69. Un mismo pecado
Heros se había devuelto, sin pensarlo dos veces. Pasó por al lado de Hestia y la observó. Arrugó el entrecejo; parecía perdida en sus pensamientos, porque ni siquiera se había dado cuenta de su presencia. Abrió la sombrilla, puesta que la lluvia había aumentado de manera rápida. Luego, ella alzó la cara, y segundos después, como saliendo del estado de trance, levantó la vista al cielo. ¿Qué haces? Quiso preguntarle, pero no lo hizo, porque debía estar reflexionando un asunto muy importante, si había llegado a abstraerse de esa forma. Segundos después, su mirada se cruzó con la de la divinidad. Aun estando enojado y discutido con Hestia; había un propósito que era superior a todo eso, y era, su enorme deseo de cuidarla y de que no le pasara nada malo. No importaba que fuera una mujer despiadada que le gustaba hacer sufrir y humillar a los demás; hasta habiéndolo insultado, no concebía la idea de lastimar a Hestia, ni con el pétalo de una rosa. Había expresado que no le deseaba el mal, ni quería dañar a nadie. Pero había una excepción a esa norma; si fuera una represalia contra ella; en ese caso, no dudaría en marcharse las manos con sangre. Incluso, siendo conocedor de esa terrible maldad y de esa perversidad que ella poseía y aunque fuera culpable. En la iglesia, había visto como había formado el caos y herido a Lacey. Mas, su único deseo al atestiguarla haciendo tal cosa era solo uno, protegerla y custodiarla, como el guardián a su reina, como el héroe a su diosa.
Ninguno dijo nada. Nadie emitió ni una sola palabra. Nada más se oían el homogéneo sonido de la lluvia, que parecía como un televisor sin sintonizar ningún canal.
Hestia quedó cautivada con la acción de Heros. Se sentía resguardada y amada. A pesar de haberlo ofendido, de decirle que lo había usado como una herramienta y de tratar de hacerlo sentir poca cosa; Heros seguía allí, a su lado, dándole la protección. Percibió el cálido y duro tacto de la mano de Heros, que se enrollaba entre sus dedos. Entonces, él la guio. Veía el rostro perfilado y la sería expresión que tenía.
Heros buscó un sitio para resguardarse. Habían caminado tanto, que pudo divisar un restaurante. Entraron y cuando se aseguró de que ninguno de los se mojaría, cerró el paraguas.
—Buenas tardes, señor y señora. Bienvenidos —dijo el anfitrión del sitio—. ¿Desea una mesa para usted y su esposa?
Los párpados de Heros se expandieron un instante, pero luego retornarlo a la normalidad. ¿Parecían marido y mujer? Eso era lo más irónico que les había sucedido en el día. Sin embargo, eso le daba igual.
—Sí —dijo Heros. Lo hacía, solo para que pudieran descansar por un momento—. La más apartada y privada que tenga disponible.
—Síganme por favor.
Heros estaba sentado al frente del puesto de Hestia. El silencio primaba en el lugar; debido a la lluvia, no había muchos clientes en el establecimiento a esa hora. Sin embargo, no era incómodo. La observaba de manera disimulada en reiteradas ocasiones. Era imposible no mirarla. Sus ojos la buscaban por cuenta propia, para rendirle tributo a tanta belleza que se hallaba tan cerca de ellos. Había pedido dos cocteles sin alcohol. No quería ahogar sus penas en la bebida y Hestia tomaba mucho vino, por lo que no la consentiría con eso. Bebió un trago y exhaló con resignación; tenía que romper la tensión de la discreción de ambos. Pero si hablaban, era posible que, solo fuera para discutir. ¿Es mejor no conversar? Se replanteó, pero por muy enojados que estuvieran, le gustaba oír esa voz imperativa y mandona de Hestia.
Hestia no había dicho nada, porque estaba asimilando los acelerados golpes de su corazón en su pecho, las molestas mariposas en su estómago y la presión en su torso. Actuaba como una niña, pero era algo que no podía controlar. La emoción la había abrigado y tomado por sorpresa. ¿Esto es estar enamorada? Pensó, es un fastidio. Después de todo, sí la hacía sentir vulnerable y tonta; aborrecía la estupidez. La expresión, en su cara, era apagada y molesta; pero era un enfado contra ella misma, por haber permitido caer rendida ante el hechizo de un hombre. Miró de reojo a Heros y contuvo una sonrisa sagaz. Aunque había sido de un hombre tan atractivo y hermoso, que, recordando sus numerosos encuentros furtivos, un hormigueo le nacía en su divinidad. Le echaría la culpa a su cerebro por haber cedido ante Heros, más específico al sistema límbico, considerando a dicho órgano complejo, como una entidad independiente a su persona; por lo que era su cerebro quien se había enamorado, no ella, no Hestia Haller, la jefa jamás podría caer tan bajo. ¿En qué era lo que divagaba? Eran puras tonterías. Solo debes pedirle perdón y aclarar que lo que le has dicho en el balcón es mentira, se dijo a ella misma. Sonaba fácil y sencillo, pero su orgullo y su arrogancia, eran un muro muy complicado de romper. Había crecido, siguiendo sus ideales y su convicción; y una de ellas, era no depender, necesitar o mostrar debilidad ante un hombre. Era raro, porque si era con Heros, estaba dispuesta a hacer una excepción a la regla. Había encontrado a alguien, que la hacía replantear sus sentimientos y deseos. Si tan solo Lacey no se le hubiera ocurrido engañarla, no estaría teniendo un debate existencia con ella misma. Pero tampoco habría podido calmar la libido y el aburrimiento que había tenido en aquel entonces. Se tomó el coctel en un solo intento. Llamó al mesero y pidió otro; tenía mucha sed y calor. Soltó varios botones de su camisa, quedando expuesta la parte superior de sus grandes virtudes y de sujetador de encaje oscuro. Cayó en cuenta, de que él podría considerar, que estaba tratando de seducirlo. Su vista se encontró con la de Heros. Luego, su bello chico, le observa el busto de manera reiterada y corta. No quería empeorar las cosas, pero era imposible no molestarlo o discutir con él; les salía natural.
—Hace calor —dijo ella. Ya estaba cansada del silencio que tenían. Eran adultos, no niños.
—No he dicho nada —comentó él, de forma cortante.
—¿Qué ocurre? Si tanto quieres mirarlas, solo hazlo. —Se apartó la camisa, exponiendo con más claridad su enorme busto que, al estar presionados por el sujetador, se notaban más hinchadas y los dos atributos se lograban tocar—. No es necesario que lo disimules. Ya los has visto antes y también los sitios más oscuros de mi cuerpo.
Heros frunció el ceño. No era él quién había decidido terminar su relación, al contrario, le había ofrecido un futuro juntos. Sin embargo, Hestia había expresado que ya no lo necesitaba. ¿Qué era lo que quería entonces?
—No importa cuantas veces las haya visto. Siempre genera expectativa, mientras se escondan debajo del brasier —respondió Heros, solo para aclararle ese punto. Divisó al mesero que pronto vendría a traer el coctel. Endureció sus mandíbulas—. Cúbrete. —No eran nada. Pero no quería que nadie la viera. Celaba un tesoro que no era de él. Patético. Mas, lo había sido hasta hace poco y todavía no había tanto tiempo, como que... La idea de que otro hombre la tuviera, hizo que el poco humor que tenía, desapareciera. Aunque, a Hestia le gustaba vestir atuendos sexis y reveladores; todo dependía del contexto, y en este momento, se la había dejado más abierta de lo normal, solo para él.
—Solo si me cumples un capricho —dijo Hestia, aprovechando la situación. Sacar ventaja de las situaciones era parte de su esencia.
Heros lo pensó nada más un segundo.
—Bien. Hazlo.
Hestia utilizó el abrigo escarlata que reposaba en sus hombros, para cubrirse de manera temporal el pecho.
El mesero sostenía una bandeja en la zurda y los colocaba en la mesa con la diestra.
—¿Desean pedir algo más para comer? Hoy tenemos un especial de Nochevieja, para celebrar en pareja o en familia. En los aperitivos de bienvenida tenemos... En los Entrantes... —dijo el empleado, con destreza—. Para el plato principal hemos preparado... Y para el postre de fin de año, en el que se incluye una malteada de chocolate doble. Uvas de la suerte y brindis.
—Mi novio y yo, deseamos ese menú —dijo Hestia, esta vez, siendo ella la que tomaba la iniciativa de la falsa relación. Era irónico, porque eso era lo que había rechazado.
—En un momento le estaremos trayendo los aperitivos. Sigan disfrutando de su bebida. —Se marchó.
—"Mi novio y yo" —comentó Heros, con rudeza y negación—. Tú no puedes decir eso. No debes ser tan hipócrita y cínica, Hestia Haller.
—¿Estás dolido porque decliné tu confesión?
—No, muchas personas son rechazados cuando se confiesan. Es porque tú me has dejado en claro, que no soy digno de ti y que nada más estabas utilizando.
—Yo saciaba mi libido con tu cuerpo, y tú, con el mío. ¿No me estabas usando tú también para satisfacer tu deseo? —dijo Hestia, con franqueza. Pero no era el punto que quería dar a entender en este momento—. Ambos nos entregamos a un mismo pecado. ¿Qué es lo que me convierte en la villana? El haberlo dicho en voz alta.
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