73. La archienemiga

—Por menos de una hora. No sé si sea suficiente —dijo Deméter, restándole importancia.

—Es el tiempo necesario, para ser la que manda —comentó Hestia, mostrándose superior.

Hestia y Deméter Haller, en definición, eran gemelas, no idénticas (mellizas). Sin embargo, sus facciones faciales y los otros rasgos de su cuerpo eran iguales, como si fueran un reflejo, a excepción de su pelo, por supuesto, su único distintivo. Era por esto que su madre les había otorgado los nombres de la diosa del cabello rojo, que representaba el fuego sagrado, y la diosa rubia por naturaleza, Deméter. Desde niñas comenzó su disputa, ya que Hestia siempre tomaba las pertenencias de Deméter. Incluso, uno de sus pasados amantes había sido el hombre del que Deméter había estado enamorado; lo había hecho, lo para quitárselo a su melliza. Era, por ese motivo, que nunca se había mantenido en una relación estable, sin mencionar que aquellos se jactaban de ser buena cama, cuando eran pequeños en su virtud, por lo que no la habían llegado a complacer, ni satisfacer, al punto de que ninguno la hizo sentir nada en lo absoluto.

Deméter lucía un vestido oscuro, con un abrigo dorado, que hacía juego con su radiante cabellera rubia, que brillaba con intensidad.

—Me pregunto, ¿cómo es que sabías que iba a venir? —preguntó Deméter, con expresión astuta—. Es claro, que hay una fuga entre mi personal de confianza.

—Y yo me pregunto, ¿por qué decidiste venir en este momento? —dijo Hestia, mirando por encima de su hombro—. Hay un judas entre mis escoltas.

Las dos dirigieron su mirada, cada una, al líder de guardaespaldas de la otra. Alzaron las manos y chasquearon los dedos. Los dos hombres dieron un paso al frente y comenzaron a caminar, hasta colocarse en el grupo rival.

—Él me caía bien. Lástima que sea el infiltrado —dijo Deméter, fingiendo preocupación—. Supongo que, pensamos igual. No somos tan distintas, a pesar de ser idénticas, Hestia.

—Traidor —dijo Hestia, viendo en dirección del que era su chofer—. Entonces, ¿lo sabes?

—Por supuesto. Sé todo lo que has hecho —dijo Deméter, con su mirada verde iluminada—. Estoy al tanto de tus maldades. Sin embargo, no me sorprenden tus actos despiadados que hiciste contra aquel joven. Pobre de él, por haberse enredado con una víbora que destila veneno. Infortunados mis sobrinos por tener una madre como tú, pero bendecidos por tener una tía como yo.

Hestia suspiró con resignación y cansancio. Había gastado toda su energía discutiendo con Heros y no tenía el humor, para seguir peleando con alguien más. Su secreto había sido expuesto a su odiada gemela. La cabeza, parecía que le iba a explotar; era un problema tras otro. Deseaba descansar y dormir sin preocupaciones o lamentos.

—Yo también conozco lo que haces o lo que no. Sigues siendo igual de virgen. Consíguete un novio y deja de molestar —dijo Hestia, bostezando. En otras circunstancias hubiera seguido la disputa de una manera más ofensiva—. ¿Cuál es el motivo que te hizo venir?

—Sigo siendo pura, para mantener la balanza de tus pecados —comentó Deméter, sin darle importancia—. He venido a visitar a mi querida hermanita y a mis sobrinos, ¿a qué más crees? —La vista verde de Deméter brilló, con fulgor. No importaba quién fuera Heros Deale, pero ella había crecido junto a Hestia, y la conocía mejor que nadie en este mundo. Eran gemelas y sabía lo soberbia que era. El motivo principal de su viaje, era hacer pagar y vengarse de la hermana que tanto odiaba.

—Bueno. Ya me estoy cansando. Me voy —dijo Hestia, yendo su auto—. Tú, encárgate de conducir. —Señaló a uno de sus escoltas.

Deméter se dirigió a caravana de vehículos, para seguir a su gemela. En el trayecto del camino, llegaron hasta el imperioso edificio donde vivía su hermana.

—Digno de mí —dijo Deméter, observando el edificio.

—¿No vas a quedarte en un hotel? —comentó Hestia, que ya comenzaba a fastidiarse con la presencia de su hermana.

—He venido a visitarte. ¿Cómo voy a quedarme a dormir en otro lugar? Muestra tus modales y atiende a tus huéspedes.

Hestia tensó su mandíbula; ella siempre había sido una molestia, pero con la edad, se había vuelto más irritable de lo que recordaba en su niñez. Se adelantó al llegar a su suite y cerró la puerta, dejándola a ella en el pasillo. Luego de algunos minutos le abrió.

—Deméter, no sabía que estabas allí —dijo Hestia, con expresión seria y altiva—. ¿Cuándo llegaste?

—Sí, sí —dijo Deméter, entrando al departamento. Era enorme, como el orgullo de Hestia.

Deméter se sentó el sofá y envió un mensaje, para que le subieran las maletas. Desde que terminaron la universidad, ambas se habían separado y no había visto a Hestia desde entonces. Recordaba que la odiaba por haberle acostado con el chico del que estaba enamorada y con el que había empezado a salir, pero resultó ser que solo estaba con ella, para pedirle dinero y obtener privilegios. Así que, aquel sujeto fue destruido por Hestia; fue expulsado de la universidad, la empresa de sus padres quebró y no volvió a saber más nada de él. La había detestado, pero después se enteró de que no había tenido relaciones, solo que lo había drogado y lo había hecho creer que sí lo habían hecho. No recordaba a Hestia estar detrás de nadie; siempre ellos eran los que la acechaban, pero nunca llegó mantenerse en una relación estable, ni por un mes. Entonces, ¿por qué ese chico la obsesionó tanto? Además, se había dejado embarazar por él. De algo estaba segura y era que, no había sido un error, porque Hestia jamás había concebido la idea de ser madre y menos de engendrar los hijos de un hombre. Las razones por la que había decidido venir eran sencillas; cuidar a su hermana en esta nueva etapa y conocer al llamado Heros Deale. Sin importar lo que había pasado entre ellos, anteponía a su gemela, y no a un desconocido. Sería la jueza, castigadora o mediadora en este asunto en el que los dos habían llegado a un punto donde se iban a mantener estancados, si alguien no hacía nada. Luego de cenar, ya en la noche, a la hora dormir, se había colocado un pijama de seda dorada; le fascinaba ese color porque combinaba con su cabello. Incluso, si hasta un día llegase a casarse, su vestido sería de ese color. Entró a la recámara de Hestia, con una maliciosa sonrisa en sus carnosos labios.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Hestia al verla. Estaba a punto de acostarse.

—Vine dormir con mi querida hermana —comentó Deméter, subiéndose en el otro extremo de la cama.

Hestia se había resignado a que Deméter le iba a ser la vida imposible, por lo que no gastaría energías en vano discutiendo con ella. Si no estuviera embarazada, lo más probable era que todavía estuvieran discutiendo. Además, ella era la primera persona con la que había compartido cama, e incluso mucho antes habían hecho en la cuna. Aunque ahora que lo pensaba, hasta el mismo vientre de manera simultánea. ¿Este era su castigo por haber terminado con Heros? Se lo merecía y era un total fastidio lidiar con Deméter.

—Haz lo que quieras —respondió Hestia, acomodándose en el colchón, mirando hacia arriba, para luego cerrar los ojos.

—Vaya, creí que ibas a decir alguna cosa. El embarazo te ha ablandado, Hestia —dijo Deméter, con intenciones de propiciar una polémica. Pero Hestia solo escuchaba, sin inmutarse ante las palabras de su virgen y tonta hermana menor.

—Duerme —comentó Hestia, de manera cortante.

—¿Lo amas a él? —dijo Deméter, arropada entre las sábanas—. ¿A Heros Deale?

—Duerme —respondió Hestia.

—¿Qué pasó entre ustedes? ¿Por qué no están juntos? —Deméter sabían que habían terminado su aventura de amantes al día siguiente del día de la boda que Hestia había destruido. Sin embargo, desconocía los hechos que los habían llevado a alejarse el uno del otro. Pero conociendo a Hestia, lo más probable era que ella era la que hubiera colocado punto final. Después de todo, solo lo estaba usando para vengarse de esa tal Lacey—. ¿No vas a responder?

—Duerme —dijo Hestia, por tercera vez. Esta vez, sí se estaba quedando dormida.

—Entiendo. Si no me lo dices tú, tendré que hablar con él —dijo Deméter, pero al ver a su hermana, se dio cuenta de que ya estaba descansando. Conocería a Heros, cuando fura pertinente, por el momento, se limitaría a acompañar a Hestia.

Los días pasaban en la ciudad. La nieve caía y pintaba de blanco las calles y los techos. Deméter acompañaba a Hestia a las citas al doctor, aunque siempre terminaban discutiendo en el camino. La ayudaba a hacer los ejercicios que debía realizar. Supervisaba la comida y colocaba música clásica. Además, se percató de que siempre se quedaba mirando el parque donde otras familias hacían pícnic al atardecer.

Hestia reposó la mano en su vientre. Su vista se cristalizó al saber que todo lo que había imaginado con a Heros no se llevaría a cabo, por su orgullo y su soberbia. Había terminado con un hombre maravilloso que la había amado y le había ofrecido un futuro juntos. No quería amar, pero ya lo amaba. ¿Miedo a enamorarse? Ya para que, si estaba loca por Heros. Se había equivocado de gran manera y no había sacado el momento de decirle que iba a ser padre. Lo debía hacer pronto, para que no creyera que se lo estaba ocultando, era que no encontraba cómo hacerlo. Pero algo era seguro, no pasaría de ese mes. ¿Y si se atrevía a darse una oportunidad con Heros? La solución parecía ser sencilla, solo debía decir: sí, acepto, aunque no se tratara de un matrimonio. Si no fuera Hestia, las cosas podrían ser más fáciles. Sin embargo, todo lo que estuviera relacionado con Haller era complicado.

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