Α υ γ ή

Αυγή (Avgí)= Amanecer.



El gimnasio de Daniel se había convertido en un espacio de refugio para Johnny. Era donde podía seguir siendo algo de él. Un bailarín. Podía seguir desahogando penas y malestares a través del baile o una rutina en las telas. Perfectamente acondicionado para su estancia. Con el espacio necesario para una coreografía normal o para cuando quería hacer algo en el tubo. Le enseñaron a Johnny a usar el estéreo para que conecte su celular y pusiera la música de su lista de reproducción. La mayoría eran canciones que usaba en sus presentaciones como estrella en La Jaula de las Locas. Movidas, adictivas y secuenciales, de tal forma que pueda hacer de su presentación algo que haga agua la boca y encienda los bajos instintos de quien lo vea. Los espejos perfectamente pulidos le dan la bienvenida y la sensación que le recordaba al estudio de su madre le ayudaba la concentración.

Todas las mañanas, cuando Daniel se largaba a trabajar y Eric no vendría hasta más tarde, Johnny se refugiaba en el gimnasio. Estiraba con premura sus músculos y se posicionaba en el medio del espacio. Con audífonos puestos y maestra habilidad, creaba una coreografía como su madre y Shannon le enseñaron. Cuando veía que estaba listo, desconectaba los auriculares y ponía la música por el estéreo en repetición continua hasta que Johnny sienta que sus piernas no puedan quemar más y el aire raspe su garganta seca. Practica y práctica, mirándose al espejo, sin dejar de lado todo detalle que debe apegarse a sí mismo. Los tiempos, el ritmo, la soltura, la naturalidad, la agilidad, la flexibilidad. Hacer de su baile algo perfecto.

No dejaba que una secuencia salga mal. La repetía y repetía hasta que sea la adecuada. Hasta que logre el encanto y el efecto correcto. Hasta que dé con ese sentimiento que debe transmitir en La Jaula de las Locas. Erotismo puro. Un encanto vil y precioso, dulce y embriagador con todas las de ganar. Ser ese punto focal para la fuga de todas las tentaciones. Ser el maestro de ceremonias en el evento del encuentro de pasiones, dirigir con su sabiduría a través de todos los deseos escondidos. Y así, escoger a su mejor postor. Hacer cada una de sus presentaciones con tal perfección que sea imposible de perder de vista su grácil cuerpo.

Tenía que dominar cada una de las destrezas para vencer sus pasos en vano. Deshacerse de las debilidades y lograr preparar un arma mortal con la cual protegerse. Hacer todo lo necesario para que nadie le haga daño cuando salga al escenario. Ser lo suficientemente fuerte para que él sea quien domine la canción. El fuego falso de sus ojos debe ser lo suficientemente poderoso como para arrasar con cada uno de aquellos que han osado a danzar en el mismo juego de la noche. Y llegar al amanecer con las pericias mundanas al olor del sexo y la buena vida. Mentirse todo lo necesario y ser tan misterioso para seducir, para atraer, para ganar mucho más de todo lo imaginado. Belleza seductora, grácil y poderosa.

La música cambió, de pronto. Johnny se detuvo y miró a Daniel que llegaba a la estancia con ropa deportiva. Johnny usaba una ombliguera holgada gris con unos shorts ajustados negros ceñidos a su cuerpo con desgracia y mucha calentura. Se miraron como depredadores. Acechando a la próxima presa con mucho cuidado y con todas las intenciones de ganar. Seductores de ambas formas y con el deseo escondido en las venas. La música que sonaba, al compás de la guitarra, el violín y acordeón, les indicó la balada del Tango sensual.

Un baile de pareja. Un baile de seducción y coqueteo con propósito. Ser encantador y lujurioso al compás del baile. La pista era toda suya. Sólo uno podría demandar la victoria ante el incontenible deseo de un último acercamiento. Un último baile de la rosa y el lirio antes del temible final.

Daniel extendió la mano y le pidió una última pieza a Johnny. La rosa y el lirio se encontraron frente a frente. La danza comenzó. Con una maestría preciosa y perfectamente balanceada, Daniel tomó la mano de Johnny y lo jaló contra su cuerpo. Pegando sus pechos y apresando su cintura lacónicamente. Dejando que el sensual movimiento de su ingle se remarque para llevar de lado su pierna y que roce tentativamente, al contrario. Ver el sonrojo y la pasión en los ojos de Johnny le indicó que había llamado perfectamente al baile.

Se comenzaron a mover por el espacio. Girando con la dulzura del violín, juntando sus cuerpos y alientos en un tenue llamado al desenfreno. Un meneo y llevar a Johnny de espaldas, darle dos vueltas y atraparlo por detrás, abrazando su tronco y exhalando en su oído con sensualidad. Juntó nuevamente sus ingles de manera sencilla contra el trasero del rubio y le instó a menear de un lado a otro con la sencillez necesaria al jugueteo.

Johnny intentó separarse y dejarse llevar por el nuevo llamado de la mano de Daniel, dándole vueltas y vueltas sobre su eje. Luego, envolverlo y hacer que sus frentes se junten nuevamente en la sacudida de caderas de un lado a otro, siguiendo una ruta sensual. Daniel, en ese instante, tomó el muslo de Johnny, para que se sostenga y juntaban sus entrepiernas. Los alientos se mezclaron con los deseos salidos por el sudor. Dejó libre al rubio y volvió la danza.

De un lado a otro, seduciéndose en una misma proporción. Indicando qué parte del cuerpo tocar al compás de la guitarra. Una mano sobre una cadera, unos labios sobre la dermis de la nuca. Vueltas seductoras y muy íntimas, mientras se deseaban de manera más y más hambrienta. Meneándose y rozando sus cuerpos con deseo. Daniel delineó la figura de Johnny desde su espalda, siguiendo los movimientos de Johnny de sus caderas y sus pies. Ágilmente sincronizados los dos, se dejaron ir por las delicias y volver a encontrarse de frente.

Tomaron sus manos en un mismo ritmo, se acercaron, alejaron, Daniel le dio de nuevo vueltas y lo jaló contra sí para sentir de nuevo ese cuerpo cerca y sobre el suyo. Una perfecta danza de tango como si hubieran practicado por años. Sabiendo cuál parte atacar, adónde avanzar, cómo rozarse con esa pasión impenetrable. Dejando que sus últimos deseos se consuman en el erotismo de un baile final. Hasta que supieron que estaban en los estribillos finales.

Giraron, se movieron con soltura, avanzaron, se congelaron, Daniel dio los giros finales a Johnny hasta volver a poner su mano en la cintura de Johnny y que éste subiera su pierna con juego por Daniel. Abrazándolo contra su duro cuerpo. Excitados y deseosos de todo y de nada. Sus frentes juntas y, con las respiraciones erráticas, terminaron la dulce danza.

—¿A qué está jugando, Señor LaRusso? —Preguntó Johnny.

Porque ya no se lo permitiría. Johnny ya no dejaría que sigan utilizando su cuerpo y su alma de la manera tan insolente en que hizo Daniel LaRusso. Ya no iba a permitir que siguiera ese tipo de cuestiones, ese tipo de dolores. Le dolía. Le molestaba tanto tenerlo tan cerca y no poder hacer nada al respecto. Querer besarlo, querer tocarlo, querer ser todo lo imaginado para el empresario.

Más Daniel lo terminó. Él fue quien decidió acabar con todo lo que pudieron tener. ¿Había sido lo mejor?, ¿en verdad fue lo correcto cortar con todo lo posible y naciente?, ¿fue bueno haber destrozado a Johnny? No estaba seguro. LaRusso de verdad no sabía si lo que hizo había sido lo mejor o fue una medida desesperada a su situación desesperada. Sintiendo la respiración entrecortada de Johnny contra su propio aliento perdido, su cuerpo, caliente y sedoso, sus ojos implorando por algo, porque Daniel le diga que no era un juego. Que le diga que se arrepiente de todo el dolor que causó y que lo quería a su lado. Que le diga que también le quiere.

—Un último baile contigo, dulzura —dijo el CEO—. Antes de dejarte ir...

Johnny, molesto y destrozado, empujó lejos al pelinegro. Sabía que eso sería. Sabía que sería rechazado y dejado de lado por Daniel. Pero lo vio, vio en los ojos del empresario la duda. ¿Qué era lo que en verdad quería?, ¿por qué no era honesto?, ¿por qué tenía que escapar de todo y todos? No estaba seguro, Johnny también solía escapar de lo físico. Pero ya no más. Ya no dejaría que lo tiren y lo destrozaran. Daniel ya le hizo demasiado daño. Ya lo había acabado por completo. Ya no podía hacer nada más que seguir adelante.

No se doblegaría, no se rendiría. Sería fuerte, fuerte por sí mismo. Sería todo lo que Daniel creyó arruinar. Sería alguien diferente. Alguien que ya no se deje llevar por los encantos de Daniel Massimo LaRusso. Porque ahora pelearía. Ya nadie más iba a jugar con él. El amanecer estaba llegando a su cuerpo en la oscuridad podía divisar el rosado fulgor del nuevo mañana.

Tomó su toalla, su teléfono y se largó del gimnasio. Sin la intención de mirar hacia atrás. Sin las ganas de hacerlo porque sabía que vería a Daniel y le pediría por algo más. Porque correría al pelinegro y lo besaría. Ya no más. Ya todo terminó. El baile llegó a su final y destruyó a los dos hombres en cuestión.

...

Al día siguiente, Johnny fue acompañado por Eric y Anoush al avión privado de Daniel. El pelinegro se escapó, como era de esperarse, justo cuando Johnny salió con sus maletas del pent-house y se dirigió al elevador. No dijo nada, no estuvo ahí para decirle algo al rubio. Así que el galeno y el chofer lo llevaron hasta donde sería la última despedida. Cuando Johnny baje del avión sería recogido por sus amigos.

Amigos... Eso sonaba tan emocionante para Johnny. Había gente que le ama y le quiere que le está esperando allá en Miami. Personas por las cuales el prostituto haría lo que fuera para protegerlos. Personas por las cuales va arriesgar todo lo que sea necesario de sí mismo para mantenerlos a salvo. Para cuidarles y devolverles el cariño que incondicionalmente le dieron.

Johnny estaba listo para pagar cada una de sus deudas. No sólo con Cobra Kai, o consigo mismo, sino también con cada uno de aquellos que le han protegido. Haría lo necesario, todo lo que sea necesario para poder ser libre. Descubrió que de verdad ya no podía seguir así, que ya no podía aguantar una sola instancia más siendo un guerrero encarcelado. Quería abrir la puerta una vez más, encarar al destino y ser libre.

Subió al avión, con Anoush. Eric se despidió de él con un fuerte abrazo y un regalo más. Otro sketchbook. Johnny lo aceptó, con enorme gratitud y afecto en sus ojos. Al verlo, el galeno supo que sólo un empujón más y Johnny soltaría una sonrisa sincera. Quien sea el afortunado de lograrlo debe de ser alguien de sumo valor para el rubio. Entendió que guarda su primera sonrisa sincera en mucho tiempo para alguien sumamente especial. Lo dejó ir y deseó haber podido hacer más. Pero solamente pudo enviarle un mensaje a Shannon, avisándole a qué hora Johnny llegaría.

Deseaba que todo haya terminado, pero lo dudaba. El teléfono de Johnny ahora llevaba cuatro nuevos contactos: Eric, Anoush, Amanda y Daniel. De alguna forma, no podía terminar, así como así. No cuando el rubio llegó para poner de cabeza sus rutinas y ponerlos a prueba. Esperaba que no termine simplemente así. Que no se detenga, que el destino los llame a verse una vez más. Que haya una oportunidad nuevamente para hacer algo que los una, que les siga ayudando a crecer y que suponga un cambio para lo mejor.

El vuelo fue tranquilo y callado. Johnny se quedó dormido mientras escuchaba música. Se veía que estaba descansando mucho más que en mucho tiempo. Se sentía seguro. A pesar de todo, confiaba en la seguridad de Daniel y confiaba en Anoush. Fue riesgoso, pero nunca demostraron algo para hacer lo contrario. Lo mejor era dejarse ir por el pesado cansancio y por los buenos recuerdos de lo que vivió antes de volver a la realidad. Debía seguir pagando su deuda. Ya mero completaba el primer millón de dólares que debe ante Cobra Kai.

...

En el área de despegues, Johnny bajó del avión, despidiéndose de Anoush y deseándole lo mejor. El chofer le abrazó y le pidió lo mismo, le rogó porque se cuide y que no dude en llamarle si requiere de su ayuda. Johnny sintió ese calor paternal y se le cerró la garganta. Anoush era un muy noble hombre, no sería justo meterlo en más embrollos. Pero no dudaba en que le pagaría toda su nobleza en el futuro. Sin saber que ya había hecho mucho por el chofer.

Al llegar al piso, Johnny miró a todos lados y se encontró con Bobby. El hombre estaba vestido en holgados jeans y una playera polo negra. Sus brazos estaban cruzados y le sonreía de medio lado. Dándole la bienvenida. Sólo estaba él. Y Johnny entendía por qué. Shannon y Ned deben de estar trabajando preparando la jornada en La Jaula de las Locas. Ali debe de estar en el hospital trabajando en el turno matutino de enfermera. Julie debe de estar en la escuela y la Tía Louisa, era más seguro que se quede en casa a que salga y se exponga debido a su enfermedad. Pero estaba bien, ser recibido por Bobby era mucho más de lo que podría pedir.

Se acercó y ambos se miraron. El calor de la playa se combinaba con el aire del otoño. Recién estaba comenzando octubre, pero Miami no resentía tanto los cambios de estación. Simplemente se deja ir por sus fiestas y sus calores. No importaba. Johnny dejó que Bobby le abrace con fuerza, devolviendo con cuidado el gesto y permitiendo que su vecino lleve una de sus maletas mientras se alejaban. Johnny nunca miró atrás. Debía dejar de hacerlo y buscar el futuro ante sus ojos.

Bobby le abrió el carro, que debió tomar prestado de Ali, y ayudó a Johnny a subir y sus maletas fueron puestas en la parte trasera del vehículo. Todo en un agradable silencio. Bobby no quería preguntar sobre su estadía con el señor que lo compró. Los celos le impedían no saber más allá de lo que Shannon se permitió comentar. Y lo prefería de esa manera. El trabajo de Johnny es el trabajo de Johnny. Y no quería hacer las cosas peor. Porque vio a Johnny sereno. Callado, como siempre, pero bastante receptivo. Y eso estuvo bien. Sea lo que sea que haya pasado, Johnny lo enfrentó bien y listo para seguir adelante. Por tanto, Bobby le ayudaría en todo lo necesario.

—¿Cómo están los demás? —Preguntó Johnny sin dejar de ver la carretera llena de palmeras.

Le recordaba cuando Ned y Shannon lo rescataron del muelle y lo metieron en una cajuela para llevárselo lejos de ahí. Era tan contrastante el día con la noche para la playa. Le sorprendía cómo las sensaciones no eran las mismas a pesar del mismo escenario.

—Ali quería acompañarme, pero le cambiaron los turnos en el hospital —comenzó Sam—. Shannon y Ned están trabajando, pero confiaron en mí para que llegues a salvo.

—Igualmente los veré en un rato —intervino el blondo.

—¡Ah, sobre eso! Jimmy te dio permiso de descansar hoy y mañana por el viaje. Que cuando te presentes se pondrán de acuerdo.

Johnny asintió, aflojando un poco los hombros. Ciertamente eso fue bastante grato, estaba exhausto en muchos y muy variados sentidos. Saber que se le permitía descansar un poco antes de volver le vino de una muy agradable forma. Entonces, tendría que mandarles un mensaje para que supieran que ya estaba a salvo en su departamento de mala muerte.

—La tía Louisa —siguió Bobby— quiere que la visites en cuanto llegues. Y Julie, bueno, ella es quien más te extrañó de todos nosotros. Se sentaba todos los días a esperarte y a contar los días del mes en que te fuiste.

Como siempre, Julia le sorprendía en sobremanera. Era un chico brillante, adorable y muy obediente. Además de ser juguetona y de ser tan atenta, era la niña que le prometió hacerlo feliz. No estaba seguro de si aún recuerda esa promesa, pero Johnny la recuerda siempre para seguir adelante. Hay una niña que depende de él, que le quiere y que le cuida. Debía hacer todo lo posible por hacer lo mismo.

Pronto, el viaje los llevó por las calles, los puestos, las plazas y los miradores al mar. Pasaron por distintas zonas específicas de Miami. En la radio sonaban baladas de rock. Todo estaba tranquilo. Pero, ¿por cuánto tiempo? Johnny soltó información a Daniel, esperando que le hiciera caso. Ahora, debía proteger a los suyos.

—Es bueno tenerte de vuelta, Johnny —dijo Bobby, sonriendo mientras iba estacionando—. Has cambiado la vida de todos nosotros, que no sabríamos qué hacer sin ti.

Johnny pensaba lo mismo de todos ellos. Tanto tiempo solo, escapando y corriendo. Estaba en su hogar ahora. No sabría qué hacer sin ellos.

...

Julie abrió la puerta del departamento donde vive con su tía. Desanimado y triste, nadie le ha dicho sobre el regreso de Johnny. Lo fue a buscar a su departamento, en el último piso; pero nadie abrió la puerta. Eso quería decir que Johnny aún no regresaba de su viaje. Por lo menos, Julie deseaba, que el rubio se lo haya pasado bien. Nadie le dijo exactamente por qué Johnny se fue por tanto tiempo. Pero la chiquilla confía en que él estaría bien.

Dejó su mochila junto al mueble del recibidor, se quitó los tenis y la chamarra para ponerla en el perchero. Suspiró y caminó por el pequeño pasillo hasta llegar a la sala que se conecta con la cocina. En el sillón individual estaba su tía. Tomando una taza de té caliente y sonriendo. En el sillón de tres plazas estaba Johnny, tomando también una taza. Julie sonrió y sus ojos brillaron.

—¡Johnny! —Gritó feliz la castañita y se lanzó a abrazar al rubio.

Por un pelo, Johnny pudo alejar la taza caliente y provocar un accidente. Sintió los delgados pero fuertes brazos alrededor de su torso y una cara enterrada en su pecho. Julie repetía una y otra vez su nombre, agradeciendo que ya había llegado y que estaba muy feliz de verlo de nuevo. Johnny, sonrojado y sorprendido por la inesperada explosión de cariño por parte de la niña, dejó su taza sobre la mesa de café y le devolvió el gesto. Dejando que Julie se acomode mejor y le abrace con toda la fuerza que desee. Johnny sintió cálido dentro de sí, sintiendo cómo todo su cuerpo se amoldaba para proteger el de Julie.

Era bueno sentirlo. No sabía exactamente por qué, pero le agradaba la manera en que podía presenciar esos cariños por parte del niño y darle la bienvenida. Teniendo a Julie a su lado, Johnny se sintió un súper héroe, alguien fuerte y capaz de proteger al niño de todo el mal. A pesar de ser él mismo quien cargue lo peor del mundo a cuestas, sentía que, cuando se trataba de Julie, podía hacer cualquier cosa. Que podría defenderla y cuidarla de todo el mal.

—Bueno, Julie —sonrió la Tía Louisa—, suelta a Johnny. No lo dejas respirar.

—Es que si lo suelto se irá de nuevo —susurró Julie aún en el pecho de Johnny.

El rubio se sorprendió con lo que escuchó. Realmente no se esperaba una declaración de ese tipo. Y menos viniendo de una niña como Julie. Dadas las circunstancias, tampoco era sumamente extraño.

Acarició el cabello de la niña con ligereza y sintió un nudo en el estómago. En verdad que le había tomado por sorpresa ese tipo de cosas. La chica simplemente confiaba en él, lo apreciaba y lo quería a tal nivel que no quería tenerlo lejos de nuevo. Era incierto debido a su vida. Era complicado y lo veía poco factible. Sabía que lo mejor es que nadie se encariñe con él. Pero Johnny también estaba embelesado por todos a su alrededor. La tierra lo escupió al otro lado del mundo, con una oportunidad de seguir viviendo y de poder hacer algo al respecto con su trato con Cobra Kai. Nunca imaginó que, de por medio, tocara recibir tanta compañía, apoyo incondicional y amigos. Jamás había tenido amigos.

Y ahora, ahora estaba rodeándose de ellos. Estaba recibiendo ese apoyo que jamás tuvo cuando vivió en Irlanda. Estaba siendo tomado en cuenta, estaba siendo parte de un grupo pequeño pero que no dudaría en dar toda su ayuda posible.

Y ahora también tenía a una niña al cual deseaba cuidar con todas sus fuerzas restantes. Tenía algo más por hacer. Si no era la deuda lo que le levantaría cada mañana, sería Julie. Siempre ver por Julie.

—No me iré, Julie —dijo Johnny mientras separaba el rostro lloroso de Julie de su pecho.

—¿De verdad no lo harás?

Johnny negó y dejó que la chica se separara de él y suspire. Julie pareció recobrar el color y aire y se sintió mucho mejor, entonces. Supo que debía confiar en Johnny. Porque el rubio siempre estaría a su lado y eso era lo que quería la chiquilla. Estaría bien, estaría con Johnny y eso era lo suficiente para hacerlo fuerte, para llenarle con la suficiente energía para seguir adelante además de su tía. Porque él había hecho una promesa con Johnny: se había prometido hacerlo sonreír, se había prometido ser la felicidad del rubio. Sea como sea, lo sería y daría cada instante necesario para compartirlo con el rubio.

Quería ser ese amanecer para Johnny, donde ya no tenga más miedo.

—Johnny —dijo la Tía Louisa—, ¿por qué no te quedas a cenar? Me dijiste que hoy no tenías que ir a trabajar. Julie te extrañé mucho.

Los ojos de Louisa brillaron de emoción ante la invitación, anhelando que Johnny la acepte. Giró y vio al rostro del nombrado. Johnny estaba sorprendido, pero cuando sus ojos se conectaron con los de la niña, supo su respuesta. Aceptó con gesto sereno y un vestigio de alegría en sus ojos.

Aquello emocionó tanto a Julie. Algo había ocurrido con Johnny durante su ausencia. Pero, sea lo que sea, le ayudaba muchísimo. Estaba permitiendo que Johnny suelte sus emociones y diga lo que siente. Estaba seguro que hace un mes Johnny hubiera negado la invitación y se hubiera escapado. Pero, ahora, Johnny lo había aceptado con un bello rostro sereno. Mucho mejor que el serio y compungido. Era un gran avance, sólo un poco más bastaría. Julie estaba muy seguro de ello.

Para cuando eran cerca de las ocho de la noche, Johnny y Julie habían terminado de poner la mesa en el pequeño comedor que poseen los Pierce. El chiquillo y su tía se sorprendieron cuando Johnny se ofreció a comprar todo para la cena y a cocinarla también. Louisa, por supuesto, se quiso negar. Pero lo único a lo que pudo llegar fue que ayudaría a Johnny a hacer la cena. Julie se apuntó, por supuesto. Y siendo una pequeña pero cálida familia, prepararon una exquisita cena. Se veía tan buena y el ambiente le multiplicaba su sabor.

Era extraño, era un poco distante. Pero Johnny no recordaba la última vez que se sentó a cenar con alguien más como una familia. Para pasar un agradable momento donde nada más importe que el ambiente y la serenidad de la seguridad de un hogar. Johnny se sintió en el lugar correcto, con las personas correctas, siendo un chico normal por primera vez en muchos años de su vida. Dieron gracias y comenzaron con la cena.

Durante ella, Julie estuvo hablando de la escuela y sus proyectos relacionados. Hablaba de sus amigos Tommy y Ángel y de todo lo que han hecho durante el mes en que Johnny no estuvo con él. Sobre sus salidas, sus exámenes y sus buenas calificaciones. Johnny le escuchó atento y le contestó todo lo que la niña le preguntó.

Johnny le dijo que estuvo en Nueva York, que fue a muchas plazas, a un museo para una fiesta y que conoció a personas muy interesantes. Le contó sobre Anoush y cómo era tan paternal y atento. Julie quiso conocerlo en un futuro. Johnny estaba seguro de que Anoush también estaría encantado de hacerlo. Se llevarían muy bien. Y qué decir de Eric, Johnny no dudaba de que Julie y el doctor se llevarían de maravilla. Julie es tan curiosa y Eric parece tener una respuesta para todo. El galeno siempre buscó una explicación para sus dudas.

Louisa los miró con una tierna sonrisa en los labios. Los platos estaban sucios en el fregadero. Johnny platicaba con Julie con tanta calma que supo que todo estaba bien. Louisa sabía que Johnny podría proteger de su niño en caso de que ella llegara a faltar. Y que estaba en manos seguras con sus demás vecinos. Bobby y Ali también veían por ella y por Julie. Mejores personas no podían tener. Sus ojos estaban pesados y sentía que podría quedarse dormida antes de terminar su taza de té.

—Señora Louisa —la despertó la voz de Johnny.

La mujer abrió sus ojos arrugados y miró con sorpresa de sentir la cálida y fuerte mano del rubio posada delicadamente en su hombro. Al parecer, sí se estaba quedando dormida. La mujer le sonrió, invitándole a que siga hablándole. El cansancio ya le estaba ganando.

—Vaya a su habitación a descansar —dijo el rubio—, Julie y yo nos encargaremos de la cocina. Y yo llevaré a dormir a Julie.

Louisa sonrió, aceptando la invitación: —Eres muy buen muchacho, Johnny... Muy buen muchacho.

La mujer se levantó con ayuda de su sobrina y caminó despacio hasta el pasillo que la llevaba a su cuarto. Bostezó con fuerzas y dejó que Julie le quite los zapatos y la arrope en esa fría noche. Pero no era tan helada como pensaba. No cuando tenía la compañía de Julie y Johnny bajo su mismo techo. Ella estaba bien sabiendo que el rubio estaba cambiando. Y cambiando para bien. Porque estaba asegurando el bienestar de todos. Aunque él siempre se mostró tan bondadoso con ellos. Él se encargó de pagar sus medicamentos, sus tratamientos y todo lo que Julie necesite para la escuela. Fue un regalo de Dios ese rubio ante los ojos de la mujer.

Cerró los ojos, con una sonrisa en los labios.

...

Julie llegó corriendo y agitó el cuerpo de Johnny. El rubio estaba terminando de limpiar los platos.

Después de llevar a su tía Louisa a dormir, Julie le pidió tiempo para que jugaran un extraño juegos de cartas que le gustaba a Julie. Perdieron bastante rato en que el rubio entienda las reglas y luego en jugar, donde, por supuesto, Julie salió victoriosa en todo los duelos.

Para cuando iban por la quinta ronda, Julie bostezaba con fuerza y también se estaba quedando dormido, así que el rubio la mandó a cambiarse, cepillarse los dientes e irse a dormir. Julie se quería negar, porque faltaba limpiar la cocina, Johnny le restó importancia y le insistió. Cuando Julie se retiró, Johnny comenzó con la limpieza.

No pasaron más de veinte minutos cuando Julie llegó y agitó el cuerpo de Johnny. El rubio dejó su labor y la miró. Rápidamente se preocupó al verla desesperada. La tomó de los hombros y la obligó a calmarse. Pero las lágrimas de la niña no se lo permitían.

—Julie, Julie —pidió con cariño y calma el blondo—, ¿qué pasa?

—Es mi tía, Johnny... Ella no está respirando. ¡No reacciona!

Johnny salió corriendo para ir al cuarto de la señora Louisa. Entró y prendió la luz. Con desesperación se acercó hasta ella y posó los dedos en su cuello. Aún tenía pulso, pero era tan débil y lento que, de no haber esperado un poco más, hubiera pensado que ya había muerto. Acercó un pequeño espejo de mano a la boca de la mujer. Al ver que se empañaba un poco, supo que aún respiraba. Pero estaba terriblemente pálida. Estaba tan gris y sudorosa. Algo estaba mal.

No lo pensó dos veces, y llamó a una ambulancia para que viniera lo más pronto posible. Dijo lo que estaba ocurriendo, la señorita de la línea le aseguró que estarían ahí en breve y que no se separe de la mujer hasta que lleguen los profesionales. Además de estar revisando su respiración y pulso.

Johnny estuvo al tanto de Louisa. Revisando sus signos vitales. Estaba la mujer muy débil y delirando. Diciendo cosas inentendibles en medio de las pesadillas del dolor. Johnny frunció el ceño, preocupado. Hace unos instantes la mujer estaba en perfectas condiciones. Estaba feliz con ellos, hablando y sonriendo ante todas las ocurrencias de Julie.

Hablando del rey de Roma, la chiquilla entró y se abrazó a Johnny. Pidiendo por una explicación y que le digan que su tía estaría bien. Que todo fue un mal entendido y que Johnny pudo recuperarla. Que fue porque se le olvidó tomar alguno de sus medicamentos y ya. Pero no era así. La caja dosificadora estaba intacta, con el espacio del día de hoy vacío. Louisa había tomado sus medicinas, como siempre ella tan puntual.

La puerta tocó y Johnny fue a abrir. Eran los paramédicos y les dijo dónde estaba la mujer. Johnny fue por Julie y se lo llevó de ahí. Lo dejaría con Ali en lo que veía qué ocurría con la mujer. Cuando vea todo despejado, vería si era factible traer a la niña al hospital.

Julie estaba llorando, pidiendo para que salven a su tía. Estaba temblando y asustado. Johnny sabía lo que se sentía ese miedo. Lo sabía perfectamente bien. Quería alejar a la niña de aquellas sensaciones y ponerla en un lugar seguro. Saber que todo lo que tenga que atravesar sea con el mayor de los cuidados y el más fino de los guantes de seda. Lo llevó hasta la puerta de Ali y tocó de manera incansable. La mujer abrió con una toalla de baño, mojada y llena de jabón. Viendo el gesto asustado de Johnny y el lloroso de Julie, los dejó pasar.

—Cuida de Julie en lo que me voy con su tía al hospital —dijo lo más calmado que pudo el prostituto—. Por favor, Ali.

La mujer asintió mientras tomaba el hombro de Julie y veían cómo se iba Johnny. Julie se soltó y corrió al rubio.

—¡No, por favor, voy contigo, Johnny! —Lloró Julie.

Johnny se hincó y miró con fuerza a la niña, acariciando sus cabellos y quitándole sus lágrimas. Tenían que ser fuertes.

—Espera aquí con Ali, Julie —le dijo—, yo haré todo lo posible por Louisa. Le llamaré a Ali cuando puedas venir conmigo. Por favor, obedece, estaremos bien.

Julie asintió y miró por la puerta cómo es que Johnny corría hacia la ambulancia y se trepaba a la misma mientras sacaba su celular. Julie sólo pedía que todo fuera una pesadilla. Pero, sintiendo la mano delicada de Ali en su hombro, supo que tenía que ser fuerte. Sabía que su tía ya era vieja y que su enfermedad la estaba consumiendo. Pero nadie está verdaderamente preparado para decirle adiós al ser amado. Ella no estaba lista para hacerlo con Louisa. No quería perder a su última familia de sangre. No ahora. No nunca.

—Ven, Julie —pidió Ali—. Ella quiere que seas obediente. Johnny no va a dejar que estés solo. Nadie lo hará.

Sabía Julie que nadie le dijo que su tía estaría bien. Era probable que Louisa ya se vaya de su lado. Y él se quería ir con ella, aunque tenga que sentir el inevitable dolor. Pero no quería ver la hora en que tenía que dejarla ir. Nadie le dijo que ella estaría bien. Nadie estaba seguro de que ella estuviera bien. Ni siquiera ella lo sabía. Si Dios estaba allá afuera, Julie pedía que la cuide mucho.

...

Pasaron varias horas. Eran casi la una de la madrugada. Todo estaba callado. Los pasillos del hospital estaban completamente blancos y vacíos. A excepción del precioso rubio de gran altura y gigantesca sudadera gris que esperaba. Recostado contra el frío y duro muro, aguardando con los brazos cruzados por una respuesta.

En tanto llegaron al hospital, lo separaron de Louisa. Le pidieron que aguarde por noticias. El rubio se sintió tan impotente al no poder hacer nada más. Al no poder hacer nada más que esperar por una respuesta. Quería asegurarse que la mujer estuviera bien por Louisa. Ella necesitaba seguir viviendo por la chiquilla.

Pero cuando el doctor que se puso a cargo de Louisa, un cardiólogo, salió de aquellas puertas de urgencias y buscó al rubio, supo que venía lo peor. Johnny sabía lo que venía, pero no quería escucharlo. No quería escuchar que Louisa se había ido. No, por favor, aún no.

—¿Usted fue quien trajo a la señora Pierce? —Preguntó el doctor viendo una tabla.

Johnny asintió: —Sí, su único familiar es un menor de edad.

El doctor prosiguió: —La señora Pierce sufrió un pre infarto cuando usted llamó a emergencias. Se tuvo en observación debido a que no se esfumaron las presiones y dolores en el cuello. Debido a su enfermedad, los dolores afectan de mayor manera las cuestiones circulatorias de la señora Pierce. Hasta haber sufrido un infarto en el miocardio con una duración de ciento cuarenta segundos. No reaccionó al desfibrilador ni a los tratamientos de manera exitosa. Es posible que sufra otro infarto y otro, así, sucesivamente. No es probable que pase de esta noche.

—¿No hay nada que se pueda hacer? Puedo pagarlo, doctor. Pero salve a la tía de la niña.

—Lo siento, joven —se disculpó el cardiólogo—, pero no hay nada más que esperar un milagro. La señora Pierce ya ha tenido demasiados pre infartos, era cuestión de que llegue a estas circunstancias. Lo lamento. Pueden usted y la niña pasar a despedirse.

Johnny asintió, con los ojos inyectados en lágrimas. No era justo. No podían hacerle eso a Julie. A esa niña tan feliz no le podían hacer el daño que ahora le estaban haciendo. Era tan doloroso. Si él no era capaz de aceptar la próxima muerte de la mujer, ¿cómo lo haría Julie? No quería hacerlo, pero no se lo escondería a Julie. No le dejaría viviendo en mentiras. Así que sacó su teléfono y llamó a Ali.

Después de tres pitidos, la mujer respondió. Johnny sintió que perdió la voz por unos segundos. Sin saber cómo decirlo. Cuando Ali volvió a preguntar por Johnny, él pudo pedirle que trajera a Julie al hospital central. La mujer afirmó y ambos colgaron.

Johnny decidió pasar a despedirse de la mujer antes de Julie. Para dejarle todo el tiempo que reste al chiquillo. Caminó por los pasillos, hasta llegar a la habitación "48" del primer piso. En la puerta estaba el nombre de la mujer. Johnny se tragó el nudo de su garganta y entró. La mujer estaba conectada a todos esos apartados, tapada hasta la mitad de su torso con las ropas de cama del hospital, su cabello recogido en su coleta baja, sudorosa y con los ojos pocamente abiertos. Los tubos en sus orificios de la nariz, su antebrazo y muñeca encajadas, el dedo apresado para medir sus latidos. La mujer le sonrió y le instó a que se siente junto a ella.

—Me sorprende que haya vivido hasta hoy —dijo Louisa—. Y fue bueno, viví muy feliz mis últimos años. Y más mis últimos meses sabiendo que llegaste a la vida de Julie, Johnny. Eres un buen muchacho, recuerda que debes comer, eh. Julie te necesita ahora que ya me toca irme con nuestro señor.

Johnny dejó que las lágrimas corrieran por sus mejillas. Sintiendo ese feo dolor en su pecho al ver tan pálida y ojerosa a la mujer. Sabía que ella ya no era fuerte, que la enfermedad ya la estaba consumiendo. Que estuvo viviendo con mucho dolor a través del tiempo. Pero jamás dejó que eso la dañara cuando se trataba de Julie. Ella nunca se rindió y nunca permitió que agachen su cabeza para defender a sus seres más amados. Era fuerte, pero hasta los más fuertes tenían un límite. Louisa ya llegó al suyo, y estaba lista para partir. Su sonrisa le decía que lo entendía muy bien.

—Si pudiera pedir más tiempo —siguió la mujer—, lo pediría, sin dudarlo. Pero bien por algo pasan las cosas, Johnny. Llegaste a nuestra vida en el momento más adecuado. Por eso ya no tengo miedo de morir, porque Julie va a estar bien. Está encontrando gente maravillosa que lo cuide mucho. Nadie sabe lo que el futuro nos tenga preparado, pero ahora sé que tú estás para Julie. Y Julie está para ti, mi niño de los ojos tristes...

La mujer extendió su mano, pidiendo ser tomada por Johnny. El hombre la aceptó con cariño y con suma delicadeza para no dañarla con los aparatos encajados a ella. El pulgar huesudo y aún fuerte de Louisa acarició con todo el amor maternal que Johnny necesitaba para ser fuerte. La mujer le sonrió y le dejó a entender que ella siempre estaría con ellos. Que ella los cuidaría. Que no le tenga miedo al destino.

—Yo hace años que dejé todo listo para que Ali sea la tutora legal de Julie —dijo Louisa—, no te preocupes por nada de eso. Sabía que debía preparar eso, así que no te van a separar de Julie. Estará al cuidado de esa muchacha. Pero, también te lo quiero pedir a ti: cuida de Julie. Protéjanse entre ustedes. Eres fuerte, Johnny, y encontrarás esa libertad que tanto deseas.

Johnny dejó que las lágrimas que caían de sus ojos fueran limpiadas por la fría mano de la dulce mujer. Agradeciendo por esos gestos que sólo una madre puede tener con aquellos que son sus hijos. Johnny lo entendió, de alguna manera, Louisa lo cuidó como lo haría una madre. Tuvo una nueva madre por esos meses en que la conoció. Y lo agradece, porque ella lo comprendía y lo apoyaba como una madre lo haría. Así que él sería la seguridad que necesita Julie. Por ella, por sí mismo.

—La felicidad está más cerca de lo que imaginas —siguió Louisa—. Estoy segura que cuando estás con Julie te sientes feliz. Cuando comes tu comida favorita eres feliz. Pero sólo es así cuando dejas de pensar en el ayer y lo dejas fluir, Johnny. Todos merecemos ser felices, también tú.

...

Johnny salió al pasillo de espera y se encontró con Ali abrazando a Julie y Bobby cerca de ellos. Cuando aquellos tres pares de ojos lo vieron, sintió tanta pena por tener que decir lo que tenía que decir. Pero no había de otra.

Cuando se estaba despidiendo de Louisa, porque recibió otro mensaje de Ali de que ya había llegado, la vieja mujer volvió a sentir dolores. Una enfermera tuvo que apoyarla para pasar los malestares. Los ojos de Louisa pidieron ver a su sobrina una última vez.

El rubio tomó la mano de Julie y se llevó a través de las puertas a la chiquilla para llevarlo con su tía. Julie estaba seria, sin llorar. Pero sus ojos estaban tan rojos e hinchados que le dejaron claro que estaba tratando de ser fuerte. Se pararon frente a la puerta 48 y Johnny se hincó ante la castaña para que sus ojos se vean con fuerza.

—Julie —dijo el rubio—, hicieron todo lo posible, pero la salud de tu tía ya estaba muy deteriorada. Es posible que no pase de esta noche. Nos dejaron pasar a despedirnos. ¿Entiendes la situación, verdad, pequeña?

Julie asintió: —Sí... ¿Puedo pasar a solas?

Johnny aguantó la lágrimas y asintió: —Por supuesto. Tómate el tiempo que necesites.

Julie entró a la habitación y Johnny decidió volver al pasillo de espera. No podía ni quería escuchar los llantos de Julie. Quería estar afuera. No estaba listo para ser fuerte para la niña. Debía darle su espacio. No era lo suficientemente fuerte, no aún. Con sus ojos azules, le pidió a Bobby a que sea quien espere a Julie afuera de la habitación para traerlo de regreso. Sam comenzó a caminar, Johnny le indicó la habitación y dejó solo al rubio con Ali.

Ambos blondos se dejaron caer contra el pulcro muro de la estancia. Se deslizaron y se sentaron en el piso. Sin fuerzas para levantarse y ser decentes para ir a una banca. La mujer sollozó y se recostó contra el hombro del rubio. Ambos sentían ese dolor de perder a alguien muy cercano. No podían imaginar cómo estaba, entonces, la pequeña.

—No es justo —dijo Ali—, ya perdió a toda su familia, ella era todo lo que le quedaba.

—Estará bien —aseguró Johnny—, nos tiene a todos nosotros para que siga adelante. Ella está segura de que lo cuidaremos, bien dicen "Dios los cría y ellos se juntan".

Ali miró con cautela a Johnny. El rubio siempre fue callado, pero tan comprensivo. Era un poder natural en él. Cualquiera que lo conozca se sentía atraído por él de distintas formas. Ella lo veía como ese hermano que ha necesitado por tanto tiempo. Para sentirse segura. Ella quería devolverle el favor.

Johnny, por su lado, se sintió en los zapatos de Amanda. Era ese momento donde podrías desahogarte con alguien y no serías juzgado. No conocía mucho a Ali, pero siempre le pareció una mujer maravillosa y fuerte. Ella siempre está dispuesta a ayudar a cualquiera. Quería decírselo a alguien. Necesitaba soltar ese peso para renovarse y salir adelante por Julie. Era lo mejor, después de todo: estaba dispuesto a mejorar.

—¿Por qué ese dicho? —Preguntó Ali, invitándole a que hable.

—En Irlanda no tuve la mejor de las infancias —habló por fin Johnny—. Mi madre fue estricta conmigo y me enseñó a bailar, quería que fuera perfecto. Me tuvo en dietas a mano de acero, me reprendió por cada desperfecto. Pero era cariñosa cuando podía. Mi padre..., mi padre es un enigma, nos abandonó cuando era muy pequeño. Y mi padrastro ─ Rio amargamente. ─ Fue adicto al alcohol y al juego. Llegó a un punto donde estaba endeudándose con unos hombres que no eran lo que decían ser. Así que comenzó a pagar conmigo. Imagínate, un niño de cinco años siendo utilizado por hombres. Cuando desobedecía, mi padre me encerraba en un sótano por días, para que aprendiera mi lección. Pero cuando se estaba saliendo de control sus apuestas, me escondía ahí para que no me encontraran. Mi madre le hacía caso a él para que no le hicieran daño, le dábamos todo el dinero que tuviéramos, tratábamos de ayudarle a salir de los problemas. Pero cuando me apostó en un juego, fue que comenzaron a abusar sexualmente de mí. Sólo debía obedecer, si obedecía me dolería menos. Pero en toda la villa me señalaron y me tacharon de degenerado. Me marcaron como mercancía. Llegó un punto en que todo se salió de control y mi padrastro me había dejado encerrado por mucho tiempo. Cuando pude salir, busqué a mi madre y escapamos. Ella consiguió que nos llevaran con otros inmigrantes en un barco de mercancía. A mi padrastro lo habían matado frente a mis ojos, no quería que le hicieran lo mismo a mi madre, así que obedecí. Nos encontraron y hubo una emboscada, mi madre murió y no tuve de otra que escapar. Fue cuando Shannon me encontró y me llevó con ella. Ahora trabajo de prostituto y sigo pagando la deuda de mi padre a cambio de mi libertad.

—Oh, Dios mío, Johnny... Lo siento...

Johnny negó y apretó la mano de Ali que estaba en su hombro. Se sintió mucho mejor, de verdad que se sintió mejor. Se sentía bien poder decirle a alguien como ella todo lo que carga a cuestas de malas decisiones. Sabía que podía confiar en ella, que podía confiar en Bobby, en Ned y en Shannon para salir adelante. Especialmente que ahora tenga que cuidar de Julie. Él no se alejaría de las personas que le han dado amor en estos tiempos tan horribles.

Abrazó a la chica y se acurrucaron en el suelo. Dejando que el silencio les cuide por unos instantes. Porque el dolor estaba en una montaña rusa. Por ahora, estaban mejor, estaban listos para ser lo suficientemente poderosos para enfrentarse a cada una de las adversidades.

—Gracias por confiar en mí, Johnny —dijo Ali, de repente—. Tú te mereces lo mejor, ya verás que todo será para mejor.

Johnny asintió: —Entonces, ¿puedo pedirte algo?

—Por supuesto.

—No pierdas más tiempo en decirle tus sentimientos a Bobby.

Ali rio, sonrojada y asintiendo. ¿Tan obvia era? No estaba segura, porque Johnny era sumamente calculador y observador. Su vida le enseñó a serlo. Ella estaba segura de que le pedía hacer eso porque después sería muy tarde. Ella estaba enamorada de Bobby, y era verdad, no debería seguir perdiendo el tiempo guardando sus sentimientos.

...

Para cuando eran cerca de las cinco de la mañana, Bobby llegó con Julie a su lado. El rostro de los dos les dijo a los rubios que ella ya se había ido. Johnny se levantó y Julie corrió a abrazarle. La chica no lloró sólo se quedó atrapado entre los brazos del rubio.

Bobby se acercó a Ali y en susurros le pidió dejarlos solos, mientras iban a hacer todo el papeleo necesario y contactar con la funeraria para hacer los movimientos pertinentes. Por ahora, ellos necesitaban tiempo a solas. La mujer asintió y apretó el hombro de Johnny antes de irse de ahí. Cuando estén listos, Julie y Johnny volverían con ellos.

Johnny se agachó y dejó que Julie se acueste sobre él, buscando el consuelo necesario. Se quedaron en silencio. Disfrutando de su compañía y de su calor. Tenía que ser fuerte por Julie. Y lo sería, sería todo lo necesario para cuidarle y para que siga adelante. Julie no estaría solo como lo estuvo Johnny. Él no lo permitiría.

—Sabía que ella se iría en un instante —dijo Julie—, pero murió con una sonrisa en los labios. ¿Ella está con Dios, Johnny?

—No dudo eso, Julie —dijo Johnny—. Pero también ella sigue contigo y te va a acompañar a todos lados. Nunca olvides eso, por favor, que los que te aman siempre estarán en el viento contigo... Vamos a estar bien, yo estaré a tu lado. Te lo prometo.

Julie se alejó del pecho de Johnny y sintió sus ojos abrirse exageradamente. Johnny estaba sonriendo. ¡Estaba sonriendo un poco! Lo había logrado, Johnny estaba liberando todo el dolor y estaba dispuesto a dar lo mejor. La sonrisa, pequeña y cerrada del blondo estaba cargada de honestidad. De verdad iba a protegerle.

—Estás sonriendo, Johnny —sollozó Julie—, no dejes de hacerlo nunca... Por favor.

—Por ti nunca lo haré, Julie.

La niña se lanzó a otro fuerte abrazo. Johnny sintió sus labios extenderse un poco más. Las sensaciones eran abrumadoras, pero no desagradables. Estaba bien sonreír, estaba bien soltar todos sus sentimientos. Y si era para proteger a Julie, claro que lo haría. Porque esa niña le ha dicho quién es Johnny Lawrence: un joven con sueños, con fuerza y con la misión de proteger a todos sus seres amados. Sabía por qué era Johnny Lawrence. Sabía por qué estaba vivo. Sabía quién era él. Julie fue la causante de ello, y eso le fascinaba al rubio.

Estarían bien si estaban juntos. Estarían seguros porque nadie los separaría durante lo que sea necesario. Porque ambos tenían promesas por cumplir. Y debían hacerlas realidad. Después de todo, Julie logró su cometido, haría sonreír a Johnny. Johnny sentía la felicidad entre los brazos de la niña. Sabía que debía darle una nueva oportunidad. Que la chica sea plena y viva una vida normal. Johnny, con mucho gusto, se lo daría. Porque ya no había que seguir peleando solo. Ya no era necesario seguir aterrado, ahora tenía una razón para que Johnny Lawrence domine sus miedos y salga adelante. Julie es ese motor que necesitaba y él sería el de Julie.

Cuando sintieron el sol del amanecer llegar a sus cuerpos a través de las ventanas, supieron que todo estaba dando giros por un bien mayor. La tía Louisa estaba a su lado, cuidándoles desde el más allá, orgullosa de la primera y sincera sonrisa de Johnny. Estaban a salvo entre sus brazos. Serían fuertes. Porque tenían promesas que cumplir.

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