32. El despertar
—¿Y cuál es el estado de la partida? —preguntó Heros, moldeando una sonrisa tensa.
—Felicidades, has ganado el juego —dijo Hestia, sin tomar el maletín—. Ahora puedes reclamar tu premio. Pero, antes, debes abrir el portafolio. —Lo señaló con su índice.
Heros frunció el entrecejo. Se había concentrado en encontrar a Hestia, que su interés por lo que contenía el maletín había pasado a un segundo plano. Divisó una mesa, y lo puso encima de la superficie del mueble, para luego quitar los seguros. Así que, eso era lo que había estado cargando Hestia durante el viaje, y también él en el transcurso de la fiesta. Era un pequeño juego de consoladores, esposas de cuero, frascos de lubricante, velas, un encendedor y látigos. Sin embargo, fue sorprendido por Hestia, que se había colocado detrás de él y lo fue empujando hacia el muro del cuarto, quedando de espaldas a ella. Estaba siendo dominado una vez más por Hestia, lo cual no era nada desagradable, en lo absoluto. Al contrario, ¿por qué excitaba tanto al ser sometido por ella? No era masoquista, pero no le generaba aversión estar a la merced de una mujer así de atrevida y perversa, como su preciosa Hestia. Le levantó las manos por encima de la cabeza y se las aprisionó contra la pared, como si le estuviera por hacer una requisa. Percibió las manos de Hestia en su trasero, en el que de forma inmediata le apretó las nalgas.
Hestia deslizó sus manos por las caderas de Heros, y llegó a la hebilla del cinturón, el cual le desabrochó con suma destreza. Le besaba el cuello, mientras movía el botón, para después deslizar el cierre del pantalón. Introdujo sus manos por debajo del bóxer y sostuvo la gran virtud, que se endureció en su agarre. Lo frotaba con suavidad, ya que no había utilizado ningún lubricante. Lo giró por la cintura, y se saboreó los carnosos labios, con lujuria, como una chica mala, que estaba por disfrutar de su dulce favorito. Se alzó el vestido y se hincó ante él, reposando sus rodillas en el piso de la recámara. Le bajó la ropa interior, para contemplar la erguida daga, que le apuntaba al rostro. Sacó su lengua, mientras le dejaba pequeños chupones por el contorno. Usó su palmar derecho para levantarle el escroto, al que lamió de forma impúdica. No esperó más y comenzó a degustar del rico helado que la expandía la boca, y al que era complicado comerlo entero. Realizaba una felación, meneando su cabeza de atrás hacia adelante, en tanto se aferraba al dorso del muchacho.
Heros suspiraba con agitación, y apoyaba sus manos detrás de la cabeza de Hestia. Tenía sus ojos cerrados, por lo que no se percataba de lo que ocurría, ni que había una espectadora fuera de la recámara.
Hestia vio por el rabillo del ojo a la intrusa que los observaba en silencio desde la puerta. Aunque, ella era quien la había mandado a traer, cuando llegó de primero al cuarto, hizo una llamada a uno de los meseros de la fiesta. Cruzó miradas, y se mantuvieran fijas. Removía su lengua, que se enrollaba el a través del duro grosor de Heros. Echó saliva y otro poco más le caía por la barbilla, sin ningún pudor, solo para que contemplara las perversidades y bajezas que podía hacer el ser humano, y más ellas como mujeres. No había límite ni vergüenza en hacerlo. Al contrario, era libre y gozaba haciéndolo.
—Trae a la chica de cabello rubio, máscara y vestido dorado, que estuvo hablando con el hombre del maletín al segundo piso. Dile que se dirija a la habitación del fondo. Será la única que tanga la puerta abierta —dijo Hestia, con evidente maldad en su semblante. Solo ella se había atrevido a coquetearle a su joven amante, entonces le mostraría quien era la dueña de él.
Hestia continuaba el movimiento de su boca y su lengua, tragándose el duro atributo ante la mirada de la muchacha rubia, que se mantenía perpleja e inmóvil; solo viéndolos, sin saber qué hacer, pero tampoco había huido luego de descubrirlos de tal manera íntima. Eso lo hacía pervertida, como ellos, al ser una desvergonzada voyerista que le encantaba expiar a los demás.
La muchacha de rubio separaba sus finos labios, tratando de emular que tuviera adentro de la boca aquel gran talento del hombre que le había interesado, y el que ahora contemplaba siendo devorado por otra mujer de una manera salvaje y lasciva, como dos criaturas que disfrutaban al máximo del pecado. La curiosidad y la excitación que le provocaba ver tal escena la hacía seguir mirando, sin apartar la cara y espabilando poco. A pesar de que se sintiera atraída por ese hombre desconocido, la excitaba que estuviera que le estuvieran haciendo eso.
Heros experimentó una ligera corriente en sus dedos. Sin embargo, no alcanzó llegar al orgasmo, puesto que, Hestia se detuvo y se puso de pie, por lo que logró controlarse para no venirse.
—¿Qué sucede? —preguntó él, de forma acelerada.
—Deseo, que seas tú quien me domine —dijo Hestia, colocando contra la pared por cuenta propia—. Soy culpable por los crímenes oficial. Merezco un castigo.
Heros se levantó la ropa y vio por un momento al maletín. ¿Qué era esa sensación de poder y maldad que enardecía su alma? Nunca había tenido tantas ganas de someter y maltratar alguien, y menos a una mujer. Sus ideales eran los de ser tierno y cariñoso con su pareja, para lastimarla. Pero, Hestia Haller tenía gustos retorcidos y extremos, por lo que esa forma de ser no era compatible con ella. Estaba emocionado. Su cuerpo ardía y vibraba. Si no era capaz de corresponderle a Hestia, no merecía ni siquiera tocarla. Sus ojos resplandecieron con un brillo nuevo. El aura blanca de ángel que lo cubría, se fue transformando en una de color carmesí. La llama de la pureza se iba extinguiendo, mientras que la del fuego de la maldad se acrecentaba en su ser. Había sido corrompido en su totalidad. Se puso detrás de Hestia y le deslizó el cierre del vestido. Se lo ayudó a quitar y lo arrojó sobre uno de los sillones del cuarto. El maravilloso cuerpo de su diosa volvió a quedar expuesto, solo con esas prendas de encaje, que acrecentaban la sensualidad de esa figura endiablada de la que era poseedora. Los firmes glúteos sobresalían de los pantis oscuros, que no las cubría por completo. Sus pensamientos lujuriosos invadían su cabeza. La voz maligna en su cabeza se había incrementado y había aumentado el volumen con que se escuchaba. Era el monstruo que había tenido prisionero en su alma, y que siempre había reprimido. Un sonoro golpe se oyó en el cuarto, cuando le propinó una fuerte nalgada en los glúteos de Hestia, que le dejó ardiendo la mano. Sonrió de forma tensa, mientras manifestaba una expresión macabra. Esa sensación era tan gloriosa y agradable, que volvió a elevar su brazo por encima de su cabeza, y le siguió maltratando los esbeltos duraznos de Hestia, que poco a poco se iban tornando de rojo ante el castigo. Además de los quejidos de dolor que se escapaban de su hermosa amante, lo motivaban a continuar haciéndolo. Guardaba cada sensación, que iba desencadenando su excitación a un punto sin retorno. La dureza en su entrepierna, se iba volviendo insoportable; parecía querer romper la tela del pantalón y se notaba la longitud a través de la tela. Buscó uno de los látigos que estaba en el portafolio, para proseguir con el correctivo a la prisionera.
Hestia sucumbía ante los azotes, y su vez su rostro expresaba una felicidad genuina. Esto era lo que había estado esperando, a alguien que no le temblara la mano para lastimarla. Su lindo chico la golpeaba sin piedad, ni consideración, y eso era lo que anhelaba su perversa alma; un ser tan malvado y lascivo como ella. Era como encontrar esa alma gemela de la que tanto se hablaba; la pieza que te completaba a la perfección y que compartía tus mismos gustos excéntricos.
Heros estaba desatado, y al experimentar su despertar, la paciencia se había reducido a un nivel nulo. Ansiaba romperle las pocas prendas que le quedaba puestas y empotrarla como una bestia. Ese era su instinto animal que se había apoderado de su razón. Y, ya no tenía necesidad de contenerse. Agarró las tiras del brasier y lo jaló con una fuerza sobrehumana. Así le removió de igual forma la braga. Se despojó de su saco, su camisa y su corbatín, exponiendo su esbelto cuerpo marcado. Se bajó los pantalones y el bóxer, mostrando su rígida virtud. Lamió la espalda de Hestia y el olor del cuerpo de ella, solo lo hacía perder más la cordura. Estaba fuera de sí, como si hubiera sido poseído por una criatura infernal. Pero, ese era su verdadero yo, y la otra faceta era la falsa; esa que colocaba para encajar en la sociedad y ser bien visto por las personas. Había emergido su esencia real. Se soltó los cordones de los zapatos, y se despojó de esa molesta ropa. Sostuvo su atributo, y lo acomodó cerca a los turgentes labios de Hestia. Su vista estaba encendida en un fuego escarlata. Entonces, fue entrando con lentitud, hasta que ensanchó en el interior de su diosa con su enérgico dote. Gimió de forma sonora al sentir como fue abrazado por ese maravilloso abrigo húmedo de terciopelo que ardía en llamas. Esa estrechez, esa sensación de ser comprimido por algo tan suave y caliente, era la que siempre quería experimentar.
Hestia rasguñó la pared con sus uñas al ser llenada por ese firme atributo, que le ocupaba la parte inferior del abdomen. Era una sádica, ninfómana, pero también era una masoquista de cabeza retorcida que se había mojado al ser azotada; le encantaba infligir dolor, pero de igual forma la entusiasmaba que la mortificaran. Aunque, nadie jamás se había atrevido a torturarla. Los muros de sus genitales internos se adaptaban al grosor y el tamaño, para abrazarlo, como si tuviera vida propia. ¿Quién iba a creer que ese niño sería la pieza que completaba su rompecabezas? Ansiaba entregarle su cuerpo a ese joven, que era el único que podía hacerla sentir viva, feliz, dichosa, y una mujer completa y sin vacío. Sin embargo, no se olvidaba de su atrevida invitada que hacía de espectadora de su romántica velada. Vio a Heros por encima del hombro, para contemplar a su bello demonio que había fabricado. Ese era el monstruo que apenas había nacido, y todavía le faltaba mucho por aprender y mejorar. Era una joya con un potencial ilimitado, que podía seguir evolucionando más y más. Detalló el semblante psicópata y perverso, que era acompañado de un aura poderosa. Entonces, giró su cuello en dirección a la puerta. Aumentó el volumen de sus gemidos, mientras intercambiaba miradas con aquella rubia.
—Más —dijo Hestia, para provocar la furia de una bestia fuera de control, que le golpeaba el vientre con fuerza. Nunca había sido empotrada con tal violencia, como si fueran dos animales fornicando, y no dos personas racionales. Se estremecía ante las acometidas, en tanto el encuentro de sus glúteos con los muslos de Heros, simulaban aplausos da placer.
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