31. Capturar a la diosa

Heros avanzaba a paso lento, detallando el rostro de las distintas mujeres, que lo agobiaban. ¿Cómo era que había tantas? Además, había notado otro asunto, y era que, evitaban verlo a los ojos por mucho tiempo y no atendían, al hacerles alguna pregunta. No tenían permitido hablarle, porque sin duda aluna, la voz también era relevante para hacer descarte en su elección. Estaba rodeado de numerosas réplicas que no le prestaban atención, ni le respondía si les hablaba. Percibió un frío en su pecho. Ahora sí estaba emocionado por jugar, porque la partida, que parecía ser sencilla, se había transformado en un gran desafío. ¿En qué parte podría estar Hestia? En un sitio alejado donde pudiera ver todo el panorama a gusto, eso sería muy obvio. Los segundos avanzaban en su reloj y se convertían en minutos. Estaba emocionado, porque estaba acorralado ante la multitud de damas de aspecto idéntico. Sin embargo, ansiaba obtener la victoria y conseguir el premio mayor. Su espíritu de competencia se había avivado como el de un deportista olímpico o el de un guerrero antiguo. Su pasividad y su tranquilidad iba desapareciendo, para dar paso a su lado dominante y sagaz. No pistas, ni ayuda, pero sabía que, ella debía estar viéndolo, porque compartían un mismo sentir, y era el deseo de tener al otro. Sabía que, la auténtica Hestia, jamás apartaría su mirada de él, y menos agachar la cabeza, ya que ese orgullo y esa arrogancia, no le permitirían desviar la vista de su amante, ni siquiera para evitar ser descubierta. Entonces, esa resultaba ser el único medio para llegar a ella. Caminaba con confianza y firmeza. Aquella inseguridad se iba aplacando en su alma. Entonces, distinguió a una mujer que tenía una copa en la mano, y no le desviaba la mirada, como hacían las otras. Se acercó sin pensarlo dos veces, como si su cuerpo estuviera siendo atraído por un imán. Sin embargo, debía comprobar que en realidad fuera Hestia, ya que tenía solo una oportunidad, y conociendo la astucia de Hestia, bien pudo escoger a algunas, para que no lo ignoraran; eso era parte del juego. Intentó hablarle, pero observó, como lo tembló una de las manos. No, no era Hestia, por lo que su deducción había sido correcta. Pero, no estaba lejos de su destino, porque detrás de la réplica, había una que también lo observaba con fijeza. Pasó al lado de la dama, para colocarse frente a la que podría ser su diosa. Vio los ojos azules con más claridad. Sabía que era ella, pero seguiría con el juego, porque era divertido aparentar que no la reconocía.

—Buenas noches —dijo Heros, con serenidad—. ¿Puedo compartir un trago junto a usted? —preguntó con sus facciones rígidas. Pero, no tuvo respuesta alguna. Por supuesto, no podía contestarle, porque reconocería el tono de la voz. Sin embargo, no se había inmutado ni un poco por hablarle, ni tampoco había agachado la cabeza; eso era buena señal—. Tomaré eso como un sí.

Heros agarró una de las copas que estaban sobre la mesa, para luego detallar la vista perfilada y la silueta de la mujer, y el porcentaje de que fuera Hestia aumentó de manera considerable. No había una segunda oportunidad, nada más un solo intento, por lo que debía despejar cualquier duda que se tratara su hermosa amante, y no una réplica. Inclinó su espalda y escondió el portafolio.

—La decoración es muy bonita —dijo Heros, continuando la conversación—. Pero, tú eres más hermosa, mi diosa. Quiero agradecerte por esto, tú me haces sentir vivo. —Terminó su bebida, justo al mismo tiempo que ella. Se puso de nuevo cara a cara, y encorvó cuerpo, mientras extendía su brazo derecho con el palmar hacia arriba—. ¿Me concede esta pieza, madame?

Hestia moldeó una sonrisa tensa y correspondió la invitación de Heros. Su lindo conejito, estaba despertando la faceta que estaba dormida en el interior de su alma. Esa era la actitud de un hombre seguro de sí mismo, que no titubeaba, ni se amedrentaba ante los desafíos. Antes, ni siquiera se hubiera atrevido a dar un paso dentro de la mansión. Pero, lo había hecho solo, porque ella no estaría a su lado por siempre. Era una lección más a su bello aprendiz, para pulirlo en el arte de conquistar y cortejar a una mujer. Se saboreaba los labios, por contemplar la fase final en la que se transformaría su lindo Heros. Estaba creando a un monstruo, que fuera capaz de dominarla y someterla, pero que ella siguiera teniendo el control de la situación; eso es lo que hace un domador a sus bestias. Era el don de los dioses crear, pues eso era lo que estaba haciendo, forjar su propia obra maestra, digna de un ente superior. Había sido evitado por las mujeres y engañado por su prometida, porque no ser un buen mozo. Sin embargo, eso ya había cambiado, puesto que se había encargado de pulir a Heros, como el diamante en bruto, que nadie había tenido la visión del increíble potencial que se hallaba escondido en él.

Las demás invitadas hicieron espacio y se colocaron alrededor de ellos. No sabían quién Hera Hestia, solo recibieron la orden de no hablarle al hombre con el maletín, ni verlo directo, a excepción de las más parecidas, que podían mirarlo. Sin embargo, desconocían el motivo y la identidad de los dos. Era un juego divertido para Hestia, que se había dado en la tarea de buscar a cualquier mujer que se pareciera a ella en físico y rostro, pero había sido más difícil de lo que había imaginado, por lo que solo había contratado a más con su silueta. No obstante, solo servirían para entretener un rato. Sabía que Hero no se equivocaría y que la reconocería, incluso si tuviera clones o su gemela al frente. Era pasivo, pero se había vuelto muy perspicaz y astuto. No como antes, en el que era más soso.

Heros caminaba a la zurda de aquella mujer, mientras iban agarrados de la mano; la sostenía con la derecha, mientras que la izquierda la llevaba detrás de su propia espalda. Distinguía ese tacto suave en ella, era hacía familiar e imposible de no recordar. Luego ambos se soltaron e hicieron una rápida reverencia, para iniciar la danza. La agarró de nuevo por detrás del hombro y con la extremidad restante, entrecruzó los dedos con los de ella. Movían los pies, en tanto daban vueltas por el grandioso escenario de la fiesta.

La multitud de mujeres permanecía alrededor de ellos, solo viéndolos. Contemplaban el baile de los dos desconocidos que se robaban las miradas en la mansión.

Así, siguieron hasta protagonizar una maravillosa coreografía, en la que eran el centro de atención, en tanto la música de la orquesta avivaba el evento, cual velada mágica y distinguida, a la que solo podían acceder las personas más ricas y privilegiadas de la sociedad. Varios minutos pasaron, y siguieron bailando, hasta que estuvieron agitados. La hora que señalaba el reloj eran las nueve y cincuenta y cinco, por lo que ya casi tendría que escoger a la verdadera Hestia, y él ya tenía a la potencial candidata para emitir su respuesta. No había manera de que se equivocara, porque todo su ser reaccionaba ante ella, como si el encanto que había puesto sobre él, reaccionara para manifestar la presencia de la hechicera.

Heros miró el maletín que había dejado de la mesa; tenía que ir a recogerlo, pero no tenía una excusa para llevarla al sitio, ni tampoco podía forzarla a ir. Seguía las reglas del juego y no haría nada que la forzara e a ella.

—Un momento, por favor —dijo él, caminando a paso veloz hacia el sitio donde había dejado el portafolio, y lo recogió con prontitud. Pero, al darse vuelta, la que no estaba aquella mujer con la que había bailado, que no había duda de que se trataba de su venerada diosa.

Heros sintió una presión en su pecho, y temor. Sus ojos la buscaban con diligencia, en tanto su pupila se había expandido. Era como si su alma estuviera saliendo de su cuerpo, hasta que la vio que iba caminando. Entonces, ella lo miró por encima del hombro y se perdió en uno de los pasillos de la mansión. No perdió tiempo, y se apresuró a seguirla. Al llegar, no la divisaba por ningún sitio. Sus manos temblaban, y solo caminaba por acto reflejo de su instinto de ganar. Había muchas habitaciones y no se escuchaban pasos de tacones u otro indicio para encontrarla. Entonces, ya no se estaba moviendo, por lo que se había detenido, y eso significaba que no estaba tan lejos. Intentaba abrir las puertas de las recámaras, pero ninguna cedía ante su apresurado gesto de atravesarlas. Iba de un lado a otro, con la esperanza de que una le permitiera acceder al interior. Se agitó por la sola idea de perder el juego y de poder estar con Hestia. El sudor se manifestaba en su atractivo rostro juvenil. Su corazón dejó de latir, cuando observó que ya le faltaba un minuto, y que la cuenta regresiva ya había comenzado. ¿Qué era esa sensación tan abrumadora que experimentaba? ¿Era miedo? Su cuerpo estaba helado y sus dedos se movían por su cuenta. Jamás había estado en una situación que le provocara tantas emociones juntas; deseaba ganar, salir victoriosos y reclamar el premio que tanto anhelaba poseer. Tensó su mandíbula y controlo su temblor. Ya no era aquel ingenuo muchacho que se desmoronaba ante cualquier circunstancia adversa que se le presentara. Desde el incendio de su negocio y desde el inicio de su relación con Hestia, había muchas cosas que habían cambiado en él. Debía demostrar su convicción y su sed de triunfo. Descarto la idea de seguir abriendo cada habitación, y se concentró en las que estaba al fondo; debió percatarse de eso antes, pero los nervios habían nublado su razón. Se apresuró a la enorme puerta y al leve contacto, esta fue moviéndose sin impedimento alguno. Ingresó con solidez y ante él se reveló la decorada estancia. Inclinó su cabeza hacia arriba a volver a verla a ella. Faltaban diez segundos, cuando ya se había colocado al frente de la mujer. Alzó el portafolio y se lo ofreció sin dudar. El juego solo tendría un resultado, y no era la derrota,

—Tú eres Hestia. Esta es mi elección —dijo Heros, con tenacidad. Al terminar, justo el reloj marcó la diez en punto.

Aquella mujer no se inmutaba ante lo que sucedía, sino que se le mantenía viendo con seriedad a Heros.

—Game over —dijo ella, con lentitud y distinción.

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