7: Final
Al día siguiente...
24 de agosto de 2023.
Monterrey, Nuevo León.
Universidad Autónoma de Nuevo León.
Facultad de Contaduría Pública y Administración.
Era un nuevo día en la ciudad. El cielo estaba despejado, y el clima estaba cálido.
Mateo estaba con Melissa en la entrada de la facultad. Mateo portaba una playera gris de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos. Melissa por su lado, portaba una blusa blanca de tirantes, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos.
Los dos chicos estaban platicando.
—Es bueno saber que al fin estás libre de las garras de Alonso, Mateo —dijo Melissa sonriendo.
—Sí, Melissa —dijo Mateo sonriendo—. Al fin logré escaparme de la casa. Y ahora que sé de lo que es capaz, ya no le tengo miedo. Ya no tengo miedo de enfrentarlo.
—Es bueno saberlo —dijo Melissa sonriendo—. Y eso que te tenía amenazado. Pero es bueno saber que ya no le tienes miedo.
—Sí, ahora que ya dejé todo eso atrás, voy a poder seguir tranquilamente con mi vida —dijo Mateo sonriendo.
Mientras los dos chicos seguían caminando, Isabela y Aquiles aparecieron. Isabela portaba una blusa gris de mangas cortas, pantalón de mezclilla blanco y un par de zapatos tenis blancos. Aquiles usaba una playera blanca de tirantes, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos.
—Hola, chicos —dijo Isabela sonriendo.
—Hola —dijo Aquiles sonriendo.
—Hola —dijeron Mateo y Melissa al mismo tiempo.
—Nos alegra que al fin te hayas escapado de la casa de Alonso, Mateo —dijo Isabela sonriendo.
—No fue fácil, Isabela —dijo Mateo tranquilo—. Pero valió la pena.
—Qué bueno que al fin te escapaste de la casa de ese desquiciado —dijo Aquiles sonriendo—. Es bueno saber que al fin vas a poder vivir una vida normal.
—Sí, Aquiles —dijo Mateo sonriendo—. Finalmente, he logrado dejar todos esos malos tiempos atrás. Ahora estoy en casa de Melissa. Pero esta noche, me voy a mudar a mi casa.
—Sí, chicos —dijo Melissa sonriendo—. La pesadilla ya terminó.
—Es bueno saberlo —dijo Isabela.
Los cuatro chicos estaban felices al saber que Mateo finalmente había escapado de la casa de Alonso. Mateo sabía que ya era momento de vivir en paz, después del infierno que vivió.
De repente, Alonso llegó a la facultad portando traje y zapatos negros, con corbata azul. Se acercó furioso a los chicos, pero ellos voltearon hacia él y lo enfrentaron.
—¡No creas que vas a ser tan feliz, Mateo! ¡Porque ahora va la mía! —gritó furioso, atrayendo la atención de todos los presentes—. ¡Lamentarás haberte escapado!
—¡Ya no te tengo miedo, Alonso! —exclamó Mateo molesto—. ¡Vas a pagar por todo lo que me hiciste!
—¡Sí, Alonso! —exclamó Melissa molesta—. ¡Mateo ya no está solo!
—¡Ahora tiene un grupo de amigos que lo va a defender! —exclamó Isabela.
—¡No te saldrás con la tuya, Alonso Armendáriz! —exclamó Aquiles—. ¡Y como dijo Mateo, pagarás por todo lo que has hecho!
Alonso no sabía qué hacer ante la valentía de Mateo y sus amigos. Se quedó completamente estupefacto, sin saber qué decirle.
—¡Fuera de aquí, Alonso! —gritó Mateo.
—¡Sí, fuera! —exclamó Melissa.
—¡Fuera, fuera, fuera! —gritaron varios estudiantes al mismo tiempo.
Muchos estudiantes gritaban: "¡Fuera, fuera, fuera!", empeorando la ira de Alonso. Éste enfurecía aún más con el pasar del tiempo.
—¡Esto no se va a quedar así, Mateo! —le dijo a Mateo mientras lo miraba de reojo—. ¡Hoy vas a saber de lo que soy capaz!
Después, se dio la media vuelta y se fue de la facultad, mientras los presentes seguían gritándole y abucheándolo. Mateo ya se sentía tranquilo después del incidente.
—Muchas gracias, chicos —dijo Mateo ya tranquilo.
—No hay de qué, Mateo —dijo Melissa.
—Cuentas con nosotros —dijo Isabela.
—Ya no estás solo, Mateo —dijo Aquiles.
—Gracias, chicos —dijo Mateo.
Pese a las amenazas de Alonso, Mateo ya no tenía miedo. Ya estaba listo para enfrentar a Alonso, y poner fin a sus pesadillas de una vez por todas.
***
Momentos después…
Guadalupe, Nuevo León.
Casa de la familia Sandoval.
Mateo ya estaba en la colonia Linda Vista, caminando por la calle Vista de Oro, con su maleta en manos y mochila en su espalda. Caminaba hacia la casa marcada con el número 314, en la que vivía días atrás. Caminó hacia la puerta y tocó el timbre.
Después de unos segundos, alguien abrió la puerta. Y era don Rolando, quien portaba una camisa a cuadros azul, pantalón de mezclilla azul y un par de botas cafés. Al ver a Mateo, el señor se llenó de alegría.
—¡Mateo…! —exclamó don Rolando.
—¡Rolando…! —exclamó Mateo con alegría.
Mateo le dio un abrazo a Rolando. Era obvio que estaba feliz al volver a su casa. Después de unos segundos, ambos se separaron y entraron a la casa. Se dirigieron hacia la sala de la casa y se sentaron en la mesa para platicar.
—No sabes cuánto te extrañamos, Mateo —dijo Rolando con angustia—. Aunque me cueste admitirlo.
—Sí, yo los extrañé mucho —dijo Mateo con lágrimas en los ojos—. Sé que cometí un grave error al escaparme de la casa. Creí que con Alonso Armendáriz encontraría una mejor vida, pero con el pasar del tiempo, me di cuenta de que fue un error.
—Lo sé, Mateo —dijo Rolando tranquilamente—. Durante el tiempo que no estuviste en casa, me di cuenta de lo importante que eres para nosotros. Sé que tu hermano y yo fuimos muy duros contigo mientras estabas aquí, pero era porque perdí a tu madre. Y no sabía qué hacer para lidiar con ese dolor.
—Sí, yo he tenido que lidiar con eso desde que tengo memoria —dijo Mateo con tristeza.
—Pero ahora que ya estás de vuelta en casa, todo será diferente —dijo Rolando—. Me comprometo a dejar los malos hábitos atrás, y voltear hacia el futuro.
—Eso es bueno, Rolando —dijo Mateo.
Mateo estaba feliz de volver a casa, y se daba cuenta de que Rolando había cambiado.
De repente, Ricardo llegó a la casa. Usaba una playera blanca de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos. Se alegró mucho al ver a Mateo.
—¡Mateo…! —exclamó.
Mateo volteó hacia Ricardo, se levantó de la mesa y se dirigió hacia él para darle un abrazo.
—¡Ricardo, hermano…! —exclamó Mateo entre lágrimas—. ¡No sabes cuánto te extrañé!
—Yo también te extrañé mucho, Mateo —dijo Ricardo.
Después de unos segundos, los dos hermanos se separaron y empezaron a platicar.
—Nos alegra mucho que ya estés en casa, Mateo —dijo Ricardo tranquilamente.
—Sí, así es… —dijo Mateo sonriendo.
—Aunque me cueste admitirlo, Rolando yo nos portamos muy mal contigo —dijo Ricardo tranquilamente.
Rolando se levantó de la mesa y se dirigió hacia los dos hermanos.
—Fuimos muy malos contigo durante mucho tiempo, y estamos muy arrepentidos —dijo Rolando.
—Yo también he tenido que soportar la depresión por la muerte de mamá, Mateo —dijo Ricardo tranquilamente—. Por eso queremos pedirte que nos perdones, y nos des otra oportunidad.
—Aunque sabemos que eso va a tomar tiempo —dijo Rolando tranquilamente.
Mateo se quedó pensativo tras escuchar todas esas palabras. Sabía que Ricardo y Rolando lo querían mucho, pero el dolor por la muerte de su madre, los atormentaba. Y quería darles otra oportunidad.
Pero Alonso apareció y entró a la casa. Mateo y los demás voltearon hacia él y lo enfrentaron.
—¿Interrumpo algo, chicos? —dijo Alonso con un tono de voz siniestro.
—¿Qué haces aquí, Alonso? —preguntó Ricardo molesto.
—¡Fuera de aquí! —gritó Rolando.
—¿Qué más quieres de mí? —dijo Mateo molesto—. ¡Ya déjame en paz! ¡Ya no quiero tener nada que ver contigo!
Alonso se acercó lentamente a Mateo, Ricardo y Rolando. Sin pensarlo dos veces, sacó una pistola negra del bolsillo derecho de su saco, y les apuntó a los tres, para intimidarlos.
—¡Ahora sí vas a saber de lo que soy capaz, Mateo Sandoval! —gritó histérico mientras le apuntaba a Mateo con el arma—. ¡Te advertí que no te meterías conmigo, imbécil! ¡Te advertí lo que iba a pasar si te escapabas de mi casa!
—¡Baja esa arma, Alonso! —exclamó Mateo asustado—. ¡No vayas a cometer una tontería!
—¡Cállate, cállate! —gritó Alonso histérico—. ¡No te me acerques, o te mato! ¡Te mato!
—¡No hagas algo de lo que después te puedas arrepentir! —exclamó Ricardo asustado.
—¡Cállate tú también, imbécil! —gritó Alonso histérico—. ¡O a ti también te toca!
—¡No hagas ninguna locura! —gritó Rolando.
Alonso no dejaba de apuntarles a todos los presentes con la pistola, pero volteó hacia Mateo de reojo.
—¡Te lo advertí, Mateo! —gritó Alonso histérico, sin soltar el arma—. ¡Te advertí que si te atrevías a escapar de mi casa, tu familia iba a sufrir las consecuencias! ¡Pero ahora que los tengo a los tres, ahora todos van a sufrir las consecuencias, malditos!
—¡Pues hazlo! ¡Hazlo, a ver si eres tan valiente! —gritó Mateo molesto—. ¡Dispara! ¡Acaba conmigo de una vez, hazlo! ¡Mátanos a todos si tienes valor!
—Será todo un placer, Mateo —susurró Alonso con un tono siniestro.
Mateo, Ricardo y Rolando estaban unidos ante la ira de Alonso, quien estaba decidido a acabar con los tres. Estaba decidido a apretar el gatillo y dispararle a alguien.
De repente, dos policías llegaron al lugar para detenerlo, le apuntaron con sus pistolas. Alonso sabía que ya había llegado su fin.
—¡Alto! ¡Alonso Armendáriz Puig! —gritó un policía, uno calvo—. ¡Queda usted detenido por los delitos de secuestro y abuso sexual!
—¡Todo lo que diga, podrá ser usado en su contra! —gritó el otro policía, uno de cabello corto castaño.
Al ver que estaba rodeado, Alonso pensó en escapar, pero los dos policías fueron más hábiles. Soltó la pistola, mientras que los policías lo esposaban.
—¡Ahora sí vas a pagar por todo el daño que me hiciste, Alonso! —dijo Mateo.
—¡Te vas a arrepentir cuando salga, maldito! —gritó Alonso, mientras forcejeaba con los policías—. ¡Me voy a vengar cuando salga!
Alonso fue trasladado al auto de la policía de Monterrey, y los policías que lo esposaron, entraron al auto. El calvo lo encendió y empezó a manejar. El auto se fue hacia una estación de policía.
Mateo estaba aliviado al saber que su pesadilla había terminado.
—¿Están todos bien? —preguntó Rolando.
—Sí —dijo Ricardo.
—Todo bien… —dijo Mateo tranquilamente—. Al fin, todo terminó.
Rolando abrazo a sus dos hijastros. Todos, en especial Mateo, estaban aliviados al saber que la pesadilla había llegado a su fin. Mateo estaba feliz, no podía pedir mejor momento.
***
Esa noche…
Guadalupe, Nuevo León.
Parque Linda Vista.
Ya era de noche. El cielo estaba despejado, y la luna y las estrellas brillaban.
Melissa estaba con Mateo en el parque, ambos sentados en una banca y platicando.
—No puedo creer que Alonso haya querido matarlos a ti y a tu familia —dijo Melissa preocupada—. De verdad que no sabe perder.
—Sí, mi familia y yo vivimos momentos de angustia —dijo Mateo tranquilamente—. Pero afortunadamente, la policía llegó y lo arrestó.
—¿Es cierto que ya lo detuvieron? —preguntó Melissa.
—Sí, por fin la pesadilla terminó —dijo Mateo sonriendo—. Al fin ya lo detuvieron, le dieron prisión preventiva.
—Qué bueno que la pesadilla terminó, Mateo —dijo Melissa sonriendo—. Al fin vas a poder vivir en paz.
—Todos vamos a poder vivir en paz, Melissa —dijo Mateo sonriendo—. Al fin, después de tanto tiempo, podré dormir en paz.
—Respecto a Alonso, ¿qué pasará con él? —preguntó Melissa.
—Dicen que le dieron prisión preventiva —dijo Mateo tranquilamente—. En lo que espera el juicio, no va a salir de ahí.
Los dos chicos estaban tranquilos, platicando. De repente, llegaron Isabela y Aquiles al parque. Ambos se acercaron a Melissa y Mateo, para hablar con ellos.
—Hola, chicos —dijo Isabela.
—Hola —dijo Aquiles.
—Hola —dijeron Mateo y Melissa al mismo tiempo.
—Oye, Mateo… Me acabo de enterar de que por fin ya detuvieron a Alonso —dijo Isabela sonriendo.
—Sí, Isabela —dijo Mateo sonriendo—. Es cierto que nos quiso matar, pero afortunadamente, la policía llegó y lo detuvo.
—Cielos, Alonso sí que estaba loco —dijo Aquiles preocupado—. No puedo creer que haya llegado tan lejos como para querer matarte a ti y a tu familia.
—Sí, Aquiles —dijo Mateo tranquilamente—. Pero lo bueno es que ya todo terminó. Finalmente podré vivir en paz.
—Así es, Mateo —dijo Isabela tranquilamente—. Espero que Alonso pague por todo el daño que te hizo.
—Sí, ya lo pagará —dijo Mateo.
—¿Es cierto que le dieron prisión preventiva, Mateo? —preguntó Aquiles.
—Sí, para que espere el juicio, y responda por todo lo que me ha hecho —dijo Mateo.
—Pero anímate, Mateo. Ya todo terminó —dijo Melissa sonriendo.
—Sí, tienes razón... —dijo Mateo mientras empezaba a sonreír.
Mateo estaba muy feliz al saber que su pesadilla había terminado. Finalmente podía vivir en paz, después de todo lo que había pasado.
***
Horas después...
Cadereyta Jiménez, Nuevo León.
Centro de Reinserción Social (CERESO) de Cadereyta.
Alonso estaba en el CERESO de Apodaca, después de haber sido detenido. Estaba en una celda con otros dos presos.
Portaba lo mismo que todos los reos: una camisa de mangas cortas, pantalón, ambos grises, y zapatos negros. Estaba furioso al saber que estaba en el penal, no podía contener la ira que lo aquejaba.
—¡Ese maldito miserable...! —gritó furioso, luego le dio un puñetazo a las rejas—. ¡Me las va a pagar cuando salga de este agujero!
Un preso de cabello rubio y otro de castaño simplemente se fijaron en él, y en los berrinches que hacía. Al saber que esos dos presos le estaban haciendo burla, Alonso volteó hacia ellos y los confrontó sin dudarlo.
—¿Qué me miran, imbéciles? —les gritó.
—Vamos, querido —dijo el preso de cabello rubio—. Me comentaron unos amigos que te encerraron por haberte metido con un menor de edad.
—¿Cómo…? —preguntó Alonso sorprendido.
—Me dijeron también que encerraste a ese pobre chico contra su voluntad —dijo el preso de cabello castaño—. Y como tú verás aquí no nos gustan los idiotas como tú, que se meten con indefensos menores de edad.
—¡No sean idiotas! —gritó Alonso furioso—. ¡Yo hice todo eso, porque se me dio la gana! ¡Y encima de todo, soy intocable, nadie me va a hacer nada!
Los dos presos de echaron a reír tras haber escuchado las palabras de Alonso.
—¿De qué se ríen, imbéciles? —gritó.
—¿Eres intocable? ¡No, hermano! —dijo el preso de cabello rubio—. Afuera tenías mucho poder y dinero, y podías hacer lo que querías.
—Pero aquí adentro no tienes nada —dijo el preso de cabello castaño—. Todas las riquezas y poder que tenías, se fueron para siempre. Y prepárate, porque ahora mismo te vamos a hacer sentir, lo que ese pobre chico sintió cuando lo encerraste y lo violaste.
—¿Qué me van a hacer? —preguntó Alonso.
Los dos presos sometieron a Alonso contra las rejas y le bajaron sus pantalones, con todo y ropa interior.
—¡No, suéltenme! ¡No me hagan eso, por favor! —gritó Alonso desesperado.
—¡Ahora sí lo vas a lamentar, Alonso Armendáriz! —gritó el preso de cabello rubio.
El preso de cabello rubio empezó a besar a Alonso bruscamente en el cuello, mientras que el de cabello castaño se bajó los pantalones, abrió las nalgas de Alonso y metió su pene erecto en su ano de una sola embestida, provocando que Alonso empezará a gritar del dolor.
—¡No, sácalo! ¡Todo menos eso! ¡Todo menos eso! —gritaba Alonso desesperado.
Alonso gritaba de dolor, mientras que el preso de cabello castaño seguía dándole embestidas, cada vez más rudas con el pasar del tiempo. El mete y saca era brusco, y Alonso chillaba y gemía de dolor.
Minutos después, el preso de cabello castaño se corrió dentro de Alonso, y decidió sacar su pene de su ano. Alonso cayó lentamente al suelo, después de haber sido violado.
—Espero que te haya gustado, queridito —dijo el preso castaño, mientras se ponía sus pantalones—. Porque esto va a ser todos los días, de ahora en adelante.
Los dos presos regresaron a sus camas, mientras que Alonso yacía en el suelo, acostado y en posición fetal. Y lo peor es que sabía que ese sería su destino. Sería su karma, por todo lo que le había hecho a Mateo.
***
Dias después…
4 de septiembre de 2023.
Guadalupe, Nuevo León.
Casa de la familia Sandoval.
Era un nuevo día en la ciudad. El clima estaba cálido, y el cielo despejado.
Habían pasado días desde que Alonso había sido detenido, y al fin Mateo vivía en paz. Todo se veía tranquilo.
Mateo se estaba preparando para ir a la escuela. Usaba una playera gris de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos, además de ponerse su mochila negra en su espalda.
Salió de su habitación y bajó las escaleras. Se encontró en la sala con Ricardo, quien portaba una playera blanca de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos. Ambos hermanos empezaron a platicar.
—Buenos días, Mateo. Veo que al fin ya eres un chico libre, Mateo… —dijo Ricardo sonriendo.
—Sí, Ricardo. Buenos días —dijo Mateo sonriendo—. Finalmente pude dormir como hace tiempo no lo hacía. Por fin puedo asegurar que la pesadilla se acabó.
—Así es, después de varios días, ya todo llegó a su fin —dijo Ricardo sonriendo—. En fin, Rolando y yo vamos a trabajar.
—Muy bien —dijo Mateo tranquilamente.
De repente, Rolando apareció. Portaba una camisa a cuadros gris de mangas largas, pantalón de mezclilla negro y un par de botas cafés.
—Buenos días, Mateo —dijo Rolando amablemente—. Veo que ya vas a ir a la escuela.
—Sí, Rolando —dijo Mateo sonriendo—. Ya casi es hora de irme.
—Está bien. Tu hermano y yo ya nos vamos a trabajar. Que tengas un buen día —dijo Rolando amablemente.
—Igualmente. Tengan un buen día —dijo Mateo.
—Cuídate mucho, hermano —dijo Ricardo.
—Nos vemos —dijo Rolando—. Cierra bien la puerta cuando salgas.
Ricardo y Rolando salieron de la casa para ir al trabajo. Mateo salió de su casa para ir a la escuela. Cerró bien la puerta.
Al caminar, se encontró con Melissa, quien portaba una blusa celeste de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul, un par de zapatos tenis blancos y una mochila gris.
—Buenos días, Melissa —dijo Mateo sonriendo.
—Buenos días, Mateo —dijo Melissa sonriendo—. ¿Nos vamos a la escuela?
—Sí… —dijo Mateo sonriendo—. Y después de clases, vamos a Paseo La Fe, a tomar algo. ¿Qué te parece?
—Me encantaría —dijo Melissa sonriendo—. Bueno, vámonos.
Y así, los dos chicos empezaron a caminar por la calle, para dirigirse hacia la avenida Miguel Alemán y tomar un camión para ir a la universidad.
***
Más tarde…
Monterrey, Nuevo León.
Universidad Autónoma de Nuevo León.
Facultad de Contaduría Pública y Administración.
Mateo y Melissa lograron llegar a la facultad de Contaduría Pública y Administración. En la entrada, se encontraron con Isabela y Aquiles. Isabela portaba una blusa roja de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro, un par de zapatos tenis blancos y una mochila gris. Aquiles portaba una playera azul de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro, un par de zapatos tenis blancos y una mochila negra.
—¡Hola, Mateo! ¡Hola, Melissa! —dijo Isabela sonriendo—. Qué bueno que llegan, chicos.
—Sí, no fue fácil llegar, Isabela —dijo Melissa sonriendo—. Había mucho tráfico, y el camión iba un poco lento.
—Qué bueno que lograron llegar a tiempo, chicos —dijo Aquiles sonriendo.
—Sí, Aquiles —dijo Mateo sonriendo—. En fin, ¿qué tal si hoy vamos a Paseo La Fe, para tomar algo?
—Con gusto —dijo Isabela.
—Claro —dijo Aquiles.
—Bueno, chicos. Es hora de entrar. ¡Vamos! —dijo Melissa sonriendo.
—Vamos, chicos —dijo Mateo sonriendo.
Y así, los cuatro chicos caminaron hacia la entrada de la facultad, para entrar a sus respectivos salones de clases.
Finalmente, Mateo podía vivir feliz y en plenitud. Había logrado dejar atrás ese doloroso infierno que había vivido en la casa de Alonso.
Ya era consciente de que ya nunca más volvería a vivir en…
La Jaula de Oro.
FIN
¿Qué opinas del final?
¿Qué opinas de la historia?
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