Capítulo 7


RESURGIENDO DE LAS CENIZAS

"La esperanza es un buen desayuno, pero una mala cena". 

—Francis Bacon.


JAKE

Tengo una persona a la que le gusto, y ella también me gusta... Le gusto, y ella a mí. Ella a mí...

Froto mis ojos.

Repetir mentalmente aquel mantra durante los últimos diez minutos se volvió como contar ovejas. El sueño empieza a atontarme. Creo que cabeceé durante los últimos tres minutos, pero debo entender que es imposible esto que todavía siento.

—¿Turno nocturno? —pregunta y, como habiendo recibido un balde de agua fría, de inmediato levanto la cabeza. Debería dejar de obsequiarle toda mi atención, pero es imposible. Todo esto me tiene mal. Durante las últimas semanas evité a June muy ofensivamente, a la chica más sensata, franca y espontánea que he conocido y que quiero de verdad. No miento cuando digo que me gusta. En serio que sí, pero...—. Tranquilo viejo, sólo soy yo. No te regañaré por quedarte dormido.

—Ajá —respondo sin aliento—. Pero me cubrirán durante un par de horas. Quiero decir... Debo hablar con June.

Mi revelación lo intriga, por lo cual de pronto mi estómago da un vuelco innecesario, trastornando mi respiración por segunda vez.

No aprendes Jake, deja de pensar cosas estúpidas y hacerte ilusiones tontas.

Me quedó claro desde la noche en que nos conocimos.

En nuestro primer año de universidad, la noche en la que decidí acercarme ya conocía su nombre, edad y estatura. Tenía algo de información sobre su persona dado a que compartíamos varias clases, pero él claro que ni siquiera me había notado entre ninguna de ellas.

Durante una fiesta que hizo la facultad de medicina lo encontré en la cocina, apoyado en la encimera central sobre la que reposaban las bebidas. Era casi el final de la noche, por lo cual gran parte de la casa de nuestro compañero se había convertido en un basurero, con jóvenes alcohólicos durmiendo en los sillones, peleando, o haciendo cosas indebidas en los cuartos del segundo piso. Como sea, Duncan era la excepción a todo eso. Lucía sorprendentemente ajeno y juicioso.

Bebía cerveza de una botella, tenía el cabello oscuro más corto de como ahora lo lleva y revuelto de manera hostil. Se veía increíble con las mejillas ligeramente enrojecidas mientras inspeccionaba la sala muy escrupulosamente, en dirección al grupo de chicas que se tambaleaban hacia la puerta (en aquel momento no sabía que estaría escogiendo a la afortunada con quien pasaría el resto de la noche).

No creí ser el único capaz de sentir esa extraña atracción que te revuelve el estómago y te deja sin aliento. Era Duncan con su extraña gravedad que te envuelve y no te suelta. Se trataba de su nata capacidad para absorberte por completo.

Estaba envuelto en un aura especial, misteriosa, como si al examinar en realidad buscara algo más, algo que te originaba gran curiosidad por saber. Y era precisamente de esa forma durante horas de clases. Ocupaba un puesto justo al final del salón y repasaba cada asiento ocupado y por ocupar, a cada persona que se encontraba a su alrededor las contemplaba fijamente, desconfiando, queriendo confiar. Las mujeres se encogían sobre sus sillas al comienzo, pero segundos después las descubrías volteando la vista, obsequiándole una amplia y lánguida sonrisa.

Duncan siempre tuvo tanto poder, que sin siquiera voltear a verme tan solo una vez, originaba ese mismo efecto en mí.

Al final de esa fiesta decidí acercarme a él, porque no podría ser tan aplacador con tanto alcohol en su sistema. Pero, aunque me encontraba tan cerca de su persona, no se percató de mi presencia.

Ridículamente no supe cómo llamar su atención o qué decirle, así que a su lado aguardé en busca de una señal durante los minutos más largos de toda mi vida, hasta que lo vi arrojar el vaso vacío sobre la mesa y, entonces, decidido por fin di un paso hacia el frente, siendo momento justo en el que inesperadamente volteó en mi dirección y ambos chocamos.

Me puse tan nervioso que, en vez de disculparme hablé de más, siendo algo típico en mí, algo así un defecto en realidad.

De este modo le confesé algo de lo que nadie se enteraría jamás:

—Soy bisexual, y me gustas.

Su expresión de sorpresa y confusión me causó pánico. Estaba claro que iba a ser rechazado. Mi corazón era una bomba de tiempo.

—Lo siento. —Fue lo único que dijo y salió detrás del grupo de chicas borrachas, dejándome pasmado, pensando en lo estúpido que fui al presentarme de esa manera.

Pero ¿qué más da? Al día siguiente lo encontré en la biblioteca y no recordaba nada gracias al alcohol.

Descansaba la cabeza sobre una mesa, con los ojos entrecerrados sobre un libro de biología. Parecía perdido en la realidad. Ni siquiera prestaba atención a las chicas de la mesa contigua que le sacaban fotografías en secreto.

Con los nervios a flor de piel me senté en frente suyo, y cuando me miró se llevó todo mi aliento.

—Me das de eso —dijo, señalando el café que llevaba en mi mano derecha. Dudoso lo deslicé sobre la mesa. Duncan lo atrapó sin vacilar, y no se dio cuenta de la electricidad que percibí cuando sus dedos rozaron los míos. No se percató de mi sobresalto, asumo, por lo cansado que visiblemente estaba.

Desde aquella mañana nunca me detuve. Desde el comienzo fui un masoquista. Le llevaba un café cada día y me bastaba su gratitud. Verle disfrutar de la bebida que compraba especialmente para él era mi felicidad.

Así fue como cada vez nos hicimos más cercanos, y sabía que por el camino en el que avanzábamos no era el que deseaba. Pero en ese entonces era mejor que nada.

Al comienzo no entendía por qué siempre lucía tan cansado y somnoliento, pero aún así, estúpidamente seguí esperando que algún día recordara mi confesión o, por lo menos, se diera cuenta de lo mal que me ponía cada noche, cuando lo encontraba con una chica diferente. Nunca estaba solo en ese sentido. Jamás dormía, o evitaba hacerlo.

El tiempo a su lado pasaba tortuosamente, y cada vez sentía que no podía soportarlo más. Me estaba volviendo loco el tenerlo cerca, pero a la vez no.

Aunque lo intentaba, no sabía por qué sacaba a relucir su necesidad por acostarse con alguien diferente cada noche. Intenté hablar del tema tantas veces, pero cuando menos me di cuenta tropecé con un gran muro impenetrable construido a su alrededor.

Era frustrante y doloroso verlo ahogarse de ese modo, y lo peor de todo, no poder hacer nada.

Por mi bien, debía alejarme. Pero entonces conocí a June, y vi mi reflejo en el enfado que sentía por su novio de aquellos días, porque la había engañado. Me sentía de la misma forma con respecto a Duncan: enfadado por no darse cuenta de mis sentimientos, por ignorarlos a pesar de que siempre estuvieron ahí, en cada vaso de café.

Ella y yo encajamos perfectamente la noche en que nos conocimos, me gustó que no tuviera miedo a decir las cosas o actuar por lo que creía correcto, se parecía un poco a Duncan en ese sentido.

Tiempo después June y yo empezamos a salir, y cada día la quería más, hasta el momento en que aparecía quien se convirtió en mi mejor amigo, recordándome que siempre habría de ocupar un puesto irremplazable en mi interior.

Ahora, cada vez que lo veo tengo miedo de mí, porque un mal paso bien podría destruir mi relación con June, además de terminar con lo único que puedo tener de Duncan: su amistad.

Comprende. Deja de esperar. Deja de imaginar que podrías tener una oportunidad. No lastimes a quien te ama de verdad.

—Debo disculparme con June —suspiro, levantándome de la silla, sintiendo sus ojos todavía sobre mi espalda.

Si está enfadada es mi culpa. Últimamente las veces que Duncan me ha sorprendido con ella siento una extraña vergüenza, algo que me impulsa a alejarla de inmediato. Como si estúpidamente lo estuviera engañando.

—Entonces, ¿qué hacías sentado ahí en vez de ir a buscarla? —pregunta con cierto grado de ironía.

Freno de lleno en frente del ascensor e involuntariamente aprieto la mandíbula con fuerza. Reviso la hora en mi teléfono celular y encuentro que son pasadas las nueve de la noche. Él sale a las nueve.

Demonios.

Lo estaba esperando.

Como un amigo... Sí, maldita sea, como un amigo.

—Sólo me aseguraba de que no hubieras decidido acostarte con la adolescente de esta tarde. —Lo contemplo de reojo y encuentro una sonrisa en su rostro que, sé bien, no es por mí, pero que aún así, pone mi garganta a secar.

—Por eso eres mi mejor amigo —despide el cañón mientras la puerta del elevador se abre y trago con dificultad—. ¿Entras o qué? —indaga después de esperar a que ejecute un primer paso, presionando el botón que mantiene la puerta abierta.

Jamás me acostumbraré a esa misma palabra proviniendo de sus labios: «amigos». ¿Al menos se da cuenta del poder que posee sobre mí? Recibo cada uno de sus disparos, y han sido tantos, que sentir dolor se ha vuelto normal en mi diario vivir.

Lo que no es normal es que me gusten dos personas a la vez. Debería ser imposible querer a dos al mismo tiempo.

¡Y diablos que también lo comprendo!, Duncan nunca hará nada más que mirarme como a un amigo. Sin embargo, a pesar de las muchas veces que asesiné la esperanza continúa estando ahí, como un ave fénix que resurge de las cenizas. Ilusionándome por tonterías.

—¿Metes tu culo en el ascensor o qué? —insiste.

Me toma hasta este preciso instante recomponerme casi por completo.

—Ya voy mamá.


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