna razón para que lo hiciera. Sin embargo, pudo sentirlo en su cuerpo y en su piel, ella no era Hestia, era una persona distinta a pesar de que fuera la viva imagen de su amada diosa. Caminaba ella y se sentó, en la misma mesa que se había sentado Hestia cuando lo había interrumpido cuando estaba con las muchachas universitarias. No dejaba de verlo y él tampoco aparta su mirada. Cuando el mesero fue a atenderla, pudo escuchar a plenitud ese perfecto alemán con ese tono tan melodioso con el que hablaba.

—Disculpe. No entiendo lo que dice —comentó el chico, que volvió su cara hacia su jefe, sin saber qué hacer.

Heros cerró su portátil y caminó hacia ellos. Se dispuso a traducir lo que había dicho y le contestó en el mismo idioma a la hermosa mujer rubia. Al estar más de cerca, el parecido con Hestia se iba incrementando. Esperó a que ella terminara su bebida y que pagara. Le siguió hasta el auto, con ganas de indagar sobre ella. Pero no podías ir por la vida siguiendo ni interrogando a las personas, solo porque se parecían a otra que conocías. Permaneció inmóvil y observó, como se alejaba. Se resignó a irse con la duda hacia su departamento. Sin embargo, acostumbraba a caminar de la cafetería a su casa. Al ir por la calle, el auto en el que aquella mujer se había subido, lo seguía a velocidad lenta. No era Hestia, ¿quién era entonces? La lógica decía que podría ser un familiar de Hestia, aunque ella no hubiera comentado a nadie. ¿Sería eso posible? ¿Lo averiguaría de inmediato? Se detuvo por el peatón. Miraba con fijeza hacia el asiento del carro. Sabía que ella también lo estaba viendo. La puerta trasera se abrió y entendió el mensaje, que le estaban emitiendo. Aunque, ¿quién en su sano juicio se subiría al auto de una desconocida? Pero tenía una excusa, y era que, era idéntica a la mujer que amaba, por lo que tenía que descubrir de qué se trataba todo este asunto. Subió al vehículo y cerrando la entrada. El aire acondicionado y el aromatizante se colaron en sus fosas nasales. Allí volvió a oír la voz de esa extraña, y despejó toda duda que quedaba, no era Hestia Haller, era alguien diferente.

—Heros Deale —dijo Deméter, con su acento alemán.

—¿Quién eres tú? —preguntó Heros, con firmeza.

—No, aquí no —dijo la diosa rubia, con paciencia—. Conduce. —El chofer los llevó hacia una parte más desolada y menos transitada—. Sal —.

—Como ordene, mi señora —dijo el escolta. Miró por el retrovisor y abandonó el carro, quedando solo los dos.

Heros la había estado mirando en el trayecto del viaje. Era increíble el parecido físico que tenía con Hestia, como si hubieran sido clonadas, pero ella se había puesto el cabello dorado.

—Así que, ¿quieres saber quién soy yo? —dijo Deméter, con semblante astuto—. Eso ya lo sabes. Soy Hestia Haller. ¿No me ves?

Heros mantuvo su expresión seria y serena.

—No, tú no eres Hestia —dijo Heros, con seguridad. Su ingenuidad se la había quitado la misma Hestia—. Es verdad que te pareces mucho, pero no eres ella. Aunque tuviera los ojos vendados, puedo sentirlo, y decir cuál de las dos es Hestia.

—Interesante —dijo ella, con sinceridad.

Deméter lo había estado viendo y era muy atractivo y hermoso. Además, que manejaba un buen alemán y no se inmutaba ante su presencia. Así que, ¿este joven tan encantado era el que había logrado las hazañas imposibles? Ya que no solo había enamorado y robado el corazón a la perversa y desalmada de su hermana, sino que, también, había logrado que ella decidiera quedar embarazada de él. No importaba por dónde lo viera, él transmitía poder, seguridad y una fuerte atracción que era muy difícil de resistir. Sin embargo, no tenía ninguna intención de enredarse con él. Había planeado molestar Hestia un rato, pero después de ese momento tan íntimo hace algunos días, había descartado esa posibilidad. Mas, eso no alejaba su idea de ponerlo a prueba. Aunque, pareciera que Heros fuera devoto y leal a su gemela.

—¿Eres su...?

—Sí, así como lo piensas —dijo Deméter, interrumpiendo al chico. Era deducible y él no era tonto—. Soy la hermana de Hestia. La gemela, pero no idéntica en teoría, ya que como ves, somos iguales. Sin embargo, somos mellizas.

Heros relajó más su semblante. Había comprobado que, si era una familiar de Hestia y no tenía por qué comportarse de manera hostil, no por ahora, puesto que no había sucedido nada que lo amerite.

—Mucho gusto, soy Heros Deale. Pero usted ya lo sabe —dijo Heros, con tono neutro. Extendió su diestra hacia ella.

—Deméter Haller —contestó ella, correspondiendo el apretón de manos—. Bueno, ya que sabes quién soy. Te diré el motivo de mi visita. —Buscó en su bolso un papel, que ya había preparado con anterioridad. Era un cheque con una cuantiosa cifra apuntada—. Quiero que... —Guardó silencio, en tanto sus ojos verdes, esmeralda, centellearon por un instante—, desaparezcas de la vida de mi hermana. Vete y no vuelvas.

Las pupilas de Heros se ensancharon ante el comentario. Se mantuvo congelado en su silla. Se había equivocado al pensar que sería un encuentro amistoso. Luego reaccionó y suspiró con serenidad. Agarró el cheque y lo partió en dos, dejando caer los trozos en el piso del vehículo.

—No —dijo él.

—Entiendo —comentó Deméter. Se desabotonó su camisa y puso su mano izquierda en el muslo de Heros—. Es otra cosa la quieres.

Heros intercambió miradas por un momento con Deméter. Puso su mano encima de la de ella y la apartó de él.

—No quiero nada de ti —dijo Heros con expresión inflexible—. Y tampoco eres nadie para decirme que me vaya o me aleje de Hestia. Ambos ya somos adultos y somos responsables de nuestras decisiones. Si eso era lo que tenías por decirme. Entonces, es una lástima, porque viniste a perder tu tiempo. —Abrió la puerta y salió del carro. No soportaría ninguna ofensa más y menos de una desconocida.

Heros se mantenía tranquilo. Ya había vivido algo similar con Hestia y aunque fuera algo malo, cosas así, ya no le afectaban. Los ricos siempre querían solucionar las cosas con dinero y humillando a los demás. No se permitiría alterarse por esas situaciones tan desagradables y mucho menos, que quisieran controlar su vida y sus decisiones. Eso no podría hacerlo, ni Hestia misma, que era la diosa que tanto veneraba.

—Espera —dijo Deméter, con apuro. Se puso de pie a algunos metros de Heros—. Entonces, ¿qué es lo que quieres? No de mí, sino de mi hermana.

Heros detuvo su andar. Inclinó su cabeza hacia arriba. Arrugó el entrecejo. No tenía la obligación de responderle nada a ella. Sin embargo, era el único familiar que conocía de Hestia. Tenía el presentimiento de que la gemela trataba de descubrir algo. Se dio medio vuelta y la miró con fijeza y sin mostrar inseguridad.

—Amo a tu hermana y lo que más quiero es estar con ella —respondió Heros, con determinación en su semblante—. Deseo cuidarla en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y todas esas situaciones que se dicen.

Deméter caminó a paso lento hacia Heros y lo encaró de manera divina, superior y mágnanima. Ella también era una diosa.

—¿Y por qué no están juntos? —preguntó Deméter, con expresión astuta—. Pareciera que no la conocieras. A Hestia no le gustan las cosas cursis y amables. Si tanto la amas, ¿por qué no la tomas para ti?

—¿A qué te refieres? —dijo él, con interés. ¿Lo que estaba sugiriendo era que usara la fuerza?

—La próxima vez que la veas, abrázala muy fuerte y pégala a ti —dijo Deméter, buscando otro papel en su bolso. Esta vez era una invitación—. Sujétala con rudeza y no la sueltes nunca más. Si quieres estar con ella para siempre, yo te ayudaré. —Le entregó la carta—. Si no estás seguro de cumplir tu palabra, entonces aléjate y busca un nuevo amor. Sin embargo, no importa lo que yo haga, todo depende de ustedes. Sé que Hestia es mala y que merece sufrir, pero no ahora, no en el estado en que se encuentra.

—¿Qué estado? —preguntó Heros, todavía más confundido con las palabras que expresaba la rubia Deméter.

—Asiste a la fiesta —dijo Deméter. Se giró, quedando a medio lado de él—. ¿Quién sabe? Quizás, todos tus deseos se cumplan y hasta obtengas un premio extra por volver a intentar tener a Hestia para ti. —Caminó hasta su auto y se paró delante de la puerta—. No soy tu amiga, pero tampoco soy tu enemiga. Si quieres estar con mi hermana, te doy mi visto bueno y mi bendición en su relación. En realidad, tú eres el único digno y estás a la altura de estar con Hestia. Las Haller somos excéntricas y muy difícil de entender. Confío en ti. No me decepciones, Heros Deale. —Intentó subirse al vehículo, pero recordó algo importante que tenía por sugerirle—. Por cierto. Si quieres enamorarla más de lo que ya lo está, invítala un pícnic en el parque. De nada y no me lo agradezcas. —Moldeó una sonrisa astuta y confiada en sus carnosos labios.

Heros siguió con la mirada al auto, hasta que ya no pudo verlo. ¿Qué era lo que había sucedido? En verdad que las Haller si eran muy raras, y por suerte para él, estaba enamorado por completo de una de ellas. Revisó la tarjeta y la leyó.

—Evento de máscaras —dijo en susurro. Si iba allí, todos sus deseos se volverían realidad. Su semblante se volvió serio. Entonces, supo que Deméter solo estaba poniendo a prueba, para saber si era leal a su hermana. Las personas podían jurar amor eterno, pero sucumbir ante las tentaciones que les ofrecieran—. Supongo que... —Guardó silencio, porque si de verdad se arreglaran las cosas con Hestia, debía mostrarle sus agradecimientos en persona—. Deméter —susurró el nombre de la gemela buena, la diosa rubia.

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