3: ¿Cómo pude ser tan imbécil al caer en semejante labia?

Días después…

14 de agosto de 2023.

Monterrey, Nuevo León.

Universidad Autónoma de Nuevo León.

Facultad de Contaduría Pública y Administración.

Era un nuevo día en la ciudad y en el campus. El clima estaba cálido, mientras que el cielo estaba ligeramente nublado.

Había pasado una semana desde que Mateo había iniciado su primer semestre en la universidad, y la golpiza que recibió por parte de Alonso.

Mateo se encontraba con Melissa, Isabela y Aquiles en la cafetería, los tres estaban sentados en una mesa. Mateo portaba una playera blanca de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos. Melissa portaba una blusa celeste de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos.

Aquiles portaba una playera gris de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos. Isabela portaba una bluss roja de tirantes, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos. Sus mochilas estaban en el suelo.

—¿Cómo que Alonso te golpeó dos veces en un día? ¿Acaso está demente? —exclamó Isabela asombrada.

—Sí, Isabela… —susurró Mateo con tristeza—. Alonso siempre me golpea todos los días, eso ya no me sorprende.

—Dios mío, qué horror… —susurró Aquiles.

—¡No puedo creer que Alonso siga tratándote así, Mateo! —exclamó Melissa sumamente preocupada—. Y lo que es peor, no es posible que tu familia no haga casi nada por ti.

—Sí, melissa. Probablemente mi hermano y mi padrastro sepan de esto, y honestamente, no creo que les importe —dijo Mateo con tristeza.

—Es que sinceramente, no debiste haber huido de tu casa en la que vivías —dijo Aquiles preocupado—. Te saliste de Guatemala, para entrar a Guatepeor. Y lo peor, es que tú sigues permitiendo esos abusos.

—¿Qué estás diciendo, Aquiles? —preguntó Isabela sorprendida—. ¡No puedes decir esas cosas acerca de lo que vive Mateo!

—¿Y qué quieres que diga, Isabela? —refutó Aquiles—. Solamente estoy diciendo la verdad. El desquiciado de Alonso sigue abusando de Mateo, y lo peor de todo es que Mateo lo sigue permitiendo —volteó hacia Mateo—. Y en cuanto a ti, Mateo, ya no debes seguir permitiendo esos abusos. Un día de estos, debes ponerte frente a Alonso y ponerle un alto.

—Por favor, como si fuera tan fácil… —dijo Mateo.

—Aquiles, no es tan fácil ayudar a una persona que está siendo violentada —dijo Melissa preocupada—. No basta con decirle que se ponga frente a su violentador y ya. Lo creas o no, esto requiere mucha paciencia.

—Confía en mí, Melissa —dijo Aquiles tranquilamente—. Sé que algún día, Mateo se pondrá a tú por tú con Alonso y le pondrá un alto. Te lo garantizo.

Aquiles estaba seguro de que Mateo enfrentaría a Alonso, pero Melissa e Isabela tenían sus dudas. Mateo por su parte, no estaba seguro de enfrentar a Alonso en algún momento. Pero tendría que hacerlo algún día.

De repente, un hombre de traje negro llegó al lugar rápidamente y hecho un demonio. Y no era otro que Alonso Armendáriz, quien llegó casi corriendo a la cafetería y se encontró con Mateo y sus amigos, quienes lo miraron fijamente.

—Hola, Alonso… —dijo Mateo nervioso.

—Ya es hora de irnos —dijo Alonso molesto.

—¿Cómo que ya es hora? —dijo Mateo nervioso, mientras se levantaba de la mesa, tomaba su mochila del suelo y se ma colgaba en la espalda—. ¿No me vas a dejar…?

—¡Ya te dije que no, imbécil! —gritó Alonso furioso—. ¡Ya te dije que ya es hora de irnos!

Melissa, Isabela y Aquiles se levantaron de la mesa y confrontaron a Alonso.

—¿Cómo te atreves a hablarle así a Mateo, Alonso? —preguntó Melissa molesta.

—¡A ver si entiendes de una buena vez, que Mateo no es de tu maldita propiedad! —gritó Isabela furiosa—. ¡Mateo tiene derecho a disfrutar como un chico normal, y lo sabes, Alonso!

—¡Yo no me voy a quedar atrás! —exclamó Aquiles molesto—. ¡Si te metes con Mateo, te metes con nosotros, cabrón!

Alonso miró a los otros chicos con burla, y no dudó en burlarse.

—Por favor, chicos… —les dijo burlón—. Están viendo que Mateo no puede defenderse solo, y encima, ustedes entran a defenderlo, ¿verdad? Qué patético.

Aquiles quiso lanzarse contra Alonso, pero Isabela lo detuvo sosteniéndolo.

—¡No lo hagas, Aquiles! ¡No vale la pena gastar nuestras fuerzas en Alonso! —exclamó Isabela, antes de arremeter contra Alonso—. ¡En cuanto a ti, Alonso, será mejor que no se te ocurra seguir lastimando a Mateo! ¡Porque te aseguro que ya tiene quien lo defienda!

—Sí, hagan lo que quieran, cabrones. No me intimidan sus amenazas —dijo Alonso burlón.

—¡No te vas a salir con la tuya, Alonso! —le gritó Melissa molesta—. ¡No vamos a dejar que sigas haciéndole daño a Mateo!

—¡Hagan lo que quieran, pero les guste o no, Mateo es de mi propiedad! ¡Y no voy a dejar que nadie me lo quite! —gritó antes de sostener a Mateo del brazo izquierdo—. ¡Y tú, camina si no quieres que te vaya peor, imbécil!

Mateo aceptó sin cuestionar. Hecho una furia, Alonso se lo llevó a arrastras hacia la salida dea cafetería, ante la mirada atónita de varias personas.

—¿No decías que Mateo ya iba a poner un alto a ese miserable, Aquiles? —preguntó Isabela molesta.

—Ya te dije que sí lo hará, Isabela. Pero aún no es el momento —dijo Aquiles tranquilamente.

—No puedo creer que ese salvaje le esté haciendo mucho daño a Mateo… —susurró Melissa con tristeza.

Los tres chicos no podían hacer nada por Mateo, sólo deseaban que llegara el día en que él le pusiera un alto a Alonso.

***

Más tarde…

San Pedro Garza García, Nuevo León.

Casa de Alonso.

La camioneta Chevrolet Suburban blanca se dirigió hacia la casa de Alonso, y se estacionó. Alonso y Mateo salieron de la camioneta, y Alonso empezó a llevarse a Mateo hacia la casa, estrujándolo del brazo izquierdo y llevándoselo a rastras.

—¡Suéltame, ya te dije que yo no he hecho nada, cabrón! —gritó Mateo molesto.

—¡Ya te he dicho que no me gusta que tengas amiguitos por ahí, Mateo! —gritó Alonso molesto, mientras se llevaba a Mateo hacia la sala de la casa—. ¡Sabes muy bien que me molesta que andes por ahí como si fueras libre! ¿No te das cuenta de que me perteneces, idiota?

Mateo se zafó de Alonso y enfureció más.

—¡Ya te he dicho que no soy de tu propiedad, Alonso! —le gritó muy enojado—. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?

Alonso le dio una cachetada a Mateo, tirándolo al suelo.

—¿Y yo cuántas veces te he dicho que no vuelvas a contestarme así? —gritó después de golpear a Mateo—. ¡Hay tantos putos idiomas en este mundo, y tú solo entiendes a golpes, carajo!

Mateo se levantó del suelo y volvió a enfrentar a Alonso. Acto seguido, le dio un puñetazo en la cara, rompiéndole la nariz y provocando que sangrara.

Narra Mateo:
Convertí mi mano derecha en un puño, y con ella le di un golpe a Alonso en la cara. Sé que me va a ir muy mal después de haberle roto la nariz pero valió la pena. El sangrado nasal fue la gota que derramó el vaso.

Narra Alonso:
Mi nariz estaba rota después del puñetazo que recibí. El sangrado esto me enfureció más. No podía dejar que Mateo se saliera con la suya, no tenía ni idea de que esto le iba a costar muy caro.

Narro yo:
Cegado por la ira, Alonso sometió a Mateo en el sillón y empezó a darle varios golpes y puñetazos, haciéndolo gritar del dolor.

—¡A mí no me vas a volver a responder, hijo de puta! —gritó mientras seguía golpeando al chico—. ¡Ahora mismo te voy a enseñar a respetarme!

Alonso seguía golpeando muchas veces a Mateo, provocándole varias heridas. Mateo por su parte, sólo se limitaba a cubrirse con sus manos, pero esto no era suficiente, pues Alonso lo seguía golpeando fuertemente. Cuando Mateo cayó al suelo, Alonso empezó a patearlo. La golpiza era terrible y constante, y duró poco más de un minuto.

Tras esa golpiza, Alonso se alejó de Mateo, quien yacía en el suelo llorando, malherido y sin poder ponerse de pie.

—Espero que así, aprendas a respetarme —dijo Alonso molesto, mientras miraba a Mateo de reojo—. O si no, ¡te va a ir peor!

Alonso se fue hacia su habitación, mientras que Mateo se ponía en posición fetal en el suelo, malherido, asustado y sin poder reaccionar. Era obvio que la golpiza lo había dejado traumado.

***

Más tarde…

Guadalupe, Nuevo León.

Casa de Isabela.

Isabela vivía en la misma colonia que Melissa (Linda Vista), sólo que en la calle Honda Vista y en una casa marcada con el número 116.

La chica se encontraba en la sala de la casa, sentada en el comedor junto a un chico. Ese chico era de los mismos rasgos que la chica, sólo que era más alto y un poco musculoso. Además, tenía 22 años de edad. Portaba una playera blanca de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos.

Ambos chicos platicaban tranquilamente, aunque Isabela se encontraba un poco molesta.

—De verdad que no se puede razonar con el tarado de Alonso —dijo Isabela un poco molesta—. Apuesto a que prefiere ver muerto a Mateo, antes que dejarlo ir.

—Me doy cuenta, hermanita. Yo lo he intentado —dijo el chico—. No se puede razonar con Alonso Armendáriz por más que lo intentemos.

—Además, Tú sabes que ese desquiciado tiene a Mateo encerrado en su casa como si fuera un esclavo, Jaime —dijo Isabela menos molesta—. Y no sabes cómo quisiera ayudar a Mateo. Pero no puedo, no sé cómo.

—Yo podría ayudarte, Isabela —dijo el chico, conocido como Jaime—. Me encantaría ver en qué puedo ayudar.

—¿Y cómo le vas a hacer? Digo, solías ser amigo de Alonso hace años —dijo Isabela.

—Lo era, Isabela... —dijo Jaime tranquilamente—. Solía ser amigo de Alonso, pero después de haberme enterado de su verdadera cara, ahora lo considero mi enemigo.

—Sí, sé lo que se siente... —dijo Isabela.

—Aún no se nos ocurre nada, pero tenemos que hacerlo —dijo Jaime un poco más preocupado—. Porque no sabemos de lo que Alonso pueda llegar a ser capaz.

—Yo sí sé de lo que es capaz, Jaime —dijo Isabela tranquilamente—. Y no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando a que Alonso mueva su siguiente ficha de ajedrez.

—Lo sé, Isabela —dijo Jaime—. Pero con el tiempo, llegará una forma para ayudar a Mateo. Ya lo verás.

—Espero que así sea... —dijo Isabela—. Como sea, ¿vamos a casa de Aquiles?

—Sí, vamos —dijo Jaime.

Y así, los dos hermanos se levantaron de la mesa y caminaron hacia la puerta principal de la casa, para salir y encontrarse en casa de Aquiles.

—Espero que a Aquiles se le ocurra un buen plan para salvar a Mateo de las garras de Alonso —dijo Isabela mientras ella y Jaime salían de la casa.

Ambos hermanos se mantenían muy preocupados por lo que estaba pasando con Mateo, pero no perdían la esperanza de salvarlo del tormento en el que vivía.

***

Más tarde, esa noche...

Casa de la familia Sandoval.

Era ya de noche. El cielo estaba despejado, y el clima se mantenía caluroso.

Ricardo y su padrastro Ricardo estaban en la sala de la casa de la que Mateo había escapado días atrás. Ambos estaban sentados en la mesa, tomando cerveza. Ricardo portaba una playera negra de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos. Don Rolando portaba una camisa a cuadros roja de mangas largas, pantalón de mezclilla azul y un par de botas cafés.

Ambos estaban platicando mientras bebían cerveza.

—Ya llevamos como más de un mes sin saber nada acerca de Mateo, Rolando —dijo Ricardo un poco preocupado—. Tal vez será mejor que llamemos a las autoridades para que lo busquen.

Rolando le dio un trago a su cerveza antes de hablar.

—¿Ya estás preocupado por tu hermano, Ricardo? —preguntó burlón—. Por favor, ahora resulta que te preocupa tu querido hermanito, cuando en días pasados, ni siquiera te importaba que se hubiera ido de la casa. Incluso llegaste al punto de bailar de felicidad.

—Pues claro que me preocupa, pues a fin de cuentas es mi hermano —dijo Ricardo molesto—. No porque me guste molestarlo, quiere decir que desee que le pase algo malo. Y antes de que quieras decir algo más, te aseguro que Mateo sí me preocupa.

—Pues a mí no me preocupa en lo absoluto —dijo Rolando burlón, antes de darle un trago a su cerveza—. Total, él fue quien decidió largarse de la casa, por mí que ese maricón no regrese jamás.

—Me preocupa mucho que tengas esas ideas, Rolando —dijo Ricardo indignado—. No puedo creer que no te importe lo que está pasando.

—Pues yo no puedo creer que ahora te estés preocupando por tu hermano —dijo Rolando burlón—. Pero si quieres encontrarlo, está bien. Conviértete en un maricón como tu hermano, ¡vamos, hazlo! ¡Cómo se te nota que ya te estás haciendo blandito! ¡Y yo que creía que te estabas convirtiendo en un hombre!

Ricardo se sintió ofendido por las palabras de Rolando, por lo que decidió responderle.

—No puedo creer que me estés diciendo todas esas cosas, Rolando —dijo mientras se levantaba de la mesa—. Sinceramente, creía que podía verte como un amigo.

—¿Y qué querías, Ricardo? ¿Querías que te aplaudiera? —gritó Rolando lleno de ira, mientras se levantaba de la mesa—. ¡No soportas que te digan la verdad, eso es lo que te pasa!

—¿Insultarme es decirme la verdad, Rolando? —preguntó Ricardo molesto—. Perdón, pero eso no es decirme la verdad. Bien sabes que estoy sintiendo mucha angustia por lo que está pasando, y a ti no te importa.

—¿Y a mí qué me importa? —contraatacó Rolando molesto—. ¡Fue el imbécil de Mateo que decidió largarse de la casa, así que ya no hagas ningún intento por buscarlo, Ricardo!

—Te guste o no, Mateo es mi hermano, y no puedo desearle semejante maldad —dijo Ricardo molesto—. Solo quiero saber si mi hermano está bien, Y si aún sigue con vida, tengo que encontrarlo.

—¡Pues si tanto te cala, mejor me largo de aquí! ¡Haz lo que quieras, maricón! —gritó Rolando furioso—. ¡Me largo de aquí, no tengo por qué aguantar a blanditos como tú y tu hermano!

—¡Pues por mí, lárgate! —gritó Ricardo molesto—. Pudes irte de esta casa cuando quieras. Me voy con unos amigos al centro comercial. No quiero que estés aquí para cuando regrese.

Molesto, Ricardo decidió salirse de la casa, dejando solo a Don Rolando. Éste estaba más enojado que nunca, debido a las cosas que Ricardo le había dicho.

***

Esa noche...

San Pedro Garza García, Nuevo León.

Casa de Alonso.

Mateo estaba en la casa de Alonso, preparándose para dormir, aún herido y sin vendaje. Estaba descalzo, portaba una playera de tirantes blanca y un short deportivo negro.

Alonso entró a la habitación de Mateo y quiso hablar con él. Portaba una playera blanca de mangas cortas, pantalón deportivo negro y un par de zapatos tenis negros. Mateo simplemente se limitó a mirarlo de reojo.

—Sé que no la estás pasando muy bien en esta casa, Mateo… —dijo tranquilamente, molestando a Mateo—. Pero no hay nada que pueda hacer por ti. Aquí tienes que vivir por el resto de tu vida, y no podrás salir nunca.

—¿Y cómo quieres que esté? —preguntó Mateo molesto.

—Aquí vamos de nuevo —dijo Alonso rodando los ojos.

Mateo se levantó de la cama y decidió confrontar a Alonso..

—¡No puedes dejarme aquí para siempre, Alonso! —dijo Mateo molesto—. ¡Entiende que también necesito tomar aire fresco, y también quiero salir con mis amigos!

—¿Salir con tus amigos? —exclamó Alonso burlón—. Por el amor de Dios, Mateo. No puedes salir de esta casa. Ya te he dicho que solo podrás salir si es para algo importante. Y cuando termines de hacer esas cosas importantes, tendrás que regresar a la casa por las buenas o por las malas.

—No puedo creer que me tengas prisionero… —dijo Mateo decepcionado.

—¿Y querías seguir viviendo en esa casa con un padrastro borracho? —exclamó Alonso molesto—. ¿Querías seguir viviendo esa vida miserable? Por favor, Mateo. Deberías estar agradecido de que te saqué de esa horrible casa. No le importas a nadie en esa casa, y no sé si a ti hermano le importes.

—Claro que le importo a mi hermano. Él me quiere, pero nunca me lo ha dicho —dijo Mateo molesto—. Es sólo que está cegado por las tonterías de mi padrastro.

—Esté o no cegado, tu hermano no te quiere te desprecia —dijo Alonso burlón.

—¿Cuándo podré regresar a casa, Alonso? —preguntó Mateo indignado—. ¿Cuándo me vas a dejar libre?

Alonso se quedó pensativo después de haber escuchado la pregunta de Mateo. Era obvio que no le iba a dar una buena respuesta.

—Nunca… —dijo fríamente—. Nunca te voy a dejar salir de aquí, Mateo. Sólo muerto te vas a ir de esta casa. Y si intentas escapar, yo mismo me voy a encargar de que nadie vuelva a saber de ti.

—Alonso… —susurró Mateo aterrado.

—Así que no quieras jugarle al valiente, a menos que quieras sufrir las consecuencias —dijo Alonso molesto—. ¿Te quedó claro?

Mateo no dijo ni una sola palabra. Simplemente asintió.

—Más te vale, pedazo de mierda —dijo Alonso molesto.

Después de esta fuerte y seria amenaza, Alonso salió del cuarto de Mateo y se fue directamente hacia el suyo. Mateo se quedó en su cuarto, aterrado y triste al saber que era prisionero de Alonso.

—¡Todo esto me pasa por tonto! —dijo molesto y al borde de las lágrimas, mientras empezaba a mirar por la ventana—. ¿Cómo pude creer en Alonso? ¿Cómo pude ser tan imbécil al caer en semejante labia?

Pero ya ni lamentarse es bueno. Mateo tuvo que conformarse con la vida que le tocaba vivir, pero no perdía las esperanzas de recuperar su ansiada libertad.

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