Σ τ έ λ ε χ ο ς
Στέλεχος (Stélechos)= Tallo.
Cuando Daniel le pidió una oportunidad de tener una relación, su mente se abrumó con tantas y tantas sensaciones. No lo podía creer posible, ¿el casanova LaRusso quería establecer una relación con ella? No podía ser cierto, no podía ser posible; pero mirando los ojos castaños de Daniel y su sonrisa tímida, supo que en verdad quería intentarlo. Sea la razón que sea por la cual haya querido comenzar esto, Mandy la agradecía.
Ella estaba completamente dispuesta a ser lo que necesitaba Daniel para recuperar una estabilidad, para darle un piso consistente en el suelo, sería su mejor amiga y su pareja. Daría todo por él, le entregaría todo el amor posible para dejarle en claro que ella estaba dispuesta a sacrificar lo que sea para que Daniel comprenda que no está solo. Que ya no lo está y no tiene por qué.
Habiendo sido amigos desde una temprana juventud, Mandy ha vivido tanto con Daniel que lo conocía al derecho y al revés. Sabía lo que le gustaba y lo que no. Sabía lo que le llamaba la atención y lo que le aterraba. Sabía de sus mañas, sabía de sus pasiones. Sabía todo de él, le puso la atención necesaria para poder siempre brindar toda la ayuda necesaria. Toda la ayuda que se merece Daniel ante cualquier circunstancia.
Sí, siempre fue un hombre descuidado, hambriento y tonto. Pero Mandy estaba segura de que todo tiene una explicación razonable. Cuando Daniel abría en verdad sus sentimientos, encontraba una persona rota, pequeña y asustada. Era como un ciervo, fácilmente podría ser asustado. Poder entrar al terreno con él se debe de hacer con las más grandes de las delicadezas y hacerle entender que estás ahí porque te interesa quién es Daniel, porque te deja de interesar el apellido, el pasado y el futuro. Ves aquí y ahora la rota alma de Daniel y te dispones a brindar la ayuda que en verdad deseas dar. Entonces, Daniel te aceptará y te recibirá en su mundo.
Cuando conoces el mundo de Daniel, bueno, es casi imposible que te quieras ir de ahí. Es tan bello como fascinante, como tan necesitado de ayuda y de un apoyo sincero y filial. Ser ese tallo que ayude a la flor en crecer y nacer tan hermosa como pueda ser.
Mandy estaba dispuesta a dar todo eso y más por Daniel. Estaba lista para los retos que suponía. Estaba preparada para ser esa verdadera compañera que Daniel necesitaba. Estaba tan feliz, estaba tan profundamente enamorada de Daniel que sentía que se volvería una locura y estaba dispuesta a hacer algo. Pero fue su amigo quien se lo pidió, quien le pidió una oportunidad para intentarlo.
Eric le advirtió de los peligros. Pero no le dio importancia. Mandy sabía que habría muchas más cosas buenas que cosas malas. Ella estaba lista para ser eso que siempre Daniel necesitó para ser más fuerte.
Sólo es así como comenzó una relación de ensueño para Amanda y que poco a poco se convirtió en la peor de sus decepciones. Hizo todo lo que pudo, en verdad que lo intentó. Pero, a día de hoy, seguía sin saber qué es lo que hizo mal que la llevó a terminar en el olvido de Daniel. Porque estaba tan segura de que ella ya no sería como las demás. Y no fue así.
Lo que comenzó con bellos meses de cariño, amor y afecto, se transformaron lenta e inexorablemente. Comenzó como debía ser una bella relación. Comenzó con el cariño, con la comprensión, con todo el detalle de un verdadero caballero de parte de Daniel. Estaba siendo el novio perfecto.
Y, de pronto, todo se terminó. Mandy no fue lo suficiente para Daniel. No fue aquello que el hombre necesitó para que su mundo se estableciera. Y era sencillo, aunque Mandy no pudiera verlo. Daniel no era un hombre al cual se le deba de dar. No. A él se le debe negar, se le debe de quitar y se le debe alejar para que golpee contra el suelo. Cuando sepa que él es quien debe trabajar, quien debe decidir, es que podrá dejar de escapar. Dejará de huir de todo aquello que fácilmente le asuste. Se entiende perfectamente que él no debe ser perdonado, él es quien debe pedir perdón.
Mandy fue una víctima de su modelo de acción. Pensando que lo mejor era darle todo lo que quiere a Daniel, estar para él a la sencilla canción de un grito y una caricia es lo que lo vuelve monótono. No hay que pedirle perdón, Mandy, hay que hacerle a él pedir perdón. Se le debe dejar en claro que quien es no le debe facilitar nada.
El corazón de Amanda fue usado a un antojo cruel. Daniel lo intentó, ¡claro que lo intentó! De verdad quería darle algo a Mandy. Pero ella no es lo que Daniel necesita para establecer su mundo en cimientos correctos y densos. Mandy puede ser una amiga, claro que puede serlo. El camino que ellos atravesaron juntos debió ser más que claro de que eso era todo entre ellos. Que la amistad es lo que los mantendría vivos, los mantendría juntos. Amarse tiene tantas figuras y formas. Pero no son sencillas de identificar.
Porque Amanda, la noche en que Daniel decidió terminar la relación y dejarla sola en su departamento, ella no quiso renunciar a lo que una vez fue un sueño perfecto. Un sueño donde ella era el centro de atención de Daniel Massimo LaRusso. Sin ver que no era necesario aquello, que el valor de la mujer no se medía en el porcentaje de atención que reciba de su amado, sino en la fuerza y el carisma que ponga ante su batalla contra la vida.
No lo quería dejar ir. Lo quería devuelta. Buscando ser de nuevo el centro de su atención. Lo necesita, lo necesita dentro de ella, bebiendo de sus gemidos, clamando por sus historias llenas de amor, rezando ante las palabras de cariño en medio de la niebla del afecto. Ella lo quería de vuelta. Ella quería a Daniel consigo.
Y un maldito prostituto era ahora su problema.
...
Mandy caminó por los pasillos de la elegante corporación, saludando a todos y sonriendo tan lindamente como suele hacerlo. Era querida por todos los empleados. La veían como una verdadera líder, encantadora, audaz y con mucha determinación. Preciosa y buena para todo lo que hace. Sabían que la empresa estaba en buenas manos cuando se hablaba de Amanda Lewis. No había nadie como ella.
Excepto en tener el control de Daniel. Más ni ella, ni Johnny ni el propio Daniel sabían de ello. No lo comprenderían sino hasta que todo se salga de control. Pero Mandy no quería esperar, ya no podía más. Una semana ha pasado desde la llegada del rubio y ya lo quería lejos. No, en verdad que se estaba volviendo loca de llegar todos los días al hogar de Daniel y encontrarse con el mentado 'Johnny' vestido de manera indecente, o al lado de Daniel. Con esa carita inocente que le crispaba tanto. ¿Cómo un chiquillo degenerado podría detonar tanta dulzura e inocencia? Se sonrojaba fácil, Daniel lo ponía nervioso como si fuera su primer novio.
Y es que, para la mente de Johnny, Daniel es lo más cercano a eso mismo. A la experiencia de su primer amor. Pero no lo sabían. Sólo Johnny, tú y yo, atento lector. Sólo nosotros sabremos lo encantado que estaba cayendo día con día el rubio, esperando por una oportunidad para mostrarle sus sentimientos a LaRusso. Para demostrarle que no estaba ya por el dinero, sino porque se estaba atreviendo a darle su roto ser y buscaba ser amado. Pero, bien lo sabemos, no se le debe dar nada en bandeja de plata a Daniel LaRusso.
Entró a la oficina y vio a Daniel descansando el rostro contra su mano izquierda mientras movía el mouse de un lado a otro, claramente aburrido. Y era normal, ese no era el lugar favorito de Daniel. Era su taller, donde preferiría trabajar en su proyecto que estar viendo estados de cuenta y procesos de factoraje para verlo con sus bancarios. Vio a Mandy y le sonrió de medio lado, dejando que las arrugas a lado de sus ojos remarquen esa belleza de Daniel.
—¿Qué pasa, Mandy? —Preguntó con casualidad Daniel.
La mujer no quería dar rodeos, no quería perder de vista la atención recibida de parte de Daniel. Y sabía que no había nada mejor que ir directo al grano. Se sentó frente a él y suspiró, lista para decir todo lo que tenía que decir.
—¿Cuánto tiempo dijiste que se quedaría el prostituto ese?
—¿Hablas de Johnny? Porque ése es su nombre —los ojos de Daniel brillaron con un fulgor tan resplandeciente y nunca antes visto, que Mandy en verdad temió lo que sea que estaba logrando el mentado pirujo ese.
—¿Desde cuándo eres tan atento y recuerdas sus nombres, Daniel?, ¿no te das cuenta de la tontería que has hecho?
—¿A qué te refieres? —Preguntó Daniel viendo a los ojos de la chica.
Por alguna razón, en verdad le molestaba que no llamaran a Johnny por su nombre y fuera tan rebajado por su trabajo. Era su acompañante por un mes. Lo había sacado de la jaula por un mes para que haga lo que quiera. Sentía que se lo debía.
—¡De que pronto te aburrirás de él! —Estalló la mujer—, pronto te dará igual lo que sea de él. ¿Por qué finges que ahora sí te importa? Daniel, por favor, te conozco.
LaRusso desvió la mirada, sabía que era verdad. Que llegaría un punto en que Johnny no sería suficiente. Que tenerlo entre sus sábanas ya no sería necesario. Pero no quería verlo. Quería pensar que Johnny es lo que había buscado y que él es lo que Johnny buscaba. Pero no era así, no lo amaba. Le gustaba, sí y mucho; pero amar a alguien es complicado, y estar enamorado de alguien es completamente lejano para Daniel.
—No te quedes callado, Daniel, ¡bien lo sabes! Deja de fingir... Si yo no fui suficiente para ti, ¿cómo lo va a ser un maldito prostituto que está contigo por tu dinero?, al que no le importas, al que no siente nada por ti. ¿De verdad te volviste tan ingenuo?
—¿Esto es por celos? Mandy, mierda, ¡mierda! Somos adultos, ¿cómo carajos puedes tener celos? Tú y yo no somos nada. Dímelo, ¡maldita sea, dímelo a la cara! Dime que esto no es por celos.
Mandy desvió la mirada y sintió sus mejillas calientes. Su respiración era dura y marcada con grandes inhalaciones. ¿Por qué se tenía que poner tan a la defensiva?, ¿por qué no estaba viendo más allá de eso que era porque estaba preocupada por él?
Porque no era así. No lo era ni lo será.
—No, no, no... —dijo insegura la chica—, no es así...
—Ah, ¿no?, ¿entonces? Porque en lo que mí me concierne con tu actitud es porque estás celosa. ¿Quieres hablar de ello? Hazlo, hablemos, ¿qué te jodió con que hayamos terminado?
Mandy siguió mirando su regazo, aguantando las ganas de plantar su palma en la mejilla de Daniel y golpearle con todo el dolor que estaba corriendo por sus venas. ¿Qué le puede decir?, ¿cómo decirle que era verdad?, que ella no puede olvidarle, que aún le amaba, que aún lo necesitaba como su amante.
Más no era amor, notable lector, no. Mandy sólo quería sentirse ese centro de apoyo importante, quería ser la salvadora de Daniel. No hay necesidad de jugar con sentimientos, desesperados y adoloridos, para humillarse con tal de recibir la mínima caricia ante lo funesto que resulta el pecado de no tenerlo entre sus brazos. ¡Lo deseaba, maldita sea, lo deseaba tanto! Pero, entonces, Mandy se dio cuenta que si le decía a Daniel un 'Te amo', se estaría mintiendo a sí misma. No lo quiere ver así, quiere ser quien con ternura cure todo el mal de Daniel.
Quiere ser su heroína en el mundo oscuro donde día a día cae su mejor amigo de la vida.
—¿A ti no te jodió nada? —Preguntó de vuelta la mujer.
Daniel se quedó callado y bajó la mirada a su escritorio, pensando sobre todo lo que pasó desde que la terminó y la dejó en su departamento.
—Me jode que no podamos seguir siendo amigos —se sinceró el CEO—, me jode demasiado que ya no pueda hablar contigo de lo que sea, porque me ves con esos ojos tuyos... Perdón, Mandy. Nunca debía meterte en esto; pero de verdad me gustaría tener a mi mejor amiga de vuelta.
Mandy miró sorprendida la honestidad de Daniel. No había sonrisas cínicas, no había tonos sarcásticos. Era Daniel, el verdadero Daniel, hablándole y pidiéndole perdón. Pero porque quería recuperar a su amiga de la juventud, no recuperar a su pareja. Sentía que no le bastaba a Mandy, quería más, quería más de Daniel, lo quería todo de él. Todo estaba muy reciente. Y debían ser profesionales, aún no escogían a un inversionista para el proyecto.
Recordó las palabras de Johnny, sobre no hacer tratos con Silver. ¿Qué sabía ese niño del mundo empresarial? De pronto, comenzó a dolerle la cabeza con fuerza, sin entender qué es lo mejor, qué debía hacer, cómo hacerlo. Quería llorar, quería que alguien la sostenga y le deje descansar un poco. No quería perdonar a Daniel. No aún.
Se levantó de la silla y se dirigió a la salida, quería estar sola antes de cometer alguna estupidez.
—Sólo... —dijo Amanda antes de salir—, quiero a ese prostituto lejos de ti. Antes de que se hagan daño.
Y salió de la oficina, dando por pausada aquella conversación. Daniel se quedó mirando, teniendo ganas de perseguirla. Pero Mandy estaba temblando, sabía que estaba molesta, que necesitaba tiempo a solas. La conoce, tiene que conocerla si lleva tantos años a su lado. ¿Por qué todo mundo le advierte que estar con Johnny era peligroso?
¿Quién dañaría a quién?
...
Eric y Anoush se habían convertido en una presencia recurrente de su día a día. Daniel tenía bastante trabajo con la empresa y había momentos en donde simplemente llegaba al pent-house con Johnny, pero se dirigía a lo que llamaba como su Taller y no salía de ahí en toda la noche. Había veces en que sí estaba dispuesto a que Johnny calme su estrés y lo llene de atención. Siguiendo todo el mapa que el rubio había creado para conocerlo, para llenarlo y hacer que Daniel esté satisfecho por completo. Había veces donde podían hacer todo tipo de perversiones, y había veces que con una simple sesión de besos bastaba, puesto que el trabajo agotaba en demasía al ingeniero. Y Johnny estaba notando eso: Daniel no es como creía.
Era un hombre obsesionado con el trabajo, perfeccionista hasta la enfermedad. Cuidadoso y muy territorial con sus asuntos. Quería que todo estuviera en orden antes de retirarse de su máscara laboral y descansar. Eran tanto y tantos los aspectos que debía tomar en cuenta que, de plano, nunca salía de ese hemisferio y llegaba a aislarse demasiado.
Una semana. Ahora se estaba completando la segunda semana de aquel mes. La mitad del trato. El tiempo estaba volando. Johnny estaba sintiendo que no avanzaba, que no estaba llegando a ningún lado con todos estos aspectos. Pasaba la gran parte de su tiempo encerrado en el hogar de Daniel, rodeado de tantos lujos que se abrumaba con facilidad y se la pasaba sentado junto a una ventana y un piano de cola. No sabía qué hacer, no comprendía nada de lo que había en ese lugar, le asustaba que no pudiera hacer algo mejor que sólo quedarse sentado, dibujando.
Eric descubrió que Johnny rayoneaba las servilletas de papel con un viejo bolígrafo. Decidido, el doctor decidió hacer algo al respecto. Al día siguiente de descubrir aquello, le llevó un sketchbook de cubierta negra gruesa y una serie de lápices, sacapuntas y goma. El rubio se sonrojó con fuerza y casi llorando le pedía que se llevara aquello, que no se merecía algo así, que no podía aceptarlo. Preocupado, Eric le mintió a Johnny, y le dijo que Daniel se lo mandaba como regalo. Estaba tan abrumado el chiquillo que nunca cuestionó cómo es que su señor LaRusso supuso, siquiera, que al prostituto le guste el dibujo. Sólo abrazó con fuerza contra su pecho aquellos detalles, intentando calmar sus pensamientos.
Pero no le importó ese detalle a Eric, porque cuando encontró a Johnny dibujando por horas y horas, supo que fue lo mejor. Le llegó a preguntar, encontrando el perfecto momento para que Johnny se deje llevar por la poca confianza que ha depositado en él, sobre sus aficiones. Y descubrió que Johnny no conocía muchas cosas, y que eran pocos los hobbies que tenía. Le gustaba el baile, lo practicaba desde pequeño, y el dibujo también. Eric sintió la curiosidad de ver lo que sea que haya bosquejado el rubio. Más era reticente de permitir aquello. Eric decidió no molestar con ello, quería darle espacio y comodidad a Johnny.
Pasaba casi todo el día solo sin Daniel, el que aún no tenían decidido quién sería su inversionista y la pronta llegada del proyecto ameritaba que Daniel pusiera todo su empeño para que saliera a pedir de boca. Por un lado, Eric comprendía todo ello: se trataba del trabajo de su mejor amigo, un importante paso en su carrera y un rompimiento al mercado de manera contundente; pero, por el otro lado, le molestaba el hecho de que, por su trabajo, deje tan de lado a Johnny. El rubio podría salir a conocer el mundo, pero quería hacerlo con su señor LaRusso. Y era inexplicablemente obediente. Si Daniel le decía que no, era no. Si Daniel le decía que se quede en la casa, Johnny no se movería de donde lo dejó. Y le preocupaba a Eric. Puesto que era mayor aquella obediencia con Daniel, pero era con cualquiera. Johnny obedecía a quien sea.
Por ello, Eric y Anoush decidieron tomar todos sus tiempos libres para pasar tiempo con Johnny para enseñarle de todo, para actualizarle sobre el mundo sin preguntarle por qué es que era tan ignorante de todo. Le estaban intentando ayudar con su independencia. Pero sabían que Daniel sería mejor influencia, si tan sólo el tarado de LaRusso no tuviera tanto trabajo...
Anoush y Eric descubrieron que Johnny tenía la educación hasta el grado secundaria. No conocía muchas cosas, la tecnología lo abrumaba. Pero también descubrieron que le llamaba la atención el arte, la Historia y la filosofía. Así que los hombres reunieron todo el material atractivo para Johnny, y le fueron enseñando sobre ello. Esas dos semanas fueron de actualización y Johnny, no lo mostraba abiertamente, pero ciertamente estaba encantado. Estaba fascinado con todo lo que le enseñaban, y estaba muy agradecido. Era todo lo que necesitaban Anoush y Eric para seguir adelante y cada día enseñarle algo nuevo y luego dejarle un rato para digerir todo aquello mientras estaba sentado en el gigantesco ventanal junto al piano de cola, su mano dibujando y anotando cosas. Había momentos donde Johnny estaba de verdad relajado, que aprovechaban para hacerle preguntas, prácticas y cortas, para evitar asustarlo y que se cierre de nuevo.
Los primeros días, mientras tanteaba el terreno, Johnny se alejó instantáneamente de Eric. Se cerraba y dejaba de hablar. Supo que era un trato de tanto cuidado el poder hablar con él, pero no quería rendirse. Sabía que no debía, que Johnny necesitaba ir saliendo poco a poco de todo lo que lo ata a su pasado. Se lo merecía, Eric sólo sabía que se lo merecía y quería ayudarle de todo corazón. La adición de Anoush le sorprendió, pero también lo entendió: los ojos de Anoush ven el hijo que nunca pudo tener en Johnny. Sólo querían cuidarlo, y enseñarle el mundo desde otras perspectivas, demostrarle que hay otras puertas, que podía hacer mucho más de lo que imagina.
Las llamadas con Shannon aumentaron. El galeno quería asegurarse a sí mismo que las hacía para estar poniendo al tanto a Shannon sobre Johnny, no porque quisiera escuchar su voz llena de esperanza y cariño. Pero, muy en el fondo, en verdad era que amaba escuchar a Shannon en esa faceta tan protectora. Eso lo motivaba a seguir avanzando con Johnny, para cerciorarse de su seguridad y que Shannon esté tranquila. Sabía que ella escondía algo, pero no la quería forzar, porque cuando le aseguraba que Johnny estaba a salvo ella no pedía nada más de información.
El doctor llegó al pent-house aquella mañana del viernes de la segunda semana de estadía de Johnny con Daniel. Y se encontró con el rubio sirviéndole el desayuno a Daniel con mucho esmero y un sonrojo en las mejillas. El chiquillo vestía una pijama flojo de color azul oscuro, una camiseta holgada y un delantal negro. Parecían una pareja de recién casados. La postura de Johnny le indicó al galeno que quería impresionar a Daniel. Le hizo preguntarse si Johnny sabía cocinar todo este tiempo, tal vez podrían hacer algo con ello para salir de la misma rutina de clases. Sí, el libro de filosofía clásica podría esperar.
—¡Buenos días, Ricky! —Saludó Daniel con alegría renovada por el café negro en la mañana.
El empresario vestía una camisa blanca debajo de un chaleco plateado ceñido a su cuerpo en conjunto del pantalón a juego, sin corbata, y en la silla reposaba el saco. Según sabía Eric hoy Daniel y Mandy asistirán a unas juntas de fondeo colectivo para una de las variadas vertientes de la empresa de Daniel en el campo de ayuda social. Le hubiera gustado que Daniel lleve a Johnny a algo como eso, pero eran reuniones en exceso largas y demasiado pesadas. La parte de ver a los involucrados en la acción social era de corta duración y eso era lo que quería que Johnny experimentara, algo de interacción social. No podía acompañarlo, y no estaba seguro de cómo reaccionaría Johnny ante una circunstancia como esa.
—¿Gusta que le sirva de desayunar, señor McGowen? —Preguntó Johnny bajo el manto de Capitán.
Otra cosa que había aprendido Eric es a diferenciar cuando Johnny estaba siendo honestamente él y cuándo era que usaba la fachada de ser Capitán para poder actuar con naturalidad y protegerse de todos y cada uno de los problemas que se postren ante él. Era un personaje y un mecanismo de defensa. Quería sentirse seguro. Quería sentirse protegido del mundo. Y a Eric le gustaría que se protegiera siendo él mismo, sin la necesidad de la farsa de Capitán.
—Sí, gracias, Johnny —aceptó Eric mientras se quitaba su abrigo y se sentaba en la mesa del comedor.
Pronto, Johnny le puso un mantel individual, unos cubiertos, servilleta y un vaso y taza vacíos. Entonces, le llevó frente a él el mismo plato que Daniel. McGowen lo identificó por un artículo que leyó hace tiempo por ocio. Era el llamado "desayuno irlandés", ¿Johnny sabía gastronomía internacional? No estaba seguro, pero se veía en exceso apetitoso. Y aún si no fuera tan delicioso como parece, Eric estaba encantado de comer aquel desayuno. Su vaso se llenó de jugo y su taza de café. Eric dio el primer bocado, bajo la expectación de Johnny, y estaba bueno. Realmente bueno, sus papilas gustativas se estimularon y decidió seguir comiendo. Johnny tenía muy buena mano para la cocina. Y viendo cómo Daniel estaba comiendo, estaba desayunando, con una gran sonrisa en sus labios, supo que Johnny atacó con sabiduría. Encantar el estómago del hombre que le gusta.
Ese era el otro detalle que le preocupaba. Johnny estaba claramente atraído por Daniel. Con cada día que pasaba más claro le quedaba a Eric. No había que ser un genio para saber que Johnny no actuaba por el dinero, que en verdad dejaba todo de sí para complacer a Daniel, para tener su neta atención. Y McGowen sabía que eso es lo último que se puede hacer con Daniel. No se le deben dar las cosas en la mano, él debe buscar puesto que, debido a su naturaleza, era mejor hacer que Daniel reconozca qué quiere y qué no bajo las circunstancias donde todo sea a su difícil alcance. Y mientras más lo pensaba, Eric en verdad quería ayudar a Johnny y cuidarlo. No quería cometer el error que cometió con Mandy. Debía enseñarle a Johnny cómo atrapar a Daniel y luego ponerle la verdadera prueba sobre la mesa para determinar si LaRusso es capaz de cualquier cosa por el rubio. Si era capaz de amar al prostituto de los ojos tristes.
Pasaron los minutos y el desayuno se desarrolló de manera natural. Fue ameno, fue tranquilo, y Eric observó cómo cada tanto Daniel tomaba la mano de Johnny, para acariciarla para llenarle de calor y mimos. A veces, Johnny apretaba de vuelta o a veces simplemente se sonrojaba y dejaba que Daniel le mime mientras él tomaba de su café. Vio, entonces, que Johnny no estaba desayunando lo mismo que Daniel y Eric, él sólo tomaba algo de fruta, agua y café.
—¿Sólo eso vas a desayunar, Johnny? —Preguntó Eric, sin poder esconder su tono consternado.
El prostituto asintió: —Sí, me hace daño comer mucho en las mañanas.
Eric asintió, distraído. No estaba seguro, pero, pensándolo a fondo, nunca vio a Johnny desayunar. Comía moderado, le preocupaba debido a su tamaño y sus músculos. Comía muy poco para todo el ejercicio que realizaba en comparación a su tamaño y figura.
Otra cosa que era clara para Eric era que el ejercicio y el baile despejaban a Johnny. Lo metían en un trance donde se olvidaba de sus problemas. Estaba relajado y podía despejarse de toda la realidad que le rodea. Por ello, le había pedido a Daniel que mandara gente para que haga espacio en el gimnasio para que Johnny pueda bailar.
Fue un movimiento adecuado, porque Daniel demostró celos cuando le comentó aquello. Estaba celoso de que Eric supiera qué quería Johnny. Así que, en menos de un día, el gimnasio tenía un espacio para baile, en vez del ring, los espejos fueron pulidos y pusieron las barras de equilibrio. Además de poner un tubo y un sistema de poleas para telas. La altura del gimnasio lo permitía, por suerte, y no tuvo que hacer mucho en cuanto a modificaciones. Le llamó la atención aquello a Eric, no podía salir de la sorpresa sobre que Daniel haya tomado en cuenta de Johnny practicando gimnasia. Pero lo agradece.
Al menos así, Johnny tenía dos lugares favoritos en la casa de Daniel donde fueron su refugio. Entendía el gimnasio, era donde podía practicar. Pero el piano de cola seguía siendo un misterio para él. Un misterio en exceso fascinante.
—Bueno, me tengo que ir, Mandy ha estado insoportable estos días —declaró Daniel.
A pesar de haber usado un tono sarcástico, Eric vio que la gracia no llegó a los ojos de Daniel. Estaba preocupado por la actitud que Amanda había adoptado. Especialmente cuando ella y Johnny estaban en un mismo espacio. A nadie le quedaba dudas de que ella no lo quería, y que Johnny intentaba llevar la fiesta en paz; pero cuando podía, le dejaba en claro que él era el foco de atención de Daniel.
—Cuídate, Daniel —pidió Johnny mientras le ayudaba con su saco.
La imagen derritió el corazón de Eric. En verdad esos dos encajaban de una manera tan particular y linda que le abrumaba. La manera en que Johnny se preocupaba por cada detalle de Daniel y el cómo Daniel le sonreía extasiado de la atención, no estaba seguro de si debía permitir que ellos siguieran juntos o no. El tallo era delgado y frágil aún. Cualquiera puede resultar herido si no se daba el tratamiento adecuado.
Sólo quería protegerlos.
...
Como planeó, Eric decidió enseñarle a cocinar unas galletas a Johnny. Después de todo el proceso y de hacer las bolitas para ponerlas en el horno, Johnny se sentó en una de las sillas altas del mesón que conectaba la cocina con la sala. Estaba, como siempre, dibujando. Cada tanto viendo de reojo a Eric, quien estaba sentado en el mesón dentro de la cocina, tomando un té y leyéndole a Johnny sobre Filosofía clásica. Al final, sí pudo leerle a Johnny sobre los sofistas, que era donde se habían quedado.
Le impresionaba cómo es que Johnny reflexionaba tan bien todos los temas. Tenía pensamientos pesimistas, sí, pero estaban tan bien estructurados que le asustaban a Eric. Porque Johnny sabía pensar y el punto de vista de su realidad lo han obligado a pensar de una manera que le hacía llorar al corazón. No le llamó la atención Epicuro, eso le quedó claro. Y tiene sentido, Johnny no ve el alcance de la felicidad en el placer.
Pero le gustaba a Eric sentarse y leerle a Johnny. El blondo dibujaba, pero su cabeza se inclinaba para poder levantar un oído y escuchar mejor todo lo que salía de la boca del doctor. Podía pasar horas y horas leyendo y contestando las preguntas de Johnny. Ciertamente, las ciencias humanas no eran su punto fuerte, pero, por Johnny, Eric se dispuso a investigar todo lo posible cada noche, después del trabajo, para poder responder a todas y cada una de las incógnitas del rubio. Cuando Johnny tenía dudas sobre biología, física y química, Eric podía manejarse mejor. Y Johnny era bueno aprendiendo, tenía una magnífica memoria.
Era un buen alumno, Eric no tenía dudas de que, si pudiera y fuera otro el panorama, Johnny podría estar estudiando en una Universidad de prestigio. Más, por lo que Shannon le ha confesado, Johnny no tenía adónde ir hasta que pague una sustanciosa deuda que le fue heredada. Eric tenía intriga, una irremediable sed por saber el porqué de todo ello. Más tenía que abstenerse, no podía simplemente preguntarle, no cuando eso era altamente delicado. Era tan fascinante ir descubriendo cómo hablar con Johnny.
—Eh, Johnny —dijo Eric, deteniendo su lectura y mirando a su costado.
El nombrado se detuvo de hacer lo que hacía, bajó el lápiz y miró a los ojos de Eric. Un extraño matiz morado fusionado con el café le dio bienvenida al azul con motas verdes. La calidez y la caballerosidad de Eric le invitaba a confiar, y Shannon mostró su afición por el galeno. Entonces, Johnny podía sentirse más seguro con Eric. Su constante compañía, y la de Anoush, eran todo el soporte necesario para seguir adelante cuando se quedaba sin su señor LaRusso.
—Hoy en la mañana —siguió el doctor—, me llamó la atención el platillo que hiciste.
—¿El desayuno irlandés? —Preguntó con sorpresa el rubio.
Eric asintió: —¿Cómo es que conoces ese platillo?
—Soy de Irlanda. Mi madre lo cocinaba cada domingo antes de ir a la iglesia. Ella me enseñó a cocinar muchas cosas, y...
Johnny se sonrojó y bajó la mirada. Le costaba mantener tantos diálogos. Se sentía abrumado, eso Eric ya lo había entendido. El rubio era de pocas palabras, pero todas ellas eran precisas. Ni más, ni menos. Sin embargo, hablar de su madre fue algo que Eric detalló como algo sensible. Johnny fue bajando el tono, el brillo de sus ojos se cristalizó y pareció estar asustado y arrepentido. Sin duda, sus padres no estaban con Johnny.
¿Dónde estaban los padres de Johnny?
—¿Desde qué edad sabes cocinar? —Empujó Eric.
—Desde que tengo memoria... Probablemente ya hacía platillos desde los ocho o nueve años...
—¿Cuántos años tienes, Johnny? Si no te molesta.
El prostituto miró su sketchbook y pensó fuertemente. Estuvo años encerrado, escondido del mundo. Cuando escapó con su madre, ella lo puso al corriente de muchas cosas. Hace poco fue su cumpleaños, cerca de dos meses atrás... Haciendo cuentas, Johnny supo su edad.
—Veintitrés años.
Esa simple respuesta rompió la cordura de Eric. Su corazón se apretó con fuerza. Johnny era un chiquillo todavía. Era demasiado joven, imposiblemente joven. Se veía mayor por sus cabellos largos, las ojeras y su gesto tan estoico. ¿Qué joven de veintitrés primaveras ha vivido lo que Johnny? Dudaba que muchos. Peor aún, Daniel le llevaba doce años de diferencia. Era un joven que tenía que vivir como un adulto desde quién sabe hace tanto.
Le pareció tan injusto, tan cruel, tan inhumano. Era el alma de un niño asustado en el cuerpo de un adulto fuerte y temeroso. Cansado hasta el infierno, sin poder encontrar más opciones que salir adelante, que ser fuerte y sobrevivir. Que no tiene estudios, que no tiene sueños, que no tiene mucho consigo.
Con más razón comenzaba a comprender todo Eric. Johnny estaba, probablemente, experimentando su primer enamoramiento con Daniel. ¿Por qué de todas las personas en el universo, tuvo que ser Daniel? No estaba seguro Eric, pero eso siempre le recordaba que el amor, por más explicaciones científicas que tenga, sigue siendo uno de los mayores secretos y misterios del humano. Siempre trabaja tan cruelmente y tan minuciosamente con tal de hacer que sus engranajes maquinicen una circunstancia que, francamente, estaba fuera del alcance de cualquiera.
Johnny es joven, muy joven. Quiere ser un chico normal. Pero, dado todo lo que le ha pasado, estaba por sentado que jamás podría tener una vida normal. Una vez acabe su infierno, no habría mucho para Johnny. Ya había vivido suficiente por esos años. Tal vez, sólo necesite descansar un poco.
—¿Por qué no le preparas una cena a Daniel? —Dijo Eric, de repente.
Johnny, que siguió detallando su dibujo, agarró fuertemente el lápiz para no arruinar lo que estaba haciendo. ¿Había escuchado?, ¿preparar una cena para Daniel?
—Sí... —siguió Eric, entendiendo el susto de Johnny—, una cena para que ambos estén juntos. Como el de la película que vimos la otra vez, ¿recuerdas?
Johnny asintió y pensó unos instantes antes de hablar: —¿Le gustará eso a Daniel?
—¡Por supuesto! Una cena para que platiquen, será un buen detalle para que Daniel se olvide del trabajo. Tú lo has visto, ha estado muy estresado, puedes ayudarlo con eso.
Cuando Johnny escuchó que podría ayudar con el estrés de Daniel, supo que era una buena idea eso. Su corazón se calentó al pensar en lo feliz que haría a Daniel con algo hecho por él. Sintió un vuelco en su estómago y salió corriendo del mesón. En busca de su teléfono y pedirle a Daniel que vuelva temprano esa noche. Porque le tenía una sorpresa.
Eric sonrió ante la obvia emoción de Johnny y decidió seguir con lo demás. Había que sacar las galletas del horno, y luego habría que ayudarle a Johnny en lo que quiera hacer para Daniel. Eric supuso que le gustaría una cena junto al gran ventanal y el piano de cola. Johnny estaba raramente encariñado con el instrumento y sería de un muy agradable ambiente.
...
Daniel suspiró cuando dieron un descanso con el comité de inversionistas. Estaban teniendo problemas con las cláusulas por el tope de valuaciones. No entendía por qué tanto alboroto cuando el retorno de inversión estaba asegurado en menos de cuatro meses. LaRusso comenzaba a sentir un fuerte dolor de cabeza. Pero, así siempre eran las juntas de fondeos colectivos. Era cuestión de dar una mayor participación para la siguiente ronda bajo cláusulas de impulsos preferenciales y sería un trato cerrado.
De pronto, sintió unas manos sobre sus hombros, el dulce aroma del perfume de mujer y la calidez de la piel de Mandy. Se relajó por unos instantes al sentir la cercanía de la mujer con él. Por unos instantes, todos sus problemas se fueron lejos de ahí. En esa oficina sólo estaban Daniel y Mandy, cerniéndose bajo un agradable silencio mientras disfrutaban de la cercanía.
Ambos estaban cansados y ambos querían estar en mejores términos que la palpable tensión que ha crecido en los últimos días.
—Oye —llamó Mandy—, ¿por qué no vamos a beber algo tú y yo después de la junta? Para recuperar el tiempo perdido y limar asperezas
Daniel sonrió asintiendo. Sí, le agradaba la idea de recuperar a su mejor amiga. Sólo tendría que avisarle a Johnny que volvería un poco más tarde. Pero estaría bien. Recupera esa noche a Amanda como su amiga y, después, se va a la cama con Johnny. Sentía bastante tensión y sabía que con un buen polvo todo se reduciría. Johnny sabe atenderlo de una manera maestra tan impresionante que sólo le hacía agua la boca.
Era una buena idea y estaba dispuesto a llevarla a cabo.
—Sí, me agradaría eso —dijo Daniel.
Amanda, con los ánimos rejuvenecidos, sonrió y se dispuso a salir de ahí para hacer que todo el personal vuelva a la sala de juntas y terminar todo esto cuanto antes. Daniel sonrió. La verdad es que ya quería él también salir de ese lugar. Suele escaparse. Pero, ya faltaba poco y había quedado en salir con Amanda. Sacó su teléfono y vio prendida la luz de las notificaciones. Lo encendió y vio que tenía mensajes de Johnny.
Había sido difícil de convencer, pero, después de insistir e insistir, Johnny aceptó darle su número a Daniel para mantenerse en contacto.
"¿Puedes volver temprano hoy, Daniel?"
"Te tengo una sorpresa"
LaRusso sonrió con ternura y anhelo de salir de aquella habitación para ir a su carro y volver adonde Johnny. Ver sus ojos azules, sus labios rojos, marcarlo con su olor, llenarle de su aroma, lamerlo, besarlo, abrazarlo contra su cuerpo y sentir aquellas delicadas manos sobre su castaño cabello. Una vez escuchó a Johnny tararear, le gustaría que lo volviera a hacer. Le ayudaba a dormir. Cuando estaba en los brazos de Johnny, Daniel era capaz de dormir en paz y con tanta tranquilidad. Era una exquisita anestesia tenerlo a su lado.
¿Cuánto más duraría ese encanto?
"Volveré en cuanto pueda, será pronto, no pasará de las diez. Te lo prometo, mi hermoso rubio"
Cerró su teléfono y se dispuso a terminar lo más pronto posible aquella reunión para salir un rato con Mandy y volver a casa con Johnny. Sonaba tan bien en su mente, le llenó de ilusión y en verdad quería eso por un largo tiempo. Más calló a esa voz dentro de su mente, no podía permitir seguir cultivando esos pensamientos. No podía seguir desarrollando cosas por ello. En dos semanas más todo terminaría, no podía permitir sentir sentimientos.
Encantaría a Johnny, lo llenaría de cariñitos y de lo que sea necesario para ir saciando sus hambres por el rubio. Sabía que en un instante todo terminaría, y sabía muy bien que eso era lo mejor. Alejarse una vez termine el mes, dar por cerrado todo. Acabar con cada lazo con Johnny.
Entonces, ¿por qué le molestaba ese pensamiento?
...
Sus labios se besaban con locura, desesperados. Sus manos iban erráticas, encaminándose para deshacerse de las prendas inútiles. Gimiendo en la boca del contrario. Chupando y saboreando el sabor ajeno en una danza bien conocida y necesitada de un flujo mayor. Apresó aquel cuerpo contra el suyo, acariciando y sobando una ingle contra la otra.
A tientas fueron buscando el camino a la cama, tropezando por querer quitarse los zapatos, por hallar el rumbo a la cama. Los sonidos de la tela temblando, las salivas corriendo, hasta poder caer sobre el suave colchón. Daniel apretó sus manos y fue estirando las demás prendas molestas.
Así, descendió dando besos por el cuello, y cualquier zona de la piel expuesta. Explorando cada sensación, buscando cada detalle y disfrutando de cómo cada roce encendía su dermis de una manera preciosa y ardiente. Perdido en la efervescencia de la calentura, permitiendo que los cuerpos sigan ese juego mecánico de rozarse con gozo y anhelo.
Gemía contra su oído, pidiendo por más. Apretando aquellos cabellos negros que jugaban contra su nariz. Jalando y exigiendo por la atención maestra de Daniel LaRusso. Pronto, ambos cuerpos desnudos seguían en su proceso de exploración, dejando que las finas sedas jueguen una parte determinante ante el calor y la excitación. Los gemidos subieron de tono, los fluidos caían contra el colchón, la cama rebotaba contra la pared, hasta que lleguen al clímax y la nebulosa del placer los ciegue con esa incorregible satisfacción.
Mandy abrazó el cuerpo de Daniel contra el suyo, aun sintiendo ese grueso miembro dentro de ella, llenándola como había pedido hace tanto. Dejándose llevar por la sensación del alcohol y las ganas de repetir y seguir explorando una vez más el cuerpo de Daniel. Fue mordiendo y besando el cuello de Daniel.
Quería deshacerse del olor de Johnny en él. Quería volver a marcarlo como suyo. Sentirlo, saborearlo hasta el final de sus días. Aquellas placenteras noches se recuperaron en tanto decidieron dejarse llevar por las copas y el ambiente del bar.
Volvieron a besarse con lujuria, sus lenguas se siguieron inspeccionando. Mandy movió sus caderas contra el flácido pene de Daniel, buscando la estimulación correcta para volver a la rigidez y de nuevo ser follada con fuerza. ¡Cómo había anhelado esa sensación de nuevo! Cómo quería sentirse así de poderosa después de toda esa penumbra buscando de nuevo el calor de Daniel entre sus piernas.
Borraría el rastro de Johnny de ahí y ella volvería a ser lo que Daniel necesite. No lo soltaría. No lo soltaría nunca. Nadie comprende la soledad de Daniel como ella. Nadie sabe lo que pena dentro del corazón del ingeniero como ella. Ese maldito prostituto no sabía lo que dolía dentro de Daniel, no lo conocía.
Lo que no entendía, es que Johnny llegó a conocer más de Daniel de lo que es posible.
...
Anoush entró al pent-house, suspirando y recordando la lista de cosas que debía hacer para su jefe. Eran cerca de las tres de la mañana cuando Daniel le llamó, pidiéndole un cambio de ropa y que se lo lleve a casa de Mandy. Anoush no es tonto. Entendió qué pasó entre su jefe y Amanda. Y sabía que no debía importarle por Johnny, puesto que es un prostituto y ya.
Pero, sí le molestaba. ¿Johnny sabía dónde estaba Daniel?, ¿para eso lo había comprado?
Si ya había sido un petulante para rentar la compañía de Johnny, más valía hacerlo valer. Eso era lo que pensaba Anoush.
Y cuando llegó a la sala común vio una mesa para dos junto al enorme ventanal del piano de cola de la madre de Daniel. En el asiento del instrumento estaba recostado Johnny. El corazón de Anoush se apretó y pidió que fuera una maldita broma. Que no fuera verdad. Que estaba soñando y estaba pasando por un amargo momento. Pero, cuando se acercó y vio el rostro mojado de Johnny, durmiendo incómodamente en el suelo con los brazos como soporte sobre el asiento del piano, Anoush entendió que no era así.
Caminó más de cerca y vio la mesa que estaba puesta. Dos velas derretidas habían llenado de cera el limpio mantel blanco. Las flores, frescas e intactas del centro de mesa. Eran Rosas, las favoritas de Daniel. Dos platos llanos blancos contra una base de madera oscura, cubiertos, copas de cristal perfectamente acomodados con simetría, cautela y cariño. Unas servilletas de tela dobladas meticulosamente en forma de un cuerno con la apertura cubierta por unos claveles blancos. Anoush se tragó el nudo de su garganta.
Entendió cuál era el lugar de cada quien. Al lado de una de las servilletas, había un papel doblado con el nombre de "Daniel" en una caligrafía juvenil y un poco tosca. Anoush no toleró la curiosidad y pidió perdón por entrometerse en lo que no debía, más tomó el papel y lo abrió. En él, había un precioso dibujo a lápiz de su jefe. Sus rasgos sobresalen de los contrastes del grafito. Estaba de perfil, perfectamente simétrico y con cuidado en la colocación de las luces y sombras para resaltar cada rasgo de Daniel, podía ver el detalle a cada aspecto, incluyendo las arrugas junto a los ojos de LaRusso. En la esquina derecha había un escrito:
"Para: Daniel
De: Johnny"
Simple y precioso. Era un regalo muy agradable, ciertamente. Pero el destinatario no llegó. Anoush suspiró y dejó el regalo tal cual lo encontró. Se acercó a la sala, donde había unas mantas gruesas y cálidas sin ser usadas. Tomó una color vino y fue hasta el piano de cola. Encontrando a Johnny removerse por el frío de la noche. Vestía un pantalón de vestir, una camisa blanca arremangada, un chaleco negro a juego y una gargantilla de terciopelo color rojo. Sobresalía tanto ese color sobre su blanca piel. Poniendo más atención, notó que Johnny debió haberse maquillado, y el llanto corrió todo su trabajo.
Johnny había llorado por Daniel al verse plantado.
Anoush puso la cobija sobre el rubio, sintiendo la ira crecer por su cuerpo. Estaba seguro que Daniel sabía que tenía que volver a Johnny (las velas indican la seguridad de Johnny por el encuentro), y algo le hizo desviarse y terminar en casa de Mandy. Sean cuales sean las circunstancias, Johnny terminó aquella noche solo, plantado y llorando junto al piano.
Al sentirse cálido, Johnny abrió los ojos. Las lagañas le impidieron enfocar correctamente por unos instantes. El sopor del sueño le hizo olvidar dónde estaba o qué hora era. El dolor en su cuerpo por la mala postura le hizo recordar todo lo ocurrido.
Eric le ayudó a preparar las cena para impresionar a Daniel. Luego, el doctor mandó a traer una íntima mesa redonda para ponerla junto al ventanal. Pusieron las sillas y a su disposición los manteles y loza para acomodar como quisiera. Pidió tímidamente a Eric que consiga un bouquet de rosas para el centro y dos claveles blancos y grandes. Acomodó y puso todo a su pedido de boca. Satisfecho con su trabajo, fue a bañarse y alistarse. Se maquilló y bajó a esperar a Daniel. Dibujó hasta que fueron cerca de las diez. Johnny prendió las velas y procuró que estuviera su apariencia decente para Daniel. Quería verse bien. Esperaba ayudar a Daniel con su estrés. Quería ayudar, en verdad quería ayudar.
El tiempo comenzó a pasar y pasar. Pronto, fueron las diez y media. Luego las once, once y media, doce, doce y media, una de la madrugada, una y media. Johnny miró las velas apagadas y la cera derramada. Las lágrimas salieron de sus ojos sin poder conjurarlo o pedirlo. Simplemente salieron y corrieron por sus pálidas mejillas. Deslizándose con crueldad hasta el mantel blanco y viendo cómo es que siguió intacto ante la falta de personas. No le llamó a Daniel, le dejó un mensaje por cada media hora. Sintió vergüenza; pero quería alguna pista.
No le importaba si ya no iba a llegar esa noche Daniel, sólo quería que supiera que había alguien esperándolo en casa. Sólo quería saber dónde estaba, si estaba bien, que nada malo le había ocurrido por su culpa. Vivía todos los días con ese miedo, a que Silver le haga algo a Daniel por su culpa.
—¿Daniel...? —Preguntó, con esperanza.
—No, joven Johnny, soy yo, Anoush —dijo apenado el chofer, viendo como el brillo de Johnny desaparecía.
—Oh, Anoush —dijo tímido el prostituto—, una disculpa... ¿Qué te trae por aquí? Ya es tarde...
—Vine por un cambio de ropa para el señor LaRusso
—¿Él está bien?
Anoush asintió, apenado y sin ganas de decirle a Johnny dónde se encontraba el hombre de sus suspiros. No era justo, ¡simplemente no era justo!, ¿por qué Daniel tendría la gracia de ser el centro de atención de un chico como Johnny?, ¿por qué se tortura así Johnny?, ¿por qué era tan injusto? No estaba seguro. Pero le dolía demasiado en el alma ver cómo Johnny seguía preocupado por su señor. ¿Veía Daniel por Johnny con esa misma fuerza? No lo creía posible. Haber dejado plantado a Johnny le dejaba en claro que no era así.
—Ahorita vengo —dijo Johnny, parándose—, iré por el cambio de ropa.
Sin que Anoush le pudiera pedir que mejor se vaya a descansar y que él se encargaría, el rubio salió corriendo de la estancia. Anoush recogió la cobija y trató de ignorar la mesa abandonada. Le dolía nada más imaginar la decepción de Johnny abandonado y humillado.
Volvió y miró el piano de cola. Daniel siempre se aseguró de que esté en el mejor de los estados en memoria a su madre. Cuando la mujer murió, lo único que quiso Daniel guardar de ella fue el piano. Jamás lo ha vuelto a tocar desde que Lucille murió. Y lo lamentaba, Daniel era bastante hábil con el instrumento. Anoush sabía, pero nada comparado con su jefe.
Se sentó y decidió intentarlo. Algo le pedía hacerlo. Algo le llamó a tocar una pieza, cualquiera. Posó sus dedos sobre las teclas y comenzó aquella pieza que le recordaba a una historia dramática de amor bajo la luz de la luna. Se dejó llevar por el sonido, fuerte y delicado, al compás de sus movimientos. Anoush tocó la pieza. Comprendiendo muchas cosas en ese momento en que sus dedos jugaron con las teclas: aquel ventanal guardaba el cariño de Lucille LaRusso.
Johnny se estaba refugiando en el cariño de Lucille. Johnny se dejaba de sentir solo cuando estaba junto al piano.
Cerró los ojos y se dejó acariciar por toda la música y la sensación de volver a tocar. Bien dice que lo que uno aprende jamás lo olvida. Aún sonaba bastante bien, perfectamente nivelado, armónico y contundente con sus silencios y sus secuencias. Hasta poder llegar al final de la interpretación, abrió los ojos y sintió a Johnny a su lado.
El rubio le miraba con asombro, sus ojos brillaban con fuerza, las lágrimas estaban atoradas en sus orbes sobre el maquillaje seco y corrido. La imagen le mostraba un chico con el corazón roto que quiere el consuelo de una caricia paternal. Anoush, sin decir nada, le hizo un espacio en el banquito. Johnny se sentó a su lado, con la ropa de Daniel en su regazo, perfectamente doblada.
—¿Puede... —habló Johnny, sonrojado—, puede volver a tocar esa pieza, por favor?
Anoush sonrió: —Con mucho gusto, joven Johnny.
Y volvió a entonar la misma sonata. Sus dedos jugaron a través de las teclas, sonando una vez más aquella música sobre la historia de amor bajo la luz de la luna. Anoush imaginó a Johnny bailando con Daniel, en medio de un salón, ambos completamente felices. Después, la oscuridad los consumió y se los llevó. De pronto, Johnny estaba solo, una luz le apuntaba de manera cenital dramáticamente. Estaba solo, estaba llorando, sus alas estaban rotas.
Y nadie fue a ayudarle.
Las teclas siguieron sonando con dulzura y llanto. Anoush siguió buscando replicar la música al compás del ritmo más benevolente. Invitando a que Johnny imagine y sienta que puede dejarse llevar por el sonido. Que sienta las notas a través de su torrente sanguíneo.
Que vuele, que sea libre, que se deje llevar por el viento, abriendo sus alas en lo alto.
Johnny, tienes alas, ¡tienes unas hermosas alas gigantes y sangrantes! Ábrelas, rompe esas cadenas, grita tan fuerte como puedas, y déjate llevar por el sonido de tu corazón latiendo. No esperes por nadie, sé libre, sé fuerte. Hazte deseado. Hazte amado. Hazte erótico. Hazte perfecto. Hazte deseado.
¡Hazte deseado! Hazte amado. Hazte erótico. Hazte perfecto. ¡Hazte deseado!
Terminó. Su respiración es errática. Y cuando sintió una fría palma sobre su mejilla regordeta, Anoush entendió que estaba llorando. Abrió los ojos y vio a Johnny. El rubio estaba serio, como siempre, con sus ojos brillantes, escondiendo tantos y tantos sentimientos. El rubio lo acercó a un abrazo y dejó que Anoush descargara su furia, su frustración y su tristeza por Johnny.
Seguía pareciéndole tan injusto. Sin embargo, Johnny era el consuelo que necesitaba. Tan tenue, tan tranquilo. Johnny sabía anteponer las necesidades de los demás antes que las de él mismo. Anoush debería ser quien consuele a Johnny, no al revés. Pero ahí estaba, llorando por Johnny. El rubio lo abrazaba con cariño y tarareaba una canción de cuna en irlandés.
Pasó el tiempo y se sintió lo suficientemente mejor para despegarse y sonreír. Johnny estuvo a su lado todo el tiempo, esperando a que se reponga. Tan recto, tan callado, como una estatua. Si no fuera por sus respiraciones, Johnny sería como un robot.
—Eric y yo planeábamos una sorpresa para ti para mañana —dijo Anoush—, te veremos aquí a las diez, ¿te parece?
Johnny tembló ante la promesa de una llegada. Pero, Eric y Anoush no eran Daniel. Por mucho que le duela. No era Daniel.
—No te preocupes por la aprobación del señor LaRusso. ¿Qué es lo que quieres hacer tú, Johnny?
Johnny asintió, decidido: —Por favor, no lleguen mañana tarde.
Anoush no dejaría que nadie más le hiciera daño a Johnny.
...
Tocó el timbre y minutos después, Daniel apareció por la puerta del departamento de Mandy. Su cabeza le estaba matando. Pero le sonrió a Anoush cuando lo vio entrar con su cambio de ropa. Lo necesitaba, mañana tenía una junta con un inversionista japonés y debía estar allá presentable y sin oler a alcohol.
—¿No tenía algo más que hacer? —Preguntó irónico el chofer mientras le daba las cosas a su jefe.
Daniel, sin entender a Anoush, lo miró con la ceja levantada. No, no recordaba nada en específico. Y si intentaba pensar de más, la cabeza gritaba por el agudo dolor. Definitivamente vendría una horrible jaqueca por la resaca. No quería pelear, entonces, con Anoush por frivolidades. Lo miró lacónicamente y encogió los hombros.
Anoush suspiró, enojado y se retiró a la puerta. Antes de salir dijo:
—Mañana tomaré mi día libre. Eric y yo llevaremos a Johnny de paseo. Y por favor, no intente llamar a Johnny. No creo que tenga la cara de vergüenza para pedirle perdón, ¿o me equivoco?
Anoush dejó la estancia. Azotando medianamente fuerte la puerta. Del otro lado, Daniel se quedó pensando, aturdido. Y, como un balde de agua fría, el dolor de cabeza se escapó y recordó su teléfono. Lo buscó por toda la sala, hasta encontrarlo tirado en el suelo en el pasillo que conectaba a la habitación de Mandy. Lo prendió y vio los ocho mensajes perdidos de Johnny. Uno por cada media hora que esperó.
"Te estoy esperando" -22:30
"Daniel, ¿está todo bien?" -23:01
"¿Cuándo llegarás?" -23:33
"Daniel, por favor" -00:00
"Daniel, ¿dónde estás?" -00:29
"Por favor, aunque sea déjame en visto para saber que estás bien" -01:00
"¡Daniel, por favor, contesta!" -01:39
"Perdón por molestar tanto, en verdad lo siento, ¡lo siento! Quiero saber que estás bien, que nada malo te ha pasado. Perdona mi insistencia, Daniel. Sólo quiero que sepas que alguien te espera en casa" -02:10
Anoush tenía razón, no tenía la cara para pedirle perdón a Johnny.
...
"Los hijos de Betsy" era un centro de rehabilitación en inclusión social infantil que se caracterizaba por su accesibilidad, honestidad y buenos tratamientos. Líder en su mercado y grande en su aporte por la acción social. La sede de Nueva York era un edificio de un solo piso, colorido y con grandes juegos alrededor para atraer la atención y dar el aire cordial que le caracteriza.
Anoush, Eric y Johnny llegaron a la entrada. Ahí, el rubio vio el retrato de una preciosa mujer de cabellos largos y ojos angelicales. Debajo de ella había una placa con su memoria y una frase que debió decir en vida. Leerla le provocó un escalofrío a Johnny.
"Que la felicidad y la independencia sean tus alas a la libertad" -Betsy, 1955-2018.
Lo llevaron por los pasillos, donde estaban llenos de niños en sillas de ruedas y andaderas. Algunos jugando, otros riendo. Todos llenos de pintura en la cara mientras los empleados jugaban y les hacían pasar un grato momento. Johnny sentía que debía estar con ellos. Le hizo recordar al niño que cuidó hace años cuando estaba en Irlanda. Le había gustado, le había calentado tanto el corazón. Sentía los nervios en la punta de sus dedos.
Todo fue tan repentino, haberse perdido en sus pensamientos y nebulosas lo hicieron caer, de pronto, en la tierra. Cuando era jalado de la mano por una chica apodada "Kumiko" que le decía lo que harían y con quiénes estaría.
Pronto, estuvo en un salón de artes, varios niños sonriéndole y diciendo que era muy alto. Unas niñas corrieron a sus piernas y se abrazaron a sus caderas, gritando lo lindo que es. Johnny se sonrojó y miró a la puerta. "Kumiko", Anoush y Eric le sonrieron, dando el ánimo necesario para que se atreviera y se presentara a los niños.
Después de unos minutos, estaba rodeado de los niños, explicando cómo hacer una cara. Les estaba enseñando a dibujar caricaturas y todos seguían sus perfectas indicaciones. Bien dicen que los irlandeses tienen una gran habilidad para el habla, puesto que Johnny sabía explicarles todo con calma. Nunca sonrió, tenía miedo de hacerlo. Pero sintió calidez, se sintió en el lugar correcto.
Donde quiera que esté ese niño en Irlanda, Johnny le daba las gracias por todo.
Los niños le abrazaban, le preguntaban y le mostraban sus trabajos. Todos alegres por lo que estaban logrando gracias a la ayuda del "Profesor bonito" como le habían comenzado a decir. Kumiko, la chica de asistencia social, y Anoush fueron a ayudar a Johnny para aplacar a los niños que querían su atención y seguir con la clase de dibujo.
Eric, con los brazos cruzados, supo que esto era justo lo que necesitaba Johnny. Sus ojos brillaban. La alegría estaba por salir. Sólo un poco más. Sólo un poco más para que las barreras de Johnny caigan y salga ese ser tan precioso que debe volar lejos. Que sea valiente, que sea independiente, fuerte. Que sea feliz.
Sacó la hoja de su bolsillo: el dibujo que Johnny le hizo el día anterior. Un retrato suyo bebiendo té. La razón por la cual se movilizó y pensó que era buena idea traerlo a la fundación "Los hijos de Betsy". Eric sonrió, complacido y sacó su teléfono para mandarle su mensaje diario a Shannon.
"Él es increíble, Shannon. Lo cuidaremos bien"
Guardóel aparato y decidió unirse a la clase de dibujo. Hoy Johnny sería quien leenseñe a Eric.
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