26. Trátalo bien
*suspira* No sé si están preparados para esto.
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26. Trátalo bien.
Pasa, tal vez, media hora hasta que consigo cerrar los ojos. Sin embargo, los vuelvo abrir casi al instante cuando escucho a Luca respirar entrecortado y gemir de dolor.
Gemir... de dolor.
Preocupada, me giro hacia él y advierto que flexionó las piernas haciéndose un ovillo y tiene las manos en las manos sobre el abdomen.
—Colon... gastritis —bufo, dejando salir un resoplido, y Luca asiente.
Gira sobre su estómago para sacar la cabeza de la cama, suelta dos arcadas y vomita.
—¡Dios! —exclama, tosiendo.
Ensució con vómito su pijama, la orilla de la cubrecama y parte del piso.
Tuerzo mi gesto en una mueca de asco, pero contengo el aliento y voy por un trapeador.
Al volver a la habitación, Luca salta al verme fregar el piso con el trapeador, trapos y desinfectante.
—¡No, no hagas eso!
—No es nada —resto importancia mientras él se vuelve a hacer un ovillo en la cama—, entre más tiempo pase peor será el olor y hay que llevarte a Emergencia.
—Le diré a Alexa.
—No, ya la molestamos suficiente hoy, yo puedo —decido.
Al terminar de limpiar el piso, le saco la pijama, quito la cubrecama, llevo todo a la lavadora y lo dejo en remojo.
—¿Pantalones? —le pregunto a Luca al regresar y señala su armario.
Busco dentro hasta dar con unos pantalones de chándal y una camiseta.
«También necesito suéteres», pienso al recordar que cuando llegamos había frio y cojo dos del perchero. Sin embargo, al tirar de los suéteres mi atención aterriza en el piso del armario al ver sobre los zapatos un iPad con un par de audífonos colgando, un libro de texto de nombre «Les 500 Exercices de Grammaire» y otro de nombre «Dictionnaire».
Sacudo mi cabeza pues no dejo de parpadear, tengo sueño, y estoy por coger los libros cuando un nuevo gemido de Luca devuelve mi atención a los suéteres.
Regreso con él a la cama y lo ayudo a vestirse. También me vuelvo a poner la ropa que traía puesta, y, al terminar y escoger uno de los dos suéteres, me quedó con el rojo con un rayo en el centro. Luca me explica que el rojo es de Flash y el de él, color negro y blanco, es de Venom.
Hago girar mis ojos sin que él se percate. No me importa que el suéter tenga la «S» del mismísimo Superman, yo solo utilizo abrigos o blazers de exportación que no bajan de mil dólares. Pero Luca no deja de ver con una sonrisa tonta el de Flash.
Cojo de la mesa de noche las llaves del Corolla y mi bolso, salimos del apartamento con precaución para no despertar a Alexa, bajamos al estacionamiento y subimos al coche.
Paso una mano sobre mi cara y prendo el Corolla a pesar de aún no sentirme preparada para manejar. No dejo de bostezar y mis ojos lagrimean debido al sueño que tengo. La noche anterior apenas dormí y en esta nada, pero Luca lo lleva peor retorciéndose del dolor en el asiento del copiloto.
—No debiste participar en esa competencia de tequilas.
—Sí debí.
En el camino le timbro a mi gastroenteróloga, y ya sea por la hora o porque ya no me soporta, no contesta y me tengo que atener a quien se encuentre en Emergencia.
Dejo el coche frente a la puerta para que un enfermero ayude a Luca a bajar, aparco cerca y me apresuro a correr tras él para acompañarlo.
—No puede pasar de la Sala de espera —me regañan.
—Soy la esposa y él es un enfermo crónico de cuidado —justifico y, con Luca riéndose por lo bajo a pesar de los espasmos y el dolor, consigo mi cometido y entro con él.
—¿Qué comió? —me pregunta la doctora en lo que Luca se recuesta boca arriba en una camilla.
Alzo y dejo caer los hombros al mismo tiempo que bostezo.
—No sé, yo estaba borracha.
Pero pronto caigo en cuenta de que dije algo incorrecto:
—Bueno, los dos estábamos borrachos —rectifico con Luca esbozando muecas de «¿Por qué yo?»— pero recuerdo doce o trece Shots de tequila.
—Trece Shots. ¿Eso era necesario? —regaña la doctora a Luca que me mira de forma acusadora.
—Sí —masculla él, volviendo a arquear la espalda debido al dolor.
Tomo su mano para apretarla, él la acepta y entrelazamos nuestros dedos.
—Pero la mayor parte del tiempo estamos sobrios —aclaro.
—Menos mal —La doctora presiona en diferentes puntos el abdomen de Luca para ver su reacción y toma nota.
Luca le explica que ya está en tratamiento, pero que antes de los Tequilas cenó Snacks y los Shots solo terminaron de empeorarlo todo.
La doctora le manda a hacer exámenes de laboratorio, añade pastillas y una dieta más estricta al tratamiento de Luca y después llama a una enfermera para que lo canalice.
Admito que en mi somnolencia no dejo al personal hacer su trabajo.
Con teléfono en mano, intento llamar a mi gastroenteróloga cada que le intentan suministrar algo a Luca.
—¿Eso qué es? —pregunto, exigiendo leer lo que dice cada ampolleta.
—Señora, guarde ese teléfono y déjenos hacer nuestro trabajo —me regañan.
—¿«Señora»? —Alzo la cara frunciendo el entrecejo.
—¿No dijo que es la esposa? —me confrontan.
Suavizo mi gesto a modo de disculpa y continúo sujetando la mano de Luca, que, demostrando que el medicamento empieza a hacer efecto, se ríe de mí.
—Ya no te duele, ¿verdad, mi amor? —digo, apretando con mayor fuerza su mano y después, con la que tengo libre, empujo su hombro.
—¡Ay! —se queja.
Me vuelvo hacia las enfermeras:
—Leí que si reemplazas un dolor por otro el primero desaparece —explico, apretándole más la mano.
—¡Nunca oí de esa teoría! —se queja Luca, pero sigue riendo.
—De continuar así, le tendremos que pedir que salga —me amenazan.
Libero la mano de Luca.
—Perdón, ayer tuve un mal día —me apresuro a justificar—. Por la tarde descubrí que me es infiel —agrego y Luca deja de reír para mirarme molesto.
Ahora tengo a las enfermeras de mi lado. Una incluso acomoda de mala gana la almohada bajo la cabeza de Luca.
—Pensé que tu mal día empezó cuando la veterinaria insinuó que serías mala madre —se defiende Luca.
»Olvidó alimentar a nuestra perra Poodle y esta se comió unos quesos que le provocaron diarrea —explica a las enfermeras y estas ahora se ponen de su lado.
Hago rodar mis ojos.
—Pero eso no me pasaría con un bebé —justifico—. Con ella o él pondría mi alarma.
—Piensa que un recién nacido come con horarios —le dice una enfermera a otra, seguido de un sonoro «¡Jum!».
»Muchas madres modernas prefieren el método de libre demanda —añade.
Tuerzo mi boca en otra mueca.
—Créale, ese bebé tendría horarios para comer y los respetaría —interviene Luca y giro la mueca en mi boca en dirección a él—. También sabría cuándo llorar, hacer popó o babear.
»De lo contrario, ya me imagino esa cuna llena de Post-Its.
Vuelvo a alcanzar la mano de Luca para apretarla y de ese modo de nuevo ayudarle a canalizar el dolor.
—¡Maldición, Ivanna! —lloriquea.
Tuerzo mi gesto con duda.
—Además, ¿por qué me tendría que acordar yo de alimentarlo, cambiarle el pañal o bañarlo cuando estás tú? —le recuerdo.
—¿No quieres que también le dé de amamantar? —se queja Luca, obligándome a soltar su mano.
De nuevo me vuelvo hacia las enfermeras.
—Bueno, no puede amamantarlo directamente, pero ya hay dispositivos con forma de pecho femenino, les llaman «Asistente de lactancia para padres» y permiten a papá amamantar al bebé para que la experiencia no sea solo para mamá —dice una de las enfermeras.
—¿«Asistente de lactancia»? —repito con una sonrisa de triunfo, de nuevo viendo a Luca, que solo sonríe a la fuerza.
—También está el biberón —agrega la otra enfermera.
—Yo solo tendría que llegar por las noches a ver qué tal te fue en el día —digo, sacando un par de gafas oscuras de mi bolso porque ya no aguanto el sueño.
—¿Y mi trabajo? —se queja Luca.
—¿Y el mío? —devuelvo en tanto me coloco las gafas.
—Oh, ¿van a tener un bebé? —pregunta una tercera enfermera al acercarse luego de oír furtivamente parte de la conversación.
Ladeo mi cabeza hacia un lado:
—¡Dios, no! —Muevo mi cabello hacia un lado con indignación—. Solo estamos especulando.
—Además, ella olvida alimentar a nuestra perra Poodle —repite Luca.
Pero cuando quiero volver a sujetar su mano para ayudarle a canalizar el dolor, las enfermeras me detienen.
—Ya. Déjelo descansar.
«¿En paz?»
Tomo asiento a un lado de la camilla y veo a Luca cerrar los ojos con sueño una vez que los medicamentos hacen efecto.
Al igual que yo apenas ha dormido en dos días.
Vuelvo a tomar su mano y me dejo caer en la silla para igualmente intentar dormir.
...
Despierto de un salto al oír el ruido de algo metálico golpeando con firmeza el piso.
—Fue en el pasillo —me dice Luca con un tono tranquilizador.
Tengo las gafas hacia un lado, baba a un lado de la boca y ya no sujeto su mano... pero él sí la mía.
—¿Cómo te sientes? —pregunto, tratando de incorporarme.
—Ya estoy bien —contesta, soltando mi mano para proceder a acomodar con sus dedos mi cabello y luego tirar con ternura de mi nariz.
Todavía adormitada, reacomodo mi silla a modo de apoyar mi cabeza en su hombro.
Mis parpados se cierran solos.
Casi enseguida siento su nariz respirar contra mi cabello, seguido de un beso; sin embargo, cansada como estoy, sigo durmiendo.
—Es una buena esposa —escucho que le dice la enfermera a Luca.
Levanto la cara y la veo terminar de retirarle el catéter.
Luca me sonríe.
—Sí. Es increíble mi gorda —le dice a la enfermera y agudizo mi mirada—. Ama que le diga así —agrega, sin dejar de sonreírme—, que no la engañe su cara de querer estampar mi cara en la pared.
...
—Tu aliento es terrible —le digo al subir los dos al Corolla.
Es su turno de manejar.
—El tuyo también —ríe y me da un beso de pico que acepto.
—¿Irás a Chevalier? —pregunto en lo que de forma juguetona deja más besos sobre mi cara, oreja y sien.
—No. En lo que dormías le envié una constancia a Anette y a Recursos Humanos.
»Ya sé. —apostilla, ensanchando su sonrisa—. Hagamos algo el resto del día, pero en mi apartamento, porque si estoy incapacitado no puedo salir.
Da por hecho que como vicepresidenta puedo faltar al trabajo si quiero.
Y sí.
En mi cabeza se reproduce la extraña discusión que tuvimos en francés y chino durante la madrugada, pero también su promesa de que hablaríamos, de manera que acepto y eso claramente lo hace inmensamente feliz.
Como en el coche también me tuve que tomar un par de pastillas de lansoprazol, en las escaleras rumbo a su piso no dejamos de bromear sobre lo que comeremos.
—Pechuga asada.
¿Debería agregar que caminamos tomados de la mano?
—Pechuga al vapor —devuelvo.
—Pechuga acompañada con arroz blanco.
—Pechuga acompañada con brócoli.
—Pechuga acompañada con patatas... cocidas.
Los dos reímos al recordar que esa es la variedad que nos ofrece la doctora en su dieta.
—Pechuga acompañada con zanahoria al vapor o rayada.
—¿Pechuga con pechuga? —Echo mi cabeza hacia atrás, riendo más duro.
—Pero sin piel.
—Eso es importante —concuerdo.
—Ahora repasemos los platos con pescado —sugiere fingiendo seriedad en lo que abre la puerta del apartamento, pero de inmediato sonríe y yo con él. No obstante, suelta mi mano y la sonrisa se borra de su cara en cuanto abre la puerta y ve a una niña corriendo hacia él.
—¡Papá! —lo saluda, estirando hacia arriba sus pequeños brazos para que Luca la cargue.
«¿Papá?»
Él la complace y siento que me quedo sin respiración.
De ese modo terminamos de entrar al apartamento con él relamiendo sus labios con inquietud, pero la escena solo empeora al ver a Alexa y a Roy platicando con Laura en la sala.
Laura... la chica de las fotos de Instagram. A la que llamó su otra mitad y «la mejor».
Luca busca mi reacción pero yo desvío mi atención a Alexa que me ve con culpa.
Roy, en su lugar, da un trago largo al vaso en su mano mientras Laura nos sonríe a todos. Ella y la niña son las únicas que parecen cómodas con la situación.
—No sabes cuánto se preocupó por ti —le dice Laura a Luca—. Vinimos y Alexa nos dijo que le enviaste un mensaje desde el hospital.
—¿Qué te pasó, papá? —le pregunta la niña a Luca y apenas puedo contener mis ganas de llorar.
En segundos, llevo y retiro dos veces mi mano de mi boca.
Laura se da cuenta y pestañeando rápido mira de Luca a mí.
—Oh... No es su verdadero papá —se apresura a aclarar, apenada—. Tiene seis años. ¿Te imaginas? La hubiera tenido cuando Luca tenía dieciocho años, y bueno, cuando la tuve yo tenía dieciocho años —ríe, pero vuelve a mostrarse apenada al ver que nadie más lo hace—. Su verdadero papá es un imbécil que nunca se hizo cargo. Llama de ese modo a Luca por cariño.
»Él es demasiado amable para aclararlo —agrega Laura, viéndonos otra vez a los dos—. Demasiado amable... o tonto.
Trago duro y señalo con mi bolso el pasillo insinuando que necesito ir al baño.
Y prácticamente corro hacia allá.
Al llegar, me encierro y me abanico la cara con las manos para no llorar.
Es evidente que Luca no tiene una hija de seis años, pero la primera impresión me derribó emocionalmente y no podía estar allí un minuto más.
No cuando estoy gritando por dentro.
«¡No!», me digo, y continúo abanicando mi cara al sentir la tormenta tras mis pestañas.
«Ella es Laura».
«Ella. Es. Laura».
—Y tiene una hija que llama «papá» a Luca —digo, bajando la tapa del váter para sentarme y pensar.
Para... tranquilizarme.
...
Lavo mi cara, dejo el suéter de Flash colgado en el toallero y salgo del baño cuando me siento lista.
En la sala platican alegremente sobre la niña aprendiendo la tabla del 2 y la letra M. O la que platica es Laura en tanto el resto, en particular Luca, responden con monosílabos o simplemente callan.
Al regresar a la sala la niña se pone de pie para saludarme.
—Hola, mi nombre es Isabella —se presenta con una sonrisa estirando hacia mi su pequeña mano para que la sostenga.
«Se llama como la esposa muerta de Marinaro», recuerdo, volviendo a tragar duro, y me inclino para corresponder su saludo.
—Mucho gusto Isabella, yo soy Ivanna.
Al incorporarme, viro en dirección a todos. Luca es el único que no me ve directamente, su atención está en el piso de la sala.
—Mucho gusto; Ivanna Rojo —me presento del mismo modo con Laura y ella parece feliz de que lo haga.
—Laura Montero —se presenta ella del mismo modo, se pone de pie para igualmente sujetar mi mano y procede a mirarme de pies a cabeza, aunque no de mala manera—. Uau. Debes ser modelo de alta costura o algo así. —halaga y enseguida parece intentar recordarme—. Sí... Creo que te vi en una valla publicitaria.
—No, no soy tan importante —digo, bajando la mirada.
Me cuesta mantener la atención en sus ojos porque, contrario con Prudemencia, no quiero buscar nada malo en ella.
—Es vicepresidenta de Doble R —interviene Luca mirando del piso al techo.
Laura ve de él a mí y su asombro va en aumento:
—Doble Uau. Eso es mucho más importante... Yo soy empresaria pequeña —Lo dice haciendo comillas con sus dedos a manera de restarse importancia—, fabrico champús, fragancias y cremas, y las vendo por mi cuenta.
—Suena increíble —la felicito—, yo apenas he leído la etiqueta de mi propio champú y ni de broma podría fabricar uno.
—Ganó un concurso —dice de nuevo Luca, con la mirada en el piso y esta vez refiriéndose a Laura.
—Bravo —digo, con admiración y empiezo a caminar hacia atrás para despedirme—. Me... Me tengo que ir —señalo la puerta.
—No, quédate, apenas llegas, yo solo quería saber cómo está Luca. No me basta con ser la vecina chismosa que fisgonea todo desde el piso de arriba —bromea y automáticamente pienso en la sombra del otro día.
—Me llamaron de Doble R y tengo que ir —miento.
Pues la niña, en especial, no parece querer irse. Acaba de sacar muñecas de una bolsa con la intención de ponerse a jugar con Alexa.
Pillo la atención de Roy para pedirle mis llaves.
—Ah, sí, sí —Se pone de pie y las coge de su bolsillo—. Estoy seguro de que nadie ha conducido mejor que yo ese Audi —dice, orgulloso y me entrega las llaves.
—Eso es machista —masculla Alexa.
—Así que tienes suerte de que te lo devuelva —continúa bromeando Roy.
—Y eso es tóxico —se sigue quejando Alexa.
Roy me explica en dónde aparcó el Audi y despidiéndome del resto sigo avanzando de espaldas hacia la puerta.
—Cuida lo que coma Luca —le digo a Laura—. Al menos hoy. —Ella asiente mientras él aún mira el piso—. Pechuga sin piel y brócoli.
Laura intenta decirme otra cosa, pero no la dejo. Mis ojos inevitablemente se humedecieron y necesito huir.
—Trátalo bien —termino con Luca finalmente levantando la cara para verme, pero me giro hacia la puerta y abro.
Cierro y me apresuro a bajar las escaleras. Necesito llegar con urgencia al Audi porque empecé a llorar.
«¡Idiota!»
Él no. Yo.
Porque con este dolor doy por finalizada su venganza al dar fe de que terminó de hacerme pagar todo.
Todo.
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Se les frunció el asterisco ante la posibilidad de que Luca tuviera una hija, ¿no? D: ¿Debí hacerles sufrir y aclararlo hasta el siguiente capítulo? Háganme un favor: si lo comentan en el grupo de facebook no aclaren que es mentira para subirles el azúcar a los que aún no leen *risa maquiavélica*
Con este capítulo se cierra un ciclo </3 No sé si ustedes lo ven así, pero quedó un círculo perfecto. Salvo por algunas cosillas, la novela podría terminar aquí. A ESO me refiero. Hoy hubo un segundo final. Pero lo que sigue es bomba tras bomba.
https://youtu.be/YtiMepdAp6s
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¡Gracias por apoyar mi trabajo dejando estrellitas! ¿Será este el fin de #Luvanna :c? Cada voto es tanto un sí como un no ♥
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