65. La confesión
Heros se mantuvo viendo la grabación de lo que había sucedido en aquella habitación contigua a la de donde había ocurrido su despedida de soltero. Las facciones de su rostro estaban tensas. Un escalofrío recorrió su cuerpo al recordar la pregunta que le había hecho a Hestia, cuando salieron de la iglesia. ¿Desde cuándo sabías que Lacey tenía un amante? Le había preguntado a Hestia, ¿y cuál había sido la respuesta? "Cuando me dijiste que no querías casarte. Mandé a investigarla. Lo supe hace poco". Apagó el televisor y dejó el control donde lo había encontrado. Si lo había citado a esta hora de la madrugada y le había enseñado cómo había hecho que Lacey y el amante los observaran al tener relaciones, significaba una sola cosa; iba a revelar todos los secretos que ocultaba su relación. Caminó hasta el balcón, que era iluminado por una bombilla, ofreciendo claridad, ya que todavía el paisaje se manifestaba oscuro. Entonces, allí divisó a su diosa de cabello rojo, sentada en el sofá, mirando el panorama de la ciudad. En la mesa había un tablero de ajedrez; dedujo su sindicado, con la ayuda de la revelación de la grabación y lo que había sucedido en la catedral, todo se estaba explicando.
—¿Lo has visto? —preguntó Hestia de forma retórica al percibir la presencia de Heros detrás de ella. Era claro que lo había mirado. Tragó saliva, terminando de prepararse para el siguiente acto.
—Sí, lo he visto —comentó Heros. Avanzó y se colocó al frente de la divinidad. La observaba con fijeza. Sostenía una copa con vino en la diestra. Se había puesto una bata transparente, muy escotada, en la que el sujetador era lo que les daba protección a las voluminosas virtudes—. Es algo retorcido que hayas hecho que nos vieran ellos. Salvo la situación de Hallowen y en la despedida de soltero.
—Desde el principio te dije que tengo gustos peculiares, que pueden llegar a ser cuestionables. Pero a mí no me importa eso. Hago lo quiero —respondió Hestia con arrogancia—. Además, ya lo había hecho. —Heros arrugó el entrecejo—. En la fiesta de antifaces, con la mujer que se te acercó. Hice que nos viera en la recámara. —Hestia moldeó una sonrisa astuta en sus labios. Fue estimulante.
Heros hizo memoria de aquel momento. Aunque, no le incomodaba esa práctica de ser el centro de atención de voyeristas. Más bien, en esta oportunidad eran las personas que lo hacían.
—Eso me da igual. —Miró los centelleantes ojos verdes Hestia—. Es otro asunto el que me interesa. No necesitas explicarme tu plan, porque ya lo sé. Descubriste la infidelidad de Lacey antes de conocerme, ¿cierto?
—En efecto. De hecho, un día antes de chocar contigo fue que los descubrí. ¿Sabes? —Meneó la copa que sostenía y bebió un trago, humedeciéndose la boca—. Lacey vino a mi oficina pidiendo una firma, para que le adelantaran el permiso en recursos humanos. Pero resulta que no había hecho la solicitud...
—Entonces, te engañó a ti y a mí. Obtuvo una autorización para ausentarse al trabajo tan solo obteniendo tu firma, para celebrar el aniversario con su prometido. De alguna manera te encontraste con ellos —comentó con destreza Heros. El rompecabezas se iba armando en su imaginación, mientras cada pieza se acomodaba en el sitio correspondiente—. Al día siguiente te encontraste conmigo y yo te confesé que iba a visitar a mi novia, por nuestro quinto cumpleaños como pareja. Justo, había sido la misma mujer que el día anterior había visto con otro hombre. Ahí fue cuando te diste cuenta de que te había engañado. Pero debías asegurarte que yo fuera el verdadero. Luego averiguaste que te había utilizado en su desliz. Decidiste vengarte de ella seduciendo a su novio y preparando humillarla en la boda. ¿Me equivoco?
—Detective Heros —dijo Hestia, con gracia. Terminó de beber el vino en su vaso. Alzó la botella y se echó más. Iba por buen camino, pero todavía faltaba el asunto del incendio—. Es así como dices. Te enseñé bien, demasiado bien diría yo. Pero no solo fue venganza, también fue castigo. Nadie se burla de Hetia Haller. Fue una cuestión de orgullo.
—¿Qué soy para ti? —preguntó Heros, con su azulada vista brillante. Su corazón se había acelerado de repente. Temblaba por la posible respuesta que le diera Hestia. Pero por algún motivo se hacía idea de lo que escucharía.
—¿Qué eres para mí? —Hestia divagaba en sus pensamientos. Expresó un gesto irónico—. Una herramienta para mi plan, una pieza en mi tablero, un medio para llegar al fin, un recurso para lograr mi propósito. —No apartó la vista de aquel rostro joven y atractivo que la observaban de tal manera, que hasta su alma temblaba—. En resumen, mi perfecto juguete de carne y hueso. —Tomó del vino, sin inmutarse ante sus palabras.
Hestia logró mantenerse calmada. Nunca antes se había arrepentido tanto de herir a alguien. Ya lo había dicho en una ocasión pasada; no había sido traicionada, porque nadie podría haber conseguido tal hazaña, ni tampoco había sucedido un evento traumático, porque nadie podría provocarle tal aflicción. Eran su convicción de no estar con nadie, ya que de esa manera no habría forma de que saliera lastimada. Era su mecanismo de defensa, para no salir lastimada, y, sobre todo, para no hacerse débil; ese sentimiento la haría vulnerable y frágil. El amor no existía, solo eran tonterías y cursilerías de la gente. Entonces, ¿por qué le tienes miedo a algo que no es real? Se preguntó a sí misma, para no sufrir, se respondió.
Heros se relajó de los hombros. Tuvo que agarrar una gran bocanada de aire, porque se le había olvidado respirar Lo había sospechado desde el principio. ¿Por qué la distinguida Hestia Haller lo había tratado de seducir el primer día que se había conocido? Había sido amable y atenta con él, nada más por el hecho de que lo estaba usando como herramienta para la venganza que se había propuesto llevar a cabo. Siempre se había realizado esa pregunta y por más que había tratado de buscar una respuesta, no la había logrado resolverla, hasta ahora, que todos los secretos salían a luz. Había confiado en Hestia y le había dado su corazón. Mas sabía que era malvada y capaz de hacer mucho daño y de provocar el caos. Sin embargo, esa maldad era contagiosa, porque también se había vuelto arrogante y soberbio; se negaba al hecho de no haber provocado ninguna emoción en ella. Caminó unos cuantos pasos y le quitó el vaso de las manos, dejándolo sobre la mesa que estaba al costado. Se metió entre las piernas de su diosa sin ningún impedimento y se apoyó con su zurda en el soporte del sillón y con su derecha, la sujetó por la nuca. Veía cada detalle del rostro de Hestia y su mirada traspasaba a la de ella, como si pudiera. Ya no había espera para una bonita cena o esas cosas cursis, con la que había planeado confesársele. La situación había cambiado de forma drástica. Entonces, le dio el beso más sincero y genuino que había podido darle en todo tiempo en que estuvieron juntos, como amantes. Era un tonto, le que acababan de decir que solo había sido una herramienta en medio de una venganza, pero lo único que se la había ocurrido era darle propinarlo un candente ósculo. Percibía en su paladar el grato sabor del vino tinto y de los carnosos labios, que hacían contacto contra los suyos. Al pasar los minutos, se separó, respirando con apuro.
—Tú me gustas. No solo por inigualable belleza, tu sobresaliente intelecto o tu personalidad —dijo Heros, con sus ojos cristalizados. Pero no se permitiría llorar en ese momento, porque no era el mismo que antes.—. Estoy enamorado de ti. —Sintió como las palabras se atoraban en su garganta. Había olvidado cómo era que se hacía una confesión, porque jamás la había hecho, porque con Lacey solo le había preguntado si quería ser su novia y había aceptado. No tenía idea de que fuera algo tan difícil de hacer. La agarró por las manos—. Te amo, Hestia. —Al fin pudo decirlo. Una extraña corriente viajó desde su pecho, su cuello y finalizó en la punta de sus dedos—. Quizás, ahora debamos esperar un tiempo. Pero más adelante quisiera ser tu novio, prometido, marido o esposo; todo lo que tú desees o cómo quieras llamarlo. Tienes dinero y riquezas. Tal vez lo que yo te pueda dar no se compara con eso. Pero te doy mi corazón, para siempre. Desde aquí hasta la vejez. Tener hijos, formar un hogar, una familia... Un hogar. Estaré a tu lado en salud y en la enfermedad, en la alegría y la tristeza; lo quiero todo, pero si es junto a ti. Quiero estar contigo, Hestia, no solo como tu amante secreto. Ni que haya mentiras, engaños, infidelidades, ni nada de esas cosas. Puedo perdonar todo lo que hayas hecho en el pasado, porque me importa más el futuro.
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