5

—Pues yo creo que Naran pudo llegar al continente —dice Bai Long, mientras apila aquellos troncos de madera que hemos podido conseguir.

—No digas tonterías, ella no sabía navegar —trato de deshacerme de la idea, no quiero aferrarme a una esperanza que no existe.

—No es tan absurdo como parece. Piénsalo —y señala hacia el sur de la isla— Si tú me dijiste que desde esa costa el continente no queda tan lejos, y fue precisamente desde allí que se marchó, ¿no te parece que alguien pudiera haberla encontrado?

Y solo puedo quedarme en silencio pensándolo. Si eso es así, hay la probabilidad de que alguien hubiera encontrado a Naran, en el caso de que aquello hubiera sucedido, ella jamás hubiera hablado sobre la isla, y simplemente se la hubieran llevado al continente con ellos. No es como lo había imaginado todo este tiempo, pero pensar eso me transmite mucha más paz que la idea que tenía hasta el momento. Muchas posibilidades son mejores que la muerte agónica de tu hermana pequeña en medio del océano, sola, asustada, sin agua y comida, bajo la fuerte luz solar y el oleaje nocturno. Y eso me gusta mucho más, por muy remota que pueda parecer la idea. ¿Estará viva, ahora? ¿Se encontrará bien? ¿Habrá encontrado alguna familia que cuide de ella y la quiera tanto como nosotros? Sé que es poco probable, sé que Bai Long solo me lo cuenta para hacerme sentir mejor, porque desde que nos conocimos he estado pensando mucho en ella, y solo busca maneras de consolarme. Pero lo dice de tal manera, con tanta seguridad, que logra convencerme. Y solo siento que quiero llorar.

—¿Tú crees que... —me quedo mudo.

Él se sienta a mi lado, y posa su mano en mi hombro. Luego rodea mi espalda con todo su brazo, y me mira con ojos entrañables. Porque él es rudo, pero también tierno, y de corazón abierto.

—Te prometo que, cuando regrese a casa, haré todo lo posible por tratar de encontrarla —le miro a los ojos después de eso, no puedo creerme que me esté diciendo eso— Te juro que, si ella está por ahí, la encontraré y la traeré de vuelta a casa.

—Bai Long, yo...

Bajo la mirada, y me aferro a él. Tímido rodeo su cuerpo y lo abrazo antes de que me vea derramar alguna lágrima. Él se sorprende, pero no tarda en corresponder. No está acostumbrado al contacto físico, a recibir abrazos, se le nota por la reacción. Pero sabe de qué se tratan, sabe expresar esa clase de amor. Y me enternezco todavía más por él.
Mamá siempre me ha contado que los abrazos son una de las formas más puras de demostrar aprecio y amor. Porque en el lado derecho del pecho no tenemos corazón, y en cuanto abrazamos el torso de otra persona, llenamos ese vacío natural con el que se nos creó. Y me gusta la idea de que el que rellena el hueco de mi pecho sea, precisamente, Bai Long.
Nos separamos, y me regala una de sus sutiles pero brillantes sonrisillas. No sé mucho sobre este chico, no compartimos aficiones, hechos, físico o mentalidad. No hay nada que nos ate en esta vida, que nos una el uno al otro. Y sin embargo, le siento tan como un igual, como si siempre hubiera estado aquí, como si no hiciera unos pocos días que le conozco, como si él no fuera uno de esos seres tan peligrosos de los que siempre me han advertido.

—Perdona, no quería hacerte sentir mal —se levanta del suelo, y mira a nuestro alrededor, lleno de pequeños troncos y astillas— ¿Qué te parece si nos remojamos un rato en el río? Hoy hace calor.

—Me parece una buena idea —respondo, aún absorto en mis ideas de bobalicón.

Descansamos bajo los árboles oscuros del bosque que le hace de escondite a Bai Long, remojamos nuestros pies descalzos en el agua helada del río que recorre la isla de punta a punta, respiramos su aire puro y nos quedamos ahí un poco somnolientos, nos dejamos adueñar por el sosiego y el canto de los pájaros del lugar. Yo bostezo y remuevo los pies, mientras Bai Long juguetea con las plantas y hojas que crecen en la orilla del río. Y algo salpica cerca de nosotros. Una carpa de río muestra sus aletas mientras chapotea, seguramente buscando algo de comer. Me acuerdo de Bai Long intentando cazarla el otro día, y me entra la risa floja. Él la observa con mucha atención, con esa mirada de depredador.

—¿Quieres que te enseñe a pescarla? —rompo el silencio, señalando la posición del pez.

Él me mira con interés, y asiente casi al instante. Desde que él está aquí se le ve muy interesado en aprender a moverse por el bosque, siempre me hace preguntas y desea comprender las técnicas de supervivencia que se han transmitido por generaciones en mi tribu. Y con mucho gusto se las enseño, me gusta como me mira con esos ojitos hurones mientras le doy instrucciones, como asiente sin darse cuenta al comprenderlo, y como se emociona como un crío al lograr llevarlas a cabo. Y da gusto enseñarle, porque aprende rápido. Mucho. Tanto que a veces parece que haya estando haciéndolas toda su vida.
Agarro una lanza que he dejado cerca de la hoguera, una de aquellas hechas totalmente a mano por los cazadores, y la empuño entre mis manos. Me adentro de nuevo en el río, y con mucha calma y lentitud voy dando sutiles pero grandes pasos, sin alterar demasiado el agua, hasta encontrarme cerca del pez.

—La mano izquierda va delante, para asestar un golpe seco y fuerte —le explico mientras me coloco en posición— La derecha detrás, para manejar la dirección y movimiento del arma.

Sé sin mirarle que ha asentido ante eso. Siempre lo hace, escucha muy atento cada pequeño detalle.

—Te acercas con calma, sin salpicar, para que no te detecte. Y apuntas, hasta que creas que la tienes en el punto de mira. Entonces no dudes y lánzate a ella.

Observo los movimientos del pez bajo mis pies, me concentro del todo en su nado disperso y rehago mi postura si lo veo necesario. No soy cazador, no me han formado para ello, aún no, pero he aprendido muchas cosas observándoles en sus salidas, algunas veces papá me dejaba ir con ellos, y la información que recibía quedaba grabada en mi memoria cada vez. Así es como, en mis salidas solitarias, he aprendido todo lo que sé, observando y replicando, prueba y error.
Doy un paso a la izquierda, fijo del todo mi mirada al animal, y con frialdad depredadora, muevo mis brazos de forma coordinada, asestándole un golpe fatal en medio de su espalda, perforándole el vientre y sus órganos vitales. Sonrío por mi pequeña victoria, y levanto la recompensa al aire, sacándola del agua para mostrársela a Bai Long.

—Aquí tienes la comida —le digo, mirándole a los ojos.

—Vaya, lo has hecho con una precisión de cirujano asombrosa —expresa con total emoción.

—Precisión de... ¿qué? —me río ante su expresión. A veces dice cosas muy extrañas, totalmente incomprensibles a mis oídos.

—No importa —sonríe, y se acerca a mí.

Contempla la carpa con ojos brillantes, rebosantes de emoción. Y yo le observo a él, asombrado por su ademán tan lleno de curiosidad y exaltación. Creo sinceramente que nunca en la vida va a dejar de cautivarme su modo de ver el mundo.

Después de cocinar la carpa pescada y de vagar un rato entre las nubes, entre lo onírico y lo real, decidimos seguir con nuestro pequeño proyecto. Esta misma mañana he visitado a Zeia y a su mujer, igual que hice con Zeke la otra vez. Ellos son realmente los expertos en el tema, y me han informado con todo lujo de detalles cómo debe realizarse la correcta construcción de un pequeño bote. A ser sinceros lo imaginaba mucho más sencillo, pero tampoco es algo que haya tachado de imposible. Justo después he ido a ver a Bai Long para mostrarle todos los nuevos conocimentos conseguidos, y por eso mismo nos hemos puesto a recoger troncos.
Llevamos ya un par de horas cortando en trozos esos mismos pedazos de madera que hemos recolectado a la mañana y los días anteriores. Le he tomado prestada a mi padre (sin que se haya dado cuenta, vaya) un hacha vieja que él no acostumbra a utilizar, para no llamar en exceso su atención. Le he mostrado a Bai Long cómo se hace para realizar un corte limpio en la madera, y aunque esto le haya costado un poco más de tiempo de lo habitual, no hay nada que le haya frenado a lograrlo finalmente. Aún así le he prestado luego un cuchillo que hice yo mismo hace unos años atrás, y le he pedido que se dedique a arreglar y perfilar los extremos de los troncos, mientras yo termino con la tarea de cortarlos.

Todavía recuerdo la pequeña descarga eléctrica que me ha provocado colocar mis manos encima de la suyas para poder mostrarle exactamente el movimiento que debía realizar con el hacha. He querido ignorarlo, pero no estoy seguro de haberlo conseguido. Ese chico me provoca sensaciones completamente nuevas y desconocidas, y no puedo dejar de darle vueltas al coco.

—Hay algo que llevo algún tiempo preguntándome —hablo tras un rato de silencio, en el que me he podido sumergir en mis pensamientos— Bai Long, ¿por qué cuando nos conocimos me dijiste que el fútbol te había salvado?

—¿Eh? Ah, eso —desvía un poco la mirada, y no me pasa desapercibido el hecho de que su tono de voz no ha sido el mismo de siempre— Porque estuvo ahí para mí cuando nadie más lo hizo.

—¿A qué te refieres? —dejo por un momento el hacha en el suelo.

—A mis padres nunca les importó demasiado lo que yo hiciera o dejara de hacer, mientras no les resultara un estorbo todo estaba bien. Nunca me decían nada, y yo nunca les hablaba a ellos —me cuenta ante mi mirada curiosa, pero sin corresponderla— Y cuando ya tuve edad de cuidarme por mí mismo ni siquiera se preocupaban por dejarme solo en casa durante días.

—Ya veo.

—Tezcat, llegué a sentirme solo de verdad —ahora sí posa su mirada carmesí en mí— Hasta que conocí a un chico unos años mayor que yo, que me enseñó a jugar al fútbol. A mis padres les gustó, y decidieron acojerlo en casa para que me cuidara en sus viajes.

Me sorprendo, y a la vez me siento un poco mal por él. Es cierto que en mi aldea no hay nadie más de mi edad, yo también me he sentido un poco solo siempre. Pero no logro imaginarme una infancia sin el amor de una madre o los ratos de juegos con un padre. Y eso es algo que nunca podré compartir con él. Me acerco, y sujeto su hombro con cariño mientras sigue contando. Me siento a su lado.

—Seguí estando bastante solo, pero por lo menos tenía una razón para querer levantarme de la cama, salir de casa y corretear un rato con un balón en los pies. Hace unos meses una organización se fijó en mí, y me hizo promesas de futuro si yo les prestaba mis habilidades. De ese modo también pude marcharme de mi casa, estoy seguro de que mis padres están contentos con ello.

—Vaya, eso es genial, Bai Long.

—Lo sé, tengo muchas ganas de descubrir cuál es mi verdadero potencial —me sonríe con más seguridad. Es fuerte.

—Estoy seguro de que llegarás muy lejos —le sonrío yo también.

—Sí, pero para eso tengo que regresar a casa primero. Sigo sin comprender cómo he llegado hasta aquí.

—La verdad que yo tampoco me hago a la idea, uno no aparece en este sitio de la noche a la mañana. ¿No recuerdas nada de la noche anterior a tu llegada?

—El recuerdo es borroso. Lo último que creo recordar es estar cenando con mis compañeros de equipo, como cada noche. Después de eso todo es confuso.

Me quedo pensativo a su lado, dando vueltas a la información recibida. Por eso mismo el primer día que le vi se le veía tan confuso. Él, al igual que yo, no lograba entender cómo había llegado hasta ahí. Y cuando se me acercó para pedirme ayuda, yo solo me dediqué a amenazarle con un pedazo de madera, pidiéndole a gritos que se largara de mi hogar. Ahora que lo pienso, eso solo debió de angustiarle más. Debía de sentirse muy perdido, y encontrar a alguien más ahí seguramente le levantó esperanzas para comprender lo que estaba pasando, y sin embargo solo le traté mal. Me siento como un idiota tras eso. Aún así, a él no parece importarle demasiado, nunca que me lo ha recriminado.

—En fin, no creo que logremos sacar alguna conclusión acertada ahora mismo. Ya me encargaré de investigar cuando regrese a casa —me saca él de mi nube de pensamientos, y recoge un tronco aún virgen para perfilarlo con el cuchillo— Sigamos un rato más, antes de que anochezca.

Y eso hacemos. Me levanto de su asiento, y me acerco de nuevo al hacha y todos los troncos que aún me quedan por cortar. Mientras continuo con la tarea sigue dando vueltas en mi cabeza el tema, aunque Bai Long me haya dicho que no lo sobrepiense de más.
Lo último que recuerda es la cena con sus compañeros de equipo. Imagino que, al igual que él, esos chicos fueron seleccionados por esa misma organización para jugar al fútbol. No veo por qué motivo unos chavales de nuestra edad quisieran terminar en un lugar como este. No se trata de ningún entrenamiento, porque solo he llegado a cruzarme con Bai Long, y por lo que parece, por aquí no hay nadie más. Entonces una cosa no tiene nada que ver con la otra, él ha llegado aquí solo, de una forma externa a todo eso. Y no logro comprenderlo.
Papá siempre dice que por muy sabios que creamos ser, no somos capaces de comprenderlo todo. Porque cuando parece que lo has descubierto todo, siempre aparece algo nuevo para sorprenderte, y recordarte lo insignificantes que somos en comparación a todo lo que nos rodea. Y ahora mismo la presencia de Bai Long es un misterio que supera totalmente mis límites de la comprensión.

—Ugh —se queja él tras un rato de estar perfilando, llamando totalmente mi atención. Suelta el cuchillo al instante.

De su mano izquierda comienza a brotar una cascada de sangre carmesí, mientras él deja de lado su tarea para comprobar la herida. Me acerco con rapidez yo también, dejando atrás el hacha y toda la neblina de pensamientos que me opacaba del exterior.

—Que mala pata —dice cuando agarro su mano para revisar la gravedad de la endidura— ¿Tiene mala pinta?

—No si me ocupo de ella en seguida —se trata de un corte no muy hondo, pero no lo suficientemente superficial como para ignorarlo. Tendré que coserlo para que cicatrice correctamente y no se infecte.

Para su suerte, siempre traigo conmigo pequeñas pero útiles herramientas, muchas veces indispensables para sobrevivir ahí fuera. Un cuchillo afilado, el mismo con el que se ha hecho el corte, un pequeño pedernal para encender algo de fuego, una aguja e hilo por si debo cerrar una herida, como es el caso, y a veces incluso pedazos de tela por si debo inmobilizar algo, aunque hoy no los llevo encima.
Primero limpiamos la herida en el río, logrando aclarar su mano manchada por la espesura de su sangre y los restos de astillas de madera, que solo dificultan la tarea de curarla. Además, la frialdad del agua ayudará a desinflamar la zona, y le va a doler menos en el proceso de cicatrización. Luego, sin avisarle mucho, comienzo a coserla en seguida, antes de que bajen sus niveles de adrenalina y pueda negarse a ese tipo de procedimiento debido al fuerte dolor.

—Agh —se queja él de todas formas.

—Lo siento —solo susurro, no puedo excusarme— Sé que duele. Te prometo que estoy yendo tan rápido como puedo.

—Lo sé, no te disculpes, sé que es lo mejor.

—No, lo mejor sería que se ocupara uno de los curanderos de la aldea —afirmo, en el fondo yo solo tengo conocimientos básicos, los suficientes para poder regresar a casa a pesar de sufrir una lesión. Entonces en el poblado ya se ocuparían de realizar bien la cura— Pero si te llevara allí tendríamos problemas más grandes que tu herida.

—No te preocupes. Voy a estar bien.

—Lo sé —le miro, y me sonríe afable para tranquilizarme— Claro que lo sé.

Termino de coserlo unos minutos más tarde, unos minutos eternos llenos de silencio, y de vez en cuando un quejido de Bai Long. Unos minutos en los que mi pulso tiembla sin control, mientras con frialdad perforo su piel nívea rezando para que mi mano no se salga de su trayectoria y pueda provocarle aún más dolor. Para la suerte de los dos, no parece que me haya equivocado demasiado a pesar de ser todo un novato, y he logrado cerrar el corte en su mano que sangraba sin control. Arranco entonces un pedazo de mi ropa para poder cubrir la zona para evitar una infección. Mamá me va a regañar por eso, pero merece totalmente la pena, si con ello Bai Long puede recuperarse mejor.

—Gracias, Tezcat —me susurra entonces, proyectando sus ojos hacia el cielo que ya comienza a teñirse de rojo, cruzándose con los míos de por medio— Quizá esto sea una señal para que lo dejemos estar por hoy.

—Sí, será mejor. Hemos hecho un buen trabajo —respondo, contemplando todos los troncos que hemos llegado a cortar y perfilar. A este ritmo pronto podremos comenzar con la construcción del bote.

Y así lo hacemos. Me aseguro de que Bai Long va a pasar bien la noche, además le he guardado algo para cenar que sobró ayer en el poblado. Me despido de él, como todos los días, y me voy en dirección sur, hacia la grieta. Estoy agotado. Si papá pregunta, he estado ayudando a los cabritos a trepar los precipicios. Si coló una vez colará una segunda.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top