Capítulo 12. Akrono y Zedran II
Sepdia 33 de Zefrok.
Akrono pasó la noche en otra habitación, con pesadillas atormentándolo constantemente. Sospechaba lo que había hecho su hermano con esa madre y su hija, pero se negaba a aceptarlo... aún no lo creía capaz de eso. Amaneció cansado, sin energías y ojeras marcadas, negándose a levantarse, hasta que escuchó golpes en su puerta, era la señal secreta de Airam.
—Pasa.
Airam entró lentamente, tenía miedo de mirar a Akrono a los ojos. Le atemorizaba estar a solas con él.
—Zedran te busca, mi señor.
—¿Qué es lo que quiere? —preguntó Akrono, estaba claramente molesto.
—Van a colgar a los terroristas que asesinaron a tu hermana.
Akrono se levantó de un salto, estaba desnudo, impactando a Airam, que no pudo apartar la mirada del musculoso cuerpo moreno del joven. Por su mente solo pasaba una cosa, Zedran y Akrono eran mellizos idénticos... por ende, ver a Akrono desnudo, era como ver a Zedran sin ropa. Lo único que los diferenciaba, aparte de sus actitudes, era el largo de sus cabellos pelirrojos.
—¿¡Por qué los van a colgar!? —preguntó Akrono furioso.
Airam pegó un pequeño brinco del susto, su mente se había ido en la imaginación por un instante.
—Zedran dijo que tu padre lo ordenó antes de irse.
—Maldito mentiroso —susurró enojado, terminando de vestirse.
Salió de la habitación a paso apresurado, seguido por Airam. Salió del palacio y se dirigió a la plaza central. La ejecución iba a ser pública. Un tumulto de personas rodeaba a los presos, que llevaban sogas en sus cuellos y cadenas anti-autoridades en sus muñecas y piernas. Los murmullos y abucheos llenaban el aire, incluso había gente riendo y bromeando al respecto.
Zedran estaba sentado en un palco alejado de las vistas del tumulto, no quería ser visto por el pueblo. Notó que las personas se alejaban de alguien, y supo al instante que era su hermano. Sospechaba que la gente pensaría que el aura aterradora de su hermano se debería a la presencia de los hombres que asesinaron a su hermana. Sonrió con malicia, aunque un poco de culpa en el corazón.
Airam detuvo a Akrono y señaló el palco donde estaba Zedran. El bullicio y tumulto estresaban al Zorrorojo, que se sentía asfixiado por tantas miradas. No tardó en llegar hasta el edificio, y al estar frente a la puerta, se volteó para ver a Airam, meditando si debía dejarla subir o no.
—¿Mi señor? —preguntó Airam, incomoda ante la mirada hostil y silenciosa de Akrono.
—Quédate aquí —ordenó, abriendo la puerta del edificio.
—Pero mi señor...
—No lo repetiré una vez más.
Airam dio un paso hacia atrás, atemorizada. Akrono era aterrador y hostil, pero era su señor, así que debía obedecerlo.
Akrono subió las escaleras corriendo, hasta llegar al tercer piso. Higuel y Ernam estaban de pie al lado de la puerta, vigilando. Al verlo, inclinaron sus cuerpos.
—Bajen al primer piso y esperen afuera —ordenó Akrono.
—Pero mi señor —respondió Higuel—, Zedran nos ordenó quedarnos aquí.
Akrono dio un paso al frente y colocó su mano en el hombro de Higuel. En ese mismo instante, el tiempo pareció detenerse, y ambos guardias se aterraron. Ernam, quien no había dicho ni una palabra, dio un paso al lado y comenzó a bajar las escaleras, sudando frío y orgulloso de haber huido intacto.
—Tengo una pregunta importante —susurró Akrono al oído de Higuel—. ¿A quién le temes más?
Zedran abrió la puerta, causando que Higuel diera un pequeño brinco del susto y suplicara a los Enkelis en su mente. El joven Zorrorojo dio unas carcajadas al ver el bello erizado de su guardia.
—Gracias Higuel —dijo aún entre risas—, puedes bajar tranquilamente.
—Sí mi señor —tartamudeó Higuel, marchándose de prisa.
—Y por eso mismo la gente no te quiere —susurró Zedran.
Akrono se colocó frente a frente con su hermano, a menos de una pulgada de distancia. La ira en su semblante parecía palpable. Zedran tan solo sonrió, sin echarse para atrás. Tenían la misma estatura, y se miraban directamente a los ojos.
—Padre —gruñó Akrono—, no ordenó que los colgaran.
Zedran sabía que se daría cuenta, era obvio.
—Tienes razón, fui yo, pero tengo mis razones... aparte —agregó Zedran, llenando de veneno sus palabras—. ¿Tanto te importan las vidas de los hombres que asesinaron a nuestra hermana?
Chispas brincaron del cuerpo de Akrono mientras apretaba sus puños con fuerza, su respiración se había acelerado, esforzándose por retener la ira que lo quemaba. Estaba harto de ese tipo de comentarios venenosos de su hermano.
—Una vez más —amenazó Akrono—, que digas un comentario como ese ¡Y te parto todos los huesos de tu cuerpo!
Zedran, por primera vez en su vida, temió de forma sincera a su hermano, a quien tenía de frente. Se dio cuenta que esta vez se había pasado de la raya. Pero se negaba disculparse.
—Ayer —tartamudeó Zedran—, aquel hombre me confesó todo, con tal de que no me acostara con su hija y esposa.
La ira de Akrono se disipó mientras un rayo de esperanza se posaba en su pecho, confiando en que su hermano no las había forzado.
—¿Qué te confesó?
—¿Te acuerdas de la última vez que retaron por el trono a nuestro padre?
—Sí, el de nuestro clan... —respondió Akrono, atando clavos en su cabeza—. ¿El grupo terrorista se formó porque nuestro padre mató a ese hombre? No tiene sentido, está permitido hacerlo.
—Sí, está permitido, pero ninguno de los últimos tres reyes ha matado a un retador. Aparte de eso, nuestro clan no tiene buenas migas con nuestro padre, por la aniquilación de la rama principal.
—Mataron a nuestra madre, se lo merecían.
—Fue una familia radical la que lo hizo... además eso no importa, el asunto es, que ya estaban molestos, y solo consiguieron una razón más para formar el grupo... aunque están disueltos desde que atrapamos a aquellos hombres.
—¿Todo el clan Zorrorojo está metido en esto? —preguntó Akrono preocupado, ya que planeaba que parte de su ejército fuera de su clan.
—No, solo una familia en concreto... y ya tengo planeado como encargarme de ellos.
—¿Cómo?
—Los acusaré de traición, y si se declaran inocentes, los haré jurar bajo autoridad, simple e inquebrantable. Aunque ya el hombre de ayer juró bajo autoridad que eran ellos, y no perdió su vínculo.
—¿Y si te atacan?
—Los tendré rodeados con mil hombres del ejército.
—¿Y cuándo lo harás?
—Después de esto —respondió Zedran señalando la ejecución pública.
El tumulto fuera enardeció en vítores. El comandante del gran ejército de Quistador hacia acto de presencia, él sería quien llevara a cabo la ejecución de esos hombres. Alzó sus manos y el tumulto guardó silencio.
—Al final... —susurró Akrono—. ¿Qué hiciste con ese hombre y su familia?
Un silencio tenso inundó la habitación, mientras la llama de la esperanza fulguraba en su pecho.
—Acepté su trato, no me acosté con su esposa e hija a cambio de la información verdadera que me dio.
Akrono soltó el aire, había dejado de respirar sin darse cuenta. Una sonrisa de orgullo llenó su rostro.
—Pero hice que ambas tuvieran relaciones frente a mí... a cambio de perdonar la vida de ese hombre.
La mirada de Akrono se ensombreció, sintiendo como algo se desmoronaba dentro de él.
El tumulto en la plaza alzó su voz una vez más, vitoreando al comandante que alzaba su espada en alto, con un solo movimiento veloz cortó la cuerda que sostenía el piso de los terroristas, causando que los hombres cayeran al vacío, ahorcándose, retorciéndose. La vida se escapaba de sus ojos mientras luchaban por activar sus autoridades.
Akrono se marchó en silencio, sin dirigirle mirada a Zedran. Bajó las escaleras hasta el primer piso, y reventó la pared de un puñetazo, atravesándolo hasta quedar con la mano atorada, jadeando de ira. Al salir, se quedó viendo a los guardias, controlando su respiración.
—Airam —llamó Akrono, ignorando a los otros dos guardias—, recuerdas al hombre de ayer.
—Sí, mi señor.
—Cada mes, envíales cincuenta monedas de oro de mi mesada... es una orden.
—¿Tantas? —intervino Higuel.
Akrono trató de controlar su ira, clavándose las uñas en la palma de su mano. Ira y decepción inundaban su mente y corazón. Su hermano ya no era el mismo que antes, y era su culpa, por no haberlo protegido a él y a su hermana.
—No me agarren tanta confianza... —susurró—, no soy como Zedran.
—¡Como ordene mi señor! —respondió Airam al instante, haciendo una reverencia para disminuir la ofensa hacia Akrono—. ¡Cincuenta monedas de oro mensuales!
Akrono se marchó en silencio. La multitud vitoreaba mientras el comandante daba unas palabras en contra del grupo terrorista.
Horas después, Akrono vigilaba desde las montañas detrás de la villa Zorrorojo. Observaba con atención a los casi mil hombres del ejército de Quistador que estaban apostados fuera de la villa, mientras que un centenar seguían a Zedran dentro. Iban directo a un conjunto de casas muy cercanas una de la otra, donde vivía la familia que había orquestado la muerte de su hermana.
Los miembros del clan que habían estado caminando tranquilamente por la villa, ahora se encontraban asustados. Las madres llamaban a sus hijos e hijas, obligándoles a entrar en sus hogares. Todos recordaban lo que había pasado la última vez que llegó alguien de la realeza con un ejército. Solo que esta vez, a los soldados los guiaba un miembro del clan... rechazado por algunas familias, pero que aun así seguía siendo del clan, y de la segunda rama, ahora líder.
Los ancianos más chismosos no disimulaban nada, mirando con descaro la situación. Algo que molestaba a Zedran, pero disimulaba perfectamente con una sonrisa. Se detuvo y les ordenó marcharse a sus casas, y quedarse dentro hasta que diera nuevo aviso. Los ancianos murmuraron cosas, pero obedecieron y se fueron.
Akrono vigilaba con atención la escena desde las montañas, sin dejar de vigilar sus alrededores, ya que el bosque detrás de él solía ser zona de caza de los grandes osos cara corta. Su mente comenzó a divagar, hasta que sintió la presencia de alguien. Se acercaba un miembro de los Zorrorojo, alguien a quien había mandado a llamar.
—Mi señor —exclamó una mujer, inclinando su cuerpo hasta estar de rodillas en el suelo.
Akrono la observó con atención, la mujer tenía una belleza rústica, casi pueblerina. Su cabello pelirrojo estaba amarrado en un moño alto, resaltando sus facciones femeninas y su piel morena. Aun estando de rodillas no perdía su aura imponente. Akrono tenía entendido que ella era por diferencia una de las guerreras más fuertes de los Zorrorojo.
Según los rumores que había escuchado, ella era la última maestra de un arte marcial que se enseñaba exclusivamente a la ya desaparecida rama principal. Se rumoreaba que rescató los pergaminos secretos directamente de las llamas, y los practicó durante años en secreto hasta que lo dominó. Un arte marcial creado con el único propósito de destrozar a tu oponente, sin causarle la muerte... a menos que quisieras.
—Tú debes ser Cheria —dijo Akrono, apartando la mirada de ella y vigilando a su hermano a los lejos.
En realidad, todos esos rumores sobre Cheria, eran cosas que le había contado su hermana en confianza. Recordó ese momento con dolor en el ego y en el alma. Nunca venció a Erónica en una pelea uno a uno, y ahora nunca tendría la oportunidad de la revancha.
—Sí, mi señor —respondió ella, sin levantarse y sin mirarlo.
—No tienes que ser tan formal conmigo, somos del mismo clan... de la misma rama secundaria.
Quería considerarla como alguien cercana, tomando en cuenta que fue la única amiga que le mencionó Erónica. En realidad, era la única que había mencionado, y más de una vez.
—Aun así, mi señor —respondió ella con respeto—, hay diferencia entre nosotros, eres el hijo del rey, hijo de una Zorrorojo pura, en cambio yo, soy hija de dos mezclados.
Akrono respiró profundo y suspiró. A Erónica se le daba mejor el llevarse bien con la gente, pero él no tenía la paciencia para tratar de llevarse bien con los demás.
—Me estás molestando Cheria, levántate ya —No estaba de humor para andar con rodeos.
Cheria obedeció y se puso de pie. Sospechaba la razón por la que la había llamado. Iba a ser castigada por enseñar en secreto las artes marciales exclusivas de la desaparecida rama principal. Temía por su vida, pero aceptaría el castigo con el rostro en alto.
—Necesito que me ayudes a reunir un ejército —susurró Akrono, viendo como su hermano apresaba a toda una familia—. Conquistaremos Orien, encontraremos a los Zorrorojos puros que huyeron de la masacre de mi padre y les haré un juramento de autoridad —Se puso de pie, con el viento soplando con fuerza y empujando su ropa y cabellos—, cuando me convierta en rey, podrán volver para restaurar la rama principal del clan, y devolveremos a los Zorrorojo a su antigua gloria.
El cuerpo de Cheria se erizó por completo, y vio en Akrono una esperanza que ella ya había abandonado tiempo atrás con la muerte de su mejor amiga. Restaurar el clan por completo, y liberarse de la opresión del rey Meish.
—¡Como ordene! —respondió ella, inclinando su cuerpo en reverencia.
Si Akrono se convertía en rey, el clan volvería a estar en la cúspide, justo como lo deseaban ella y Erónica. Lo haría por ella.
—¿Cuánto tardarías en reunir un ejército que ronde los cinco mil efectivos?
Cheria dudó por un instante, esa cifra era casi un cuarto de los miembros del clan. ¿Se unirían tantos ante un líder como Akrono, el hijo del rey que los había oprimido tanto? Lo dudaba bastante. Tal vez sus discípulos estarían dispuestos a seguirla hasta la muerte, pero no eran ni doscientos.
—Mi señor, siento que será una cantidad difícil de conseguir... tomando en cuenta todo lo que ha sufrido nuestro clan.
—Sé que no será fácil —contestó Akrono—, y tampoco pido que se unan a mi sin ninguna recompensa o juramento de por medio. Reúne a todos los que estén interesados, ya veré si puedo convencerlos. Ahora vete, una vez los reúnas, mándame a llamar.
—Sí mi señor —Se inclinó y se volteó para irse.
—Y con respecto al arte marcial que estás enseñando a escondidas.
Cheria se detuvo al instante, viendo el castigo posarse sobre sus hombros.
—Mi señor...
—Me gustaría que me lo enseñaras también... —Se dio cuenta de la forma amable en que lo pidió, y cambió sus palabras al instante—. Me vas a enseñar —ordenó—, a menos que quieras un castigo aterrador.
Cheria detuvo la sonrisa que asomaba en su rostro, y asintió firmemente.
—Será un enorme placer enseñarle.
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