Capítulo 4 • El sueño
Las clases de Gastón nunca fueron del todo entretenidas. Eran estrategias de cacería perfectas para un hombre que perseguía un conejo en la pradera o un ave en el cielo, no eran estrategias adecuadas para atrapar a un héroe en una elaborada trampa, pero siempre se aprendía algo con él.
Como en todas las clases en el Palacio del Dragón, Mal era la alumna estrella, siempre tenía un diez perfecto en todas las clases, de hecho se había saltado algunos cursos, convirtiéndose en la alumna más destacada de la Isla de los Perdidos, sin embargo había caído dormida en el escritorio unos minutos después de que Gastón comenzó su clase.
— Señorita, despierte - le dijo el cazador con su altanera voz. Al no recibir ninguna respuesta golpeó el escritorio haciendo saltar a Mal —. Me imagino que usted sabe tanto de mi clase que ya la hace dormir ¿no?
— Sí, señor, pero que me repita lo que dijo me sería de gran ayuda.
Gastón se dio la vuelta y continuo. Las suaves burlas y murmullos se hicieron presentes en el aula, aunque Mal pretendió no escuchar nada y restarles importancia.
El resto del día Mal cabeceo en cada salón donde pudiera descansar por unos instantes. Terminando el día Evie propuso comer algo en Bazofias.
— Yo paso - bostezo Mal caminando derecho a su casa.
— ¿Qué te pasa? ¿Segura que un café amargo no puede ayudarte?
— No tengo la energía para robar el café - se cubrió la boca para volver a bostezar —. Los veo mañana.
Se despidió de ellos y entró a su casa. Maléfica por fortuna ya estaba dormida y con las puertas cerradas. Mal se quitó la chaqueta de cuero, dejó caer su mochila al suelo para así poder acostarse en su cama. Durmió un rato, pero entonces soñó algo y despertó con el corazón acelerado. Ese sueño de nuevo.
Ese príncipe que estaba en sus sueños desde hace semanas. La propaganda de Auradon le estaba afectando más de lo que creyó. Siempre que soñaba con ese chico de sonrisa encantadora le costaba dormir tranquila.
Suspiró y se levantó de la cama. Pensó que podía quitarse la ropa y ponerse la pijama, sin embargo prefirió seguir así. Se asomo por su balcón y vio lo temprano que seguía siendo, de hecho el sol nisiquiera se había ocultado por completo. Observó el brillante reino de Auradon. Si ese príncipe existía debía ser un chico presumido y mimado, definitivamente no era su tipo, si quisiera un chico así habría aceptado el baile con Anthony Tremaine durante la fiesta de Carlos.
Golpeó el barandal oxidado y regreso a su habitación para conciliar el sueño, un mejor sueño.
Por el resto de la noche descanso tranquila. No hubo ningún príncipe de mirada tierna o sonrisa dulce que la atormentara.
Hasta que Maléfica le gritó por el balcón de su propia habitación a sus torpes secuaces con cara de jabalíes. Mal despertaba agradecida de que su hogar siguiera siendo la Isla de los Perdidos, su inigualable encanto maloliente era incomparable y no lo reemplazaría. Llena de energía regreso al Palacio del Dragón y comenzó a burlarse y jugar bromas a sus compañeros que el día anterior se rieron de ella por dormir en clase.
— Hola chicos - saludo Mal con mejor humor hasta que los vio a ellos cansados y demacrados, durmiendo en bolita en una esquina del aula —. ¿Ustedes están bien?
— Larga historia - murmuró Jay —. Los duendes son terribles.
El timbre de la primera hora sonó, increíblemente habían llegado temprano por primera vez.
— Iré a sentarme - les dijo antes de irse.
La historia del porqué los duendes eran terribles sería para otro día, pues Evie, Jay y Carlos fueron expulsados de la clase y mandados a dormir en el pasillo frío de la escuela. Ellos así lo hicieron y reconsideraron volver algún día a Bar Bazofias.
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