You and I
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Despierto y es un nuevo día. El sol brillante me da directo en los ojos cuando los abro; estamos en pleno verano aquí en la ciudad. Suspiro. Creo que tengo sed. Tal vez sed y un vacío en el estómago, además. He estado bebiendo la noche pasada y la desagradable sensación de malestar al pararme, como si el mundo se me fuese a caer encima si no me vuelvo a sentar pronto, me confirma que volví a pasarme de copas.
Bah, qué importa.
Cuando estoy ebrio olvido todo, y al levantarme el dolor de cabeza no me deja formar ideas con claridad. Supongo que, ya que llevo repitiendo este proceso toda la maldita semana, estoy algo acostumbrado a la resaca. Bueno, al menos los exámenes finales han terminado; ahora que lo recuerdo, por eso era la celebración de la noche pasada. Una buena excusa para embriagarme hasta perder la noción del tiempo... pero no lo suficiente.
Tampoco les voy a mentir, este semestre ha resultado una verdadera mierda y sí me alegra que haya llegado a su fin. Creo que Josh Gates va a ocupar el puesto de primero en la clase esta vez. Rayos. Los dos meses en los que ella no ha estado viviendo conmigo han sido por mucho los peores de mi vida. Auch. El cerebro me va a estallar si sigo por ese camino.
Vaya, el asunto me ha dejado bien jodido, quizá el próximo paso en mi intento desesperado por dejar de extrañarla sea entrar en un coma etílico.
Estoy enamorado. Lo he descubierto muy tarde.
...
―Creo que se ha equivocado, señorita...
―Caylin ―interrumpió ella, negando con una sonrisa―. No me he equivocado, sé que en el anuncio decía que la habitación se alquilaría exclusivamente a hombres, pero... verá, realmente necesito encontrar un edificio en esta zona y es usted mi última opción ―se encogió de hombros―. He venido a probar suerte.
Suspiré y entrecerré los ojos ante su mirada suspicaz.
―Lamento decirle que ha hecho un viaje en vano.
Aunque, para ser sinceros, esa chica parecía ser la única opción razonable que se me había presentado en el trascurso de la semana. Bueno... en realidad era la única opción, a menos que el chico moreno de dos metros con tendencias esquizofrénicas bajo medicación contara.
―¿Me tengo que disfrazar de hombre? ¿Qué problema tiene usted con las mujeres?
Estaba indignada y se cruzó de brazos. Tragué saliva y me revolví el cabello. «Rayos, mujer molesta a las tres, Houston tenemos un problema».
―Las chicas son demasiado quisquillosas. ―El argumento era totalmente válido; pero bajo la su atenta mirada parecía estúpido.
―Tonterías ―replicó ―. Le aseguro que no me quejaré si olvida levantar la tapa del excusado o si deja los platos sin lavar. Además, le convendría mucho una compañera que le ayudase con la organización del piso...
Hizo un gesto abarcando el desorden, quizá un poco caótico, que se esparcía por la sala. Me sentí avergonzado y luego molesto por haberme sentido avergonzado. Por eso no quería chicas en mi apartamento, porque sabían cómo reprochar con la suficiente sutileza para admitir tu inminente culpa.
―Duermo temprano, no me gusta que haya ruidos que perturben mi sueño.
―Entonces ya estamos de acuerdo en algo, a mí tampoco me agrada el ruido después de las ocho.
―El cuarto vacante no tiene armario. ―Creo que sonó desesperado. Y la verdad lo estaba, quería hacerla retroceder por cualquier medio.
―¡Oh! ―pareció afligirse―. Si no le molesta, puedo instalar un mueble desarmable.
¿Y tan simple era la solución? No, joder. No.
―Creo que esto es una mala idea...
―Escuche ―interrumpió―. De verdad he visto más de cinco posibles alquileres en esta zona. Usted es el último. Tendré que conducir una hora hasta la facultad de artes si no logro convencerlo.
Lo sopesé por unos segundos. A simple vista no había nada de malo con esa chica y además estaba seguro de que sería la mejor oferta que podría obtener.
―Está bien, está bien. ―Levanté los brazos en señal de derrota―. Voy a darle una oportunidad.
―¿En serio? ―abrió los ojos― ¡Genial!
Lo que no esperé fue que saltara a echarme los brazos al cuello.
―Lo siento. ―Y noté que se había ruborizado cuando aflojó su agarre―. Ha sido la emoción.
―No hay problema. ―Intenté sonreír―. Supongo que para mañana podré tenerle listo el contrato.
―Entonces mañana mismo traeré mis cosas.
―Le espero después del mediodía.
―Aquí estaré... ―entrecerró los ojos― creo que no sé su nombre.
―Ah, en el anuncio no aparece ―recordé―. Oliver Doyle, su nuevo compañero
―Oliver, le prometo que seré la mejor compañera que haya podido tener. Muchísimas gracias.
Al despedirse me dio dos besos en la mejilla y se alejó dando saltitos. Qué chica tan efusiva. Tal vez estaba a tiempo de llamar al pseudo-psicópata Gary. No correría tanto peligro con él, pues al fin y al cabo todas las mujeres eran potenciales asesinas.
...
Después de un tiempo viviendo con Caylin, no podía recordar cómo era vivir sin ella. Eso me molestaba un poco, porque significaba que «la invasora» (como gustaba de llamarla en secreto) no había tardado mucho en apoderarse de mi departamento. Pero supongo estaba bien con ello, o todo lo bien que puede estarse después de haberme enterado de cuál era el verdadero color de la alfombra de la sala luego de una exhaustiva sesión de limpieza en la que, casi por obligación, acepté participar. No me malinterpreten, pero las manchas de mi alfombra eran casi familia para mí, ya me había acostumbrado a ellas, ¿comprenden?
En fin, el punto es que las cosas ahora eran mucho más organizadas, pues aunque ella nunca se había quejado de mi modo de vida, yo había adoptado sin darme cuenta muchas de sus manías-obsesivo-compulsivas por el orden. Es decir, sí tenía razón con lo de que los platos no podían acumularse durante dos días en el lavadero y quizá... sólo quizá con el hecho de que levantar la tapa del inodoro era más fácil que limpiar el baño cada noche.
Todo iba viento en popa. Ella parecía ser la compañera de cuarto perfecta y nunca hubo por su parte potenciales intentos de asesinato, como yo había temido al principio. Bueno, sólo uno. Para ser más exactos, el día en que se cumplía el mes de convivencia con «la invasora» llegué tarde de la universidad y me encontré con un escenario bastante... interesante (por no decir perturbante).
Nunca había pensado que sería posible reproducir con tal exactitud uno de esos clichés que siempre aparecen en las típicas comedias románticas americanas; pero allí estaba ella, con las luces del recibidor apagadas, un pote gigante de helado sostenido con ambas manos y un pijama de piececitos (oyeron bien ¡pie-ce-ci-tos!), hecha un ovillo en el sofá. El televisor estaba encendido en su máximo volumen y no me costó adivinar cuál era la película. El diario de Briget Jones. Mierda, eso tenía que ser una broma, nadie podía ser tan predecible.
―¿Tienes la regla? ―la pregunta se formuló sola, ¡lo juro!
Caylin volteó con una expresión asesina y antes de que poder reaccionar fui atacado por un peligroso cojín que, en lugar de dar directo a mi rostro, se estrelló contra una estantería cercana, llevándose unos cuantos libros por el camino. Está de más decir que corrí por mi vida y me encerré en el cuarto. ¡Gracias a dios tenía mala puntería!
...
Recuerdo que el primer día soleado después de una tanda de incesante lluvia decidí salir a trotar al parque que estaba a unas cuadras de mi departamento. Eran apenas las siete de la mañana y no creo que Caylin hubiese notado mi salida hasta unas horas más tarde, porque amaba dormir hasta el mediodía los fines de semana. Un trimestre de trato con ella me daba razón para conocer sus hábitos.
Cuando había climas cálidos como ese tenía más resistencia física. Ese sábado duré casi tres horas a trote moderado con pequeños intervalos de descanso y sólo me detuve porque me pareció que aquel era un buen momento para tomar un desayuno. Volví a casa a prepararme algo, porque así podía ahorrar dinero y porque, para qué negarlo, cocinaba excelente.
Desde el pasillo oí la música y lo primero que hice fue dar un respingo. Si hubiese sido cualquier otro día en cualquier otra circunstancia, hubiese pensado que habían montado una fiesta. Pero ese día no parecía adecuado para fiestas y, además, el ruido venía de mi departamento. Rayos, ya pensaba yo que la convivencia con Caylin había sido muy buena. Díganme obsesivo por mi fiel creencia de que las mujeres estaban tranquilas sólo cuando se traían algo entre manos, ¡vamos, háganlo!
Apuré el paso e hice una entrada silenciosa, porque mi idea principal era capturar a la culpable desprevenida. Tengo que admitir que no tuve mucho éxito; más bien fue ella la que me atrapó a mí. Porque no, nunca me hubiese esperado toparme con aquello.
La invasora tenía un vestido acampanado y exhibía un gran lazo atado en su cabeza. Estaba dando vueltas mientras alcanzaba el no-sé-qué y lo metía en una cesta. Luego, fijó su atención en el televisor encendido (un karaoke, ¿de verdad?) y comenzó a cantar, utilizando una espátula como micrófono. Alcé una ceja y no tuve idea de por qué medio sonreí. Ella volteó y atrapó mi gesto, devolviéndome una risita complacida y continuando con su actuación con más dedicación.
«Maybe I think you're cute and funny,
maybe I wanna do what bunnies do with you if you know what I mean»
Qué imagen tan extraña, parecía sacada de una película de los años cincuenta. Siguió saltando, haciendo y pasos graciosos hasta que el coro acabó. Entonces, se detuvo frente a mí y me cedió su improvisado micrófono. Abrí los ojos. Joder, que yo no cantaba ni en la ducha. Pero Caylin me instó a seguir la letra y yo no me negué a hacer el ridículo un rato.
«Well, you might be a bit confused»
Al fin y al cabo, sólo estábamos nosotros y eso era... diablos, era divertido, tengo que admitirlo. En el último estribillo, terminamos compartiendo la pseudo-espátula pseudo-micrófono y bailando de una manera muy al estilo grease.
« From way up there, you and I, you and I».
Creo que en mi mente hasta hubo un público imaginario aplaudiéndonos y luego de unos cuantos jadeos no pude evitar soltar una carcajada ante la imagen. Me dejé caer en el sofá, ella tomó el control del televisor y lo apagó. Se sentó a mi lado, nos reímos un rato largo por nuestro increíble talento vocal.
―¿Para qué son todas esas cosas? ―pregunté, señalando la canasta de antes.
―Ah, es que vamos de picnic. ―Se encogió de hombros, dándome una mirada rápida―. Quizá deberías bañarte primero... uh, estoy muy bien vestida para salir con una persona en ese estado.
―Gracias, supongo. ―Resoplé y le di un reconocimiento inconsciente a mi facha. Nadie podía culparme por llegar apestando y hecho un desastre―. Espera, espera. ¿Me estás invitando a mí a salir contigo?
―Tampoco te emociones. ―Rodó los ojos, dándome un pequeño golpe detrás de la cabeza. Auch. ¿Desde cuándo tanta confianza? ―. Voy a admitirlo: no tengo más amigos en la ciudad y salir sola tampoco me emociona.
Se levantó, dando por hecho que su explicación era más que suficiente y dándome un gesto de advertencia que podría haberse interpretado como un «estás listo en diez minutos o verás las consecuencias» antes de dirigirse a la cocina.
Opté por no atentar contra mi bienestar personal y me encaminé al cuarto de baño. En el proceso, pensé en lo divertido que me resultaba todo el asunto. Esa chica debía tener un concepto de amistad bastante distorsionado para considerarme a mí, esto... su amigo. Aunque tampoco iba a esperar a que me preguntara si yo aceptaba ese título, ya saben, como en el primer día del preescolar. Supuse que esas cosas sólo pasaban, siendo asimiladas rápido por algunos y por otros... no tanto (como yo, que era una babosa con retraso emocional).
Además,tenía su encanto ser el primer amigo de alguien. Más aun de un espécimen tanpeculiar como Caylin.
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