Capítulo 3. Opuestos I
Sepdia 33 de Zefrok.
—¡Ezear! —llamó una dulce anciana—. ¡Levántate!
La abuelita preparaba un desayuno simple, un poco de lentejas con pan, queso y leche.
—¿Para qué? —preguntó el muchacho, sentándose en la cama de paja y restregándose los ojos.
—Dijiste que te avisara cuando fuera el cuarto Sepdia de Zefrok.
El muchacho se levantó de golpe de la cama, abriendo sus ojos de par en par y con el corazón acelerado.
—¡Cierto! —respondió, bajando del segundo piso de un salto—. Tengo que arreglarme.
—¿Tienes una cita hoy? —preguntó su abuela.
Una sonrisita cómplice se asomaba en los labios de la abuela, asombrada de presenciar tal acto del muchacho.
—No abue, algo más importante que una cita.
—¿Oh, sí? ¿Cómo qué?
—Cuando regrese te lo diré.
—¿Cuándo regreses? —preguntó ella, preocupándose al instante—. ¿A dónde vas? —Sabía lo intrépido y terco que podía ser Ezear a veces.
—Mañana o pasado mañana, a más tardar para el Pridia estoy acá.
—Ah bueno... —respondió la abuela, tranquilizándose—, pensé que ibas a ir a las murallas a visitar a tu hermano.
—¿A Deniel? No, está muy lejos como para que me den ganas de ir —respondió el muchacho mientras se dirigía en silencio a la tina de madera para asearse.
La abuela miraba lo distinto que era Ezear de su hermano, aunque era obvio, ya que los dos eran adoptados. Ezear era más alto y moreno, con el cabello y los ojos castaños, y una barbilla tan masculina como la del abuelo. Tenía el cuerpo igual de tonificado que Deniel por los arduos trabajos de campo que debían hacer casi todos los días de verano y primavera.
Ezear tenía tan solo dieciocho años de edad, aún era un niño a la vista de la mayoría de adultos, ya que aún no pasaban su ritual a la adultez a los veinte años. Y vivía con su abuela, porque a sus padres y hermano les había tocado hacer guardia en las Murallas Gemelas por seis meses, así que se quedaba con ella por ahora, aunque vivían al lado.
—¿Tienes dinero? —preguntó su abuela.
—Sí, aun me queda bastante de mi mesada.
—¿Puedo saber qué vas a hacer?
Ezear se rio con la pregunta de su abuela, ella realmente era muy chismosa, seguro se lo contaría a sus padres y a su hermano cuando volvieran. Esperó unos momentos antes de contestar, para crear un aura de suspenso.
—Iré a ver las pruebas de los candidatos al trono.
—¿¡Qué!? —gritó su abuela.
Cuando el rey alcanzaba una edad avanzada, se hacían las pruebas para elegir a los siguientes candidatos al trono de Hetraea, donde toda persona con un vínculo de quinto rango o mayor con su respectiva autoridad podía participar, solo ese requisito era necesario. Lo normal era que todos fueran mayores de veinticinco años, ya que llegar al quinto rango no era algo que cualquiera pudiera lograr.
—Como lo escuchaste —respondió Ezear.
—¡Sabes que es peligroso para ti salir del pueblo! —replicó ella—. Tu autoridad... es un tabú en la sociedad.
—No hay nadie que pueda detenerme, abue —susurró Ezear, saliendo del cuarto de baño.
El corazón de la abuela se enterneció al ver a su nieto vistiendo una túnica corta de color negro, pantalones caqui y zapatos de cuero, la mejor vestimenta que tenía y que le había regalado su abuelo; para ella, Ezear ya era todo un hombre.
—Te ves idéntico a tu abuelo cuando era joven —susurró con lágrimas en los ojos.
Aun le destrozaba el corazón recordarlo, diez años habían pasado desde que había desaparecido su fiel compañero de vida. Siempre andaba de aventuras, descubriendo secretos del mundo, yéndose durante meses e incluso años, pero está vez fue diferente, no volvió, y aunque aún guardaba una pequeña esperanza, sospechaba que no había logrado sobrevivir.
—Abue —susurró Ezear—, no me vas a manipular con tus lágrimas —Subió al segundo piso brincando de escalón en escalón—, lo lamento.
Ella se sorprendió, a veces se le olvidaba que la autoridad de Ezear le permitía intuir las intenciones ocultas de las personas. Aún podía obligarlo a quedarse con su autoridad, pero ya estaba bastante avanzada en edad como para darse el lujo de gastar tantas energías contra un muchacho lleno de la energía de la juventud.
Ezear bajó con una espada corta de doble filo colgada en su lado izquierdo, la cubierta estaba llena de extrañas encriptaciones, la hoja era grisácea y la empuñadura negra. Era la espada que su abuelo le había regalado antes de desaparecer.
—Bueno abue, ya me voy.
—¿Tan rápido? —preguntó ella—. ¿No vas a comer algo antes de irte?
—No abue, no me vas a provocar diarrea para evitar que vaya.
—Hmm.
La abuela se rindió, sabiendo que no había nada en este mundo que pudiera hacerlo retroceder, era demasiado testarudo cuando se proponía hacer algo, actitud que había aprendido de su abuelo.
—Te falta mucho aún abue —respondió Ezear entre risas—, es casi imposible escapar a mi autoridad.
Ella lo miró con dulzura y temor en su corazón, temor del rechazo y el castigo social que podría llegar a recibir al mostrar su autoridad.
—Bueno, que los Enkelis te acompañen y te bendigan.
Ezear salió de la casa trotando, eran muchos kilómetros hasta el palacio real, tendría que ir a pie o pagarle a alguien para que lo llevara, ya que los caballos de la casa se los habían llevado sus padres y hermano.
Llegó hasta el centro del pueblo, y mientras buscaba a alguien que fuera en dirección al palacio, vio a lo lejos un tumulto de personas, y justo en el centro de ellas, encima de una carreta, un reclutador. Eran personas encargadas de buscar adolescentes con autoridades que tuvieran vínculos por debajo del quinto rango, para que sirvieran por medio año a los Duques que gobernaban las distintas tierras del reino.
—Bien —susurró Ezear con malicia—, una oportunidad de ir gratis.
Se asomó al tumulto de muchachos que había alrededor del reclutador, para poder escuchar lo que este decía.
—Como ya saben —gritó el reclutador—, el gran Duque Levion, que vive a dos millas del palacio del Rey, está reclutando muchachos para que trabajen para él durante seis meses.
—¿Cuál es el pago? —preguntó alguien entre la multitud.
—Veinticinco monedas de cobre por mes —respondió con orgullo el reclutador.
Hubo un murmullo de emoción entre muchos de la multitud. Para las personas de estratos sociales bajos, ese era un pago tentador. Ezear sospechaba que no era más que un plan del reclutador y algún Duque para contratar pobres y manipularlos a placer, como si fueran esclavos. Solo querían aprovecharse de ellos.
—¡Yo quiero! —gritó alguien.
—¡Yo también!
La multitud empezó a agolparse contra la carreta del reclutador, esperanzados de ser elegidos y ganarse un poco de dinero.
—Me gustaría poder llevarlos a todos —dijo alzando su voz—, pero solo puedo llevar a uno por cada autoridad y obviamente solo los más fuertes.
Ezear se quedó a un lado, mirando cómo se formaban tan solo diez grupos de autoridades. El grupo más grande lo tenía la autoridad sobre las plantas, y el grupo más pequeño lo tenía la autoridad sobre el rayo, con solo dos personas.
"Eso explica por qué somos un pueblo de agricultores..." pensó Ezear, quien se apresuró a movilizarse a ese último grupo. Su autoridad no era sobre el rayo, pero sospechaba el vínculo de esos dos era tan bajo que inclusive él podría engañar al reclutador con algunos pequeños trucos, porque toda autoridad con un vínculo menor al quinto rango de compatibilidad era considerado débil e insignificante, solo se podían hacer pequeñas cosas. Subir de rango era difícil, en un siglo, nadie había subido más allá del noveno rango.
El reclutador hizo diferentes pruebas para cada autoridad, y fue eligiendo al que tenía mejor vínculo. Al principio Ezear dudaba de que diera resultado su plan, pero ya era demasiado tarde como para echarse para atrás.
—Bueno —dijo el reclutador, frotando sus manos—, ahora siguen ustedes los de autoridad sobre el rayo, denme la mano y electrocútenme, primero tú —dijo señalando al muchacho de quince años—. Luego tú, y después el de vestimenta negra.
Ezear sintió un alivio en su corazón cuando supo que solo debía electrocutarlo dándole la mano, eso le sería mucho más fácil que cualquier otra cosa. El reclutador le dio la mano al muchacho de quince años y este hizo su mejor intento para electrocutarlo, se vio como su rostro se sonrojaba del esfuerzo.
—Bien, lo sentí pasar —No se escuchaba para nada satisfecho.
El reclutador perdía sus esperanzas. Encontrar a alguien con autoridad sobre el rayo era algo difícil, y este era el último pueblo que podía reclutar su Duque, y aún no había encontrado ninguno talentoso en dos años.
—Ahora tú —dijo con un suspiro, dando su mano al siguiente joven, que debía tener unos diecisiete años.
El reclutador sintió como su brazo se adormecía y entumecía.
—Bien, no está nada mal —susurró contento—, un vínculo que ronda el cuarto rango, bien bien. —Ahora tu.
Le ofreció su mano a Ezear, quien se la agarró con firmeza.
—Cuando quieras —susurró el reclutador.
Ezear controló su autoridad con la máxima precisión posible mientras fingía muecas de esfuerzo; no dejó que ningún rastro de su autoridad saliera a la vista y lo inyectó como un hilo sumamente fino por dentro del brazo del reclutador, quien no sospechó del dolor. Cuando el hilo estaba por el hombro, lo abrió como si de espinas largas se trataran. El hombre chilló al instante, alejando su mano de Ezear. Su antebrazo palpitaba del dolor, estaba sorprendido porque no esperaba encontrar algo así.
—¡Perdón! —exclamó Ezear, fingiendo arrepentimiento.
El reclutador observaba de arriba a abajo al joven muchacho, analizando su vínculo, sospechaba que rondaba el quinto rango, y lo que sospechaba aún más al ver el rostro del joven, era que tal vez él no sabía el nivel del vínculo que tenía.
—Dime muchacho, ¿cómo te llamas... y qué edad tienes?
—Me llamo Ezear, tengo dieciocho años.
—Dime, sabes qué grado de compatibilidad tienes con tu autoridad.
—No —respondió con una sonrisa tímida.
Obviamente sabía que grado de compatibilidad tenía, pero intuía las malas intenciones del reclutador, así que quiso dejarlo pensar que tenía la oportunidad de aprovecharse de un joven.
—Estas a nada de que tu vínculo llegue al quinto rango, si vienes conmigo, te prometo ayudarte a subir más.
—¿En serio? —preguntó con fingida emoción—, sería todo un honor ir con usted.
—Excelente.
El reclutador se volteó satisfecho consigo mismo, se subió a la carreta y se dio la vuelta, mirando a la multitud. Ezear era casi de los mayores del grupo, el que seguía de él tenía unos veinte años.
—Los diez escogidos, suban a la carreta que nos vamos, firmaran los contratos con el Duque Levion, si no aceptan el contrato, enviaremos una carreta de vuelta para que los traiga.
Horas después iban llegando a la mansión del Duque Levion, estaban cruzando sus grandes jardines llenos de árboles frutales y flores coloridas que liberaban dulces olores. A lo lejos se podía ver el gran palacio de Hetraea, tan alto como la pirámide del templo a los Enkelis, que estaba al lado del palacio real.
"Con mi velocidad puedo llegar en poco tiempo..." pensó Ezear.
—¡Miren! —dijo uno de los muchachos—. Ahí viene el duque a recibirnos.
El Duque venía en un corcel de tonos bronces, vestido con sus ropas más elegantes, acompañado de dos guardias armados con espada y escudo. Todo apuntaba a que iba hacia el palacio. Pasó al lado de la carreta, echando una ojeada a los muchachos que yacían dentro, dirigió su atención al reclutador y ambos asintieron, volvió a dirigir su mirada a los jóvenes que yacían en la carreta.
—Si deciden trabajar para mí y seguirme —dijo el Duque—, les daré el salario prometido y el último mes se los pagaré al doble —Una falsa sonrisa altruista se pintaba en su rostro—. ¿Aceptan?
—¡Sí! —gritaron todos al unisonó, menos Ezear.
El Duque se dio cuenta del silencio y la tranquila mirada del joven muchacho, sentía una extraña aura emanando de él, y una confianza desmedida para alguien de su aparente clase social.
—¿Aceptas muchacho? —le preguntó el Duque.
No era necesaria su autoridad para intuir lo que planeaba el Duque, lo más seguro solo quería aprovecharse de ellos, engañarlos, porque así eran casi todos los duques. Por un momento dudó si debía o no advertirles a los demás, miró a los muchachos y a las únicas dos jovencitas que iban en el grupo, vio sus rostros llenos de emoción al saber que ganarían su propio dinero, y entendió que sería una pérdida de tiempo advertirles, ya que no le harían caso.
—Acepta.
—Acéptalo.
—Es una gran oportunidad.
Le decían los demás jovenes.
—No gracias —respondió Ezear, bajándose de la carreta de un salto y caminando hacia el palacio.
—¿Te atreves a darme la espalda? —preguntó el Duque, molesto.
—Mis disculpas por darte la espalda —respondió Ezear, sabiendo que tener a un Duque como enemigo era tan mortal como una catástrofe natural—. Pero he decidido que no quiero aceptar el trato.
—Lamento decirte esto —dijo el Duque—, pero perdiste la oportunidad de que mandara una carreta de regreso contigo, ahora tendrás que ir a pie, para que aprendas a no rechazar a los que solo quieren ayudarte —Estaba ocultando su enojo por la actitud del muchacho.
—Acepto su castigo, me despido —respondió Ezear, caminando hacia el palacio.
—Espera, esa es la dirección equivocada —Le advirtió el reclutador.
Ezear se dio la vuelta un instante, mirando al reclutador. Vio la sonrisa llena de maldad del Duque, y la mirada de los demás jóvenes.
—Quiero aprovechar el viaje para ir a visitar el palacio y el templo encima de la pirámide, antes de irme de vuelta a mi casa.
—¡Alguien de tu clase social no puede pisar el templo a los Enkelis, menos el palacio real! —regañó el Duque Levion, sonriendo con maldad—. Yo no planeo dejar que pase, y cuando sea el Rey, será mandato real.
Ezear lo miró de arriba abajo, odiaba a los que pisoteaban a los demás solo por su clase social... así que dejó de fingir, quitando la sonrisa de su rostro.
—Desde un principio iba hacia el palacio —respondió—, solo que ustedes venían hacia acá, así que decidí aprovecharme de ustedes para ahorrarme tiempo.
Los presentes abrieron sus ojos de par en par, impactados por el terrible descaro del muchacho.
—¿¡Cómo te atreves!? —chilló el Duque enojado, bajándose de su corcel y empuñando su espada de doble mano—. ¡Saca tu espada! Te daré una lección para recuperar mi honor que has mancillado.
—No mientas Duque Levion, eso es malo, tu solo quieres desquitarte conmigo, estás acostumbrado a usar a los demás, pero cuando te usan a ti, ahí sí que te molestas y reclamas justicia.
—¡Saca tu espada! —chilló el Duque.
—Vaya —susurró—, al parecer no podré evitar la confrontación —Ezear desenvainó su espada de una mano y apuntó con ella al Duque.
—Tranquilo, no te mataré, solo te daré una lección —dijo el Duque con malicia.
Ezear sabía sus malas intenciones ocultas, seguro planeaba hacerle daño, dejarlo sufrir y luego pedirle a un sanador que lo curara. Podía sentir que era un hombre bastante traicionero, algo usual de los nobles.
—Discúlpeme por la intromisión señor —interrumpió el reclutador al Duque—, pero tiene el tiempo limitado, mire, ya es más de medio día.
—Sí —dijo Ezear, aprovechando la interrupción—, yo también tengo el tiempo limitado, así que hasta la próxima —Envainó su espada de una mano y corrió alejándose del lugar.
Todos quedaron sorprendidos al ver otro acto de descaro del muchacho, cómo era posible que alguien pudiera ser así desde tan joven. El Duque estaba más enojado, pero antes de poder subirse al caballo para poder pasarle por encima al muchacho, Ezear lanzó una piedra al corcel, dándole en la cabeza, causando que saliera corriendo despavorido, enfureciendo aún más al Duque.
Ezear comenzó a correr de nuevo en ese momento, impulsando su cuerpo con su autoridad, alcanzando una gran velocidad. Incluso el Duque se sorprendió cuando vio lo rápido que se alejaba de él.
—¡Mi caballo! —gritó el Duque—. ¡Tráiganlo para ir tras él!
—Señor —dijo uno de los guardias—, el vínculo de ese niño...
—Ya lo sé —exclamó—, ¡Su vínculo es alto!
Ezear miró hacia atrás, para ver con cuanta ventaja se había hecho.
—Creo que los dejé un poco sorprendidos, abuelo —susurró entre risas, palpando su espada corta.
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