Capítulo 5
A medida que nos alejábamos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, las construcciones parecían haber recibido menos daño y algunos edificios todavía seguían en pie. Pensar en que quizás las personas que vivían en las afueras de la ciudad e incluso en el interior del país no hubieran sido dañadas, atenuaba parte del dolor que sentía.
El campamento consistía en cientos de containers blancos, colocados uno junto a otro, que se extendían a lo largo de las más de cincuenta hectáreas que calculé que debía tener el parque. En el centro del predio se alzaba una bandera con la figura de un fénix que volaba dentro de un prisma de base triangular.
—Pajarito —señaló Kathya.
—Es un fénix, linda. Él puede renacer de las cenizas, así como todos nosotros renaceremos más fuertes que nunca y todo se lo deberemos a PRISMA —explicó con ternura la conductora y comenzó a aminorar la altura y la velocidad del taxi.
—¿Quién lidera el partido? —la interrogué antes de que el vehículo se detuviera por completo.
—Ahora todos somos PRISMA y es un sistema igualitario, por lo que aunque cumplimos órdenes para que las cosas funcionen bien, no hay una figura que nos lidere. Somos una red y todos tenemos que cooperar con lo que podamos. ¿Entienden? —dijo la conductora.
—Claro —asentí, aunque no comprendía nada de lo que estaba ocurriendo.
Bajamos del vehículo y nos despedimos de la mujer que, casi con seguridad, debía seguir recogiendo a los sobrevivientes del ataque. Nos recibió un hombre alto con la cabeza afeitada y el característico traje de los miembros del partido.
—¡Bienvenidos! Mi nombre es Gustavo. Estoy seguro de que deben tener muchas preguntas, pero hoy es un día bastante complicado y estoy corriendo con el tiempo. Les mostraré cuál será su hogar. Allí encontrarán comida. Si quieren asearse o utilizar el baño, encontrarán los sanitarios en aquel sector —dijo con una simpatía que me resultaba perturbadora y señaló unas construcciones agrupadas que parecían iglús.
—¡Muchas gracias, enserio! —exclamó Fernando de parte de todos.
—Solo voy a necesitar que me digan cómo se llaman, o bien que me den los nombres que quieran usar en este nuevo comienzo. Renacimos de las cenizas por lo que pueden empezar sus nuevas vidas con el nombre que sea de su elección. ¿Cuál te gustaría elegir? —me preguntó Gustavo que tenía una sonrisa forzada en el rostro y había preparado una lapicera de pluma para anotar en su planilla.
—Lucas —dije sin dudarlo.
Una de las pocas cosas que podía conservar de mi vida anterior era mi nombre y no iba a renunciar a llevarlo. El hombre lo anotó y luego hizo lo mismo con los de mis compañeros que también le habían dado el verdadero.
—Sería conveniente que se dieran un baño antes de ingresar a su vivienda —agregó Gustavo y volvió a sonreír.
Quizás era su forma de intentar que los refugiados se sintieran bienvenidos, pero para mí resultaba inquietante que se esforzara en ser tan feliz cuando el país entero atravesaba por una tragedia como esa.
Seguimos a Gustavo esquivando grupos de personas vestidas de blanco hasta que llegamos a los iglús que estaban construidos de un material similar a la chapa.
—Les darán ropa limpia en la entrada ya que pudimos rescatar muchísimos equipos deportivos de lo que quedaba en pie de la empresa Textura Nívea y podrán dejar sus prendas para que se las laven. Caballeros, pasen por aquí y, damas, vayan por aquella puerta. Los pasaré a buscar en media hora —nos indicó Gustavo y se marchó.
—Si ven que algo no anda bien, griten e iremos a buscarlas —le advertí a Lara y ella asintió.
—Si salen antes, espérennos acá —pidió Marina.
—Lo mismo va para ustedes. Tengan cuidado. No me gusta para nada ese tal Gustavo. Parece un extraterrestre fingiendo ser humano. Es más, no me sorprendería que lo fuera —comentó Fernando.
Marina soltó una risa muy suave. Yo estaba demasiado embotado como para poder procesar las bromas.
Aunque no nos gustaba demasiado la idea, nos separamos. No teníamos ninguna otra opción. Me consolaba pensar que si esas personas tan extrañas nos quisieran muertos, podrían habernos disparado, en vez de tomarse el trabajo de llevarnos hasta un refugio.
Seguí a Fernando a través de la puerta del iglú que nos habían asignado. Un hombre bajo y pelirrojo nos recibió en la entrada. El agua de dos regaderas enfrentadas estaba corriendo y el vapor invadía el pequeño baño. Detrás de ellas, distinguí dos cubículos en los que supuse que debían estar los retretes.
—Pueden dejar su ropa en este canasto y les buscaré algunas prendas limpias para cuando hayan terminado de bañarse. Recojan un toallón de aquella mesa —indicó.
—¡Gracias! —exclamó Fernando y comenzó a desnudarse sin pudor.
Yo siempre había sido una persona reservada y no me gustaba nada esa situación. Esperé a que Fernando se metiera en la ducha y cerrase la cortina detrás de él para comenzar a desnudarme. Sin embargo, fue un momento demasiado incómodo porque el pequeño hombre no me quitaba la vista de encima.
Arrojé mi ropa dentro del cesto y fui lo más rápido que pude hacia la ducha que me correspondía. Me metí debajo del agua caliente y dejé que la lluvia me lavara el rostro. Abrí la boca y bebí. Estaba muy sediento y la garganta me ardía cada vez que tragaba como si hubiera pasado la noche entera gritando en un recital. Sin embargo, la realidad era mucho más cruel, y el peso de la misma fue cayendo sobre mis hombros al mismo tiempo que el agua caía sobre mi espalda.
Apoyé mi mano sobre la pared y apreté los ojos con fuerza. Me sentía atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar. Mi vida ya nunca sería como antes. Por primera vez era consciente de que lo más probable era que no volviera a ver a mis abuelos ni a las personas que había conocido. Los sueños que había tenido alguna vez, ahora me parecían efímeros.
No sé en qué momento rompí a llorar, pero dejé que el agua se llevara mis lágrimas y con ellas una pequeña parte del dolor que sentía. La última vez que había llorado, había sido cuando era niño, aunque no recuerdo muy bien la causa. Aquel día mi abuela me había cantado o más bien me había recitado un poema. En ese entonces, sentí su voz como un mantra capaz de llevarse mi dolor. Me pregunté, si ahora que ella posiblemente se había ido para siempre, yo sería capaz de volver a ser feliz.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top