Capítulo 3
—Lara —pronuncio en un susurro su nombre y dejo que se lo lleve el viento. Quizás exista vida después de la muerte y ella sienta mi voz como una caricia.
La primera vez que la vi fue aquel fatídico día en el que todo comenzó. Le ofrecí un pañuelo de papel para que se pudiera limpiar la sangre que corría por su frente y ella lo aceptó con una dulce sonrisa. Aún no se habían apagado por completo las luces de la estación.
—¡Gracias! Yo soy Lara y ella es Kathya.
—Me llamo Lucas. ¿Cómo están? ¿Las lastimaron? —pregunté mirándola a ella y luego a la niña que calculé que tendría unos tres o cuatro años.
—Bien... o eso creo. Me caí al escapar de unos drones que nos disparaban. ¡Esto es una locura! ¿Qué clase de monstruo abre fuego contra una niña? —preguntó consternada.
—Es todo muy extraño —reconocí.
Fernando y Marina se unieron a nosotros algunos segundos después. Tampoco habían podido conseguir información sobre lo que sucedía.
Kathya se refugió en los brazos de su madre cuando un estallido seguido de un leve temblor hizo que las luces parpadearan.
—¡No puedo creer que vaya a morir en una estación de subte! —exclamó Marina.
Fernando la rodeó con los brazos e intentó tranquilizarla:
—Ninguno de nosotros va a morir hoy. Te lo prometo.
Ella escondió el rostro en su pecho. Todos deseábamos que sus palabras fueran ciertas.
Me senté junto a Lara y apoyé la espalda contra la pared. Fernando y Marina se acomodaron un momento después a mi lado.
Cuando se apagaron las luces el murmullo que se había mantenido constante desde la última explosión creció en intensidad. Algunas personas tomaron la decisión de abandonar el refugio. No sé qué habrá sido de ellos, pero supongo que no sobrevivieron.
Marina encendió la pantalla de su teléfono para que no quedáramos sumidos en la total oscuridad y Lara sugirió que los demás apagáramos los nuestros para ahorrar batería.
—¿Alguno tiene algo de comer? No sé cuánto tiempo vamos a tener que estar en este lugar y es bueno saber con lo que contamos —preguntó Marina.
Lara llevaba una barra de cereal en la cartera. Eso era todo.
Una vez que mis ojos lograron acostumbrarse a la falta de luz, noté que Lara estaba temblando. Había bajado bastante la temperatura y estar quietos no ayudaba. Me acerqué a ella hasta que su brazo y el mío se juntaron. No dijo nada, pero tampoco se apartó.
—Estoy preocupada por mis padres. Espero que estén bien —dijo Marina con pesar.
—Yo también —agregó Fernando.
—Tengo miedo por lo que pudo haber pasado con mis abuelos —dije.
—A mí me preocupa todo el país. ¿Estaremos en guerra? —preguntó Lara con la voz quebrada.
Nos quedamos en silencio. Desde ese momento nuestras vidas se cubrieron de un manto de incertidumbre. Teníamos demasiadas dudas y muy pocas certezas, pero sobre todas las cosas estábamos asustados.
A pesar de que me sentía agotado tanto física como mentalmente, aquella noche me costó mucho conciliar el sueño. Sentía a Lara tiritando a mi lado y el ambiente estaba cargado de susurros, sollozos y movimientos. Escuchaba los bombardeos cada vez más lejanos, lo que solo podía significar que nuestro sector ya debía haber sido reducido a ruinas.
Me despertó Kathya balbuceando algo ininteligible para mí. Me froté los ojos que me escocían por el polvillo y lo primero que vi fue el bolso que Lara alumbraba con la linterna de su celular. Buscaba algo revolviendo en su interior.
—¿Tenés hambre, amor? —le preguntó a su hija con ternura y le dio una barra de cereal.
—Esperá, mirá si es la única comida que queda —advirtió Marina.
—Es una nena y tiene hambre. ¿En serio querés discutir eso? —pregunté incrédulo.
—Es verdad, perdón. Es que toda esta situación me pone nerviosa —se disculpó ella.
—No te preocupes. Vamos a estar bien —prometió Fernando.
Unos minutos después de que Kathya terminara de comer la barra de cereal, un estruendo me obligó a llevar la vista hacia la entrada. La repentina luz y el polvo que se alzaba como la bruma al amanecer me obligaron a entrecerrar los ojos. Sin pensarlo, me puse de pie y me posicioné delante de Lara y de Kathya. Fernando y Marina se pusieron a mi lado uniéndose a mi intento de hacerle frente a lo que fuera que había ingresado a nuestro refugio.
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