48. La tentación del héroe

Era fin de semana. Heros se hallaba en el gimnasio con Hestia. Aunque Lacey había estado pegado a él en las últimas semanas, debido a que ya casi era la boda, se mantenía ocupada atendiendo los detalles de la ceremonia. Hacía memoria cuando era él el que tenía la iniciativa de los preparativos, pero ella siempre se había mostrado desinteresada, pero eso había cambiado de forma drástica, hasta hace poco. Antes, sus ojos solo admiraban a Lacey, pero ese panorama castaño había sido borrado y ocupado por uno rojo carmesí, como el fuego del inframundo. Ahora, solo apreciaba a Hestia y la curvilínea figura con la que había sido bendecida, pero que también había mantenido con el ejercicio, la cual se resaltaba aún más por el atuendo fitness que llevaba puesto; unos leggins y un brasier oscuro, que dejaba ver el abdomen plano que poseía, las esbeltas nalgas, como apetitosos duraznos, las anchas caderas, la cintura angosta y los firmes pechos. Se saludaron con un simple ósculo e iniciaron su rutina en las distintas máquinas y estuvieron ejercitando por las horas siguientes. Alzó la botella de agua y bebió para calmar su sed. Su suéter estaba empapado de sudor. Miró a Hestia que, de igual forma, lo veía con fijeza, en tanto levantaba unas pequeñas mancuernas en cada una de las manos. Entonces, divisó el banco para pesas, que se encontraba cerca de donde estaba ella, y, además, era completado con los grandes espejos en la pared. Recordaba que aquí era donde había comenzado su aventura furtiva. Sus pensamientos divagaban en que lo que hacía estaba mal, lo sabía y era consciente de su vileza, pero no podía evitar caer rendido ante el encanto de su diosa, que solo lo incitaba a pecar. Se encontraba caminando hacia ella, como si sus cuerpos fueran dos imanes de cargas contrarias, que eran atraídos por una fuerza invisible. Percibió en su boca los carnosos labios de Hestia y le fue guiando, hasta la camilla que había observado hace pocos segundos. Le ayudó a bajar los dos objetos pesados, para proseguir sin obstáculos. La agarró con firmeza por la espalda, pegándola contra él; necesitaba olerla, palparla y sentirla, porque Hestia Haller era su dicción, y no tenía que consumir su dosis diaria de besos y caricias, para poder seguir viviendo. No era una ilusión, ni un delirio que pudiera estar con Hestia Haller en este preciso instante y durante los meses pasados. Aunque, ella estaba fuera de su alcance, estaba ahí con ella, unidos como un solo ser. Así que, mientras pudiera tocarla, la haría su mujer hasta desfallecer del cansancio, porque cada minuto era valioso y lo atesoraría por siempre. No sabía por qué, pero había tenido ese presentimiento desde mucho, pero por algún motivo la sensación se había agudizado cuando llegó el doceavo y último mes del año. Algo en su alma le advertía que su romance secreto con Hestia tenía las horas contadas, como la crónica de una muerte anunciada, en la que todos sabían que iba a morir. Sin embargo, no se arrepentía de haber estado con Hestia, porque había crecido como hombre y como persona, a pesar de hacerlo por un camino inmoral y de traición. Y si tenía que defenderse ante un ente superior que todo lo veía y ante la sociedad que todo lo juzgaba, se declararía culpable por haber caído rendido ante los encantos de Hestia, que incluso, al principio había tenido la fuerza de voluntad para rechazarla. Pero eso había cambiado, porque ahora se había enamorado de ella, y se quemaba en el fuego de las caricias de la divinidad a plenitud de consciencia, y con el mayor afán era el de quemarse en la tersa piel de Hestia. Le dio media vuelta y le dobló el cuerpo, haciendo que se apoyara en la máquina de alzar pesas. Tanteó con la yema de sus dedos la cintura, para ir deslizándole la licra, hasta dejarla sin prendas en la parte inferior. Se retiró sus ropas de igual forma, mostrando su tonificado torso, su abdomen marcado, los músculos en sus brazos y piernas. El pecado de la lujuria le susurraba al oído y lo incitaba, más de lo que ya lo estaba a devorar sin pudor, a la preciosa mujer que tenía delante de su vista. Ni siquiera era necesario ser inducido por sus demonios, ya que cada vez que tenía que la tenía al frente, solo anhelaba comerse el corazón latente de la inmortal. Se entregó por completo a su deseo carnal de la fornicación y la lascivia. Los gemidos, suspiros y los choques de su carne, al tocarse, resonaba en el gimnasio a gran volumen. Entonces, cayó cansado sobre el pecho desnudo de Hestia, luego de haberla hecho cuatro veces. Se había recostado encima de una colchoneta de estiramientos. El sudor los bañaba y sus respiraciones eran uniformes. El placer de estar con Hestia seguía siendo el mismo, pero no estaba satisfecho. Le acarició el ondulado cabello carmesí y la vio directo a los ojos verde esmeralda. Las mejillas ruborizadas siempre la hacían ver demasiado hermosa. Así era que anhelaba estar, en el seno de la mujer que amaba con locura. Era una lástima que no pudieran seguir así por la eternidad. ¿Cuándo decidiría que su relación acabaría? Noviembre pasó volando y ya estaban en diciembre, pocos días de la ceremonia nupcial.

—¿Qué te sucede, Heros? —preguntó Hestia, mientras estaba abrazando con las piernas a Heros. Se había percatado del cambio de actitud, que se evidenciaba más con las otras con las otras personas, aunque trataba de ser el mismo cuando estaban juntos. Sin embargo, nada se escapaba a la agudeza de su vista; le gustaba ver el comportamiento de otros, y más, del que era su amante—. ¿Crees que no lo he notado? Te muestras pensativo y más serio que desde que te conocí.

—Supongo, que no puedo disimularlo por completo —respondió Heros, con tristeza—. Yo, no quiero casarme con Lacey —dijo con total sinceridad—. Pero no sé cómo terminar todo esto; el matrimonio será el veinticuatro, y ya forma en que pueda detenerlo. Además... —Guardó silencio, ya no se atrevía a decirle que la amaba y que se había enamorado de ella—. No, solo eso.

Heros por fin pudo expresar lo que lo asfixiaba y lo que provocaba insomnio en las noches. De alguna manera se sentía más ligero al poder contárselo a alguien, y que esa persona sea de la mujer de la que estaba enamorado. A pesar de ser amantes sexuales y no afectivos, podía contarle con confianza su verdadero sentir a Hestia. Ojalá tuvieran una relación oficial y normal, no la clandestina y secreta que tenían, porque así, sería el hombre feliz que existiera sobre la faz de la tierra.

Hestia sonrió en sus adentros de manera macabra. Había empezado su estrategia de seducción muchos meses atrás, y pronto culminaría su plan maestro, en el que le mostraría a Lacey, quien era la que mandaba y la que tenía el poder en esta vida. Había logrado conquistar el corazón del hombre que pregonaba con convicción, que amaba a otra. Ese amor, ahora, le pertenecía solo a ella, porque eso era lo que iba a anexar. Sin embargo, si se hubiera atrevido a confesarle los sentimientos y proponerle que vivieran juntos, habría acabado su relación de inmediato, puesto que Hestia Haller no creía, ni deseaba escuchar juramentos de amor, a pesar de estar enamorada. Nunca en la vida concebiría, ni por un segundo, formalizar una relación romántica y seria, porque esas proclamaciones cursis y tontas, no estaban hechas para ella. Agradecía que no le dijera nada sobre eso. Así, su celada final seguía vigente, esperando el momento glorioso en que la bomba explotara. Aún había una última enseñanza que debía impartirle a su alumno.

—Si no quieres casarte, yo te ayudaré —dijo Hestia, con sus verdosos ojos incendiados con llama infernal—. No habrá matrimonio, es una promesa. Pero debes seguir adelante con la boda.

—¿Por qué? —preguntó Heros.

—Así debe ser. Confía en mía.

Hestia estaba por cumplir su venganza contra Lacey. A pesar de sus sentimientos, debía llegar al final de su malvado propósito.

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