Capítulo 13. Ezear Ascuasverdes II

Odia 34 de Zefrok.

Ezear abrió sus ojos de golpe. Su abuela lo miraba desde la puerta en completo silencio, estática. Parecía preocupada. Recordó lo que había pasado en la noche, y se levantó de golpe. No se había ni cambiado la ropa por culpa del agotamiento.

—¿Qué pasó?

La abuela lo siguió mirando en silencio, poniendo a Ezear nervioso.

—El rey está afuera... —susurró la abuela—. ¿Ahora qué hiciste Ezear?

—¿Eosh está afuera? —preguntó mientras se asomaba por la ventana.

—¿Qué le hiciste al rey?

—Nada abuela, no le hice nada —respondió mientras salía de la habitación y saltaba al primer piso.

Se lavó la cara con agua y salió de la casa. El rey Eosh observaba el pueblo con detenimiento, rodeado de niños y jóvenes que llegaban a saludarlo.

—¡Ezear! —saludó Eosh, con una inclinación de cabeza y una sonrisa— ¿Tienes planes para hoy? Bueno, eso no importa en realidad, necesito de tu ayuda, así que cancela lo que sea que tengas que hacer y vente conmigo.

El rey se despidió de los jóvenes y niños con un saludo amable. Y se subió a la carroza real, haciéndole señas a Ezear para que lo siguiera. Las personas del pueblo miraban intrigadas al muchacho de vestimentas oscuras.

—Deberías traer tu espada —susurró el rey a Ezear antes de que este subiera a la carroza—. Y cambiarte ese pantalón que está quemado... en el camino me contarás que pasó —Fue más una orden amable que una petición.

Ezear corrió dentro de la casa, recogió su espada, se cambió de ropa y salió, no sin antes haberse despedido de su abuela, que estaba anonadada con lo que veían sus ojos. El rey tratando de forma amable a su nieto. Era un chisme que le contaría a la familia cuando volvieran de las murallas.

La carroza era todo un lujo que Ezear no había visto en su vida. Había espejos dentro, algo que solo los duques podían tener. Ezear se sintió incómodo por la intensidad en la mirada del rey, que parecía ver a través de él.

—¿Por qué tenías el pantalón quemado? —preguntó el rey Eosh—. Y la ropa tan sucia, aparte tienes ojeras pronunciadas, no dormiste bien. ¿Qué pasó?

El rey estaba preocupado. Conocía oscuros secretos sobre su reino, y sabía que había organizaciones que podían no estar de acuerdo con él, y darle problemas a Ezear.

—Ayer fui atacado por un grupo extraño de enmascarados.

El rey le dedicó una mirada silenciosa, esperando para que Ezear siguiera contando lo sucedido.

—En realidad me querían matar —continuó Ezear—, o purificar de este mundo, así lo llamaron ellos. Eran seis, usaron sus autoridades contra mí y lograron quemarme la pierna. Me acorralaron —mintió Ezear—, hasta el punto de que no tuve otra opción más que matarlos para poder sobrevivir.

Ezear no tenía la confianza suficiente para contarle a nadie la tortura que les había proporcionado a esos enmascarados, más tomando en cuenta que los asesinaba apenas se negaban un par de veces a hablar.

El rey se tapó la cara al instante, el asesinato se castigaba con muerte, aunque Ezear solo lo había hecho para defenderse. No sabía cómo debía proceder, pero no dudaba en querer ayudar al joven.

—Traían esto con ellos —susurró Ezear, sacando la daga y la máscara de uno de los bolsillos laterales del pantalón.

La mirada de Eosh se ensombreció al ver los objetos. No estaba completamente al tanto de las runas, pero sabía que la máscara pertenecía a una secta religiosa antigua, fundada en los mismos años que la unificación de los tres reinos. Nunca había logrado dar con ellos, por más que trató de buscar alguna pista, ellos se mantuvieron fuera de la luz.

—¿Dónde están sus cuerpos?

—Tenían runas en sus ropas y se incendiaron poco después de morir —mintió Ezear, recordando como los había dado de comer a los linces de sombras.

Eosh lo dudó por un instante, pero luego recordó la runa de sangre implantada en su cuerpo. Las runas eran ordenes específicas que se activaban en momentos específicos. No estaba al tanto de todas las capacidades de estas, pero no dudaba de que pudieran quemar un cuerpo en el momento de su muerte.

—Por ahora dejaremos el tema de lado —recomendó Eosh—, pero tendré a mis espías personales vigilando estas zonas. Además, daré la orden de que guardias disfrazados de civiles vigilen tu casa y el pueblo en general... —Dudaba de lo siguiente que iba a decir, pero no había otra opción—. Tienes derecho legal a defenderte a como dé lugar, te daré un sello cuando lleguemos al castillo que te librará de culpa legal... úsala con sabiduría.

Ezear detuvo la sonrisa antes de que asomara a su rostro, había obtenido un camino libre de culpa ante cualquier imprevisto.

—Lo usaré solo en caso de extrema necesidad —mintió Ezear, inclinando su cabeza.

—Dejando ese tema turbio de lado —susurró Eosh—, te tengo una misión muy importante.

—Claro, estoy para lo que me necesites.

Eosh sonrió con complacencia.

—Una misión de rescate.

Ezear quedó sorprendido. Todas las misiones de rescate incluían bestias sumamente peligrosas, temas políticos bastante delicados o zonas tan remotas que eran totalmente inexploradas. Al parecer el rey confiaba bastante en sus capacidades.

—¿A quién debo rescatar?

—Al hijo mayor del rey de Quistador.

Ezear entrecerró sus ojos, desconfiado de la misión. Quistador era un reino problemático, siempre buscando temas para pelear, ya que sabía que tenía más poder militar y económico que Hetraea y Entreont. La paz actual era tan delgada como la seda, y Ezear sospechaba de las intenciones de esa misión.

—Perdón por mi pregunta... —susurró Ezear, inclinando su cuerpo, fingiendo temor a una represalia—, pero por qué no lo rescatan ellos mismos.

—Está en un lugar de muy difícil acceso, es más, diría que es imposible.

—¿Y por qué me lo pides a mí?

—Ya lo verás —susurró Eosh.

El trayecto hasta el palacio fue largo, pero Eosh hizo la espera más amena, contándole secretos graciosos sobre algunas familias y duques importantes, antiguos desacuerdos y extraños arreglos a los que habían llegado. Ezear no lo sospechaba, pero todo eso que le contaba el rey era para prepararlo para el trono.

Llegaron hasta el palacio y caminaron por los pasillos decorados con alto lujo. Eosh se detuvo un instante y miró a Ezear.

—Ten cuidado con este hombre al que vamos a ver, es un rey poderoso, incluso esa palabra se queda corta.

Después de esas palabras que dejaron incómodo a Ezear, el rey siguió caminando hasta llegar a una puerta decorada con oro y piedras preciosas. Al colocarse frente, Ezear sintió una presión aterradora sobre sus hombros, su instinto le advertía sobre el peligro.

—Eosh —dijo una poderosa voz detrás de la puerta—, tardaste mucho en volver, ¿o es que ya te afecta la edad? —preguntó entre risas.

Se escuchó cómo ese hombre se levantó de una silla y caminó hacia la puerta. Mientras más se acercaba, más presión sentía Ezear sobre sus hombros, como si estuviera siendo aplastado. Ezear se preguntaba por qué ese rey no salvaba el mismo a su hijo, si tenía un aura tan poderosa como para oprimirlo.

—Suelta la espada —susurró Eosh en un tono inaudible para cualquier otro que no fuera el muchacho. —Ni yo podría salvarte de él.

Ezear no había notado el momento en el que había agarrado su espada, su cuerpo se había movido por instinto. Se llenó de terror al darse cuenta de la diferencia abismal de poder, ya que el rey había aceptado que no tenía la fuerza para vencerlo. Soltó su espada y se dedicó a maldecir en su mente.

La puerta se abrió, y del otro lado asomó un hombre imponente que emitía una aterradora aura asesina. Tenía los brazos peludos y musculosos como gruesos troncos de árbol, una larga barba blanca que llegaba hasta su pecho, con el cabello corto y canoso. El hombre observaba al rey Eosh con una sonrisa pícara en su rostro, hasta que desvió su mirada a Ezear; lo observó con intriga, ya que le parecía un simple niño.

—Debes ser Ezear, el joven con autoridad sobre la oscuridad —comentó el hombre con una sonrisa perfectamente fingida— Soy Meish, el actual rey de Quistador.

Ezear quedó paralizado y tenso, su cuerpo había estado a punto de saltar hacia atrás de forma instintiva, pero había logrado detener el movimiento en el último instante. La sonrisa de ese hombre ocultaba una sed de sangre aterradora, no sabía si agradecer o maldecir la capacidad que tenía su autoridad para sentir las intenciones ocultas de los demás.

—Un placer conocerlo su majestad —respondió Ezear, arrodillándose sobre una de sus rodillas con un movimiento fluido.

El rey Eosh sonrió por dentro, sabía que Ezear podría comportarse aun sintiendo las intenciones ocultas del rey de Quistador, por eso había puesto sus esperanzas en él, no había nadie más apto para el trono que alguien que podía ver las intenciones ocultas de todos los que lo rodeaban. El rey Meish, por otro lado, lo miraba con curiosidad hostil, habría jurado que ese muchacho había estado a punto de levantar su espada contra él... ¿o habría sido su imaginación? Tal vez estaba siendo demasiado opresor contra un joven que aún no había hecho el ritual a la adultez.

—Un placer conocer al joven que rescatará a mi hijo —respondió Meish, con la misma sonrisa fingida.

Ezear estaba sudando frío, la presión era enorme, tanta sed de sangre oculta en un comentario no era algo fácil de tragar e ignorar, y mucho menos en una posición tan vulnerable como lo era el estar arrodillado.

—Haré mi mayor esfuerzo —susurró Ezear, inclinando más su cabeza.

Meish comenzaba a molestarse, nunca había visto a ese muchacho, nunca en la vida y, aun así, el cuerpo del joven estaba en completa guardia, parecía tener sus sentidos al máximo. Aceptaba que su presencia era imponente, pero nadie seguía temiéndole tanto después de recibir su amable sonrisa, a menos que anteriormente lo hubiera visto ser cruel.

—Ya puedes levantarte —ordenó Meish, dándose la vuelta—. Entremos para contarte de donde debes rescatar a mi hijo.

Eosh siguió a Meish a la habitación, mientras Ezear se quedaba atrás, respirando con dificultad. Esa mirada y presión era muy superior a la que había sentido anoche. No podía negar que se sentía temeroso.

—Entra y toma asiento —Le ordenó Eosh a Ezear.

La amable voz del rey lo sacó de sus pensamientos y lo hizo volver a la realidad. Tomó una bocanada de aire, limpió el sudor de su frente y dejó su temor de lado, debía comportarse a la altura, incluso si debía actuar.

—Sí mi Rey.

Meish lo miró con curiosidad, el joven parecía haberse relajado. Seguro solo estaba sorprendido por la primera impresión.

—¿Has escuchado sobre el bosque de La Noche Eterna? —preguntó Eosh a Ezear en el momento que tomó asiento.

—Sí, mi abuelo me había hablado una vez sobre ese bosque.

—¿En serio? —preguntó Meish—. ¿Qué te contó?

—Que no debía entrar nunca a ese bosque —resumió Ezear—, ni acercarme.

—Pues tu abuelo era un hombre sabio —interrumpió Eosh—, es un lugar que debería estar vigilado.

Meish le dedicó una mirada hostil a Eosh, causando que este dejara de hablar.

—Mi hijo entró por culpa de un reto de hermanos, ya sabes cómo son los jóvenes de orgullosos y arrogantes, más los hijos de un rey, creen tener el mundo a sus pies.

—¿Debo entrar al bosque y sacarlo?

—Sí, solo tú puedes hacerlo, ya que como el bosque está repleto de densas penumbras, alguien con tu autoridad podría facilitársele la entrada.

—El bosque tiene una extraña maldición —agregó Eosh— mientras más entras, más se confunden los sentidos y entorpecen las autoridades, hasta el punto de perder la cordura.

El rey Meish le volvió a dedicar una mirada hostil a Eosh, y Ezear lo notó, al parecer querían ocultar información sobre el bosque. La curiosidad comenzaba a carcomerlo.

—Pero tú no tendrías ese problema —comentó Meish—, ya que tu autoridad es sobre la oscuridad, deberías poder moverte por esas penumbras con tranquilidad.

—Es cierto que puedo moverme con facilidad en la oscuridad, ya que puedo ver de noche, pero tengo una duda.

—¿Cuál sería? —preguntó Meish con la misma sonrisa falsa.

—¿Qué pasa si tu hijo está muerto?

—Por el momento no lo está, mientras esto esté intacto —Sacó un collar de piedras verdosas de debajo de su camiseta, cada piedra tenía una runa rojiza.

Eosh notó que eran runas de sangre, y lo más seguro sus hijos también tendrían de esas runas en alguna parte de sus cuerpos. Si morían, la piedra se quebraría. Buena manera para estar al tanto de la seguridad de su descendencia.

—¿Qué pasa si muere mientras trató de rescatarlo?

La mirada de Meish cambió, desapareciendo por un instante esa sonrisa falsa de su rostro, volviendo a fingirla de manera inmediata.

—Mientras no sea tu culpa, no habrá problemas de más.

El cuerpo de Ezear se erizó al instante, si no salvaba al hijo del rey, lo más seguro era que pagaría con su vida.

—Entonces vamos lo antes posible.

—Vamos —respondió Meish con una sonrisa pícara.

—Le notificaré a tus padres —comentó Eosh.

—A mi abuela —corrigió Ezear—, ya que mis padres están en las murallas.

—Padres valientes crían hijos valientes —susurró Meish.

Ezear sonrió ante el comentario, pero lo disimuló al instante.

Cabalgaron a toda prisa hasta el bosque ancestral en el corcel del rey Meish, un caballo de raza azulada, una especie fuerte y resistente de los desiertos de Quistador, adaptada al calor y las largas horas de cabalgata.

Para el atardecer, el bosque ya se veía a en el horizonte, destacando entre las cordilleras que servían como límite entre Quistador y Hetraea. Ezear no podía negar que estaba bastante sorprendido; calculaba que ni con el triple de tiempo habría logrado la hazaña de este veloz caballo azulado, que había corrido durante horas sin detenerse. Poco después llegaron hasta el bosque, y Ezear no podía creer lo que veía.

—Bienvenido al bosque ancestral, reino de las secuoyas gigantes —comentó el rey Meish con una sonrisa enorme al notar la cabeza alzada de Ezear.

Para el tamaño de esos árboles, gigantes era una palabra que describiría con poco acierto la magnitud de su altura, parecían querer competir contra las montañas cercanas. Inmensos y gruesos troncos que llevaban siglos de pie, imbatibles ante el tiempo y los desastres naturales. Ezear no podía dejar de mirar hacia arriba.

—Deberías estar atento a tu alrededor —comentó Meish—, estamos en las tierras de los gorilas escamosos y otros animales colosales... todo aquí es grande.

—¿Gorilas escamosos?

—Sí, son bastante territoriales, tal vez tengamos la mala suerte de toparnos con uno, pero esperemos que no.

Se adentraron al bosque por un sendero bastante concurrido que cruzaba de lado a lado, era la ruta principal entre los comerciantes que iban de Quistador a Hetraea, o viceversa. El bosque era inmenso en extensión, y mientras más se adentraban, más se extrañaba Ezear, no escuchaba ni aves ni animales, algo que solo podía significar una cosa... un gran depredador andaba cerca.

—Nos vigila un depredador —susurró el rey Meish—. Sostente del caballo con fuerza, o caerás desmayado.

Ezear no entendió, pero aun así se sostuvo con fuerza, cuando de repente, el rey emitió un aura tan aterradora que hizo que Ezear se paralizara al instante, las aves huyeron despavoridas y los animales se alejaron aterrados. Cuando el rey dejó de emitir su aura, Ezear se dio cuenta que no estaba respirando, que su cuerpo entero estaba paralizado hasta el punto de haber detenido hasta su parpadeo y mente. Tomó una bocanada fuerte de aire, asfixiado por el terror.

—Buena reacción —susurró el rey—, pero suelta esa espada antes de que tengamos problemas serios.

Ezear se dio cuenta que sostenía el mango de su espada con su brazo fuerte, mientras que con la derecha se aferraba a la silla de montar. No se había enterado de su reacción instintiva, una falta de respeto que el rey Meish le perdonó por pura misericordia... o tal vez por el simple hecho de que aún lo necesitaba para salvar a su hijo.

—Pido disculpas, su alteza —susurró Ezear, pensando en que siempre es mejor fingir arrepentimiento y disculparse, aunque sea de a mentiras—, no me di cuenta en qué momento sostuve la espada.

—Te perdono porque te avisé con poco tiempo, pero que no vuelva a suceder.

El rey se desvió del camino, adentrándose en el bosque. Esta vez un silencio incómodo los rodeaba, interrumpido solo por el golpe de los cascos del caballo con la tierra, hojas y ramas quebradizas.

La noche llegó con rapidez, y los sentidos de Ezear se afinaron. Comenzó a sentir algo extraño, una extraña energía dispersa en el viento, un aura ligera como la brisa, lo llamaba, podía sentirlo, atrayéndolo, susurrándole, incitándolo a acercarse. Una sensación extraña que lo extasiaba, obligándolo a concentrarse para no dejarse llevar por la emoción de correr hacia eso que lo llamaba.

—Ya vamos a llegar —susurró el rey.

Pero Ezear ya lo sabía, ya que esa sensación se volvía cada vez más fuerte.

Llegaron a un extraño claro que separaba al bosque ancestral del bosque de la noche eterna, y Ezear no podía creer lo que veía. Esa noche en especial, el cielo estaba despejado, y Féru e Ípanel iluminaban con fuerza, proporcionando buena claridad. Atrás en el bosque ancestral se filtraba la luz por los árboles, pero al frente, a unos cuantos metros de donde estaban, justo donde terminaba el claro, ni un solo rayo de luz lunar lograba atravesar más de unos centímetros en el bosque de la noche eterna, era como si fuera repelida.

Encima de una de las copas más altas del bosque de secuoyas gigantes, estaba posado un gran Águila Harpía vigilando el claro, como el rey del bosque. Enfocó su mirada en ambos hombres que llegaban y agitó sus alas sin alzar vuelo, planeando no interferir en sus destinos como siempre hacía con los incautos que entraban al bosque de la noche eterna. Pero esta vez notó algo extraño en el joven humano, su esencia le era conocida. 


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