33. Yo soy insaciable
La mujer de rubio temblaba de ola de emociones que sentía al ver, y eso que no se comparaba con lo que debía estar experimentando aquella mujer, que sabía que estaba ahí, pero no le importaba que los viera. Su cuerpo ardía y su entrepierna le rascaba, quería tocarse y aplacar ese fastidioso malestar que no la dejaba tranquila. Sus mejillas estaban ruborizadas y su respiración se había agitado. Metió su brazo derecho por la abertura del vestido. Apenas se rozó el muslo y sus vellos se erizaron, ante la sensibilidad que tenía. Deslizó su mano diestra, por debajo de su braga, y percibió una extraña humedad de la que no se había percatado. ¿Qué era eso? Era demasiado viscoso para ser orina. Pero, era justo lo que necesitaba para lo que quería hacer. Se frotó sus labios hinchados, sin dejar de ver a la pareja que mantenía relaciones en el cuarto. La rasquiña no se iba; necesitaba ir más al fondo, por lo que debido a sus resbaladizos fluidos, sus dos dedos se introdujeron en ella misma sin la menor resistencia. Los metía y los sacaba de su intimidad. Su atuendo la asfixiaba, por lo que, con la zurda, se bajó la parte superior de su traje y luego el brasier. Se apretaba los senos, con sus pezones endurecidos, y suspiraba, sin contener sus gemidos, para deleitar a la espectadora que seguía espiándolos a escondidas desde afuera. Cuanta sentía podía sentir en estas circunstancias. Era la mujer más feliz y dichosa del mundo al ser tomada con violencia por parte de Heros y al ser vista por una voyerista. Todo hacía que su placer se multiplicara para su fortuna y satisfacción de su libido.
Heros agarró por el cuello a Hestia, y la comenzó ahorcar, sin contener su fuerza. Le mostraba quien era el que tenía el control, una nueva bestia alfa había aparecido en el territorio, y prevalecería el más apto. La golpeaba con igual intensidad, sin disminuir el ritmo. La guio hasta la pequeña mesita de noche y le recostó de cara, usando la tenacidad de sus músculos. Seguía asaltándola sin pizca de sutileza. Era brusco, áspero y salvaje. Puso su mano derecha en la cabeza, para hacerle presión, y le sostuvo el brazo izquierdo, para mantenerla atrapada. ¿Este era el poder que sentía el tener dominio absoluto de una persona? No lo negaba, era embriagante y abrumador. Salía y entraba del ardiente paraíso de Hestia. Sabía de la flexibilidad que ella tenía, por lo que la sentó sobre la superficie del mueble, le agarró las dos piernas y las fue levantando, hasta dejarlas de manera vertical. La mesa se meneaba, debido a la faena de su intensa pasión. Pasaban los minutos, hasta que la cargó hacia la cama, la dejó caer boca abajo con cuidado. Se puso encima de ella, y la seguía embistiendo con brusquedad y de forma salvaje, mientras estaba acostada. Los firmes glúteos de Hestia amortiguaban sus golpes contra ella. Con sus brazos tensionados se apoyaba, para poder hacerlo con más vigor. Varias posiciones usaron en la recámara, como si su repertorio no tuviera límites. El sudor los bañaba de grana manera, haciendo relucir su tersa piel desnuda.
En el último momento, cuando Heros estaba por eyacular, se bajaron de la cama, porque no habían utilizado protección, y no podía venirse adentro de ella. Aunque hacerlo era un gusto inigualable.
Hestia se puso de rodillas sobre la virtud de Heros, y recibió el orgasmo de Heros en su rostro y sus enromes senos. Se limpiaba con los dedos el semen en su cara, y se lo saboreaba con su lengua. Volvió la vista hacia la puerta, donde se encontraba la fisgona. Ya le había demostrado quién era la dueña de Heros, y que solo existía una mujer que pudiera gozar de las caricias de él. Era egoísta, ya que no compartiría nada de él. Era celosa, porque no le gustaba que se le acercaran moscas a su postre, que solo lo ensuciarían. Sí, esta sensación de ser la única que podía disfrutar de alguien a la que otras personas intentaban tener, y no podían. O, bien, arrebatársela a otra que ser creía dueña de lo que ella le había interesado.
La mujer rubia había apresurado la oscilación de sus dedos y una extraña sensación nació adentro de ella, y se desbordó de placer, empapando parte de su vestido y sus piernas. Estaba cansada y somnolienta. Al fin había logrado aplacar ese hormigueo que la molestaba. Entonces, cayó en cuenta de la situación, como si hubiera recobrado la razón. Se acomodó su braga, y salió corriendo hacia uno de los baños de la mansión para limpiarse.
Heros recuperaba el aliento, mientras iba recobrando la consciencia. Sí, había tratado a Hestia con rudeza y la había usado para a su merced. ¿Se había pasado con su fuerza? Obtuvo la respuesta de inmediato a esa interrogante, ya que Hestia le dio un beso en la mejilla, y lo miraba con una sonrisa tensa, que era distinta a las demás. Entonces, sí, le gustaba que le tararán de forma salvaje y ruda. Eso le pareció divertido, pera necesitaba enfocarse en la situación. Recordó los objetos que todavía faltaban poner práctica del portafolios, y fue a recogerlos, había viajado desde lejos, para quedarse sin participar en la sesión.
—Acuéstate —dijo él, con seriedad. Era necesario que aprendiera dominar esa nueva faceta, para no perder sobrepasarse. Además, había muchas maneras de ser dominante, sin ser violento, y eso era lo que lo haría ser un mejor amante; saber el nivel de intensidad que se necesitara en un instante determinado.
—Antes —dijo Hestia, con astucia, mirando hacia la entrada—. ¿Puedes cerrar? O, alguien podría vernos.
—Es cierto. —respondió él y atrancó la puerta.
Heros la esposó por las muñecas y la sujetó en la cabecera de la cama. Buscó uno de sus pañuelos y le limpió los rastros de semen que aún tenía en el cuerpo, pues para lo que estaba por acontecer, necesitaba que el templo de la diosa estuviera despejad y libre de humedad. En el pasado, se había negado a emplear los consoladores, porque quería demostrar que podía provocar el orgasmo en ella, sin emplear objetos eróticos. No obstante, eso también se debía a su bajo autoestima y a su inexperiencia. Pero, ya había sido instruido en el arte, por la mejor maestra y con la mujer a la que le había entregado su primera vez. La virginidad del hombre no era tan comentada como la de las chicas. Sin embargo, no sentía culpa, ni arrepentimiento por haberse involucrado con Hestia. Había amado a... Pausó su reflexión. ¿Qué era el amor? ¿Lo que creyó sentir en realidad era amor? Ya no estaba seguro de sus emociones, porque Hestia le mostraba una nueva cara de la moneda, que bien podría decirse era física, pasional y de atracción. Entonces, ¿por qué solo deseaba besar, acariciar y tener relaciones con Hestia? Ya no podía imaginarse a Lacey en ese lugar. Era, como si ya no sintiera, ningún tipo de interés como mujer por ella. Allí, atada en la cama, se encontraba la persona a la que le nacía devorarla en todos los sentidos, y quizás, el de ser algo más. Aunque, no era un tonto, y entendía el tipo de relación que tenían; solo era para veladas como esta; Hestia no lo consideraría como un candidato a ser su compañero de vida; lo que ambos querían, era quemarse en el fuego del placer que los dos sentían. Deslizó su lengua por el abdomen de su diosa y fue subiendo hasta los grandes pechos. El olor de su orgasmo había quedado latente en la piel de su preciosa amante. Abrió la boca, para comenzar chupar uno los pechos. No importara si fuera por detrás, por delante, abajo o arriba, las curvas Hestia eran de fantasía e imposibles de no querer probar. Los amasaba en sus manos, y los succionaba con vigor, siempre guardaba la esperanza de que saliera un rico néctar de los pezones, pero eso era imposible en esa fecha, porque para eso, Hestia tendría que quedar embarazada, y era imposible, que ella tuviera un hijo con él. Eso jamás pasaría, ni en sus sueños podía llegar contemplar la idea de llegar a formar una familia, ni por accidente o por voluntad, porque, aunque no usaran condón, no lo dejaba correrse adentro. Así debían ser las cosas, sin ir más allá de una línea establecida, solo seguiría disfrutando, mientras pudieran estar juntos. Tomó una de las velas y la encendió la mecha. La llama se reflejaba en su mirada como un nítido espejo. La puso encima del abdomen de Hestia, y esperó pocos segundos hasta que la cera caliente empezó caer sobre la tersa piel de su hermosa dama.
Hestia se sobresaltó al sentir el ardor en su cuerpo. Sin embargo, solo quemaba al principio y luego desaparecía; era rápido y estimulante. Admiraba la iniciativa y la determinación de Heros. Estaba segura de que, los dos podrían alcanzar nuevas experiencias juntos. Si tan solo permanecerían unidos. Enarcó sus cejas, ¿por qué los pensamientos de permanecer con él invadían su cabeza en todo momento? Esto era lo que había planeado, y era sabido que, no sería para siempre, porque cuando llegará el momento clímax, todo explotaría y lo que ahora vivían, se quedaría en el pasado, sin posibilidad de recuperar su relación. Esto que estaban haciendo, era de un solo intento, después ya habría más nada. Era más, actuarían como si no se conocieran. Esa era la realidad del mundo de los amantes y las infidelidades. Solo era su juguete, solo eso, un lindo chico al que la novia y prometido lo engañaba con otro hombre, y quiso devolverle el favor a su desleal secretaria, por atreverse a mentirle y usarla, para su propio beneficio. Eso era lo que había comenzado esta historia. Entonces, ¿por qué no deseaba que esto terminara nunca? Su corazón golpeó su pecho con un extraño latir, ya que no había ni la más mínima posibilidad, de que ese niño no solo fuera capaz de hacerla sentir mujer, de elevarla al delirante estado de éxtasis, sino que, también, estuviera siendo capaz de robarle el corazón. Jamás dejaría que ocurriera eso, porque Hestia Haller no tenía permitido enamorarse; ese era su lema y sus ideales de vida. Estaba bien, solo mientras gozarán del dulce pecado de la carne, pero no había esperanza de ir más allá. ¿Amor? Solo pensando en ello se le retorcía el estómago y le daba ganas de vomitar por esa estupidez tan cursi. Era más, no era real; solo eran puros cuentos de personas tontas. Se le hacía tan hermoso y tierno, que le ablandaba el pecho. Aunque, lo que Heros despertaba en ella, no solo era atracción física, porque lo había conocido sin que fuera un modelo de revista. ¿Qué era lo que tanto le gustaba de Heros y lo que había hecho que se obsesionará con él? ¿Había sido porque la había rechazado? Ya ni siquiera sabía por qué estaba tan enganchada a Heros, si lo había hecho caer a sus pies. En otras ocasiones, si interés había caído por el suelo, ya que había logrado tenerlo. Entonces, se quedó congelada al ver a Heros. Y si el amo no existía, ¿por qué tenía miedo de enamorarse de Heros? ¿Por qué reprimía esa extraña sensación que se albergaba en el sito más inhóspito de su alma? Tensó la mandíbula, en tanto la cera caliente le seguía cayendo. Por fin había encontrado a un ser que fuera tan perverso como ella, y que pudiera ofrecerle el placer que necesitaba para corresponder su libido; esa lujuria innata de ella. Terminaría este asunto de una vez por todos, ya que ese tema no volvería a tocarlo. Eran amantes, no novios, ni prometidos, ni nada ese estilo romántico. Solo había una cosa que hacer, y era en lo que mejor se entendían: en la cama, en el baño, en el piso o en cualquier otro lugar, lo único que tendrían eran intensas sesiones de sexo, sin pensar en asuntos superfluos, que solo dañarían en el buen ambiente que habían logrado hasta ahora, y que había llevado tiempo de conseguir. Nada de emociones falsas que vendían las películas y los cuentos de hadas.
—Enciende las otras dos velas y úsalas todos al tiempo —dijo Hestia, con una malvada sonrisa en sus labios cincelados—. Yo soy insaciable.
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