Capítulo 10
—¿Podemos hablar un momento? —me preguntó Fernando un día que coincidimos en las duchas.
—¡Claro!
—Marina preferiría dejarte al margen de esto, pero vos estuviste con nosotros desde el principio y no me parece justo.
Me dolió saber que Marina no confiaba en mí, pero intenté mantener una expresión de indiferencia en el rostro y lo animé a continuar:
—Hace casi un año que estamos juntos. ¿Alguna vez hice algo para perjudicarlos?
—No, es verdad. Bueno... ¿Viste que Marina desde hace algún tiempo está trabajando con el equipo que se encarga de las telecomunicaciones?
—Sí.
—Bueno, no sé cómo decirlo sin que parezca una completa locura, pero logró hablar con uno de sus hermanos, el que vive en Uruguay.
—¡Es una locura! ¿Le está dando información a un país enemigo? ¿En qué estaba pensando cuando lo contactó?
—No, no le dio información. Solo quería ver si estaba bien. ¡Es su hermano!
—Está bien, entiendo... ¡Aunque por su seguridad y la de todos, debería dejar de hacer estupideces! —dije conteniendo la rabia que sentía.
—Eso no es todo —advirtió Fernando.
Me llevé la mano a la frente y negué con la cabeza. No estaba seguro si quería tener más información como aquella. Con solo saberlo sentía que estaba traicionando a PRISMA.
—¿Qué más ocurrió? —pregunté, era evidente que Fernando necesitaba sacarse ese peso de encima hablando con alguien y, después de todo, yo era su mejor amigo.
—Bueno... Su hermano dijo que esperaba que la guerra civil que había en Argentina terminara pronto. Entonces, o bien el hermano de Marina miente o nunca estuvimos en guerra con la Coalición de las Tres Américas. Creo que simplemente PRISMA llevó a cabo el ataque para deshacerse de la oposición y quedarse con el control de lo que quedaba del país. Tal vez, ni siquiera tomaron todo el territorio... ¿Qué pasaría si estuvieran concentrados solo en Buenos Aires?
Las palabras de Fernando habían sido como un balde de agua fría y me costaba asimilar la magnitud de lo que estaba sucediendo.
—Esto es muy fuerte... Necesito estar solo... Perdón —dije y salí del baño a toda prisa.
Comencé a arrancar la maleza que mataba a mis cultivos con demasiada ira. Si bien, tenía una pala especial para hacer ese trabajo, prefería dejarla colgada del cinturón de herramientas que llevaba en la cintura y desenterrar las plantas con mis propias manos. Mientras trabajaba, intentaba borrar de mi mente las palabras de mi amigo, pero aquello era imposible.
—¿Qué pasa? —me preguntó Lara en más de una ocasión, pero la ignoré.
No quería cargarla con un peso como el que llevaba sobre los hombros. Me sentía engañado. Había confiado en esas personas ciegamente durante todo ese tiempo, mientras que ellos me habían estado mintiendo. Me costaba demasiado asimilar que dos de mis mejores amigos eran unos traidores. Seguramente estaban vendiendo información a nuestros enemigos uruguayos, a cambio de uno vaya a saber qué, y eso no era lo único. No, buscaban envolverme con sus mentiras para que yo también me convirtiera en un traidor a la patria, en un enemigo del partido.
No estoy orgulloso de lo que hice en ese momento, pero sentí que no tenía otra opción. Al menos no, si no quería caer junto a los traidores. Además, la seguridad de Lara y de Kathya también estaba siendo amenazada. Quizás si no hubiera sentido todo el amor que les tenía a ellas, hubiera buscado la forma de hacer recapacitar a mis amigos, pero no podía arriesgar la vida de la mujer que amaba y la de su hija. Entregar los nombres de Fernando y Marina al sector de defensa fue lo más doloroso que había tenido que hacer hasta ese momento.
Aparté la vista mientras los arrastraban, amarrados como si no fueran más que animales. El vacío que sentí dentro de mi pecho cuando les dispararon aquel día frente al mástil, fue muchísimo peor al que experimenté después de la muerte de mis padres e incluso cuando acepté que posiblemente ya no volvería a ver a mis abuelos. Comenzaba a pensar que había nacido con una especie de maldición y que estaba destinado a perder a todas las personas que había querido. Intenté convencerme de que no había sido mi culpa. Solo había hecho lo que creía necesario para sobrevivir y para proteger así a quienes amaba.
No estaba permitido enterrar a los traidores dentro del predio en el que vivíamos, por lo que seguramente Fernando y Marina serían incinerados como la mayoría de los muertos que seguían encontrando bajo los escombros. Como habíamos llegado juntos y se suponía que éramos familia, nos dieron a Lara y a mí el resto del día libre. Hubiera preferido trabajar para no pensar, pero decidí acatar las órdenes.
—¡No puedo creer que estén muertos! —dijo Lara una vez que estuvimos solos en nuestro hogar.
Kathya no había sido avisada aún y seguía en la escuela. A los niños no los obligaban a ver las ejecuciones hasta que por lo menos tuvieran diez años y pudiesen comprender bien por qué era necesario llevarlas a cabo.
—Nos van a hacer mucha falta —reconocí y rodeé a Lara con mis brazos.
Ella rompió a llorar y mis ojos también se llenaron de lágrimas. Sin decir nada nos recostamos juntos y abrazados en la cama de Lara. Ella se acomodó en mi pecho y yo acaricié su cabello de la misma forma que lo había visto acariciar tantas veces a Fernando a la mujer que amaba. Me consolaba pensar que se habían ido juntos, en compañía del amor que se tenían. Lo mismo había sucedido con mis padres y posiblemente con mis abuelos. Si la vida hubiera sido justa yo habría partido junto a Lara, pero sin dudas, no lo era.
—Lucas, no sé cómo, pero tenemos que irnos de este lugar —dijo ella entre llantos.
—¿Qué decís? Acá estamos seguros. Es nuestro hogar. No hay nada más afuera de este predio —expliqué.
Ella recorrió mi brazo tiernamente con la yema de su dedo índice. Me encantaba estar así con ella.
—Este no es el único lugar del mundo. Nos están tratando de lavar la cabeza para que pensemos que PRISMA es la solución a todo, cuando en realidad es el único problema —dijo, sin dudas estaba muy confundida.
—Hay otros campamentos como este, pero estaremos bien. Vamos a superar juntos todo esto. Si querés hoy mismo les pido que se lleven la litera de... —sugerí, sin ser capaz de pronunciar sus nombres.
—No entendés. La guerra fue una farsa para que el partido tomara el control de la ciudad. No estamos en guerra, nunca lo estuvimos. Marina habló con su hermano... Podemos irnos juntos a Uruguay. Ahí vamos a estar seguros —prometió y se incorporó apenas para mirarme.
Lara había dejado de llorar y los pensamientos se arremolinaban en mi mente a una velocidad vertiginosa. Por el altavoz nos habían explicado que había que tener cuidado con la traición porque era capaz de extenderse con demasiada facilidad como un virus. No tenía el valor para denunciar a Lara. Ella era el amor de mi vida y tenía una hija pequeña. Me pregunté cómo podría criar a Kathya sin su madre. Estaba seguro de que sería algo muy difícil. No, tenía que haber otra opción. Necesitaba lograr que entrara en razón.
—Te mintieron, Lara. Es una trampa. Quieren que lleguemos a Uruguay para torturarnos y conseguir información sobre PRISMA —dije y coloqué mi mano en su mejilla.
—¡Es el partido el que miente! ¿De verdad pensás que nosotros podríamos haber sobrevivido todo este tiempo si realmente la Coalición de las Tres Américas nos quisiera destruir? ¡No tenemos tanto poder! Simplemente no tomaron parte de este conflicto interno porque les cedimos gran parte del territorio nacional. PRISMA nos mintió a todos y nos está utilizando. ¡No sos más que un títere de prisma!
—¡Mentira! ¡PRISMA es la única solución! ¡Todos somos PRISMA! —grité y giré para quedar sobre ella.
Intentó defenderse, pero sostuve sus brazos contra la cama por encima de su cabeza.
—¡Ayuda! —comenzó a gritar forcejeando para liberarse.
—¡No grites! —exclamé y llevé una de mis manos a su boca.
Si llamaba a los miembros más leales del partido, seguramente ejecutarían a Lara sin perder tiempo, de la misma forma que habían hecho con Fernando y Marina. Entonces, Kathya no solo se quedaría huérfana, sino que crecería sabiendo que su madre era una traidora. No podía quitarle a la pequeña la posibilidad de por lo menos visitar la tumba de Lara.
En ese momento supe exactamente lo que debía hacer. Tomé la pala que solía usar para quitar la maleza y la sostuve durante algunos instantes suspendida sobre el pecho de Lara que seguía intentando liberarse.
—Será rápido y te prometo que voy a cuidar a Kathya como me pediste. No dejaré que nada le pase —dije sintiendo como las lágrimas empapaban mis mejillas.
Fue un golpe fuerte y profundo que atravesó el pecho de Lara, quien apenas tuvo algunas convulsiones antes de dejar de moverse para siempre. Salí de encima de ella temblando y le acomodé las manos para que pareciese que ella sostenía la pala. Cerré sus ojos para que se viera como si estuviera durmiendo y después de asegurarme que ya no respiraba, fui a buscar ayuda.
Le repetí tantas veces a la gente que Lara no había podido soportar la muerte de nuestros mejores amigos por lo que se había suicidado, que casi empecé a creer que era verdad. Como nadie sabía que era una traidora me permitieron enterrarla dentro del predio. Le hice una tumba con un pedazo de madera que alguien había encontrado y grabé su nombre en él.
Sabía que era terrible lo que había hecho, pero no podía soportar la idea de que por mi culpa, todo el mundo la recordase como una traidora. Kathya era demasiado pequeña aún como para poder entender lo que había ocurrido, por lo que ni siquiera a ella le dije la verdad.
Me encargaría de que la niña estuviera a salvo. Ahora, yo era lo único que tenía y yo tampoco contaba con nadie más. Le había prometido a Lara que cuidaría de su hija si algo llegaba a ocurrirle. Sé que así ella lo hubiera querido.
—¡Kathya! —la llamo desde la tumba de su madre.
—¿Ya saludaste a mamá de mi parte? —me pregunta.
—Lo hice. ¿Sabés qué es esto? —le pregunto mostrándole las hojas que tengo en la mano.
—¿Qué es?
—Es mi historia... y la de tu madre. Cuando termine de escribirla la voy a esconder en esta grieta en la madera de la tumba y si alguna vez ya no estoy para vos, quiero que vengas a buscar estas hojas. ¿Entendiste?
Kathya asiente con la cabeza y me pregunta:
—¿Por qué no me contás todo ahora?
—Porque no podría soportar que me odiaras.
—¡Yo nunca te voy a odiar! ¡Te quiero mucho, papi! —dice ella y me abraza.
—Yo te quiero más —digo correspondiendo al abrazo.
Me encanta cuando me llama así. Aunque ningún lazo de sangre me une a ella, la quiero y la cuido como si fuera mi propia hija. Sé perfectamente que sería capaz de hacer cualquier cosa por su bien y por el del partido que nos mantiene unidos.
FIN
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