Capítulo 16.5: Fera III

Los días pasaron y el ejército de Entreont partió hacia las murallas gemelas. Cien mil soldados se movilizaban con una sola misión, exterminar a los traidores que querían cruzar a sus tierras. Los sacerdotes habían bendecido al ejército, hablando en nombre de los Enkelis; ellos estaban de su lado, guiaban sus pasos, bendecían sus vidas. Todo saldría bien, y aunque murieran, sus almas irían directo con los Enkelis.

El paso fue lento. Fera y Gilia intimaban cada vez más, siendo conscientes de las miradas que atraían tanto de hombres como mujeres. Fera siempre se mantenía alejada de todos, le molestaba la muchedumbre, y eso era algo que mantenía feliz a Gilia.

A lo lejos, cruzando bosques y ríos, los leones melenas rojas mantenían la distancia. No querían tener contacto con los humanos, pero vigilaban a Fera desde lejos. Habían decidido cuidar a su cachorra, cuidar los bosques y montañas, vigilando que ningún enemigo cruzara vivo a las tierras de Orien. Evitarían el conflicto en lo máximo posible, pero saltarían a salvar a Fera en el momento que fuera necesario.

Odia 1 de Hoslok.

Al cambio de mes, el ejército no avanzó. Debían celebrarle a Hoslok, el Enkeli del tiempo y la suerte. Ese mismo día hicieron una hoguera enorme donde sacrificaron enormes bisontes y alces que cazaron pocas horas antes. Hicieron juegos y competencias físicas, donde Fera se impuso sobre todos, sin conocer la derrota; ganó duelos, carreras, alzadas de peso y lanzamientos de pesadas rocas. El nombre de Fera pasó por la boca de los cien mil soldados. La chica con la fuerza de mil hombres. Cientos de pretendientes se declararon ante Fera, hombres, mujeres, adultos y jóvenes; la ira de Gilia, producto de sus celos, crecía lentamente en su pecho.

Las semanas pasaron lentas. Las montañas y riscos se volvían rutina en el horizonte. Puntas cubiertas de escarchas. Animales vigilantes. La tierra retumbando ligeramente con los pasos de los cientos de miles de hombres. El viento frío y seco.

Los celos de Gilia crecían día tras día ante la explosiva popularidad de Fera. Se había formado toda una facción fanática de Fera, más de trescientos soldados conformados en su mayoría por mujeres y jóvenes, todos siguiendo a Fera por detrás, alabándola, regalándole frutas y carnes. Incluso el general del ejército se había acercado a Fera con dobles intenciones, un hombre que rondaba los cuarenta años y que aún se mantenía atractivo. Pero Fera seguía sintiéndose incómoda, alejándose de la muchedumbre cada que podía; prefería la soledad, soledad que había perdido con Gilia, que no se despegaba de ella nunca.

Ingresaron a la península Mayor. A su derecha, los riscos se alzaban por encima de ellos, tan altos que desaparecían entre las nubes; y a su izquierda, lejos en el horizonte, el mar se asomaba. Solo quedaba caminar recto por el suelo rocoso, adentrándose en tierras inhóspitas. Sonidos extraños se producían por el choque del viento de mar con los riscos de montaña, interrumpidos por los bramidos de las cabras de montañas.

Con cada paso que daban, con cada día que avanzaban, sus nervios crecían y la tolerancia emocional bajaba. Los malos augurios crecían ante el terror creciente a los traidores. Los murmullos carcomían los corazones valientes; la noche de los traidores se acercaba, un suceso que se daba cada diez años... un suceso aislado que se unía a la invasión de los demonios Marcados. Todo parecía estar unido. Cada noche era más oscura que la anterior. Y pocos eran los que mantenían paz en sus corazones.

Por otro lado, kilómetros atrás, los leones melenas rojas vigilaban a la distancia. Habían decidido no entrar a la península Mayor, ya que el paso era ancho, y no podían mantenerse alejados de los humanos. Darían días de diferencia antes de seguirlos.

Cuadia 15 de Hoslok.

La gran muralla gemela del interior se hizo visible en el horizonte. Habían avanzado tanto hacia el oeste, que podían jurar sentir el hedor de la muerte. Aun así, sus corazones estaban tranquilos, porque gracias a los Enkelis habían llegado a tiempo. La siguiente noche, sería la de los traidores, pero para eso ya estarían en los castillos de la muralla, cubiertos de la noche, resguardados con puertas cerradas y ventanas trancadas.

Llegaron a las murallas al atardecer. El ambiente estaba tenso, olía a humo, sudor y excrementos, mezclado de forma extraña con el cítrico olor de las hojas del limón. Estaban quemando ramas y hojas de árboles de limón, para alejar los malos olores y a los incesantes mosquitos.

La muralla se alzaba imponente con sus casi veinte metros de alto. A la derecha, se internaba dentro de los riscos, y a su izquierda, se extendía hasta el horizonte, donde se perdía de la vista en el mar.

Los soldados que estaban fuera los miraban con ojos cansados, parecían derrotados moralmente, debilitados de corazón. De una de las cuatro enormes puertas salió un hombre de armadura marrón, renqueando hasta topar con el ejército de Entreont.

—Soy el nuevo General de este debilitado, pero orgulloso ejército protector de los tres reinos de Orien —comentó el hombre—, mi nombre es Reon.

Sus ojeras eran profundas, y su rostro se veía demacrado. Igual que el rostro de todos los demás. Habían sido tiempos difíciles para ellos, se les notaba al verlos.

—¿Qué pasó con el General Alvain? —preguntó el General del ejército de Entreont.

La mirada de Reon pareció oscurecerse por un instante. Suspiró con pesar, y dirigió su mirada hacia el piso, guardando silencio.

—Ya veo... no lo logró —agregó el General—. Mi nombre es Ando, general del ejército que ves aquí atrás, tenemos poderosos guerreros y guerreras —dijo mirando a Fera de reojo—. Pueden descansar mientras defendemos nosotros.

—¿Y la reina?

—Está esperando la respuesta de Quistador y Hetraea, luego vendrá con ellos... aunque esperemos no llegar a necesitarlos.

—Créeme —susurró el general Reón—, los necesitaremos.

—Como dije, tenemos guerreros y guerreras muy fuertes.

—No es por desconfiar de tus fuerzas, es más, no desconfió de ustedes... pero ya verán —Miró el cielo, oscureciendo en la lejanía. Se dio la vuelta y caminó hacia la muralla—. Entremos, que no quiero estar fuera para cuando oscurezca.

—¿Le temen a la noche? —preguntó Ando, siguiendo a Reón y señalándole a su ejército que avanzara.

—No, pero es de mala suerte estar afuera en la oscuridad un día antes de la noche de los traidores.

El ejército de Entreont se acomodó en la muralla. Era espaciosa por dentro, con más de seis metros de grosor y con castillos salientes que servían de habitaciones. Tenía cuatro pisos. Y la parte superior de la muralla estaba repleta de armas de larga distancia.

La noche pasó fría, con todos escondidos dentro de las murallas. Fera estaba en la parte superior, mirando al inhóspito horizonte repleto de cadáveres y huesos. Podía olerlo, muerte, sangre, sudor, lágrimas, y otro centenar de olores nuevos de bestias que no conocía. Por su sangre corría emoción, anhelando la caza.

La noche era oscura como pocas había visto Fera en su vida, pero aun así su vista era perfecta. A lo lejos, vio la muralla exterior destrozada por completo, y entre los escombros, un hombre cabalgando una especie de gran canino blanco, parecía un lobo, pero era más alto y esbelto; una rebanada de Ípanel alumbraba ligeramente desde detrás de él, dándole tonos rojizos y llenándole de un aura misteriosa. Este pareció mirar hacia Fera.

—¡No deberías estar sola aquí arriba! —susurró Gilia, llegando al lado de Fera.

La sonrisa psicópata de Fera desapareció al instante. Había guardado la pequeña esperanza de que por fin podría estar a solas un par de horas, pero de nuevo, Gilia aparecía de la nada.

—No necesitar que me cuiden.

—Se dice: no necesito que me cuiden —corrigió Gilia, pasando sus manos por el cuerpo de     Fera—. Además, solo me preocupo por ti, no quiero que te pase nada malo, y qué recibo a cambio... que me contestes de manera hostil.

Una extraña sensación se posó en el pecho de Fera, era culpa. Siempre se sentía culpable al lado de Gilia, como si siempre fuera la mala. Tal vez era por el hecho de no haber crecido en la sociedad humana, ya que la sociedad de los leones melena roja era más simple.

—Perdón —susurró Fera.

—No importa, no estoy molesta —respondió Gilia—. ¿Me vas a contar qué mirabas con tanta atención? Que hasta sonreíste de forma maliciosa.

—Haber un hombre allá lejos, montado en lobo blanco, tiene lanza... parecer fuerte, quería pelear con él.

—Vas mejorando con tu léxico —susurró Gilia, paseando sus manos con más atrevimiento. Hizo silencio un instante antes de continuar—. No dejaré que vayas por ahí peleando sola, no te separaras del ejército.

Fera se alejó de Gilia, y su mirada se llenó de sombras. El viento corrió con fuerza, trayendo consigo hojas y humo. El silencio las rodeó a ambas. Una fina pared comenzaba a crecer entre ellas.

—Solo me preocupo por ti —agregó Gilia, endulzando su voz.

—Soy muy fuerte, ningún hombre en este ejército superarme.

—¡Esos de allá fuera no son hombres! —regañó Gilia, apuntando a la tierra de los traidores—. ¡Son demonios acompañados de aterradoras bestias que nunca en la vida hemos visto! ¡No andarás sola! —ordenó.

—Nadie darme órdenes.

El rostro de Gilia se ensombreció. Aún con los ojos vendados, era fácil notar su mirada de ira.

—Entonces no vuelvas a hablarme nunca más en tu vida —gruñó Gilia, enojada por no poder controlar a Fera.

Gilia se dio la vuelta y se marchó, decidida a aplicarle la ley del hielo hasta que Fera se arrepintiera y volviera arrastrándose a sus pies. Al mismo tiempo, la culpa en Fera aumentaba, ya que no le gustaba pelearse con Gilia, pero tristemente, era la única manera de tener momentos a solas.

Volvió a mirar hacia el horizonte, aquel hombre había desaparecido de la vista. Decidió dormir ahí arriba esa noche. El aire frío la hacía sentirse cómoda, recordando las noches que pasaba con los leones, solo que con ellos dormía acurrucada. Se reacomodó el poncho que le había regalado su abuela, escondiendo los brazos dentro.

Quidia 16 de Hoslok.

Fera abrió sus ojos de golpe, learis asomaba en el horizonte con brillantes tonos azulados y violetas. Agudizó su oído y escuchó como los soldados comenzaban a subir a la parte superior de la muralla. Se puso de pie y se estiró, tronando todas las mentiras de su cuerpo.

Los que subían eran soldados del ejército de Entreont, y al verla, inclinaron sus cuerpos en señal de respeto. Ellos se habían encargado de pasar los rumores sobre la fuerza de Fera a todos los soldados defensores de la muralla; ahora todos la conocían.

—Fera, el general te busca —comentó uno de los soldados.

Fera asintió y caminó hacia las escaleras.

El general estaba al frente de la muralla, acompañado por diez mil soldados. Todos preparados para inspeccionar los trescientos metros que separaban la destruida muralla exterior de la muralla interior. No había ni un solo árbol entre ambas murallas, pero querían revisar los cuerpos inertes de los marcados, recuperar los cuerpos de sus hombres, y de paso tratar de reforzar la muralla exterior montando trampas y fuertes.

—¡Fera! —llamó el general Ando, viéndola salir de la muralla—. ¡Ven!

Fera se acercó, con todos dándole paso a la guerrera más fuerte de Entreont. Los murmullos de admiración no se hicieron esperar. El general le pasó un brazo por encima del hombro, y señaló al páramo lleno de cuerpos de humanos y bestias.

—¡Creí que te gustaría ver los cuerpos de las bestias a las que nos enfrentaremos tarde o temprano! —continuó el general Ando.

Los ojos de Fera parecieron iluminarse de alegría. Las bestias a las que cazaría tarde o temprano... quería verlas.

—¡Sí gustar la idea!

—¡Adelante! —ordenó el general.

El campo de batalla estaba repleto de bestias que nunca había visto en su vida. Extraños felinos blancos con manchas negras y puntiagudos cuernos saliendo debajo de sus orejas. Enormes alces con seis astas terroríficamente afiladas. Un acorazado insecto gigante que no parecía tener ojos. Una especie de lagarto con patas largas y otros que no alcanzaba a comparar con nada. Se preguntaba qué tan fuertes serían. Aun así, había algo que le extrañaba... no había demonios, solo bestias y humanos.

—¿Y demonios marcados?

El general Ando la observó con curiosidad, y luego sonrió. Estaba claro que estaría confundida.

—Puedes reconocerlos por esto —susurró Ando, acercándose al cuerpo de un humano muerto y abriéndole los parpados de ambos ojos—. Todos los marcados tienen el iris del ojo izquierdo de color negro, y el otro siempre es de distinto color... la marca de la traición, aparte de eso, no pueden usar autoridades, pero por lo demás, no son tan distintos de nosotros, aparte de sus vestimentas y los ojos de distinto color.

Fera abrió sus ojos de par en par. ¿Cómo era posible que humanos que no podían usar autoridades vencieran a los soldados defensores de Orien? Las bestias tampoco se veían tan poderosas.

—¿Cómo perdieron?

Ando miró al horizonte, a la muralla destruida, y más allá de ella.

—Según lo que me contó el general Reon —susurró Ando—, llegaron sin aviso, con monstruos gigantescos... estos fueron los únicos que pudieron matar, los demás arrasaron y se marcharon sin recibir daño. Aparte de eso, me contó algo más, que no sé si sea verdad —Hizo silencio unos instantes antes de continuar—, tal parece que los marcados pueden usar una especie de magia extraña, algo de runas talladas en sus antebrazos izquierdos que se deshacen al morir, y que aparte de eso, tienen habilidades físicas sobre humanas, son mucho más rápidos, más resistentes, ágiles y fuertes que un hombre normal. Dice que, si no fuera por nuestras autoridades, estaríamos en completa desventaja.

Una sonrisa maliciosa apareció en el rostro de Fera. Ando la observó en silencio, y luego sonrió con dulzura.

—¿Emocionada? —preguntó Ando.

—Sí, los venceré a todos.

—Hay algo más que quiero contarte, un rumor que oí por ahí.

—¿Qué?

—Dicen que es el destino, que los Enkelis te trajeron para contrarrestar el mayor de los enemigos que hay más allá de esa muralla destrozada —Hizo silencio, meditando sus siguientes palabras—, dicen que recientemente apareció una mujer marcada, con la fuerza de mil hombres, acompañada de una bestia aterradora que parece un hombre lobo. Dicen que ella sola venció a cien soldados al mismo tiempo sin recibir daño alguno, no los mata, solo los vence dejándolos heridos de gravedad y paralizados del cuerpo... esos hombres paralizados siguen vivos, están ahí en los subterráneos de la muralla, ellos mismos me contaron la historia. No quiero creerles, pero mis cuarenta años de vida me han enseñado que muchas cosas que parecen imposibles, terminan siendo verdad. Ten cuidado si te encuentras con ella, no pelees sola... pero si ves que puedes vencerla, tráenos su cabeza, y si no, huye lo más rápido que puedas.

El corazón de Fera palpitaba a máxima velocidad. Ella nunca huía, nunca retrocedía. Enfrentaría a la muerte de frente sin temor a nada, y saldría victoriosa.


La tarde llegó, y todos los soldados se encerraron en la muralla, aseguraron puertas, bloquearon ventanas, oraron a sus Enkelis y echaron suertes. Nadie quería estar afuera, la noche de los traidores se posaba sobre ellos, igual que el temor aterrador. Nadie dormiría, no podían, el miedo no los dejaba.

Learis desapareció en el horizonte, y Orien entero pareció guardar silencio en la noche de los traidores. Ambas lumbreras nocturnas se habían ocultado, recordándole a los hombres su antigua traición. Los leones melenas rojas se dispersaban y huían despavoridos ante la aparición de un ser imponente. Los niños lloraban en los brazos de sus padres. La noche era fría y aterradora, portadora de malos augurios.

Solo dos personas en todo Orien se atrevían a estar al aire libre sin resguardo de ningún tipo. La mala suerte caía sobre ellos sin que lo notaran. La muerte abría sus brazos, ansiosa por devorar.

Fera marcaba su destino mientras yacía en la cima de la muralla, observando como extrañas luces de fuego chocaban contra un extraño vacío en el cielo. Sus instintos, agudos como ninguno, no lograban advertirle sobre su futuro.



<Dato curioso: Existieron veinte Enkelis, pero no todos dieron sus dones a los humanos. Solo doce de ellos, los más débiles, prestaron su poder a la humanidad.>

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top