29. Fiesta de antifaces

Al día siguiente, los dos llegaron al aeropuerto, donde los estaban esperando los encargados de supervisar su vuelo en el jet privado. El sol de la mañana incendiaba las alturas y otorgaba una temperatura alta y sofocante.

—Es bonito —dijo Heros, al atestiguar el lujoso medio de transporte aéreo. Ya había montado en helicóptero y ahora lo haría en un avión da gama alta, y tenía la certeza de que no sería la última vez de que lo harían, sino que faltaban más viajes por hacer.

—Gracias, tengo otros más. ¿Quieres te dé uno o dos? —comentó Hestia, de forma divertida. Aunque, sí tenía pensado darle varios regalos. Resultaba algo incontrolable no darle obsequios, aunque eso le diera una imagen da mami de azúcar, pero eso también resultaba interesante.

—Uno solo estaría bien, no sé cómo utilizar varios. Además, debe ser costoso mantenerlo activos —dijo Heros, con normalidad, ya que ella era la rica, no él, por lo que no podía darse esos tipos de privilegios. No le era desagradable viajar en los de servicio público, y mucho menos usar uno propio, como eso de los que ella tenía.

—Bueno. Pero, yo me encargaría de lo demás, tú solo tendrías que disfrutarlo, por eso se llaman regalos. Además, creo que está bien derrochar un poco el dinero, tengo de sobra en mi cuenta bancaria—dijo Hestia, sin modestia alguna. Entrecruzó su brazo con el de Heros—. Allons en France pour goûter aux petits goûts de la vie.

—Estás muy animada —comentó él, al oír las inusuales palabras de Hestia, pues la clase y la elegancia la caracterizaban. A menos, a nivel público, porque ya conocía en carne propia de los alcances lujuriosos que se desataban en el ámbito privado, y también de los gustos secretos y peculiares de la diosa de cabello rojo y ojos verdes.

—Es gracias a ti —dijo Hestia, complacida en todos los aspectos con Heros—. Se puede decir, que estoy feliz. Así que, ya comprobamos que hacerlo en las mañanas si alegra el resto del día y también los siguientes.

—Si necesitas verificar otros dichos, solo avísame —comentó Heros, de forma audaz con ella. Ya no le era tan difícil corresponderle los diálogos en doble sentido, o que él tomara la iniciativa para comentar una insinuación.,

—Señora Hestia, su portafolios —dijo uno de los empleados. Se la entregó, en tanto se encorvaba y se retiró de inmediato.

—¿Quieres que lo lleve por ti? —preguntó Heros, de modo cortes; portarse como un caballero era lo menos que podía hacer para mostrar su agradecimiento, por todo lo que había hecho por él.

—No te preocupes, yo la llevaré por ahora —dijo Hestia, haciendo énfasis en lo último, dándole a entender que en algún momento se la entregaría. Eso era parte de la diversión, y de lo que había preparado.

—Está bien, como deseé mi señora —dijo Heros, con voz animada—. Usted manda.

Los dos abordaron el avión entre sonrisas, se acomodaron en reconfortantes sillas del jet y se abrocharon los cinturones. Allí fueron atendidos por la pareja de azafatas, y disfrutaron del vuelo privado hasta Francia. Al llegar al aeropuerto del país destinado, se subieron a un helicóptero, que los llevó por las alturas y los dejó en el helipuerto de un rascacielos, que era donde se hospedarían. Las hélices provocaban un viento fuerte, por lo que caminaban encorvados hasta que entraron al edificio. Luego se dirigieron hacia su habitación del hotel.

Heros se sentó de inmediato, ya que estaba un poco mareado por los dos viajes que había tenido que completar, una en el avión privado de Hestia y el otro en helicóptero; no estaba acostumbrado, por lo que siempre le causaban un pequeño malestar, aunque, se le fue pasando a los pocos minutos.

—¿Ya estás mejor? —preguntó Hestia, con neutralidad. Estaba sentada un sillón, frente al sofá donde estaba él.

—Sí, no era la gran cosa. Antes hubiera sido peor, en estos momentos me resulta más pasajero —respondió Heros, bebiendo del vaso agua que Hestia le había traído.

—Me alegra saberlo. —Hestia se puso de pie y agarró un maletín ejecutivo de cuero oscuro, que estaba sobre la una mesita de cristal en la sala estar—. Ten esto.

—¿Qué es? —preguntó Heros, con curiosidad. Su primer pensamiento fue abrirlo al instante de haberlo recibido, pero no recordaba que Hestia le hubiera mencionado que podía abrirlo.

—Ya lo sabrás en la fiesta —comentó ella, colocando su mano en la mejilla de Heros—. No debes abrirlo hasta entonces.

Heros se alegró de no haber intentado desabrocharlo. Era un acierto que mostraba que comprendía los asuntos de Hestia de forma satisfactoria. Confiaba a ojos cerrados en ella y metería sus manos en el fuego cuando fuera y cuantas veces sean necesario, para procurar el bienestar de su hermosa amante.

—Entiendo.

—Ahora... —dijo Hestia, moldeando una sonrisa tensa con sus apetitosos labios—. Tu veux jouer à un jeu?

—Bien sûr que je le fais, Hestia —respondió Heros, sin demora.

—Sí, siempre es un placer jugar contigo, Heros —comentó Hestia, en doble sentido. Unió su boca a los finos labios de Heros, en tanto había dejado sus ojos abiertos, porque los dos, solo estaban jugando con fuego, y a ella le fascinaba hacer que todo ardiera en llamas, para quemarse en ese fuego—. Entonces, que comience el juego...

La noche abrazó los cielos en Paris, Francia, el país de la moda y de los perfumes. La ciudad vislumbraba con sus luces de los rascacielos, tiendas y, sobre todo, la torre Eiffel, que proyectaba la costosa publicidad de las empresas, de millonarios que pudieran pagarla o de algún acontecimiento importante del mundo.

Heros caminaba a las afueras del hotel, donde ya lo esperaba un automóvil con chofer, mientras que otro empleado le había abierto la puerta. Entonces, se preguntó, ¿dónde era que estaba y cómo había llegado allí? Si hace poco, solo estaba concentrado en sacar su negocio adelante, además de estar al pendiente de su bella y amada prometida. Ahora, sin embargo, había perdido el primero, y ya casi no le importaba la segunda, que era Lacey, su amiga de la infancia, de la que siempre estuvo enamorado desde niño. ¿Por qué las cosas habían cambiado de esa forma tan drástica? La respuesta tenía nombre y apellido: Hestia Haller; cada una de las nuevas vivencias y alteraciones de aislada vida, había sido propiciadas por una sola mujer. Se decía que no debías modificar tu personalidad por nada ni por nadie, pero en algunos casos, esa transformación era bien, para evolucionar como persona, y en esas circunstancias, si se podía hacer. Entró al vehículo y acomodó el portafolios en su regazo.

—Bonsoir Monsieur —dijo el chofer, con un excelente acento francés—. Dame Hestia m'a demandé de lui remettre ça.

Heros recibió otro pequeño maletín, el cual puso en el cojín del asiento libre del carro, lo abrió y observó lo que había dentro. La tomó en sus manos y la alzó al frente de su cara. Era un antifaz dorado en la parte derecha, con detalles oscuros en la zona izquierda. Agarró la banda elástica, las estiró y la pasó por detrás de su cabeza. Cerró sus párpados y acomodó el antifaz en su rostro. Levantó su mirada, para verse en el espejo retrovisor, y su expresión se mantuvo seria por algunos segundos, hasta que moldeó una sonrisa tensa, justo como lo hacía Hestia; había adoptado parte de los gestos de la personalidad y de los gestos de su hermosa diosa. Ya estaba listo para llegar a su intrigante destino, en el que Hestia se lo había mantenido reservado, para darle la sorpresa. Al estar con ella, todo era tan interesante y entretenido, no importaba que cosa fuera, las cosas resultaban sugerentes.

Así, pasaron los minutos y el automóvil llegó al sitio de la fiesta; la cual era una gigante mansión lujosa, con diseño de un castillo, en la que había una magnífica fuente, cuya agua parecía brillar como el lago de un bosque hechizado, en el que había un verdoso jardín, que bien podría ser utilizado como una cancha de futbol. Entonces, uno de los empleados le abrió la puerta del coche, y él salió de forma distinguida y pausada, sin mostrar nervios. Sus ojos, en esta ocasión, resplandecían de verde claro, ya que se había colocado lentes de contacto por sugerencia de Hestia, a la que le gustaba mucho cambiar de apariencia. Su cabello marrón estaba peinado a la perfección y el corte de su barba lucía de forma moderada. Llevaba puesto un elegante esmoquin oscuro, camisa blanca y un corbatín en el cuello. Además, que cargaba el portafolio en su mano izquierda. Inclinó su cabeza hacia atrás, mientras le miraba con rapidez al hombre extraño. Había una gran cantidad personas a las afueras del sitio, y todos llevaban las caras tapadas por una máscara, hasta los sirvientes. También había lámparas, mesas y músicos; por lo que era una fiesta de gran magnitud. Avanzó por la alfombra roja, para luego subir unas pequeñas escaleras Al notar que cargaba el maletín lo dejaron pasar sin revisar su nombre en la lista de invitados. Le hicieron una leve reverencia y extendieron el brazo hacia la puerta, para que pasara sin ningún problema. Su cuerpo se estremeció ante la severidad del asunto; esto solo había visto en películas y series, donde recibían a un hombre ilustre, como si fuera un rey o un presidente, pero no era ni lo uno, ni lo otro. Así que, ¿este era el mundo al que pertenecía Hestia? Era una dama de la alta sociedad, y se rodeaba con seres de su misma raza, porque se sentía como un forastero en una ciudad desconocida a la cual no pertenecía. Sin embargo, ahora estaba allí, como uno de esos privilegiados y multimillonarios, a los cuales jamás le preocuparía el dinero, el pan sobre la mesa, un techo para dormir o una prenda para cubrirse; allí estaban personas importantes y adineradas, que se podría suponer eran de cualquier país, no solo europeos, ni americanos. Las suelas de sus zapatos resonaban a paso lento, como el tic-tac de un reloj que estaba por llegar a una hora crucial. Recorría un pasillo, y se podía oír el sonido de una orquesta. Al entrar al salón principal, observó la reunión de mujeres con vestidos, como los que se utilizaban las princesas y las reinas, en tanto los hombres destacaban por sus esmóquines, que los hacía parecer como nobles. Se robó las miradas de varios de los invitados, mientras que otros lo vieron con ligereza. Apretó con fuerza el maletín, para aplacar su exaltación ante la numerosa multitud. Se le acercó un mesero, que sostenía con diestra habilidad una bandeja con copas de cristal que contenían champaña.

—Bienvenue Monsieur —dijo el hombre, con sumisión y pasividad, para luego ofrecerle de lo que llevaba.

Heros solo tomó uno de los vasos y no hizo ningún comentario. Contemplaba la fina decoración del lugar, así como a las parejas que danzaban en el centro de la pista, en el que un hermoso candelabro colgante de tres niveles completaba la ostentosa decoración. Había distintas mesas con aperitivos, postres, bebidas y otros manjares. Respiró hondo, y se concentró en distinguir a las mujeres de la fiesta, ya que una de ellas era Hestia. Sin embargo, había adoptado un aspecto diferente. Ahora, lo único que podía utilizar era la curvilínea silueta que poseía Hestia, puesto que la mayoría de las damiselas, eran de una figura delgada y de talla alta, o bajas, que cargaban un abanico de mano. La cantante de ópera lucía un velo oscuro que le cubría la cara. Entonces, cerró sus párpados, para recrear el artístico molde de Hestia, tanto con trajes de sastre, pero sin duda alguna, lo recordaba de mejor manera cuando estaban en el gimnasio, ya que la ropa deportiva, los leggins y el brasier, se le ajustaban al cuerpo celestial. Tuvo que abrir sus ojos cuando empezó a revivir el tacto de la piel de Hestia, que había sentido y recorrido con la yema de sus dedos. Bastaba solo pensar en eso, para que su entrepierna comenzara a endurecerse, y no quería que su virtud resaltara a través del pantalón; eso sería vergonzoso. Suspiró con tranquilidad y dejó la copa en una de las mesas. Era el momento de encontrar a su diosa. ¿Cuál era la característica que hacía a Hestia inconfundible? No era el cuerpo o la belleza divina, sino, esa aura dominante, perverso y bravío que la rodeaba. Sí, era eso, y ninguna de las presentes, lograba causarle esa sensación de ser acechado por una bestia hambrienta y peligrosa, que era capaz de matarte de placer. Avanzaba por el salón, mirando de un lado a otro, pero sin encontrar a quién estaba buscando. Pero la espera pronto llegaría a su fin, ya que las luces se apagaron y los músicos dejaron de tocar. Hubo un efímero silencio, que luego dio paso a un resplandor como un rayo en el cielo. Y, como si fuera un acto de un teatro, las luces enfocaban a una sola mujer, la cual sonrió de manera tensa, que miraba en su dirección. Los vellos de su piel se erizaron y sus pupilas se expandieron en su retina. Su cuerpo de forma natural solo reaccionaría ante la presencia de una auténtica deidad y no habría manera de confundirla, ni si existiera otra mujer idéntica a ella. Jamás podría equivocarse al elegir a su diosa, a la que tanto veneraba y adoraba. Solo había una persona que era capaz de provocar tales emociones, sin siquiera tocarlo. Susurró, con lentitud:

—Hestia.

Traducciones:

Tu veux jouer à un jeu?: ¿Quieres jugar?

Bien sûr que je le fais: Por supuesto que sí.

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