Capítulo 6

—¡Ya estoy rechinante de limpio! —bromeó Fernando al otro lado de la cortina.

—Esperame en la entrada. Enseguida te alcanzo —prometí, intentando recuperar la compostura.

—¡Está bien! No tardes mucho. El pelado dijo que nos iban a dar comida y yo estoy muriéndome de hambre —advirtió.

Me obligué a calmarme. Por lo menos no estaba solo. Aunque apenas los conocía, ya consideraba a los miembros de ese pequeño grupo de supervivientes como mis amigos y confiaba en ellos. Sin embargo, los miembros de PRISMA, pese a su generosidad, me impedían bajar la guardia. Me resultaba muy extraño que en un tiempo tan corto se hubieran organizado tan bien, pero necesitaba creer que estaríamos a salvo.

Pocos minutos más tarde, salí de la ducha. Me sequé con uno de los toallones que había sobre una mesa y luego me envolví la cintura con él. Me dio cierta sensación de alivio que el hombre pequeño no estuviera. En su lugar, una pila de ropa blanca me esperaba. Era de un material térmico que se estiraba demasiado. Me vestí con el peculiar uniforme de PRISMA que se ceñía al cuerpo de forma poco favorable para quienes como yo no pasábamos el día entero en el gimnasio. Al abandonar el baño, encontré a mis amigos y a Gustavo esperándome.

—¡Perdón! No me di cuenta de lo mucho que tardé —me disculpé avergonzado.

—¡Bueno, no hay tiempo que perder! Los llevaré a su hogar en donde encontrarán algunos bocadillos. Les sugiero descansar y por la noche cenaremos todos juntos para discutir si pueden ser de utilidad a esta comunidad. Recuerden que si van a formar parte de PRISMA es necesario que brinden lo mejor de ustedes para que en esta oportunidad el mundo sea mejor que el de antes —dijo Gustavo con una calma inquietante.

Intercambié una mirada fugaz con Fernando que posiblemente estaba pensando como yo en qué pasaría con nosotros si no éramos útiles para el partido. Un partido al que yo siempre había considerado que estaba conformado por un montón de locos conspiranoicos, pero que ahora parecía ser lo único que nos quedaba.

Gustavo nos asignó el container número treinta y dos como nuestro hogar. La puerta no tenía cerradura y el interior consistía en un pequeño cubículo con dos literas, una mesa con una lámpara de gas encima y una única silla. Todo era de un triste color pálido, incluso las cinco botellas que nos habían dejado sobre la cama y los paquetes de lo que supuse que era alguna clase de tentempié.

—Les sugiero que permanezcan en su hogar y descansen antes de ir a cenar. Estamos en proceso de ordenar el refugio y sigue llegando gente, por lo que les ruego que no merodeen por el predio si no es absolutamente necesario. Pueden ir al baño si necesitan y encontrarán una canilla con agua potable para llenar sus botellas a cinco metros de aquí —dijo Gustavo y señaló hacia la derecha.

Le agradecimos al hombre que se despidió de nosotros sin dejar de mostrar sus dientes en ningún momento. Hizo una pequeña reverencia y se marchó.

—Bueno, ahora que se fue. ¿Qué piensan? —preguntó Fernando.

—¡No lo sé! ¡Todo esto es un completo desastre y odio esta ropa que me marca demasiado la panza! —se quejó Marina.

Alcé una ceja con incredulidad. La joven no tenía ni un gramo de más. Tenía un cuerpo perfecto como para bailar toda la noche y tomar sol durante el día.

—¿Estás loca? ¡Sos hermosa! —exclamó Fernando mirándola sin disimular ni un poco.

—Gracias —dijo ella con ternura y le regaló una sonrisa.

Yo no podía creer que estuvieran coqueteando en un momento como ese y comenzaba a perder la fe en la humanidad. Bueno, quizás ya la había perdido antes.

—No sé qué pensar. Me resulta extraño que justamente PRISMA haya podido repeler los ataques de la Coalición de las Tres Américas. No sé ustedes, pero para mí siempre fue como un chiste ese partido. Además, si la invasión está liderada por Estados Unidos y todos los demás países la apoyan, no creo que podamos ganar esta guerra —dijo Lara y luego comenzó a repartir los paquetes de comida que nos habían dejado.

—Yo pienso igual que ella. Aunque siempre estuvo presente en los discursos de PRISMA la idea de que existía un plan de control mundial. Puede ser que se hayan preparado para resistir ataques exteriores. El gobierno no pensó en que podían atacarnos de golpe y por eso no reaccionó a tiempo —dije y aunque solo eran especulaciones, todos me escuchaban con atención y asentían con la cabeza.

—¿Y ahora qué? ¿Nos unimos al partido y nos enfrentamos al resto de la coalición? —preguntó Lara.

—Cuando PRISMA es la única opción, se vuelve nuestra mejor opción —dijo Fernando y fue el único en reír de su propio chiste.

—No me convence —insistió Lara.

—Fernando tiene razón. ¿Preferís irte con la nena? No sabemos si queda algo o si es seguro allá afuera —dijo Marina.

—¡Tampoco sabemos si estamos seguros en este lugar! —exclamó Lara.

—Al menos tenemos techo y comida. Yo creo que tenemos que quedarnos y ver qué pasa —sugirió Fernando.

—¡Ni loca me voy! Casi nos morimos ahí afuera —dijo Marina.

—¿Y vos? —me preguntó Lara.

Yo quería quedarme. Sin embargo, dije:

—Si pensás que no es seguro, me voy con vos.

Los tres mirábamos fijamente a Lara que parecía estar debatiéndose internamente sobre qué debería hacer. Contuve la respiración con nerviosismo hasta que habló:

—Está bien... Me quedo.

Exhalé aliviado y abrí el pequeño paquete blanco que me había alcanzado Lara hacía tan solo un momento. En su interior encontré unas galletas saladas que cuando las comí me dejaron la boca seca y arenosa.

—¡Están vacías! —dijo Fernando quien no había podido terminar de tragar su comida y sacudía una botella en el aire.

—¡Vamos a llenarlas! —le sugirió Marina y ambos salieron cargando las cinco botellas.

Kathya, sentada en el piso, había triturado su comida y estaba cubierta de migas, pero Lara parecía absorta en sus pensamientos.

—¿Qué es esto? —le pregunté a Kathya y realicé un mal truco de magia que había aprendido de mi abuelo en el que fingía quitarme el dedo pulgar.

—¿Cómo lo hiciste? —me preguntó ella con una admiración que solo alguien de su corta edad podría demostrar.

—Un buen mago nunca revela sus trucos, pero como sos una niña genial puede ser que te lo enseñe. Eso sí, no podés contárselo a nadie más —advertí.

—¡Por favor! No le voy a mostrar a nadie cómo se hace —pidió la niña.

Fernando y Marina se demoraron más de lo que hubiera sido esperable para un trayecto tan corto, por lo que supuse que habían desobedecido a Gustavo y se habían ido a explorar. En el tiempo que tardaron ya le había enseñado a Kathya a fingir que se quitaba el pulgar y a sacar una galleta de la oreja de su madre. No era muy buena en eso, pero le ponía mucho entusiasmo.

—¿Quién quiere agua? —preguntó Fernando al entrar.

Lo siguió Marina que estaba algo sonrojada.

—¿Vieron algo extraño en el campamento? —interrogó Lara sacudiéndose las migas de su lacio y rubio cabello.

—No, solo un montón de containers como este —se apresuró a decir Fernando.

Marina desvió la vista y no dijo nada.

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