2: Golpes y más golpes

Días después...

7 de agosto de 2023.

Monterrey, Nuevo León.

Universidad Autónoma de Nuevo León.

Facultad de Contaduría Pública y Administración.

Era un nuevo día en la ciudad. El clima estaba cálido, y el cielo depejado.

Habían pasado ya cinco semanas desde que Mateo había escapado de su casa, para irse a vivir con Alonso, sin saber lo que le esperaba.

Mateo estaba saliendo de la biblioteca con una amiga. El chico portaba una playera gris de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos, y llevaba una mochila negra en su espalda.

Ella se veía linda, y de su misma edad. Era delgada y de mediana estatura, tenía cabello largo castaño claro, ojos azules y piel clara. Además, portaba una blusa blanca de mangas cortas, pantalón de mezclilla azul y un par de zapatos tenis blancos, además de llevar una mochila gris en su espalda.

Ambos chicos estaban platicando.

—Lamento mucho que estés pasando por todo esto, Mateo —dijo la chica preocupada.

—Sí, lo sé… —dijo Mateo preocupado—. Salí de Guatemala, sólo para entrar a Guatepeor, Melissa. No entiendo por qué.

—Sé cómo te sientes, Mateo —dijo la chica de nombre Melissa—. Sinceramente, no sé por qué Alonso Armendáriz no te deja salir.

—Así es, me tiene prisionero en una mansión grande, con alberca —dijo Mateo con tristeza.

—¿Y ya no te sientes cómodo ahí? —preguntó Melissa preocupada.

Mateo se quedó algo pensativo después de haber escuchado la pregunta de Melissa. Era obvio que quería demostrar su desgrado hacia Alonso, así como la casa en la que lo tenía viviendo.

—No… —dijo con tristeza—. No me siento bien ahí, quisiera escapar de ese lugar.

—Ya lo sabía, Mateo. Sé que no te va a gustar oírlo, pero estás en una jaula de oro —dijo Melissa preocupada.

—Tienes razón, Melissa… —dijo Mateo triste—. Aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión.

—Sí, tienes razón, Mateo… —dijo Melissa preocupada—. Quiere decir que por muy buena que sea la estancia en un lugar, dejará de serlo en el momento que nos sintamos privados de libertad.

—Cierto... —dijo Mateo con tristeza—. Pero sé que voy a obtener mi libertad. Algún día…

De repente, un chico molesto llegó hacia donde los chicos, portando un traje y zapatos negros, además de una corbata azul. Mateo se asusto al ver que era Alonso, y no dudó en confrontarlo.

—¡Vaya, al fin te encontré, Mateo! —exclamó Alonso molesto.

—¿Qué es lo que quieres, Alonso? —preguntó Mateo molesto—. ¿No ves que estoy ocupado?

—Como ya te lo dije, sólo vas a salir de tu casa a la universidad, y de la universidad a tu casa —dijo Alonso molesto—. Por eso decidí venir por ti, para asegurarme de que cumplas con tu palabra.

Al ver lo que estaba pasando, Melissa decidió confrontar a Alonso de inmediato.

—¡Oye, no puedes llevarte a Mateo como si fuera cualquier cosa! —le dijo molesta.

—¡Claro que puedo, porque Mateo me pertenece! —respondió Alonso molesto—. Y no te metas en lo que no te importa.

—Me meto, porque no tolero que te lleves a Mateo de esa forma, él no es de tu propiedad —dijo Melissa molesta.

—Claro que es mío, y te las verás conmigo si intentas alejarme de él —dijo Alonso molesto.

—¡Basta, no te metas con mis amigos, Alonso! —exlcamó Mateo molesto—. Melissa Quintana es mi amiga, ¡y lo sabes!

Alonso le dio una cachetada a Mateo, tirándolo al suelo e indignando a Melissa y a todos los presentes.

—¡A mí no me vuelves a contestar así, Mateo! —gritó Alonso molesto—. ¡Ya te dije que te vas a ir conmigo, quieras o no! —levantó a Mateo del suelo—. ¡Y no me hagas enojar más, o te va a ir peor!

—¡Si, está bien, Alonso...! —exclamó Mateo ya asustado.

Tras levantar a Mateo del suelo, Alonso se lo llevó por la fuerza. Melissa no podía hacer nada más que mirar con indignación, cómo Alonso se llevaba a Mateo a la camioneta Chevrolet Suburban negra. Después de unos momentos, la camioneta se fue del lugar.

—¿Qué clase de tipo es ese tal Alonso? —preguntó indignada.

Los presentes también estaban indignados por lo que había ocurrido. Melissa estaba deseosa de querer ayudar a Mateo, pero no encontraba la forma de hacerlo.

***

Más tarde…

San Pedro Garza García, Nuevo León.

Casa de Alonso.

La camioneta Chevrolet Suburban blanca se estacionó adentro de la casa de Alonso. Éste y Mateo salieron de la camioneta y se dirigieron hacia la entrada, pero Alonso traía a Mateo casi arrastrando.

—¡Más vale que camines, que hoy estoy de muy mal humor! —gritó Alonso furioso, mientras lleva a arrastras a Mateo.

—¡No me jales así, Alonso! ¡Me estás lastimando! —exclamó Mateo adolorido, mientras Alonso lo lleva a arrastras—. ¿Cómo es posible que hayas cambiado de la noche a la mañana?

—¡Mejor te callas, Mateo! —gritó Alonso furioso—. ¡No me hagas enojar más, porque te va a ir peor! ¡Así que sea un buen niño y camina!

Alonso entró a la casa, y arrojó a Mateo al sillón beige. Era obvio que había tenido un mal día, y quería desahogarse. Mateo se levantó y decidió tratar de dialogar con Alonso.

—¡No puedes hacerme eso, Alonso! —exclamó Mateo ya llorando—. ¡Tú sabías perfectamente que solo estaba con unos amigos estudiando! ¡No tenías ningún derecho hacer lo que hiciste!

Alonso le dio una cachetada a Mateo en la mejilla izquierda, arrojándolo al sillón.

—¡A mí no me contestas así, imbécil! —gritó furioso—. ¡Te he dicho desde el primer día que me ibas a respetar por las buenas, o por las malas!

—¡No puedes hacer esto! ¡Sabes que tengo derecho a disfrutar como un chico normal! —exclamó Mateo llorando, mientras se sobaba su mejilla derecha—. ¡Yo también tengo derecho a salir con mis amigos a comer, a ir al cine, a un centro comercial, qué sé yo! ¡No puedes privarme de todo eso!

—¡Ya cállate! —gritó Alonso antes de volver a golpear a Mateo en la cara.

Mateo cayó al sillón después de recibir ese golpe en la cara. Su nariz estaba sangrando, pero a Alonso le importaba una mierda.

—¡Te he dicho claramente que no tenías ningún derecho a salir! —gritó Alonso muy enojado—. ¡Te advertí que solo ibas a salir de tu casa a la escuela, y de la escuela a tu casa! ¿No te lo dejé claro?

Mateo no sabía qué decirle a Alonso, estaba completamente paralizado por el miedo que le tenía.

—¡Pero ahora sí te lo voy a enseñar por las malas, imbécil! —gritó Alonso lleno de ira—. ¡Yo te voy a dar una lección que no olvidarás!

—¡No, no, por favor! —gritó Mateo asustado.

Sin mediar palabra, Alonso se enganchó contra Mateo y le dio varios golpes y patadas. Mateo no hacía más que gritar y cubrirse con las manos, de todos los golpes que recibía. Pero mientras más lloraba, más furioso se ponía Alonso. Los golpes y patadas no cesaban, sólo empeoraban con el pasar del tiempo. Alonso golpeaba a Mateo como un verdadero salvaje, sin importarle nada.

Después de dos minutos de golpes, Alonso decidió detenerse, y se marchó hacia su habitación, como si nada hubiera pasado. Por su parte, Mateo estaba ya en el suelo, llorando y quejándose por el dolor. Estaba malherido, y apenas podía ponerse de pie.

—¡Ayúdenme, por favor! ¡Ayúdenme! —lloraba adolorido.

El chico buscó dónde esconderse de la ira de Alonso. Tenía miedo a las represalias que éste pudiera tomar en su contra.

***

Más tarde…

Guadalupe, Nuevo León.

Casa de Melissa.

Melissa vivía en la colonia Linda Vista, en la calle Vista Hermosa. Vivía en la casa marcada con el número 217. Se encontraba en su habitación, sentada en su escritorio y haciendo su tarea.

De repente, tomó su celular de la mesa, y empezó a mensajear con Isabela vía WhatsApp.

Isabela
"Todavía no puedo creer lo que está pasando a Mateo."
"De verdad que no quisiera estar en sus zapatos."

Melissa
"Ni yo. Todavía recuerdo la bronca que tuve con Alonso Armendáriz."
"Quisiera buscar una forma de ayudar a Mateo, pero me siento muy impotente."

Isabela
"Tranquila, Melissa. Pronto vamos a encontrar una forma para ayudar a Mateo. Ya lo verás."

Melissa puso su celular en la mesa. Se sentía muy triste e impotente al no poder ayudar a su amigo de la infancia. Quería encontrar una forma de ayudarlo, pero no podía.

—Me da tanta rabia no poder ayudar a Mateo —dijo llena de tristeza.

De repente, una señora entró a la habitación. Era la madre de Melissa, y al verla tan triste no dudó en acercársele y ayudarla.

—¿Te sientes bien, hija? —preguntó la madre.

—No, mamá... —dijo Melissa con tristeza.

—Hija, sabes que puedes contarme lo que pasa. Puedes confiar en mí y en tu papá —dijo la mamá sonriendo.

—Es que no sé por dónde empezar, mamá —dijo Melissa con tristeza.

Melissa se levantó del escritorio y se sentó en la cama. Su mamá se sentó junto a ella para escucharla.

—Me imagino que estás sufriendo por Mateo, tu amigo de la infancia… —dijo la mamá.

—Sí, mamá —dijo Melisa con tristeza—. Es que alguien lo tiene secuestrado en su casa. No sabes, me dijo que ayer lo golpeó como un salvaje, sólo por querer expresarle el hecho de querer ser libre.

—¿Y quién sería capaz de algo tan horrible? —preguntó la mamá sorprendida.

—Alonso Armendáriz —dijo Melissa con tristeza—. Alonso lo tiene secuestrado en su casa, y no lo deja salir por ninguna razón. Te juro que quisiera ayudar a Mateo, mamá. Pero no sé cómo, no sé cómo ayudarll a salir de esa prisión en la que vive.

—Hija, sé cómo te sientes con todo esto —dijo la mamá muy preocupada— Me parece muy indignante que Alonso tenga secuestrado a tu amigo como si fuera un esclavo. No puede hacerle algo tan horrible. Alonso debe entender que Mateo merece ser libre como el viento, no como un esclavo.

—Alonso no va a entender eso, mamá —dijo Melissa tristemente, mientras algunas lágrimas empezaban a salir de sus ojos—. Sólo ruego por un milagro que pueda ayudar a Mateo… Es lo único que quiero…

—Pronto llegará ese milagro, hija —dijo la mamá tranquilamente—. Ya verás que muy pronto, Mateo saldrá libre, ya lo verás.

—Dios te oiga, mamá. Dios te oiga... —susurró Melissa tranquilamente.

Melissa sufría mucho por lo que estaba pasando, y su mamá no podía hacer nada más que tratar de animarla y consolarla, mientras la joven esperaba por un milagro.

***

Más tarde…

Monterrey, Nuevo León.

Paseo Tec.

Varias personas estaban en el centro comercial Paseo Tec, con tal de pasar un rato agradable. Grupos de amigos, familias completas, o simplemente personas que venían solas. Todos paseaban, viendo varias tiendas, o comiendo en el área de comidas.

Dos chicos estaban en el área de comidas, sentados en una mesa y platicando.

El chico se veía lindo, tenía 17 años. Era delgado y de alta estatura, tenía cabello corto castaño claro, ojos color miel y piel clara. Portaba una playera azul de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos.

La chica era linda, de su misma edad. Era delgada y de mediana estatura, tenía cabello largo castaño claro, ojos cafés y piel clara. Además, portaba una blusa gris de mangas cortas, minishort negro y un par de zapatos tenis blancos.

—No es posible que Alonso sea capaz de una cosa así, Aquiles —dijo la chica preocupada—. No es que lo conozca mucho, pero me consta que tiene encerrado a ese tal Mateo Sandoval.

—Pues yo sí estoy seguro, Isabela —dijo el chico, conocido como Aquiles—. Y me duele saber que soy amigo de Alonso, que me considera como su hermano menor. Pero ahora que descubrí esto con ayuda de unos amigos, ya no sé cómo mirar a Alonso a la cara.

—Sí, es cierto —dijo Isabela preocupada—. Me dijo Melissa que sí es cierto, que Alonso lo tiene encerrado en su mansión, sin derecho a salir ni nada.

—Qué horrible… —dijo Aquiles.

—No sabes cómo quisiera ayudar a Mateo a escapar del tormento en el que vive —dijo Isabela angustiada—. Primero su padrastro lo maltrataba, ahora resulta que Alonso lo tiene prisionero en una jaula de oro.

—Sí, y que lo digas… —dijo Aquiles—. Quisiera ayudarlo, pero no sé cómo…

—Yo sé, pero ten cuidado, por favor, Aquiles —dijo Isabela más preocupada—. Alonso te ve como su amigo, y si se llega a enterar de que quieres ayudar a Mateo, no sé de qué sería capaz.

De repente, alguien se acercó a ellos para hablar. Isabela y Aquiles voltearon y se molestaron al ver que ese alguien, no era otro que Alonso, por lo que decidieron enfrentarlo.

—Vamos, chicos. ¿Por qué esas caras? —preguntó Alonso preocupado.

—Porque sabemos que tienes secuestrado a un chico en tu propia casa, Alonso —dijo Isabela molesta.

—Sabemos que tienes a Mateo desde hace un mes en tu casa —dijo Aquiles molesto.

—¿Y? ¿A qué viene todo eso? —preguntó Alonso.

Isabela se levantó de la mesa y encaró a Alonso.

—¡No está bien lo que le estás haciendo a ese pobre chico! —le gritó molesta—. ¿No te das cuenta de que sólo lo estás lastimando aún más?

—Sólo le estoy dando una vida mejor, chicos —dijo Alonso tranquilamente—. No es gran cosa, pero me esfuerzo para que no regrese a la vida anterior que tanto lo molestó.

—Sí. Pero, ¿qué necesidad de mantenerlo cautivo en casa? —preguntó Isabela molesta.

—Pues, no quiero que regrese a ese lugar de donde salió —dijo Alonso burlón—. Mejor que se quede en una jaula de oro, a que quiera regresar al hogar que lo hizo sufrir.

Aquiles se molestó con Alonso, se levantó de la mesa y se le fue encima al joven.

—¡Aquiles, tranquilo! —exclamó Isabela asustada.

—¡Déjalo ir, Alonso! —exclamó Aquiles molesto, mientras sostenía a Alonso del traje—. ¡No puedes hacerle esto a un chico inocente! ¡Así que deja ir a Mateo, por favor!

Alonso soltó una pequeña risa, dando a entender que no estaba dispuesto a ceder.

—¿De qué te ries, Alonso? —preguntó Isabela indignada—. ¿No te das cuenta de que sólo estás lastimando a Mateo?

—Lo siento, chicos. Pero la respuesta es no —dijo burlón, mientras Aquiles lo soltaba—. No puedo sacar a ese chico de la casa. Se quedará a vivir conmigo para siempre. Sólo va a salir muerto de la casa.

Dicho eso, Alonso decidió darse la media vuelta e irse del lugar. Isabela y Aquiles lo veían de reojo, mientras él se alejaba.

—Ese tipo no puede tener encerrado a un chico inocente, sólo porque se le da la gana —dijo Isabela molesta.

—Sí, Isabela... —dijo Aquiles molesto—. Tenemos que sacarlo de esa casa, sea como sea.

—Y honestamente, no creo que sea nada fácil… —susurró Aquiles indignado.

Los chicos no estaban de acuerdo con lo que estaba pasando, así que prefirieron llevar la fiesta en paz, a la par de tratar de pensar en un plan para sacar a Mateo de la casa de Alonso.

***

Esa noche…

San Pedro Garza García, Nuevo León.

Casa de Alonso.

Ya era de noche. El cielo estaba despejado, y la luna y las estrellas brillaban. El clima se mantenía cálido.

Mateo estaba en la sala de la casa, sentado con Alonso en la mesa. Ambos estaban cenando hamburguesas con papas fritas. Y de bebida, cada quien tenía agua de naranja en vasos de vidrio. Alonso disfrutaba de su hamburguesa, mientras que Mateo no probaba bocado.

—¿Qué pasa, Mateo? ¿No tienes hambre? —preguntó Alonso antes de darle un mordisco a su hamburguesa.

—No, no tengo hambre… —susurró Mateo.

—¡Qué vergüenza que no tengas hambre! —exclamó Alonso burlón—. Honestamente, me dijiste que te gustaban las hamburguesas. Y ahora resulta que no tienes hambre. Caray, no sé cómo pude perder mi tiempo haciendo dos putas hamburguesas.

—¡En serio, no tengo hambre! —exclamó Mateo asustado—. ¡Te lo juro, es que hoy no tuve hambre en todo el día! No sé qué me pasó…

La furia de Alonso no hizo más que aumentar.

—¡Es que eres un pobre idiota, Mateo! ¡Eso es lo que eres! —gritó Alonso furioso—. ¡De verdad no sé por qué te traje a vivir conmigo! ¡Mejor te hubiera dejado en un orfanato o algo así, maldito pobretón!

Mateo se sintió herido por las palabras de Alonso, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¡Por favor, no me digas eso! ¡No me digas eso, Alonso! —sollozaba.

Alonso se levantó de la mesa, lleno de ira al saber que Mateo no quería comer.

—¿Te vas a poner a llorar? ¿Encima te das el lujo de llorar? —gritó furioso—. ¡Está bien! ¡Te voy a dar razones para llorar, imbécil!

—¡No lo hagas, por favor, Alonso! —sollozaba Mateo asustado.

Se acercó a Mateo, lo sometió y le.dio un puñetazo que lo tiró al suelo. Después, empezó a darle varias patadas, mientras que Mateo gritaba y se cubría inútilmente de la furia de Alonso. A pesar del dolor que sentía Mateo, y de sus gritos de dolor, Alonso no dejaba de patearlo una y otra vez en el abdomen. Y con cada segundo que pasaba, su furia aumentaba cada vez más.

Después de poco más de un minuto de golpes y patadas, Alonso se cansó y dejó de patear a Mateo, quien seguía gritando y llorando de dolor, mientras se mantenía en el suelo y en posición fetal.

—¡Ya deja de hacerte el mártir, maldito! —gritó Alonso histérico—. ¡Sólo ver tu maldita cara me da mucho coraje! ¡Ojalá no te hubiera llevado a vivir conmigo!

Después de esos gritos, el joven se fue hacia su habitación, mientras que Mateo seguía en el suelo, en posición fetal y llorando del dolor. Estaba malherido. No podía levantarse después de la segunda golpiza que Alonso le había dado.

—¡Por favor, ya no quiero seguir viviendo en este infierno! —sollozaba.

Se quedó así toda la noche, llorando desconsoladamente y rogando que el infierno terminara. Sólo deseaba salir de ese infierno en el que vivía, algún día. Y ese día no parecía ser próximo.

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