19. Strip dance

Heros divisó los muebles con formas extrañas y los objetos de castigo que estaban, de manera ordenada, en distintos armarios que, se hallaban pegados a la pared. Las luces púrpuras, podían dejar ver con claridad el sitio. Era parecido a aquel burdel erótico de baile de pole dance, al que lo había llevado cuando se habían conocido, pero este, era más espacioso y había más parafernalia. Así que, ¿estos eran esas satisfacciones extrañas que le había comentado? No era diestro para conquistar y seducir, pero había leído sobre los juegos sexuales del Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo, más conocido como el BDSM. Jamás en su vida había realizado tales prácticas y tampoco era el hombre más dominante, como para ejercer ese rol. Caminó con lentitud, mirando y palpando los diferentes elementos que se encontraban en el lugar. Había esposas policiales y otras que eran de cuero, cinturones, máscaras satinadas, consoladores, vibradores, látigos, fustas, cuerdas, cadenas colgando del techo, mordazas, jaulas, una cruz en la pared, sillas de prisionero y varias más que, eran más excéntricas. Todo era de tonalidad negra, para dar un toque de oscuridad a la escena.

—¿La has usado antes? —preguntó Heros, dándola una rápida mirada a Hestia.

—Por supuesto —contestó ella, sin inmutarse.

—¿Con otro? —interrogó él, con seriedad. El pasado de Hestia era solo de ella. Pero no era un secreto, que a las personas les gustaba ser los primeros; eso los convertía en únicos.

—Después de mí, solo tú has entrado aquí. La utilizaba cuando estaba aburrida y tenía que liberar mucho estrés —respondió Hestia, con sinceridad. Agarró una fusta y se acercó a él.

—¿Por qué yo? Me conoces, no soy partidario de estas prácticas. —Miró fijo a los ojos de Hestia que, debido a la luz, no se podía distinguir ese verde esmeralda.

—Seré sincera contigo, desde que te conocí, quise dominarte. Eres amable y pasivo, tienes una personalidad de un sumiso. —Extendió su brazo, sosteniendo la delgada vara por el mango, colocándola en el cuello-

—Sí, siempre lo he sido.

—Pero no solo eso, por la forma en que me hablaste en aquel cuarto. Sé que hay otra personalidad que se aloja en ti —comentó Hestia, en tanto le alzó la barbilla con la punta del objeto—. Deseo someterte, para que aprendas a cómo hacerlo. Así, luego tú podrás someterme a mí.

—¿Crees que un hombre como yo, puede controlar a una mujer cómo tú? —preguntó Heros, con su vista incendiada en la esperanza.

—Claro que sí. Yo te enseñaré —dijo Hestia, en tono firme y seguro.

—Entonces, hazlo —respondió Heros, sin dudar. No había más nada que pensar, ni tampoco nada que esperar. Estaban los dos juntos y sin nadie más que los molestara.

—¿Tengo tu consentimiento? —preguntó Hestia, con semblante rígido.

—Lo tienes —respondió él, de inmediato. Había llegado al punto, en que, Hestia Haller, podía hacer lo que quisiera, y estaría feliz de complacerla.

—¿Me das tu permiso, siendo consciente y estando en facultad con tus sentidos?

—Me encuentro en un estado razonable.

—Eso es todo —comentó Hestia, con astucia y emoción retenida. La chispa de explorar nuevas experiencias y de la rebeldía, se había encendido en él, por lo que facilitaba su trabajo. Había llegado a la parte que más había estado esperando. Avanzó hasta una, que había preparado con antelación, para su tierno conejito. Ya lo había capturado en sus trampas—. Ven. —Él obedeció, como un marinero encantado con una sirena, que iba rumbo a los brazos de su musa, sin saber que estaba dirigiéndose al su más dulce pesadilla. Lo despojó del saco que tenía—. Siéntate. Sí, así. Ahora, relájate. Te daré un premio, por haber tomado la mejor decisión.

Hestia esposó las muñecas y luego las piernas de Heros en el asiento de madera.

Heros admiraba a Hestia, mientras ella lo inmovilizaba con las ataduras de cuero. Se había convertido en el sumiso de una mujer multimillonaria y dominante, que era atrevida y sensual. Jamás llegó a imaginar que se encontraría en una situación como esta.

—¿Cuál es mi regalo? —preguntó él, sintiéndose de una forma extraña. Quizás sea por su nuevo rol, pero le daba la impresión de que era un conejo a merced de una leona con un gran apetito. Además, de que esa analogía era bastante ilustrativa de la realidad.

—Yo —dijo Hestia, en tono incitador, mientras le hablaba al oído. Se puso cara a cara, y acercó su rostro, simulando que lo iba a besar. No obstante, se detuvo al estar por tocar los amables labios de su lindo chico. Exhaló de manera lenta, para que sus respiraciones chocaran de forma agradable. Los ojos cerúleos de Heros, la contemplaban con fijeza.

Heros ya había probado el sabor de los acaramelados y reconfortantes besos de Hestia. Sin embargo, ahora estaba atado y ella había fingido que lo haría. Era como estar a punto de darle la golosina favorita de un niño, pero al final, no lo había podido tener.

Hestia le dio la espalda, se sacó la camisa y luego buscó un control en su bolsillo. Presionó el botón para reproducir, y entonces, dio inicio a la música: "You Can Leave Your Hat On" de Joe Cocker, se escuchaba en el cuarto. Caminó de forma lenta, mientras dejaba el aparato en uno de los distintos objetos de la habitación. Empezó a menear sus caderas al ritmo de la canción, en la que se dibujaba la figura de infinito en el aire. Acompañaba su movimiento del tronco, girando sus hombros hacia atrás de forma circular de manera alternad. Puso sus manos en la cintura, flexionó sus piernas y se descendió con sensualidad, y volvió a subir. Repitió esta acción tres veces, mientras jugaba con su ondulado cabello rojo. Giró su cuerpo, en tanto lo observaba con intensidad desde los pocos metros que lo separaban. Avanzó dos pasos, comenzando con su extremidad diestra y después la zurda. Acarició su abultado pecho y se puso a medio lado, y retorno su vista de inmediato su atractivo amante, que la contemplaba con asombro. Así, como lo había indicado, se fue desabrochando los botones de la camisa, en tanto continuaba curvando sus rodillas, para no perder el dinamismo de su sensual espectáculo; la idea del strip dance, era no dejar de danzar en ningún momento. Habiendo liberado la totalidad de sus broches, se quitó la blusa. Al descubierto se manifestaba su lencería de encaje, y sus hinchadas virtudes. En esta oportunidad, se resaltaba la aparición de una nueva prenda de su sexy indumentaria. Aunque no era la única, era la que se podía apreciar por ahora, y era: un liguero en su abdomen definido que, estaba ubicado por debajo de su ombligo. Entonces, mantuvo la camisa solo en su mano derecha. Acto seguido, abanicó de modo diagonal hacia fuera, como si fuera un látigo, luego lo hizo en dirección contraria y terminó hacia adelante. Agarró con la izquierda el atuendo por detrás, por debajo de su cola.

Heros miraba con atención los atrevidos y diestros movimientos de Hestia. Sus pupilas ensanchadas y con una dura erección, se mantenía como espectador del maravilloso show de su hermosa amante. La manera en que ella lo hacía, era tan descarado, picante y excitante. Atestiguaba como jugaba con la camisa, al pasarla por su tersa piel caucásica, para luego lanzarla en el piso. Así mismo, deslizó el cierre de la cremallera de la falda, para después de usarla como instrumento del baile, y de manera posterior, arrojarla en el suelo de la recámara de luces púrpuras. Entonces, ella se mostraba en ropa interior, con los tacones de aguja. Divisaba las tiras que unían las medias veladas con el liguero en la cintura de su preciosa diosa. Además, que también tenía una liga negra de matrimonio en el muslo derecho, como las que se ponían las novias en la boda, que se llevaba a cabo en la recepción del evento nupcial; eso sí que le llamó su atención. Su bella acompañante seguía danzando de forma magnífica, como si él fuera un rey de la antigüedad, que era complacido por su musa.

Hestia se palpaba su rojiza melena y se tocó con provocación, desde su cuello, hasta su cintura, mientras mantenía los codos los más junto posible. Encorvó sus rodillas y se mantuvo de cuclillas. Se puso a cuatro patas sobre el piso de la lasciva recámara, y anduvo a gatas de modo lento y calmado hacia él. Al llegar a su destino se apoyó en el regazo de Heros, para colocar en pie. Entonces, le bailaba de cerca de forma lujuriosa. Le tocaba el pelo, las mejillas y los musculosos brazos. Decidió soltarle los botones de la camisa, y le palpó los esbeltos pectorales. Distinguió en el pantalón la dureza de su chico. Era el momento exacto, para molestarlo y seguir aumentando el deseo. Se puso de espaldas de a su joven amante, para seguir danzándole. Meneaba sus caderas, tocando la firme virtud de Heros con sus glúteos. Se frotaba contra el erguido atributo, para darle un ligero adelanto en lo que iban a terminar los dos; nada más que, con sus cuerpos acoplados de manera perfecta, para lograr el estado más placentero del ser humano: el clímax. Era una mujer mala y obscena que le encantaba masturbarse y tener sexo. Le fascinaban las los látigos, las fustas, los castigos, las esposas, las cuerdas y los consoladores. Así, como, infligir dolor y regañar a los demás. No era normal, ni bien visto por la sociedad. Pero, ¿qué aburrido era ser alguien normal y ordinario? Lo excéntrico y poco común, era lo más complicado de encontrarse. Avanzó dos pasos, separó los pies, unos centímetros más que, la anchura de sus hombros, de forma triangular. Realizó un movimiento de cabeza hacia abajo, llegando a verlo, entre en el espacio que había formado. Deslizó su mano por su fina pantorrilla, en la que las medias negras facilitaban el recorrido. Sus uñas pintadas de rojo, hicieron juego con el tacón de aguja oscuro y la suela beige. Lo miró por encima del hombro, en tanto moldeaba una astuta sonrisa, pero sin mostrar su dentadura blanca. Elevó su brazo diestro en el aire y se acarició con su palmar zurdo. Cruzó su extremidad derecha, hacia delante, quedando, de nuevo, frente a Heros. La música llegó a su final. Sin embargo, el erótico espectáculo, estaba lejos de acabar. Hizo alarde su increíble flexibilidad, ubicando una de sus piernas encima del hombro de su presa cautiva. No tuvo que decirle lo que quería que hiciera, porque resaltaba a la vista. Su pecho manifestaba su leve agitación, al igual que la ligera transpiración en su piel.

Heros observó la liga de matrimonio en el muslo diestro de ella. Era parte del de la recepción de la boda que, fuera la pareja, quien lo removiera.

—Entiendo —dijo él, hechizado con el ferviente espectáculo que había presenciado.

—El novio debe quitarle la liga a la novia. Sin ver y con la boca, pero omitiremos lo primero —comentó Hestia. Acomodó su pie en la entrepierna de Heros, apoyándose en el soporte de la silla de madera—. Adelante.

—Sí, mi señora —respondió Heros, asumiendo su rol de sumiso.

Heros encorvó su tronco, para acercar su boca a la prenda amarrada en el grueso y tonificado muslo de su diosa. Sin embargo, ¿por qué se apuraría en hacerlo? No había nada que lo afanara. Según las palabras de Hestia, entre más lejos llegara, ella estaría más complacida y satisfecha. Sacó su lengua, y lamió el salino sudor de Hestia, en la parte que estaba libre. Apretó con sus dientes uno de los lados de la tira del amarre, y la liga quedó colgando en su boca. Había sido bañada en el exquisito perfume que Hestia usaba, por lo que sus fosas nasales se habían llenado de ese embriagante aroma. Había caído rendido de los encantos de Hestia, pero cada vez que compartían iba descubriendo más virtudes que lo hacían caer aún más ante ella.

Hestia percibió el hormigueo al ser probada por su dulce y atractivo acompañante. Había un gran potencial en él, para convertirse en un magnífico y sobresaliente amante. A veces daba indicios de esas dotes dominantes que se mantenían dormidos en él. Su misión era despertar ese lado salvaje y bravío del tierno y dulce Heros, ya que convertiría al bondadoso ángel en un auténtico y obsceno demonio. Aprovechó para soltarse los ganchos del liguero, que lo vinculaban con los tirantes las medias y se lo quitó. Giró la silla, en la que Heros estaba prisionero, noventa grados, para que quedara mirando hacia el piecero de la cama. Después se acercó hasta el armario, donde agarró un consolador ovalado y un vibrador más largo. Encendió más luces, para dar más claridad. Entonces, le entregó el control del artefacto más pequeño, y caminó con sensualidad hacia el lecho que compartirían. Se subió con destreza sobre el colchón. Abrió sus piernas de manera provocadora. Inclinó su cabeza hacia atrás, y con lentitud y finura, le preguntó:

—¿Quieres ver más? Aún no he terminado. —Sonrió de manera tensa, con sus carnosos labios cincelados—. Apenas vamos a empezar.

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