Capítulo Doce


Capítulo doce.

Él habla y habla.

Papá escucha.

Yo niego con la cabeza mientras mis manos tiemblan.

El diagnostico está mal, él no sabe lo que dice.

Estoy mordiéndome el labio inferior con tanta fuerzan que no me sorprendo cuando saboreo la sangre.

Mi pierna no deja de moverse y la mano me tiembla tanto que papá la sostiene entre las suyas. Mi mirada se topa con la suya y noto la absoluta tristeza en ellos, lágrimas apenas contenidas y el desconsuelo latente.

— ¿Entiende de lo que hablo, señorita Anderson? —pregunta el doctor.

Volteo a verlo. Las primeras lágrimas comienzan a caer cuando entiendo que no es su culpa, su falta de tacto es un efecto de haber dado este diagnóstico muchas veces, solo desearía no haber sido receptora de ellas, no puedo creerlo. No puedo.

—Mi bebé no tiene cáncer —digo con la voz quebradiza y sacudiendo la cabeza en negación—. Hicimos la tomografía con doble contraste para confirmar que todo estuviera bien, pero no hay nada malo. Arthur no tiene eso, no lo tiene.

No puedo permanecer más tiempo sentada, así que levantándome camino hasta la puerta y salgo de ese consultorio. Siento que me asfixio, que las paredes se cierran a mi alrededor mientras papá me llama una y otra vez viniendo detrás de mí.

Dejo de caminar y giro para verlo acercarse, cuando está lo suficientemente cerca me arrojo a sus brazos mientras lloro. No se tratan solo de lágrimas, grandes sollozos me sacuden el cuerpo, desgarrándome y convirtiéndome en pedazos ante una realidad dolorosa que no quiero ver.

—No puede ser, papá, no puede. Tiene solo siete años.

Me aferro a su camisa con las manos hecha puños, lloro sobre él y dejo que muchas palabras se derramen de mí. No entiendo cómo esto está sucediendo y no entiendo cómo lidiar con el miedo que poco a poco pone sus garras sobre mi cuerpo.

Mi bebé no, por favor.

Papá solo me sostiene en medio del pasillo, llora conmigo y me permite rabiar sobre todo, incluso cuando aseguro que en este momento Dios no existe para nosotros, no me detiene porque él sabe que estoy ardiendo en un fuego que me está destruyendo.

—No puedo, papá, no puedo.

—Sí podemos, enfrentaremos esto. Volveremos y escucharemos al doctor, haremos todo, escúchame bien hija, todo por salir adelante. Por Arthur, por nosotros, por nuestra familia. Podemos con esto ¿Me escuchas, Leslie? Podemos.

Asiento queriendo aferrarme a sus palabras de la misma manera en la que me aferro a su abrazo porque este dolor quema demasiado, este dolor me está destruyendo.


Estoy nerviosa en el momento en el que salgo de la casa de Eva y veo el auto de Andrew. Eva viene detrás de mí con una taza de café entre las manos y ambas vemos a Andrew bajar del auto vistiendo un jean ajustado y rasgado en las rodillas, un suéter negro de lana debajo de una camisa blanca, una gorra negra cubriendo su cabello y lentes de sol. Wow si hay alguien que puede volver cualquier vestuario en algo digno de Pinterest ese sin duda parece ser Andrew Wood.

Detengo mi caminata y Eva se detiene a mi lado, le doy un sutil codazo.

— ¿Cierto que en este momento se ve cómo un modelo de alguna revista promocionando el estilo casual en cámara lenta? —pregunto.

Eva se ahoga con su café, luego me ve como si se preguntara qué rayos está mal conmigo. Retomo la caminata sintiendo los nervios porque hoy es ese día, ese en el que le daré la tan esperada respuesta a Andrew. No sé muy bien cómo saludarlo y creo que nos vemos torpes en la cosa de él yendo por un beso en la mejilla, yo por un apretón de manos, luego yo con un abrazo y él con un apretón de mano. Somos un caos que al final no consigue saludarse de una manera normal.

—Hola, Andrew —Eva es mejor en el saludo de apretón de manos—. ¿Preparado para el viaje?

—Tan preparado cómo puedo estar —Creo que me ve, no sabría decirlo por los lentes de sol—. Hoy no tenemos guardaespaldas, pero dudo que se enteren de que estamos yendo a Preston, sin embargo, Max nos ruega que nos portemos bien.

—Vi las fotos del beso —asegura Eva—. Fueron niños malos, Les dice que tu representante se enojó.

—Lo hizo —aseguro rodeando a Andrew para arrojar mi mochila en el asiento trasero—. Andrew dice que no me odia y decido creerle.

Vuelvo al frente extendiendo la mano hacia él para que me entregue las llaves del auto, lo cual hace con una sonrisa.

— ¿Nos vamos? Son poco más de cuatro horas de viaje.

Me asiente y se despide de manera breve de mi hermana antes de subir al asiento de copiloto, beso la frente de Eva y ella me frunce el ceño todavía insegura de que el viaje sea necesario sabiendo ya cual será mi respuesta.

—Sigo pensando que podrías solo decírselo aquí.

—No, él necesita explicaciones de por qué esa es mi respuesta.

No parece muy segura de mi declaración, pero siendo una gran hermana mayor me respalda y respeta. Suspirando me alienta a que me vaya y que por favor no rompa los límites de velocidad. Tengo que admitir que me encuentro emocionada de conducir este elegante auto y hay algo significativo sobre su confianza ciega para darme su auto en un viaje tan largo.

Con una despedida final sacudiendo la mano por la ventana hacia mi hermana, pongo el auto en marcha emprendiendo esta aventura. Los primeros minutos transcurren en silencio, Andrew parece sumido en algo mientras teclea rápidamente en su teléfono y en mi caso me ordeno concentrarme en la carretera.

No hay que ser un genio para notar la tensión y nervios en el ambiente debido a la incertidumbre de la decisión que se toma hoy...Bueno, la que ya tomé.

—No tenemos por qué volver esto tan tenso —dice Andrew tras largos minutos de silencio—. Es decir, independientemente de lo que suceda no es cómo si vamos a odiarnos ¿Correcto?

—Tendrías que hacer algo muy malo para odiarte —Le hago saber—. Estoy más preocupada por lo que pensarás de mí cuando te lo diga.

—Seguiré pensando en lo increíble que eres. Leslie, siempre he sabido que hay dos alternativas un no y un sí, cualquiera de ellas no cambiará mi opinión sobre ti.

—Bueno, no sé tú, pero a mí hablar de esto no me baja los nervios —dejo ir una risa—. ¿Podemos durante el viaje hablar de otras cosas?

— ¿De qué quisieras hablar? —pregunta y me encojo de hombros—. Oye, deberíamos detenernos en algún lugar en el camino para comprar golosinas o algo, olvidé eso.

—En mi mochila tengo muchas, vine preparada. Puedes echar un vistazo.

— ¡Vaya! Así que tenemos esa confianza para que revise tu mochila —bromea y luego saca una bolsa de gomitas—. Por cierto, no lo mencioné antes, pero te ves bien, Leslie.

Entiendo sin mucho esfuerzo que habla de algo más que físico, se trata de mi estado de ánimo. Si bien no estoy tan entusiasmada cómo últimamente lo estoy, tampoco ando con los ánimos muy abajo pese a ser un día difícil. Hoy Arthur estaría cumpliendo trece años.

¡Trece años! Mi hijo estaría en el inicio de su adolescencia, posiblemente su voz estaría volviéndose más grave, pasaríamos por situaciones incómodas, pero divertidas sobre los cambios que trae consigo la pubertad, encontraría la manera de ser una mamá genial teniendo la charla de sexo y apuesto que estaría un poco celosa de que comenzará a despertar el interés de las chicas o chicos, no es cómo si me hubiese vuelto loca si le gustaran los chicos en lugar de chicas.

Trece años que suena cómo una edad cualquiera, pero que para mí significa una etapa que mi hijo no tuvo, que no tuvimos y que solo puedo imaginar sin tener la certeza de cómo hubiese sido realmente.

Duele, lastima mucho, pero trato de recordarme que él no sufre, que hoy no quiero encerrarme a llorar, quiero llevarle hermosas flores, hablarle y ¿Por qué no? Darle el regalo de cumpleaños de que Andrew, a quien llamó su héroe, también ha venido a visitarlo. Así que con toda la fortaleza que he reunido a través del tiempo, me mentalizo para buscar lo positivo y no dejarme arrastrar por las ganas de encerrarme y solo llorar por el futuro que mi bebé no tuvo.

— ¿Sabes? Me parece irreal que hace trece años estaba dando a luz. Estaba aterrada sobre cualquier dolor que pudiera tener y fue peor de lo que imaginé, pero no me enfoqué mucho en ello cuando estaba tan desesperado de conocer al pequeño.

»Creo que en la actualidad, Arthur hubiese sido un adolescente precioso de cabello negro y ojos azules peculiares. Tendría sus características sonrisas y alegrías. Sería tan amigable y divertido que todos caeríamos por él y sería tan buena persona que estaría orgullosa —Trago—. Tal vez no es más que una fantasía, pero sé que mi hijo tenía un corazón puro, estaba destinado a ser una persona maravillosa.

—Tengo la idea de que hubieses tenido mucho problemas con las chicas o chicos —comenta con diversión.

—Sí, creo que sería la mamá divertida con un toque de celos ¿Sabes quién lo hubiese celado mucho? Eva, no me queda ninguna duda —Estoy sonriendo sin reservas pese al nudo en mi garganta—. Me duele y me consuela pensar en todas estas posibilidades inexistentes, es inevitable que cada año no me pregunte "¿Cómo sería en este momento?" porque solo nos quedó congelada la imagen de un niño.

»Por mucho que quiera imaginarlo, no llegaré a saber cómo sería Arthur en la pubertad, adolescente, entrando a la adultez, siendo todo un adulto. Son oportunidades que no tengo y no negaré que duele de una manera que no puedo ni comprender, pero también trato de aceptarlo porque si no lo hago solo me derrumbaría.

Me encuentro sobresaltándome cuando siento sus dedos en mi pómulo, pero me doy cuenta que limpia una lágrima derramada, le doy una breve sonrisa antes de volver la vista a la calle.

—Hoy mi enfoque es darle al menos un porcentaje del cumpleaños que hubiese tenido. Compraré hermosas flores, le escribí una carta, papá consiguió un dulce frío y llevo a su cantante favorito. Es un extra si cantas...

—Con gusto —Hace una pausa—. ¿Conservas la guitarra que le regalé?

— ¡Pero por supuesto! Es una reliquia en la casa, es especial.

—Bueno ¿Me dejas tomarla prestada? Si voy a dar un concierto, debo hacerlo más que bien.

Mi sonrisa es tan autentica que seguramente me llega a los ojos, de nuevo siento una calidez en mi interior, estoy tan conmovida que solo asiento y sonrío, no sé si Andrew sepa lo significativo que es para mí que canté para él. Por supuesto que nota que en este momento el nudo en mi garganta me imposibilita hablar porque desliza su mano hasta la parte trasera de mi cuello y me da un suave apretón antes de alejarla.

A partir de ahí la conversación es ligera. Una vez más me pide detalles sobre todo mi encuentro con Ethan y de nuevo le divierte en la misma manera en la que le agrada escuchar sobre esa peculiar reunión. Creo que Ethan tiene una personalidad bastante peculiar que acabas por entender, me agradó mucho y me pareció de lo más divertida la manera en la que enfoca las cosas y se expresa. También me dio una perspectiva sobre cómo Andrew y él son tan opuestos, pero supongo que eso ayuda a que se lleven tan bien.

Hablamos con detalles sobre la manera en la que Max se enojó con él, parece que le divierte y luego estoy incrédula cuando me dice que Dexter y Doug inventaron un chisme sobre él.

—Pobre Max.

—Sí, creo que con nosotros aprendió mucho sobre la paciencia —Se ríe—. Aunque más allá de ese chisme nuevo, creo que Max se trae algo con alguien. No lo sé, siempre he sabido que tendrá sus diversiones privadas, pero parece un poquito distraído. Tal vez solo son ideas nuestras.

—Algo me dice que se dedicarán a averiguarlo, repito: pobre Max.

— ¡Oye! Él no es una blanca paloma, a veces nos devuelve las jugadas y se burla de nosotros. Es malo —Se ríe—, solo que lo disimula para que todos digan: pobre Max.

—No sé, me sigue pareciendo inocente.

—Sí, bueno, también te parecí un ángel.

Volteo de inmediato viendo la sonrisa divertida en su rostro, soy el foco de su atención, de nuevo miro al frente y me aferro al volante.

— ¿Estás admitiendo que no eres un ángel? ¿Qué eres pecado?

—No, solo admito que te parecí un ángel, no desmiento que lo sea y ¿Sobre ser pecado? Eso se escucha bien "Andrew el pecado."

Es graciosa la forma en la que no hablamos de nuestros besos para no crear más tensión o presión sobre la decisión de hoy, pero apuesto que los recuerdos bailan en su mente de la misma manera en la que lo hacen en la mía.

Retomamos una conversación ligera y luego tengo la fortuna de que me muestre a través de una reproducción en su teléfono, una canción que grabó con Brody Gallagher y Ashton Bratter. La canción es suave, compuesta en su mayoría únicamente por guitarras acústicas y piano. Es una canción nostálgica y cruda sobre los errores y aciertos. No es una canción para una persona o desamor, es una canción con un significado que va más allá de eso. La letra se impregna en mi interior y me hace sentir mucho. Cuando finaliza me dice que aún le quedan muchos arreglos pendientes y que no está bien trabajada todavía.

— ¿Bromeas? Es perfección, es... ¡Hermosa! Cruda, intensa y es perfecta. Sus voces se mezclan de una manera maravillosa.

»No había escuchado canciones de Brody, tiene una voz muy buena.

—Finalmente su CD saldrá, estoy muy orgulloso de él. Su EP fue increíble y sé que ahora le irá incluso mejor. Tiene talento y el mundo lo ve, esta colaboración también ayudará a darle más visualización. Brody solo está en el inicio de una gran carrera.

—Creo en lo que dices ¿Puedes reproducirla de nuevo?

Riendo me cumple el deseo y absorbo de nuevo la melodía y la sintonía de sus voces, luego da paso a otras canciones que se reproducen en volumen bajo mientras continuamos conversando. Le hablo sobre todo el asunto de Eva y Alan, y creo que su lado romántico y cupido no puede evitar señalar que son tontos y están complicando lo que debería ser muy fácil. Hablamos de tantas cosas que el viaje no se me hace pesado ni difícil, que no me da tiempo de afligirme en el dolor de saber el día en el que nos encontramos.

Nos detenemos en una estación de gasolina a recargar, orinar y comprar algo de tomar. Cuatro horas después estamos entrando a Preston y le hago saber que primero iremos a casa para saludar a papá, tomar el dulce, las flores y la guitarra antes de ir al cementerio.

— ¿Debería ponerme nervioso ver a tu papá?

—No, papá no come personas y hasta donde sabe tú y yo somos amigos, además, él sabe todo lo que hiciste por Arthur. No es un hombre muy complicado cómo habrás notado el par de veces que lo has visto.

» ¿Qué hay de tus padres? Sé que ahora no es un buen momento para ellos, pero háblame de cómo son.

—Mamá es dulce y amable, tiene la voz suave y es una de esas personas que quieres abrazar. Los niños la llaman nana gracias a Dan, pero se llama Alana. Sueña con ser una excelente repostera, pero hornea horrible y sus hijos siempre fuimos los conejillos de india —No lo veo, pero intuyo que sonríe—. Tiene bonita voz, canta bonito y era profesora de español. Es rubia cómo yo, pero sus ojos son verdes.

»Papá es educado, un tanto serio lo cual te hace reírte más cuando actúa divertido o hace un chiste. Siempre parece tener respuesta para todo y es casi tan alto como yo. Es un matemático de corazón lo que hace que congenie muy bien con Dexter. También es rubio. Ellos son grandes padres, siempre nos apoyaron...Aun lo hacen incluso en medio de su dolor, sé que lo hacen, siempre me digo que no debo olvidarlo.

—Suenan cómo padres increíbles —Sonrío—. Así que eres de una familia de rubios.

—Todos rubios —Se ríe—. Algunos primos castaños claro y una minoría de castaño más oscuro, pero predominamos los rubios.

—Una dinastía de rubios.

—Algo así —Ambos reímos—. ¿Qué hay de ti?

— ¿Rubios? Un par en la familia, pero abundan más los pelinegros y castaños. Lo de los ojos, viene de mis abuelos paternos. Tampoco somos una familia muy grande o unida, pareciera que dentro de la familia estamos segregados en grupos, todos nos llevamos bien, solo que algunos congeniamos más.

—Arthur se parecía a ti.

—Tengo genes fuertes al parecer, además supongo que William no le puso muchas ganas al asunto y no dejó mucho de él —bromeo—. Me gusta molestarlo con ello, no le hace mucha gracia.

Lo escucho reír por lo bajo y mi respuesta es un encogimiento de hombro.

— ¿Qué pasa con tus guitarras?

— ¿Qué hay con ellas?

—Arthur me dijo una vez que eran tus bebés y que aparentemente tenían nombres.

—Ah, mis guitarras son muy preciadas. Cada una de ellas ha hecho mucho por mí. Me han acompañado en momentos importantes y normales de mi vida, tienen un valor sentimental muy grande —Ríe por lo bajo—. Por eso me enojo cuando alguien las toma sin preguntarme y los chicos me fastidian un montón con ello, a veces lo hacen adrede.

—Son más que algo material para ti —concluyo y afirma en respuesta—. ¿Cómo se llaman?

Espera a que me detenga en un semáforo en luz roja para tomar un profundo respiro antes de comenzar a recitar con rapidez los nombres:

—Blue, Wanda, June, Honey, Moon, Sky, Bob, Gugger, Sunny, Grovie. Y las últimas dos en unirse: Heaven y Flower.

Parpadeo varias veces asimilando cómo puedo la cantidad de nombres caídos sobre mí en tan solo segundos. Me ve con diversión.

—Eso fue... ¡Vaya! —Sacudiendo la cabeza vuelvo la vista al frente porque la luz cambia a verde—. Dudo recordar cada nombre, pero mientras los escupías sonaron todos muy bonitos.

—Gracias —dice riendo.

Poco después llegamos a la calle en donde crecí y tal cómo acordamos, bajo del auto para que él sea el encargado de estacionar el auto a un lado de la acera, cosa que hace perfectamente.

No bajamos nada del auto porque en todo caso se supone en poco tiempo volveremos a movilizarnos en el para ir al cementerio. Le hago saber a Andrew que me siga por el camino de concreto en nuestro jardín delantero que nos lleva a la puerta de la casa. Mis hermanas y yo conservamos nuestras llaves, así que abro la puerta y anuncio con un "estoy aquí" a todo pulmón que ya me encuentro en casa.

Me encuentro a mitad del pasillo con papá y ambos nos sonreímos antes de que extienda sus brazos en una clara invitación para un abrazo. Acorto la distancia e impacto con tanta fuerza su cuerpo que se tambalea. Lo puedo repetir mil veces: somos niñas de papá.

Me gusta mi independencia, estar cerca de mis hermanas y vivir en Londres, pero siempre lo extrañaré, siempre estará ese espacio de querer tenerlo cerca cómo lo hice al crecer. Nuestra primera gran separación fue cuando me fui a Japón, antes de eso, siempre habíamos sido todo un equipo en Preston.

Tengo un nudo en la garganta y los ojos se me humedecen con unas fuertes ganas de llorar. Este abrazo ha sido el que siempre me ha ayudado a mantenerme fuerte, papá siempre me reconforta y me recuerda lo fuerte que me crio.

Al alejarme lo suficiente, tomo su rostro entre mis manos evaluando cómo sus cejas ahora se encuentra salpicadas de vellos grises al igual que se ha profundizado en las entradas de su cabello. Papá está a principios de sus sesenta y pese a que se conserva, no se puede luchar por siempre contra la vejez. Hay más líneas de expresión en las esquinas de sus ojos al igual que de su boca, prueba de que ha llevado toda una vida llena de infinitas sonrisas.

—Te extrañé, papá.

—Y yo a ti, pequeña —Besa mi frente—. ¿Cómo nos estamos sintiendo hoy?

—Vulnerables, pero con fuerza para enfocarnos en las cosas buenas y no tener un día triste.

—Me gusta ese enfoque —Me asegura y luego ve detrás de mí—. Hola, Andrew.

Papá sabía que vendría conmigo y si le pareció extraño, prefirió no comentarlo, supongo que en otra ocasión nos tomaremos el tiempo de conversar qué fue todo esto. Andrew se acerca y estrecha su mano con una sonrisa.

—Ya casi es hora del almuerzo ¿Por qué no comen antes de ir?

Todavía experimento sensaciones agridulces cuando se trata de ir al cementerio, mayormente estoy aplazando el ir porque no es fácil leer lo escrito en la lápida, no es fácil saber que sus restos físicos yacen ahí. Hoy también tenga esa sensación, así que cedo a la solicitud de papá diciéndome que no lo estoy aplazando, solo estoy reuniendo mis fuerzas para una visita que no se hace más fácil incluso cuando he aceptado que mi hijo descansa en paz.

Le hago saber a Andrew que tiene libertad para evaluar las fotos en las paredes y una pequeña mesita en una esquina. Fotos de cuando mis hermanas y yo éramos pequeñas, de cada etapa de nuestro crecimiento, con mamá y papá, muchas con papá solamente y otras tantas con Arthur. Me detengo frente a la más grande de mi bebé: cabello oscuro desordenado luego de pasarse las manos por el, ojos impresionantes con una mirada risueña y sonrisa infantil encantadora, incluso con una piel extremadamente pálida naturalmente, se veía tan lleno de vida. Tenía seis años en esa foto y fue dos meses antes de que los malestares comenzaran.

Me muerdo el labio inferior y me llevo una mano en el pecho, ahí donde me embarga la calidez de un amor que nunca desaparecerá, pero donde también arde un dolor que no se irá. Trece años, junto a esa foto podría estar la de un adolescente y duele que esa no sea una posibilidad. No sé cuánto tiempo pasa, pero siento la presencia de Andrew a mi lado.

—Hermoso cómo su mamá —dice.

—Sí...Definitivamente William se quedó dormido —digo sonriendo antes de voltear a verlo—. Ayudaré a poner la mesa, sigue curioseando.

Dejo la mesa de una manera decente y poco después papá trae lo que luce cómo deliciosa comida. No hay tantos preámbulos en sentarnos a comer y me da un poco de gracia que papá le da a Andrew miradas disimuladas llenas de una profunda curiosidad. Es un almuerzo ameno en dónde pongo al día a papá sobre mis hermanas y donde nos hace reír diciéndonos que tuvo una vídeollamada con Dexter; él incluso le hace preguntas a Andrew sobre su vida y lo incluye en todas las conversaciones.

Pese a que la comida sabe deliciosa, no logro comérmela toda porque siento mi estómago hecho nudos. Me encargo de lavar los platos y obviando que podría darle un tour a Andrew por la casa y enseñarle la habitación de Arthur, me dirijo sola a ella para tomar la guitarra.

Respiro hondo al entrar a las cuatro paredes familiares. Es una habitación pequeña con paredes verde muy claras y con un tapiz a media pared de ositos. La cama individual se encuentra hecha, los juguetes guardados en el gran cofre y el closet cerrado aun albergando muchas de sus ropas, aquellas que aún no donamos.

Viendo con fijeza la cama, puedo recordarlo riendo y saltando sobre ella, puedo vernos abrazados hablando en susurros, haciéndole cosquillas o llegando tan cansada del trabajo que me dormía a mitad del cuento que le leía. Ver alrededor es poder viajar en el tiempo y vislumbrar los juguetes por todas partes y la voz infantil jugando, es verlo correr mientras ríe y Ela dice que lo atrapará. Puedo ver a papá asegurándole que no hay monstruos e incluso a Eva jugando con él. Cuatro paredes envueltas con millones de recuerdos dentro de tan pocos años. Años que se sienten cómo mucho en la misma medida que se sienten tan poco.

Lucho contra las ganas de querer arrojarme a la cama y abrazar la almohada aun cuando sé que su olor no persiste en ella desde hace mucho tiempo. Inspiro hondo y sacudo la cabeza, todavía no puedo dejarme ir.

Caminando hacia la mesita de noche al lado de la cama, tomo la hermosa guitarra roja y autografiada que Andrew le regaló aquel día tan agridulce, los recuerdos de ese momento vienen a mi cabeza y mis dedos se aprietan sobre el agarre.

—Todavía no —Me repito.

Camino hacia la puerta y me detengo en el marco, giro viendo hacia atrás una vez más. Amaría tener millones de recuerdos más, amaría que todavía pudiéramos crear millones de recuerdos más, pero aprendo a aceptar y agradecer los que tuve, no fue mucho tiempo, pero al menos no fue menos.

Cierro la puerta detrás de mí y me detengo al llegar a la sala, viendo cómo lado a lado y frente a una foto de mí abrazando a un pequeño Arthur de cuatro años, papá y Andrew conversan en voz baja. No sé qué podrían estarse diciendo, pero hay una atmosfera envolviéndolos. Aclarándome la garganta los alerto de mi presencia y ambos me dan una sonrisa, trato de devolvérselas. Andrew toma la guitarra de mi mano y sonríe.

—Hola, campeona, parece que tienes un hermoso hogar, hoy daremos una serenata a una gran persona —Él me sonríe—. Esta es Wanda, una de mis chicas.

—Wanda es hermosa —respondo viendo la familiaridad con la que sostienen la guitarra acústica de color marfil.

—Y cuando la tocan con amor, paciencia y entrega, ella da las mejores melodías —asegura sonriendo.

—Y pasión, cuando la tocan con pasión —digo de manera distraída y él enarca una ceja—. Estoy lista para ir.

Papá sale a nuestro pequeño jardín lateral y vuelve con hermosas flores cala, no sé en dónde las compró, pero son perfectas. Me las entrega notando lo temblorosas que se encuentran mis manos y luego besa mi frente.

—Eres tan fuerte, pequeña —susurra—. Ve, estás lista.

Asiento regalándole una sonrisa de labios temblorosos.

—Volveré para despedirme y conversar un poco más —prometo.

—Aquí los espero. Conduzcan con cuidado.

Papá lleva hasta el auto el dulce que compró para Arthur mientras intercambia palabras con Andrew sobre las calles y algunos lugares que podría conocer, ante de que nos encontremos de nuevo en el auto. Esta vez Andrew es quien conduce guiándose por mis indicaciones mientras me aferro a las flores.

No tardamos mucho en llegar, solo hay un par de personas y en una parcela alejada. Hago un ejercicio de respiraciones antes de bajar del auto con las flores y el dulce. Andrew en silencio camina a mi lado dejándome que lo guíe hacia el lugar donde descansa el señor sonrisas.

Antes, en una de nuestras citas llegamos a hablar del funeral, sobre cómo su presencia trajo prensa rosa y lo culpable que se sentía sobre ello, no tuve problemas en hacerle saber que sabía sus buenas intenciones. Aquella vez apenas lo vi en medio del alboroto mediático y cuando se dio cuenta de que lo que su presencia hacía, él se fue con tal rapidez que ni siquiera alcanzó a acercarse, así que desconoce de en dónde se encuentran los restos físicos de mi bebé.

— ¿Por qué tu papá no vino? Y perdona si la pregunta molesta.

—Papá viene siempre a primera hora y le dije que estaría bien viniendo contigo —respondo deteniéndome en una bonita parcela con flores frescas—. Es aquí.

Ambos vemos las bonitas rosas rosadas que papá trajo esta mañana y aun hay unas margaritas que debió traer hace menos de una semana, él suele visitarlo mucho, lo que se nota viendo cuán cuidada está la grama y la pequeña parcela. Me dejo caer de rodillas y luego me siento con la vista fija en la lápida con sus nombres y apellido junto a los años con el comienzo y fin de su vida. Leo en voz bajas las palabras: "Gracias por las sonrisas regaladas y compartidas. Fuiste grande, pequeño. Te amamos, Mr Smile. Hasta pronto, héroe"

Dejo el dulce a un lado y acomodo las flores junto a las rosas. Acariciando el concreto con los dedos, cierro los ojos y lo dejo ir. Ahora sí. Dejo que las lágrimas caigan libremente dándome el derecho de llorar la pérdida que aún persiste, me permito el ardor de no tener un rostro exacto de mi hijo a sus trece años. Dejo ir las lágrimas de los momentos que no tendremos ¡Dios! Y lloro tanto porque lo extraño.

Llevo una vida plena y estoy en medio de la felicidad, avanzo y disfruto de la vida, pero siempre lo extrañaré, algunos días más que otros. Nunca terminaré de acostumbrarme a no verlo crecer, a no tener sus abrazos ni la lluvia de besos en mi rostro y aunque he aceptado que partió, todavía es difícil lidiar con la injusticia de que esa maldita enfermedad se lo llevará.

Abro los ojos y me paso el dorso de la mano intentando disipar la humedad de mi rostro. Hay movimiento a mi lado y luego Andrew se sienta con la guitarra sobre su regazo, mantengo la vista en el nombre de mi hijo.

—Hola, bebé, voy a arriesgarme a que Andrew piense que estoy loca.

—No lo haré.

—Ah, bueno, tenemos la autorización de Andrew —Rio antes de sorberme la nariz—. Siempre te hablo porque sé que puedes escucharme incluso si no estoy aquí en el cementerio. Feliz cumpleaños, Arthur, espero en donde te encuentres puedas escucharme. Cómo regalo de cumpleaños porque soy una mamá genial, traje a tu héroe.

—Hola, Arthur, aquí Andrew Wood visitando a uno de sus héroes.

Saco la carta que escribí anoche y respiro hondo antes de comenzar a leerla:


"No nací siendo la mejor madre, pero tú me enseñaste.

Quisiera darte las palabras más bellas que puedan existir, pero hablarte por medio de una carta me abruma. Desearía poder decirte en un discurso improvisado mientras te abrazo cuánto te amo.

No hay día en el que no te extrañe, hijo, me cambiaste la vida. Me hiciste ver la vida en colores que no conocía, me enseñaste de animales que ni sabía de su existencia y aprendí un montón de canciones infantiles pegajosas. Contigo aprendí a que los "te amo" fueran mucho más fáciles y espontáneos de decir.

Me enseñaste que no se necesita un "por qué" para los abrazos, que la lluvia de besos en el rostro es la cosa más dulce para compartir.

Me hiciste ver de una nueva manera lo que significa tener un héroe, me ayudaste a descubrir una fortaleza en mí que desconocía y aunque también me enseñaste un dolor que me marcó, te agradezco por ello, porque eso también fue parte de nuestra historia.

Nunca te culparía por marcharte, tuviste una batalla muy dura que siempre llevaste con sonrisas y fortaleza. Incluso en tu pequeño cuerpo, siempre albergaste el alma enorme de un gran guerrero.

Contigo descubrí lo hermoso que es ser mamá, lo que es tener algo más valioso que mi propia vida. Aprendí lo que es decir con certeza "eres parte de mi todo."

Podría decir mil cosas más, pero siempre te hablo, siempre te recuerdo, siempre pienso en cuánto te amo, no necesito un día especial para hacértelo saber.

Me gusta creer que hay un más allá después de la vida y de ser así, sé que en un futuro nos encontraremos.

Descansa, mi pequeño. Gracias por tus sonrisas, gracias por esos pocos años que sé debo tomar cómo eternos hasta nuestro próximo encuentro. Te amo."


Mi voz es un susurro final y la hoja se humedece con mis lágrimas. He escrito tantas cartas para Arthur, unas más largas que otras, todas igual de significativas.

— ¿Sabes lo que pasa, Andrew? Que el tiempo para nosotros corre, crecemos y envejecemos, pero ellos se mantienen estáticos en nuestros recuerdos. Puedo ver a mi hijo de diez años en una enorme lucha contra el cáncer, pero no puedo imaginar con exactitud cómo hubiese sido su rostro adolescente con trece años y eso duele. Duele horrible porque desde el momento en el que nació y lo dejaron sobre mi pecho, todo lo que deseé fue verlo crecer, estar a su lado viendo cómo se convertía en el hombre que estaba destinado a ser.

»Aceptamos la perdida y continuamos, pero a veces tenemos el derecho de preguntarnos "¿Por qué ya no puedo verlo más?" y siempre, pero siempre, tendremos derecho a emitir en voz alta cuanto los extrañamos.

»Lo extraño, lo extraño tanto que ya no recuerdo cómo se sentía la vida sin extrañarlo y sé que me entiendes.

—Lo hago —Su voz suena ronca—. Yo...La extraño, siempre.

—Lo sé y eso está bien, es nuestro derecho.

Saco un encendedor y quemo la carta cómo lo hago con todas, luego escucho el suave rasgar de la guitarra en notas conocidas. Una canción que nos acompañó en una habitación del hospital, una canción que dibujo en el rostro de Arthur la más enorme de las sonrisas. La canción que escuché luego en las radios, la que es el título de un CD, la que me llegó hondo en un concierto. La canción que él mismo nombró: Mr. Smile.



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