4

Camino a oscuras entre arbustos y zarzales que clavan sus espinas en mi piel y la arañan en decenas de pequeños rasguños que escuecen. Bajo esos árboles tan espesos, la luz que proviene de la luna es tan ténue que no soy capaz de ver bien por dónde pongo los pies, y he acabado allí en medio.
Bai Long ya se ha quedado en su nuevo refugio, tras comer juntos hemos apagado el fuego y se ha arrinconado en una esquina para tratar de dormir. Le he prometido que iría mañana a verle tan pronto como pudiera para comenzar a pensar en una forma de devolverlo a casa.
Nublado como voy con mis propios pensamientos, descuido completamente mi alrededor, y tras una mala pisada caigo de bruces entremedias de las zarzas, que reodean mi cuerpo, llenando ahora también mis brazos y cara de heridas. Trato de salir de allí, pero las ramas me tienen completamente atrapado, y solo consigo hacerme aún más daño.
Al cabo de unos pocos segundos la luz de una antorcha ilumina todo a mi alrededor. Seguramente el propietario haya oído la caída, y por eso ha venido a mi rescate.

—Tezcat —oigo la voz de mi padre tras la fuente de luz, y en seguida la deja sobre unas rocas para poder ayudarme.

—Hola papá, menos mal, pensaba que tendría que pasar aquí toda la noche —le respondo entre risas.

Con cautela vamos retirando las decenas de espinas que se han enganchado a mi cuerpo y ropa, y tras unos largos minutos un tanto agónicos, puedo salir de allí y alejarme de las plantas. Papá suspira cansado, y recoge la antorcha del suelo, para luego mirarme a los ojos.

—¿Qué estabas haciendo hasta tan tarde? Tu madre y yo estábamos preocupados —me pregunta serio.

—Lo siento, es que me he encontrado con un cabrito herido entre unas rocas, y no he podido dejarle allí —bajo la mirada algo apenado, cruzando los dedos a mi espalda para que se crea la escenita improvisada. Cuando se trata de animales papá se enternece como nadie más— Cuando ya he podido sacarle apenas quedaba luz solar, y bueno, he terminado aquí.

—Eso es muy tierno por tu parte, pero sabes perfectamente que no puedes quedarte tanto rato fuera, sin una antorcha no se ve nada —se agacha un poco a mi altura— ¿Y si en vez de esos zarzales te hubieras caído por un peñasco?

—Bueno, pues en ese caso estaría aplastado contra el suelo, y no lleno de rasguños.

Él solo suelta una pequeña risa sarcástica, y termina por suspirar.

—En fin, lo dejaremos pasar esta vez. Volvamos a casa, y ve pensando cómo te vas a excusar ante tu madre por todos los cortes que te has hecho en la ropa.

Le sonrío sincero, y caminamos pegados hasta encontrarnos con la gran grieta que contiene en ella el poblado. Descendemos con cuidado los márgenes que la componen, dejando atrás el gran mundo de la isla. Una vez dentro, caminamos unos minutos más hasta llegar a las luces cálidas del poblado, que nos reciben con cariño, no como mi madre, que al ver mi aspecto desgarrado se lleva las manos a la cabeza de la preocupación, a pesar de que yo le insista que estoy bien. Mi padre le cuenta la situación en la que me ha encontrado, y ella me regaña por lo preocupada que estaba. Yo solo sé sonreírle y perdirle perdón.
Tras lavarme un poco las heridas y arreglar mi aspecto nos juntamos con el resto alrededor de la hoguera central, en la que cenamos todas las noches dando gracias por poder alimentarnos tras los malos tiempos. Todo el mundo comparte la comida y charla despreocupadamente ante la luz y la calidez del fuego. Mi padre me ofrece un poco lo que ha cazado hoy.

—Desde que la sequía terminó tenemos muy buena carne de caza —comenta él mientras degusta el plato recién cocido.

—Sí, y todo gracias a Naran —le responde algo entristecida mamá.

—La extraño todos los días —bajo la mirada, recibiendo una carícia en la mejilla por parte de mi madre.

—Nosotros también, cielo. Pero hay que sentirse orgullosos de ella, porque nos protege y permite gozar de una vida tranquila.

Y así es. Mirar a mi alrededor y ver las caras de tranquilidad de toda mi gente mientras comparten la comida en la hoguera es puramente gratificante. Y sé que mi pequeña hermana hubiera pensado lo mismo, porque nunca conocí una sonrisa tan brillante e inocente como la suya, y unos ojos oscuros que buscaran tanto el bienestar de los demás. Sé perfectamente que el día que tuvo que marcharse pasó miedo, muchísimo. Pero también sé que fue fuerte hasta el final, porque sabía que gracias a ella los demás podrían prosperar. Y por eso nunca miró atrás, aún cuando por mi cobardía le tocó pagar a ella las consecuencias. Y no podría estar más orgulloso.

La cena transcurre con tranquilidad, y cuando la hoguera comienza a sucumbir es cuando decidimos que ya es tarde, y cada uno regresa a su cabaña. Mi cuerpo comienza a sentir el peso del cansancio, y bostezo, contagiando ese gesto a mi padre. Me tumbo en mi cama y cierro los ojos, a la espera del amanecer de un nuevo día. Sin embargo, y a pesar del cansancio, el sueño no acude a mí. Da vueltas en mi mente ese chico de tez y cabellos claros, y ojos del color del rubí.
Sigo sin entender nada de Bai Long, su simple presencia es un misterio que no parece tener respuesta lógica. Y sé que hago mal en mantenerle en esta isla y querer ayudarle a regresar sano y salvo, sé que va en contra de todo lo que me han enseñado siempre, en contra de aquello que nos mantiene protegidos de todo mal. Pero también siento que él es especial, sé que es un capricho mío y nada más, pero ha conseguido cautivarme como nadie nunca ha hecho, y solo de pensar que algo malo pueda pasarle me provoca escalofríos. Soy demasiado confiado y ese es un problema muy grande. Pero algo me dice que puedo confiar en él. Sé que es un buen chico que lo ha pasado mal, y por eso se muestra con esa coraza dura. Pero su mirada no miente. Jamás romperá nuestra promesa.

Y ya más tranquilo, logro descansar un poco. Me pregunto si él estará durmiendo bien.

Me levanto ante la primera luz de la mañana, más temprano incluso que mis padres, que madrugan para realizar sus tareas matutinas. Desciendo de mi cama en silencio, y salgo corriendo de nuestra cabaña. Hacia el norte del todo del poblado, pasada la casa de la anciana y cruzando el pequeño riachuelo que ha conseguido hacerse hueco en nuestra grieta, está mi destino, tan idéntico al resto de hogares del lugar. Echo una ojeada por la puerta antes de dignarme a entrar, y sonrío en verle ya despierto. No esperaba otra cosa.

—Buenos días, Zeke —saludo al chico que camina sin parar de un lado a otro, causándole cierta sensación de sorpresa.

—Tezcat, ¿cómo tú por aquí tan temprano? —sonríe en reconocerme, y me revuelve el cabello amistosamente.

Zeke es el adulto más joven de toda la comunidad, solo unos siete u ocho años mayor que yo, y siempre ha sido como mi hermano mayor. Él es hijo de uno de los hombres más sabios de la tribu sino el que más, y aunque sea aún un aprendiz en toda regla, sabe muchísimas más cosas de las que uno pueda imaginar. Y como no, siendo yo un muchacho con una curiosidad tan difícil de saciar, él siempre comparte sus conocimientos conmigo.

—Tenía muchas ganas de venir a charlar un rato contigo —le digo con mi entusiasmo tan casual, tan contagioso como siempre me han contado.

—¿Ah sí? Que sorpresa, Tezcat queriendo descubrir cosas nuevas. ¿A qué duda existencial debo la visita de hoy?

—Bueno, sabes que en la playa sur de la isla siempre hay una barca por si algun día la necesitamos, ¿verdad? —comienzo para dirigir la conversación hacia el rumbo que a mí me interesa. Hoy no debo mi visita a dudas cualquieras, y solo espero tener una charla breve.

—Sí.

—Bueno, pues resulta que ya no está, y me preocupa que por su absencia algún día nos encontremos en una situación complicada.

—Oh, ¿y dónde está? —me mira entrecerrando los ojos, juzgando la situación.

—No lo sé, no queda rastro de ella —levanto ambos hombros. Mejor voy directo al grano— Tú tienes conocimientos sobre barcas, ¿verdad?

Zeke suspira pensativo, mientras revisa las estanterías llenas de hojas y pergaminos un tanto antiguos, seguramente pertenecientes originalmente a su padre. Rasca su cuello, y se mueve de su sitio para buscar entre un montón de papeles en la esquina de la sala. Yo solo puedo juguetear con mis propios dedos mientras el chico busca, de espaldas a mi posición.

—Sabes que Zeia y su mujer son los que construyeron las barcas que hemos estado usando todos estos años, ¿verdad? —habla mientras sopla para eliminar la acumulación de polvo de una hoja en concreto— Seguro que si les comentas la situación ellos la reemplazarán en cuestión de pocos días.

—Lo sé, pero les veo muy ocupados, no quiero retrasar su trabajo. Ya me ocupo yo del asunto, es mi culpa por no vigilar mejor la barca —le respondo algo nervioso— Solo quería informarme un poco para poder construir un reemplazo decente.

—Pues toma, solo puedo ofrecerte esto —me tiende la hoja de papel— Aún así deberías pedir ayuda, no creo que lo consigas tú solo. Si quieres-

—Muchas gracias, Zeke, ya me encargo yo del resto, no te preocupes más por el tema —me levanto con rapidez, interrumpiéndolo, y salgo del lugar— Hasta luego.

Me alejo tan rápido como puedo de la estancia, dejando atrás un Zeke muy confuso por la situación. Solo espero que no le dé más vueltas de lo necesario y se olvide pronto de esta interacción, realmente nunca me he comportado de esta forma con él. Pero no hay tiempo que perder, construir esa barca es lo más urgente, estoy seguro que me lo perdonará.
Después de eso guardo la escritura en los bolsillos de mis pantalones, y me dirijo a mi casa para, como todas las mañanas, recoger agua y luego salir de la grieta. Me gustaría ir directamente a ver a Bai Long, pero es mejor mantener la compostura y seguir con mi rutina como si nada ocurriera, así por lo menos no levanto sospechas que solo entorpecerían nuestro trabajo. Papá y mamá ya están despiertos cuando regreso.

—Me voy, nos vemos esta noche, ¿vale? —les comento, dejando la jarra de cerámica totalmente llena de agua fría del riachuelo.

—Esta vez regresa antes del anochecer —me mira mi padre de reojo con ligero recelo. Todavía me siento mal, sé que sufren mucho por cualquier cosa que pueda sucederme. Teniendo en cuenta que soy el único hijo que les queda, puedo comprender su enfado.

—Aquí estaré —le miro a los ojos culpable— Lo prometo.

Él asiente, y devuelve su vista a su trabajo. Entonces doy media vuelta y me marcho, dejando atrás mi hogar, y al cabo de pocos minutos, el resto del pueblo.
Escalo ágilmente las paredes de la grieta, y con ayuda de las ramas más elevadas de los árboles que la cubren, salgo de ella, abriendo paso a un nuevo día en la isla de mis sueños. Y hoy no me entretengo a contemplar el mar o a seguir los rebaños de cabras, sino que corro en dirección norte, hacia la espesura del bosque oscuro que esconde en él ese ser de destacada luz y pureza. Y sonrío mientras mis piernas ágiles recorren los senderos de raíces y hojas, enseño mis dientes a la vida feliz por ver de nuevo a mi amigo, contento de pensar que hay alguien esperándome y que me necesita, alguien quien solo yo conozco y con quien puedo compartirlo todo.
Llego tras unos minutos a las rocas que le cubren de la asoladora oscuridad de la noche, pero él ya no se encuentra allí, y parece como si nadie hubiera estado en el lugar por un buen rato.

Observo los alrededores algo confuso, y no miento, ligeramente preocupado por que no le haya pasado nada. Mis ojos recorren con la rapidez de un cazador todo el ambiente, y mis oídos se agudizan para captar cualquier ruido. Y es ahí cuando detecto su presencia, unos metros más adelante, entre asbustos y ramas llenas de hojas. Me acerco hacia el río, y allí le encuentro, con los pies sumergidos en el agua, persiguiendo con la mirada lo que puedo imaginar que es un pez. Y me río, captando su atención en ese mismo instante, viendo como su mirada se alivia al reconocer mi rostro en la persona que se encuentra detrás de él. Me observa con fastidio, y golpea el río con su pierna, como si de un esférico se tratase, para empaparme con la frialdad de su agua. Y solo me río más, logrando levantar un poco las comisuras de sus labios.

—Has asustado mi desayuno —dice aún con la emoción presente en su rostro.

—No ibas a ser capaz de pescar eso —le sonrío pícaro, él me mira con fastidio. Y saco entonces de mi bolsillo un poco de pan que sobró de la cena de ayer, y que me he llevado de casa antes de marcharme— Además, mira lo que te he traído, no me digas que prefieres pescado.

Él se sorprende y sonríe, retirándose del río y sentándose en su orilla. Seca un poco sus pies descalzos, y vuelve a calzarse con sus botas marrones, para elevarse entonces a mi altura, un poco más alta. "Me estaba muriendo de hambre" me dice mientras comenzamos a caminar de vuelta a su escondite. Allí recogemos algunos frutos silvestres para acompañar el pan, y me siento a su lado mientras sacia su apetito matutino. Mientras tanto yo le muestro el pergamino que me ha prestado Zeke, donde aparecen dibujos y modelos de pequeños botes de madera que podemos tratar de recrear durante los siguientes días.

—Sigo sin tener mucha información, pero esto ya es más de lo que teníamos —termino tras haber estado discutiendo un poco sobre el pergamino entre mis manos.

—Te agradezco mucho que te hayas tomado la molestia —responde él, en cierta parte a modo de consuelo.

—No ha sido nada, a Zeke siempre le encanta contarme cosas nuevas —y le miro a los ojos, posados ellos también sobre los míos— Mañana iré a visitar a Zeia, él es el verdadero experto en madera, seguro que entonces ya podremos construir un bote con nuestras propias manos.

—Me sigue pareciendo un proyecto un poco ambicioso, pero quiero fiarme de ti.

Suspiro. Realmente yo opino lo mismo, es algo complicado de hacer. Pero no por ello tenemos que dejar de intentarlo, no estoy dispuesto a dejar a Bai Long a su suerte solo porque seamos poco expertos en la materia. No quiero volver a perder a alguien por ni siquiera haber intentado salvarle. No por segunda vez, ya aprendí la lección. Bai Long regresará a su casa, cueste lo que cueste.

—Venga, ¿por qué no comenzamos a recolectar madera? —coloca su mano en mi hombro, animándome a avanzar.

–Sí, no es mala idea —le respondo, y sonrío.

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