68. El deber del héroe
Me hubiera esperado un poco más, pensó Hestia, así hubiera disfrutado de navidad junto a Heros y ahora, de año nuevo. Pero si convivía más, no habría podido separarse de él. No había considerado bien las fechas y tal vez pudo haberse resistido los encantos del Heros hasta fin de año. Aunque, jamás las había celebrado, nunca antes se había tan sola. Era porque sí quería la compañía de Heros. Ya lo hiciste enojar, se dijo, y él también se había ido molesto. Aún era pronto, tendría que darle más tiempo para que volviera. Miraba con más frecuencia su reloj; las manecillas se movían, más lento de lo normal. Se enojó al instante. Estaba en su oficina, frente a la computadora. Su celular sonó en su escritorio; era una llamada de uno de sus escoltas, al que había mandado a seguir a Heros.
—Él está con ella en... —dijo aquel hombre con voz tosca. Dándole la ubicación de Heros—. Utilizó un taxi.
Hestia endureció el semblante de su bello rostro. Colgó al instante y levantó el teléfono.
—Prepara mi auto. Saldré de improviso —dijo Hestia a su nueva secretaria.
—Como ordene, mi señora —respondió Antonella. Había sido la recepcionista y había sido ascendida por su lealtad a un cargo mayor. Veneraba la Hestia, como a una auténtica diosa.
Hestia desde la mañana se había despertado con una jaqueca leve y ya era más molesta, con lo que le había dicho. Se dio unos retoques, así como labial y se echó más perfume. En breve, estaba viajando en su coche privado y esperó hasta que él saliera. Entonces, fue cuando se bajó del vehículo. Él se notaba un poco estropeado, como si no durmiera bien; ella tampoco lo hacía, pero el maquillaje tapaba sus ojeras. Son embargo, seguía siendo el más hermoso de la faz tierra. Era normal, porque ella era quien había creado a ese nuevo hombre tan hermoso y atractivo. Nada más con verlo, todo su mundo parecía estar más seguro y colorido. Lo había conocido siendo un niño ingenuo y tonto. Y ahora ese jovencito, era el que había podido conseguir la hazaña de estremecer cada parte de su ser; el que podía darle felicidad, hacerla enojar y darle el placer que necesitaba su lujurioso cuerpo. Creyó, en el algún momento de la vida, se enamoraría. Pero uno con tanta experiencia como ella; no de un ingenuo y virginal chico. El destino era impredecible e inesperado. La gran señora Haller desciende de la creme de la creme alemana-francesa, estuviera sufriendo por el amor de un dócil muchacho. Si fuera manso, no tuvieras tantos problemas, se dijo a sí misma. El dulce conejito ya se había transformado en un fiero león, que le mostraba los dientes.
Heros divisó a la señorial mujer con un traje de dos piezas; una falda hasta por las rodillas, una camisa de mangas largas; ambos de color oscuro, y un abrigo escarlata, que nada más reposaba en sus hombros, sin llegárselo a poner en sus brazos. Sintió ese miedo que le recorría cuando sonaba su móvil. Pero ahora era más agudo y también se le había apretado el pecho. Habían pasado siete días sin verlo. De alguna manera se alegraba poder verla, pero no se permitiría mostrar debilidad o felicidad. La forma en que debía comportarse, ya había sido establecida desde aquella ruptura en el balcón de la suite. Iba a pasar de largo, ignorándola, pero las palabras que expresó Hestia, lo hicieron detenerse. Ni siquiera ella lo pudo adiestras en su totalidad.
—Te has tomada tu tiempo con ella—comentó Hestia, de manera severa—. Lacey te ha engañado. ¿Cómo puedes venir a ella tan fácil, como si nada?
Heros caminó a paso lento y se plantó delante de la diosa. Su mirada, se traspasaba con la de ella, casi echando chispas. Esa fragancia de la loción, se colaba por sus fosas nasales e invadía sus pulmones. Las facciones hermosas del rostro, el cabello rojo ondulado, ese carácter de tirana, esa aura de dama de alta sociedad y ese aspecto de madura, eran tan encantadores. No había pensado, en ningún momento, que llegaría a quedar prendado de una mujer mayor. ¿Qué importaba la edad y que fuera diez años mayor? Estaba enloquecido por ello, y habían vivido su romance, como dos jóvenes, a los que no les importaba los excesos. La tensión hizo que al aire se volvería más denso.
—Lo que yo haga o no haga, no es asunto suyo, señora Haller —dijo Heros, con voz ronca y dureza—. Es mejor que se vaya. Si vuelve a ocurrir otro incidente como en la iglesia. Esta vez, seré yo quien lo detenga.
Hestia apretó los dientes y tensó su mandíbula. Era claro, que lo decía en serio. No entendía a las personas. En verdad, ¿cómo podía venir con esa vil y rastrera de Lacey?
—Creí que te había enseñado. Pero eres igual de iluso y manipulable, a cuando te conocí —dijo ella, con afán de enojarlo y ofenderlo—. Pensé que eras igual que yo.
—Tú, Hestia Haller, eres pura maldad y soberbia, te gusta humillas y dañar a las personas para sentir placer y alimentar tu ego. En cambio, yo no siempre fui un corrupto —dijo Heros, sin apartar la vista de ella—. Yo no le deseo el mal, ni quiero herir a los demás.
—Eso es evidente. Sigues siendo benevolente, incluso, con la mujer que te estuvo engañando con otro.
—Tú también me mentiste, me utilizaste y me humillaste.
—Pero no con otro, solo contigo. ¿Notas la diferencia? ¿Yo no te obligué a estar conmigo, cierto? Esa fue tu voluntad. En cambio, ella se divertía con aquel sujeto, por su propia decisión y consentimiento. No es lo mismo, porque yo, solo estuve y quiero estar... —Guardó silencio al percatarse de lo que estaba por decir; ella no sería la primera rendirse ante el contrario—. Nada más estuve junto a ti. La idea de tocar a otro hombre, me dan ganas de vomitar.
Heros frunció el ceño. ¿Seguían hablando de lo mismo? Parecía que, de forma sutil, le estuviera dando a entender otra cosa. Parecía empeñada en mostrar que su engaño, era de menos repercusión que la traición de Lacey.
—He terminado todo con ella. Es posible que sea última vez que trate con Lacey. Las personas necesitan arreglar sus asuntos pendientes. Eso es todo —dijo Heros, con doble sentido hacia Hestia. Aunque, se supone que su relación ya había sido aclarada. En este momento, quería evitar otro conflicto. Por su tranquilidad y la de todos, deseaba conservar la paz—. ¿Qué tal tu celebración de la venganza? No te ves muy alegre que digamos. Y, por cierto, deja de decirle a tus escoltas que me sigan, ya no eres una niña pequeña, para andar espiando a la gente. Es de mal gusto.
—Va bien. Gracias, he estado muy dichosa y bebiendo, hasta embriagarme —dijo con sarcasmo. Su rabia no le había permitido tomar ni un trago del vino tinto, que tanto le gustaba.
—¿Sabes? En muchos años, todos olvidarán lo que sucedió en la iglesia. Nadie comentará sobre ese asunto. Las personas continuarán con su vida y serán felices. Tú, Hestia Haller, quedarás en el olvido. Espero que, si disfrutes mucho de tu venganza, porque luego, ni a ti te saciará. Además, tú eres insaciable, por lo que siempre querrás más y más —comentó Heros, con una expresión astuta. Se apartó hacia un lado y le dio la espalda a su diosa—. Nos vemos, señora Haller. —Sin mirarla empezó a caminar, con la sombrilla al hombro—. O tal vez no.
—¿A dónde crees que vas? —dijo Hestia, encolerizada—. A Hestia Haller nadie la deja con la palabra en la boca. —Se enojó más, cuando no se detuvo. Decidió perseguirlo, por la acera. Andar con los tacones por la calle, no le permitía aumentar de manera considerable su marcha.
Heros, al principio, quiso dejar atrás a Hestia. Pero luego de varios minutos, al saber que ella no se rendiría; disminuyó su velocidad, pero sin dejarse alcanzar. Acaso, ¿eran niños para hacer cosas tan infantiles? ¿No era ella la que había dicho que se fuera? Suspiró con confusión. ¿Quién entendía a las mujeres? Y Hestia estaba empañada en ganar la carrera de más compleja de descifrar. Además, el cielo se había llenado de nubes grises y el sol se había escondido. La lluvia parecía estar al pendiente de los dos. Más tarde, el sereno ya había comenzado de forma leve y se mostraba, que sería un fuerte aguacero, en el que incluso caía nieve.
Hestia estaba de manera extra y particular, cansada y fatigada. No era porque fuera en tacones, pero solo con esa corta caminata se había agotado demasiado; y eso que tenía buen estado físico. Eso era extraño. Ni siquiera sabía por qué caminaba detrás de Heros; le había dicho que se fuera y lo había humillado. Sin embargo, deseaba seguir viéndolo por unos minutos más. ¿Qué era loque había hecho? El gozo de su venganza había sido más corto e insignificante de lo que había esperado. Miró al suelo y fue reduciendo su caminar. Se había equivocado, por primera vez, en su privilegiada y ostentosa vida, reconocía y aceptaba su error. Levantó la cara y divisó a Heros, como se alejaba cada vez más, sin mirar a atrás, sin volver la vista hacia ella. De pronto, todo el espacio a su alrededor se fue transformando en oscuridad. Los pasos de Heros se escuchaban más distantes y las suelas de los zapatos, simulaban golpear sobre piso de mármol. Tic-tac, cada segundo a menor volumen y más ausente. Relajó las facciones de bello rostro. Era cierto; no había disfrutado nada su venganza maestra, porque también quiso dañarlo a él, y no lo había conseguido. Se había aprovechado, usado y burlado de un inocente. La mejor decisión que podría tomar, era dejar en paz a Heros, para que él pudiera ser feliz. Detalló sus manos; estaban hechas para destruir, lastimar y quemar. Ella era maldad y caso, y él era bondad y calma. ¿Huiría siempre del amor? ¿Dejaría que se marchara el hombre del que estaba enamorada, para que triunfara con otra? Su orgullo no le permitía aceptar sus sentimientos y su egoísmo no dejarían que nadie más lo tuviera. Sin darse cuenta, las gélidas gotas de agua caían. Alzó la cabeza, buscando al joven, que tanto placer y felicidad le había dado. ¿Qué había allí? Nada, pues Heros había desaparecido de su campo de visión. Sus ojos verdes, esmeralda, se cristalizaron. Dirigió su mirada hacia las alturas y cerró sus párpados. Lo bueno era que la lluvia ocultaría su llanto; se había quedado sola, por su propia elección y decisión. Las lágrimas se deslizaron por su tersa piel y formaron un pequeño rio en sus mejillas ruborizadas. El sonido de la precipitación aumentó de repente. Se merecía el agua fría y enfermar, para pagar su culpa. Tal vez, así, redimiría sus pecados y podría obtener la valentía, para estar con Heros. Sin embargo, al pasar los segundos, la tempestad helada no le impactaba en la cara, al contrario, las pocas gotas que había sentido, también cesaron. Solo se percibía la brisa fuerte y congelada. Abrió sus ojos y se percató del paraguas abierto que estaba encima de ella. Volvió su vista al hombre que la sujetaba y su corazón golpeó su pecho. Un simple acto la había vuelto a enamorar. Su héroe la protegía de la tormenta.
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