4: Un castigo medieval

Al día siguiente...

15 de agosto de 2023.

Monterrey, Nuevo León.

Universidad Autónoma de Nuevo León.

Facultad de Contaduría Pública y Administración.

Era un nuevo día en la ciudad. Todo se veía tranquilo y en orden. El clima estaba cálido, pero el cielo estaba nublado.

Mateo se encontró con Melissa en la entrada de la facultad. El chico aún estaba herido, después de la golpiza que recibió el día anterior. Portaba una playera roja de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis negros. Melissa por su parte, portaba una blusa gris de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos.

Ambos chicos estaban platicando, aunque Melissa estaba sumamente preocupada al ver las lesiones de Mateo.

—¿Es cierto que Alonso te volvió a golpear anoche, Mateo? —preguntó Melissa horrorizada al ver herido a Mateo—. ¡Mira cómo te dejó!

—Sí, Melissa —dijo Mateo muy preocupado—. Ayer me dio una buena golpiza, sólo porque me di a respetar. Se dio el lujo de amenazarme, sólo porque le dije que quería mi libertad.

—De verdad que Alonso no puede ser más despreciable —dijo Melissa indignada.

—Te lo juro, Melissa —dijo Mateo con tristeza—. Ya van más de cinco semanas que llevo cautivo en esa maldita casa. Te juro que si pudiera, me escaparía de ahí, sin importarme las consecuencias.

—Sí, lo sé, Mateo… —dijo Melissa con tristeza—. Pasaste de querer y apreciar a Alonso, a despreciarlo por las cosas tan horribles que te hace.

—Sí, y un día de estos, me voy a escapar de esa casa —dijo Mateo ya molesto—. Un día me voy a vengar por todo lo que me ha hecho.

Mateo se veía decepcionado y triste al ver que Alonso se negaba a darle su libertad, y se molestaba al saber que nunca iba a razonar con él.

De repente, Isabela y Aquiles aparecieron. Aquiles portaba una playera azul de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis negros. Isabela portaba una blusa beige de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos.

—Hola, chicos —dijo Isabela.

—Hola —dijo Aquiles.

—Hola —dijeron Mateo y Melissa al mismo tiempo.

Isabela quedó sorprendida al ver que Mateo estaba herido.

—¡Dios mío! ¿Qué te pasó, Mateo? —preguntó preocupada.

—Es que Alonso me golpeó ayer... —dijo Mateo con tristeza—. Me dio una tremenda golpiza ayer en la tarde, sólo porque no dejé que me siguiera faltando al respeto.

—Dios mío, qué horror... —dijo Isabela.

—No puedo creer que Alonso te haya hecho semejante cosa, Mateo... —dijo Aquiles sorprendido al ver las heridas de Mateo—. De verdad que todo va de mal en peor para ti.

—Es que no saben cómo deseo escapar de esa maldita casa en la que Alonso me tiene prisionero… —dijo Mateo con tristeza—. Y la verdad, es que no tengo el valor de escapar. Tengo miedo de que me vaya a matar algún día.

—Sí, Mateo. Entendemos… —dijo Isabela preocupada—. Sabemos que te sientes muy mal, y quieres salir de ese encierro.

—Y es que nos duele mucho que estés pasando por todo esto, Mateo… —dijo Melissa muy preocupada.

—Ya no aguanto más este maldito encierro… —dijo Mateo al borde de las lágrimas—. De verdad quisiera terminar con todo este tormento.

—Ojalá pudiéramos ayudarte, Mateo… —dijo Aquiles con tristeza—. Pero tenemos miedo de las represalias que Alonso pueda tomar en nuestra contra.

—Pero vamos a pensar en la mejor forma para ayudarte, Mateo. Te lo prometo —dijo Isabela tranquilamente.

—Pues espero que sea pronto —dijo Mateo desesperado.

Es en este punto que Mateo empezaba a perder el control.

—Mateo… —dijo Melissa—. Tienes que ser paciente, por favor…

—¡No me pidas paciencia, Melissa! —exclamó Mateo triste—. ¡Mi agonía aumenta con cada día que pasa! ¡Sólo quiero ser libre! ¡Algún día, quiero liberarme del yugo de Alonso!

Mateo ya estaba desesperado. Ya no aguantaba más el encierro del que era víctima, y quería recuperar su libertad lo antes posible. Isabela y Aquiles deseaban ayudarlo en algún momento, pero aún no encontraban la forma de hacerlo.

Nadie sabía que alguien los estaba espiando a lo lejos, cerca de un árbol. Y no era otro que Ricardo, el hermano de Mateo. Portaba una playera gris de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos. El chico veía a lo lejos a Mateo y sus amigos, y se quedaba pensativo mientras los veía.

—¿Así que un lunático tiene secuestrado a mi hermano? —susurró mientras veía a Mateo—. Dios bendito, yo creía que estaba viviendo debajo de un puente... Sea como sea, tengo que encontrar la forma de ayudarlo.

Momentos después, Ricardo decidió alejarse del árbol, para pensar en un plan para ayudar a su hermano.

***

Más tarde…

San Pedro Garza García, Nuevo León.

Casa de Alonso.

Alonso se encontraba en la casa, exactamente en la sala. Portaba traje y zapatos negros, con corbata roja. Estaba sentado en la mesa, comiendo un poco de sushi, con dos palillos de madera y una botella de sake como bebida.

—¿Por qué no llega este hijo de puta? —susurró molesto—. ¡Ya debería de haber llegado hace media hora!

Molesto, decidió levantarse de la mesa y caminar hacia la salida de la casa.

—Yo mismo voy a ir por ese chico —dijo molesto mientras caminaba—. Y cuando le ponga las manos encima, le voy a enseñar a llegar temprano, por las buenas o por las malas.

Caminó hacia el portón, y al abrirlo, se encontró con Mateo, quien ya estaba temblando de miedo al ver a Alonso frente a frente.

—¡Vaya, hasta que al fin llegas, Mateo! —gritó Alonso molesto—. ¿No ves la hora que es? ¡Son casi las tres de la tarde! ¿Cómo se te ocurre llegar a la hora que se te dé la gana?

—Sólo déjame en paz, Alonso —dijo Mateo mientras entraba a la casa—. Hoy no tengo ganas de pelear contigo.

Mateo empezó a caminar hacia la casa, mientras que Alonso cerró el portón y siguió al chico.

—Por lo menos hubieras avisado si ibas a llegar tarde —dijo Alonso molesto, mientras empezaba a seguir a Mateo hacia la entrada de la casa.

Mateo volteó hacia Alonso y lo enfrentó.

—¡Entiende, Alonso! —exclamó—. ¡Tuve que quedarme con unos amigos para hacer una tarea! ¡Por eso es que llegué tarde!

—¡Sea como sea, debiste haberme avisado con tiempo! —exclamó Alonso aún molesto—. ¡La próxima vez que vuelvas a hacer algo así…!

—¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a golpear como siempre lo haces? —exclamó Mateo molesto, enfureciendo a Alonso—. Escúchame bien, Alonso. Ya estoy cansado de tus golpes y tus maltratos. No quiero que lo sigas haciendo.

—Pues lo haré las veces que sea necesario, a ver si así aprendes a comportarte —dijo Alonso molesto—. Pero no te preocupes, esta vez no te voy a golpear. Pero no creas que te lo voy a perdonar otra vez. ¿Te quedó claro?

Alonso entró a la casa y se fue hacia otro lugar, mientras que Mateo se quedó afuera, en el patio delantero de la casa. Era obvio poco que Mateo ya estaba empezando a hartarse de los gritos y malos tratos de Alonso.

—¿Hasta cuándo voy a seguir soportando este encierro? —susurró.

Entró a la casa y se dirigió hacia su habitación, no quería encontrarse a Alonso, por temor a otro enfrentamiento, incluso represalias más graves.

***

Más tarde…

Guadalupe, Nuevo León.

Parque Linda Vista.

Melissa, Isabela y Aquiles estaban en el Parque Linda Vista, sentados en una banca y platicando tranquilamente, aprovechando el caluroso clima.

—¿Creen que podamos ayudar a Mateo a escapar de la casa de Alonso, chicos? —preguntó Isabela tranquilamente.

—No, por el momento no, Isabela… —dijo Aquiles.

—Me imagino que la casa de ese zoquete está muy bien resguardada… —dijo Melissa preocupada—. No creo que nos dejen entrar tan fácilmente.

—No… —dijo Aquiles preocupado—. Según investigué, la casa de Alonso Armendáriz está fuertemente resguardada por hombres armados. Y no traen armas cortas precisamente, sino que traen armas de grueso calibre.

—Dios mío… —dijo Isabela sorprendida—. ¿Cómo se le ocurre a Alonso querer resguardar a Mateo con hombres fuertemente armados, Aquiles?

—Sí, eso descubrí —dijo Aquiles.

—Seguramente no va a querer dejar que se escape —dijo Melissa preocupada—. Por eso los tipos armados.

—Sí, lo peor es que me dejó un amigo que vive allá, que Alonso dio la orden de dispararle a Mateo en caso de que se atreviera a escapar —dijo Aquiles, dejando horrorizadas a Melissa e Isabela.

—¿Alonso se ha vuelto loco? —preguntó Isabela estupefacta.

—No, sino lo que le sigue —dijo Aquiles preocupado—. Ese amigo me acaba de decir que Alonso no va a dejar escapar a Mateo tan fácilmente. Dice que lo prefiere muerto a verlo libre.

—No puede ser… —dijo Melissa preocupada—. No puedo creer que Alonso le siga haciendo tanto daño a Mateo. Entonces no nos queda nada más que pedir por un milagro para que Mateo salga libre algún día.

—Y que lo digas, Melissa —dijo Isabela con tristeza—. Espero que algún día llegue ese milagro, y Mateo pueda ser libre algún día.

A pesar de todo, los chicos no perdían la esperanza de que ocurriera un milagro que ayudara a Mateo a librarse de las garras de Alonso. Y esperaban a que ese milagro llegara muy pronto.

***

Esa noche...

Casa de la familia Sandoval.

Ya era de noche. La luna y las estrellas brillaban, y el clima se mantenía caluroso.

Ricardo se hallaba en la sala de la casa, sentado en la mesa. Portaba una playera gris de tirantes, un short deportivo negro y un par de zapatos tenis blancos.

De repente, Rolando entró a la casa. Portaba una playera roja de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de botas cafés. Caminó hacia la sala de la casa, encontrándose con Ricardo, quien lo miró de reojo.

—Ricardo... —susurró.

—¿Qué es lo que quieres, Rolando? —preguntó Ricardo tranquilamente.

Rolando se sentó en la mesa con Ricardo, para hablar de hombre a hombre con él.

—Pasa, que quiero pedirte disculpas por mi comportamiento, Ricardo... —empezó a decir tranquilamente—. No sabía lo importante que era Mateo para ti, y no medí mis palabras. Sé que mi actitud de ayer no fue la mejor, así que quiero pedirte perdón.

Ricardo se quedó pensativo después de haber escuchado las palabras de Rolando. Poco después, quiso decirle algo.

—No pasa nada, no te preocupes —dijo tranquilamente—. Sólo estabas de mal humor, es todo. Acepto tus disculpas.

—Gracias, Ricardo... —dijo Rolando tranquilamente.

—Rolando, no es por nada, pero quería decirte algo importante. Y es acerca de mi hermano —dijo Ricardo tranquilamente.

—¿Está bien? —preguntó Rolando.

Ricardo respiró profundamente antes de seguir hablando.

—No está del todo bien, Rolando —dijo un poco intranquilo—. Al parecer, me acabo de enterar por unos amigos suyos, que un desquiciado lo tiene secuestrado en su casa.

Rolando palideció después de haber escuchado esas palabras.

—¿Cómo que un loco lo tiene secuestrado? —preguntó intranquilo.

—Sí. Y se dice que lo tiene en su casa desde hace semanas —dijo Ricardo intranquilo—. Y por lo que escuché de sus amigos, dicen que ese tipo lo andaba golpeando como un salvaje. Y tiene nombre y apellido: Alonso Armendáriz.

—Por amor de Dios... —dijo Rolando preocupado—. Es increíble que ese loco lo tenga secuestrado. Y aunque me cueste admitirlo, todo fue nuestra culpa.

—Sí, Rolando... —dijo Ricardo preocupado—. Tenemos que buscar la forma de salvarlo de ese encierro.

—Sí, Ricardo... —dijo Rolando preocupado—. Puede que ustedes dos no sean mis hijos, pero saben que a pesar de todo, siempre los he querido. Sé que no fui justo con Mateo, pero me gustaría poder ayudarlo, poder salvarlo de ese tormento en el que vive.

—Lo haremos, Rolando —dijo Ricardo.

Ricardo y Rolando se estaban redimiendo poco a poco, y deseaban poder salvar a Mateo de las garras de Alonso. Y esperaban un milagro que pudiera liberar al chico del infierno en el que vivía.

***

Más tarde...

San Pedro Garza García, Nuevo León.

Casa de Alonso.

El portón de la casa de Alonso se encontraba resguardado por tres hombres armados. Y no tenían armas cortas, tenían rifles AK-47, cuernos de chivo. Estaban vigilantes abre cualquier situación de peligro.

Mateo se encontraba en su habitación, preparándose para dormir. Portaba una playera roja de mangas cortas y un short deportivo negro. Estaba descalzo. Se preparaba para dormir, cuando de repente, Alonso entró a la habitación para hablar con él.

—¿Así que ahora estás recibiendo la ayuda de tus queridos amigos, Mateo? —preguntó burlón, mientras se le acercaba a Mateo.

—No, te lo juro… —dijo Mateo sumamente asustado—. ¡Yo no le he dicho nada a nadie!

—¡Deja de mentir, Mateo! —gritó Alonso lleno de furia—. Me han contado que a unos amigos tuyos no les parece que yo te tenga aquí en esta casa.

—Eso es una vil mentira, Alonso —dijo Mateo ya molesto—. Y si así fuera, ¿qué?

—Han de ser mis amigos, son Aquiles de la Mora e Isabela Granados —dijo Alonso molesto—. Como verás, Aquiles e Isabela son mis mejores amigos, y ellos serían incapaces de traicionarme. Pero ahora me doy cuenta de que podrían hacerlo. ¿Y como podrían? Sabiendo que estás viviendo en mi casa, y ya están amenazando con sacarte.

—Piensa lo que quieras, zoquete —dijo Mateo molesto—. Y si así fuera, ¿qué?

Furioso, Alonso le dio una cachetada a Mateo, tirándolo a la cama.

—¡Cállate! —gritó después de haber golpeado a Mateo—. ¡Me dijo un pajarito que esos dos idiotas querían ayudarte a escapar de aquí! ¿Cómo pudiste creer que no me iba a enterar?

Mateo se sobaba la mejilla izquierda, donde recibió la cachetada. Era obvio que su furia aumentaba con el pasar del tiempo.

—¿Sabes lo que pienso, Mateo? —dijo Alonso molesto—. Que hace falta que te pongan mano dura, y yo voy a ser el indicado para ello.

—¿De qué hablas? —preguntó Mateo furioso—. ¡Yo no sé nada, te lo juro!

—¡Deja de mentir, idiota! —gritó Alonso histérico—. ¡Tus amigos ya quieren sacarte de aquí, pero no lo voy a permitir!

Cegado por la ira, Alonso se acercó a Mateo para empezar a tocarle el abdomen de manera morbosa, provocando la furia del chico.

—¿Qué crees que estás haciendo, Alonso? —preguntó Mateo molesto.

—¿Qué te parece? Sólo te estoy dando lo que nadie más puede: darte mano dura —dijo Alonso, mientras empezaba a besar a Mateo en el cuello—. Será mejor que no te resistas, o te va a ir peor.

Mateo intentaba apartar a Alonso, pero todo era inútil. Alonso no paraba de besarlo en el cuello, cosa que enfurecía al chico.

—¡Suéltame, eres un asqueroso! —gritó Mateo molesto, mientras intentaba zafarse de Alonso—. ¡Suéltame te exijo que me sueltes, maldito!

—¡Más vale que cooperes, o te va a ir peor, Mateo! —gritó Alonso mientras seguía besando a Mateo en el cuello.

Mateo intentaba zafarse de Alonso, pero era inútil. Alonso lo sometía con fuerza y lo besaba sin piedad ni compasión. A Mateo le parecía completamente asqueroso el hecho de que alguien mayor que él lo besara y/o tocara si él no quería.

Acto seguido, Alonso le quitó la playera a Mateo, además de sus tenis, short y ropa interior, dejándolo completamente desnudo. Después, empezó a besarle los pezones y el abdomen.

—No sabes por cuánto tiempo ansiaba tenerte así, Mateo. Desnudo y sólo para mí —dijo mientras besaba a Mateo en el abdomen, a la par de que empezaba a tocar su pene y masturbarlo lentamente.

—¡Eres un asqueroso hijo de puta, Alonso! —gritó Mateo llorando, mientras Alonso lo tocaba indebidamente—. ¡Nunca voy a perdonarte por esto!

—¡Desde el primer día, te advertí que no me vieras como un enemigo! —gritó Alonso molesto, mientras seguía besando y masturbando a Mateo—. ¡Siempre te advertí que me vieras por el lado bueno! Pero ahora que decidiste conocerme enojado, ahora vas a saber de lo que soy capaz.

—¡No, déjame en paz! —gritó Mateo llorando—. ¡Déjame ir, por favor! ¡No me lastimes!

—No te voy a lastimar, Mateo... Pero ya que insistes... —dijo Alonso.

Contra la voluntad de Mateo, Alonso se desabrochó el pantalón y se lo quitó, mostrando su pene erecto. Acto seguido, acostó boca abajo a Mateo, abrió las nalgas del chico y metió su pene en su ano, haciendo gritar al chico.

—¡Basta, no me hagas esto! —gritó Mateo llorando—. ¡Eso no, todo menos eso!

—¡Ahora sí vas a saber de lo que soy capaz, Mateo! —gritó Alonso mientras empezaba a darle varias embestidas a Mateo—. ¡Te voy a enseñar cómo es el infierno!

Alonso siguió dándole varias embestidas a Mateo, provocando que el indefenso chico gritara y llorara aún más. Parecía no importarle lo que pasaba, mucho menos la diferencia de edades.

—¡Basta! ¡Sácalo, por favor! —gritaba Mateo llorando—. ¡No me hagas esto, por favor!

—¡No, no hasta que se me dé la gana! —gritó Alonso, mientras seguía dándole embestidas a Mateo.

Y así siguió por varios minutos. Y no se detenía. Esto empeoraba la agonía de Mateo.

Después de varios minutos de sexo, Alonso se detuvo y se corrió dentro de Mateo. Sacó su pene del ano del chico y se volvió a vestir. Mateo estaba agonizando y llorando, después de haber sido violado por su verdugo.

—Espero que esta sea la primera y última vez que tenga que hacer algo así, Mateo —dijo Alonso mientras se vestía—. No quiero tener que volver a aplicarte un castigo tan medieval como este.

Mateo no decía nada, sólo estaba acostado en la casa, desnudo y llorando. No tenía el valor de enfrentar a Alonso por lo que había hecho. Alonso se fue de la habitación y dejó llorando al indefenso chico.

—¡Ya no aguanto más, por favor! —gritaba llorando, mientras empezaba a ponerse en posición fetal—. ¡Ya no quiero vivir esta pesadilla, por favor!

Y así se quedó toda la noche, llorando y lamentándose por lo que había pasado. Sabía que no debía llevarle la contraria a Alonso, si no quería volver a sufrir un castigo tan medieval como el que había sufrido.

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