Capítulo 6
UNA GRAN CONFESIÓN
"No hay una visión más triste que la de un joven pesimista".
—Mark Twain.
DUNCAN
Hace un día precioso. Los pétalos de cerezo son guiados por el viento y tropiezan con cada zancada que doy mientras avanzo por el patio, en dirección al edificio de secundaria, empujando a la multitud de estudiantes que yacen aglomerados. Los hombres visten uniformes oscuros de estilo militar, y las mujeres más bien lucen un estilo marinero. Todos coinciden en las expresiones de gran asombro y estupefacción que oscilan entre el suelo y la terraza del edificio.
—¡Kaito! —Me despierto gritando. Aprecio el corazón en la boca mientras contemplo en ambas direcciones, comprobando que estoy de regreso en el presente, divisando el par de paredes blancas y el segundo piso de la cama litera sobre mí.
Me siento sobre el colchón, respirando profundamente, aborreciendo el dolor aglomerado en el pecho. Hace calor. Estoy sudando frío. Puedo sentir las palmas de mis manos heladas mientras las cierro y las vuelvo a abrir, repitiendo el mismo proceso una y otra vez. Tengo cada uno de mis músculos entumecidos.
Es lo que pasa cada que cierro los ojos. Revivo la misma pesadilla sin descanso alguno.
—¿Insomnio nuevamente?
Sobresaltado regreso la vista y Jake me sonríe desde la puerta mientras se acerca. No lo escuché entrar.
Anoche pasé limpiando el desastre consumado en la cocina que fue capaz de transformar mi estómago en una licuadora, literalmente. Puedo soportar cualquier cosa, pero eso sí, mi sentido del olfato es demasiado agudo, tolero aromas hasta cierto punto, y ayer fue demasiado. Debería contarle quién fue la causante de tan deslumbrante obra artística, pero mejor me contengo.
Me ofrece una botella de agua. Jamás ha llegado a mí con las manos vacías, y estoy plenamente agradecido por eso.
—Ni que lo digas. —Acepto su ofrecimiento y tomo un gran bocado del líquido helado mientras de reojo lo advierto dejarse caer en el sofá pegado al pie de la cama. El sitio no es muy espacioso que digamos.
—Jamás me has contado acerca del motivo que te lleva a estar con una chica distinta cada noche. —Guarda silencio durante unos segundos, tomándose un tiempo para estudiarme—. ¿Tienes pesadillas y por esa razón prefieres mantenerte despierto lo más que puedas? —indaga y no puedo evitar sorprenderme. ¿Cómo llegó a tan acertada conclusión? Es inesperado—. Te conozco desde hace años, y siempre que te he visto caer dormido, más tarde despiertas en este mismo estado. —Me sonríe con empatía—. Estudio para neurocirujano, creo saber cómo funciona la cabeza —bromea.
No sé qué contestar. Todavía me encuentro un paso fuera de la realidad.
—Diablos... —suelto mientras froto mis sienes, esperando que la repentina jaqueca desaparezca pronto.
—Sobre tu vicio de llevar a una mujer distinta a la cama cada día libre, con aparentemente la finalidad de no dormir, puedes decirme Duncan.
—Jake... —suplico. Su voz chisporrotea en el interior de mi cabeza, torturándome. Es agonizante.
Necesito un café.
—¿Acaso ni siquiera me ves como un amigo?
Sus palabras me congestionan un poco más, trayendo por alguna razón el recuerdo del día en el que nos conocimos.
En épocas de universidad, la facultad de medicina hizo una gran fiesta. Él se acercó, presentándose. Y como siempre tuvo una gran boca, de esas que no retienen nada, soltó una gran confesión. Aquella fue la primera vez que alguien me dejó completamente helado, pero si ahora me preguntan, no la recuerdo con exactitud. Culpa del alcohol, debo decir.
Si se interesan en cómo llegamos a ser mejores amigos, diré que básicamente fue a causa de su presencia habitual. Es decir, desde ese entonces aparecía con café siempre, sobre todo mientras me encontraba estudiando en la biblioteca de la universidad. Jake hablaba de cualquier cosa, manteniéndome despierto, siempre despierto, en cualquier sitio y en cualquier lugar. Es la compañía parlanchina que necesito por lo efectiva que es, muchas veces mejor que la cafeína.
—Eres mi mejor amigo, imbécil —suelto.
—Me dueles... —Realmente suena afectado, pero entonces escucho la puerta abrirse.
Me cuesta un poco de trabajo dirigir la mirada en esa dirección. Mi cabeza pesa casi tanto como una roca. Tengo la vista tan cansada, que enfocar la esbelta figura que acaba de entrar no es precisamente fácil, pero de todas formas la sostengo. Aquella se pavonea y rápidamente se sienta a horcajadas, sobre las piernas de Jake. De inmediato sé quién es, sin embargo, mantengo la mirada fija en su espalda, siendo algo que sucede cuando estás muy cansado: tienes pereza hasta de mirar en otra dirección.
June parece motivada. Aprieta con sus dedos la bata impecable de Jake y empieza a besar su cuello.
Froto mi rostro con las palmas y el dolor empeora.
Maldita jaqueca...
Empiezo a levantarme intencionado en abandonar la habitación de residentes del hospital, pero de pronto escucho una queja y, cuando Jake pronuncia mi nombre volteo, encontrándolos de pie. June luce sorprendida, en cierto modo decepcionada y muy dolida por lo que fue un evidente rechazo.
Me quedo en una sola pieza, mi cabeza late a la par de mi corazón cuando intento comprender qué ocurre.
—Pronto empezará la operación —suelta Jake y apresuradamente lo veo salir entre que disculpándose y tropezándose.
¿Qué le sucede? El neurocirujano ni siquiera ha llegado, quizá lo haga dentro de veinte minutos, siendo la hora acordada.
Jake parecía nervioso, pero puedo asegurar que no por la operación. Somos residentes, ambos en distintas ramas de la medicina, pero en realidad pasamos mucho tiempo en la sala de emergencias, y cuando ponemos en práctica conocimientos en nuestras áreas, es bajo la supervisión de médicos profesionales y preferencialmente en la sala de cirugía, por lo cual, sé de buena fuente que él jamás ha estado nervioso.
Entonces, ¿por qué la mentira?
No quiero pensarlo, pero creo que la está evitando.
—¿Asistirá a una cirugía? —cuestiona June en voz bajita.
Su expresión hace que aprecie algo punzante en plena garganta. La vergüenza en su rostro es casi contagiosa.
—Sí —respondo, de pronto quedándome sin aire. Mi enfado hacia ella ha desaparecido por completo después de lo que acabó de pasar.
—Claro, debí suponerlo. Suele ocuparse demasiado, cosa de doctores... —musita entre dientes mientras conserva la mirada en el suelo, dirigiéndose hacia la puerta.
Jamás la vi tan apagada, es decir, hablamos de la demente, enérgica y maléfica June.
—Bruja —la llamo y apenas voltea para mirarme con ojos vidriosos—, ¿sabes qué diablos ocurrió en mi cocina el día de ayer?
—Ah... —Sus labios tiemblan. Durante un momento luce pensativa y al siguiente segundo, suelta una risa en cierto modo reprimida, algo que de alguna forma me hace sentir extrañamente aliviado—. No sé de qué estás hablando.
En realidad, estoy seguro que ambos sabemos de quién fue la culpa.
—Eres muy mala mintiendo. Harás algo al respecto —anuncio y sus cejas se estrechan, pero su rostro no tarda en iluminarse. Y ahí está otra vez, la June despabilada—. Ni pienses en jugar sucio nuevamente, bruja.
—Entonces no me tientes, gigoló. —Me provoca con su sonrisa gatuna y se pavonea un poco al salir.
Diablos. ¿Qué la pondré a hacer esta vez?
—No debiste hacer eso.
—¿El qué? —pregunta Jake mientras se sienta en un banco junto al mío, en la sala de emergencias. Hace algunos minutos que salió de la sala de operaciones. Pasó alrededor de cinco horas en cirugía y parece cansado.
Quizá no debería meterme, pero cuando la vi marcharse de esa manera... Creo que debo hacer algo como su mejor amigo, no puedo simplemente quedarme callado.
—Con June —suelto.
—Lo sé —suspira, perdiendo la vista en el techo.
Siento la necesidad de preguntarle la razón, pero algo me dice que es mejor mantener mi curiosidad detrás del límite.
—¡Au! —se queja la adolescente cuando paso una gasa por el corte en su mejilla, desinfectándola.
—Aguanta un poco —le digo porque empieza a inquietarse. Nadie la obligó a meterse en una pelea con otra muchacha y por un idiota que ni siquiera las acompañó al hospital.
—Haré lo que quieras, tan sólo porque eres guapo. ¿Me das tu número? —pregunta ella.
—No —respondo, tomando otra gasa y deshaciéndome de la usada.
—Pero qué frío... Anda, dame tu número —cuestiona, agitando las pestañas en busca de mi atención, haciendo un puchero que me encargo de borrar cuando trato su herida con menor cuidado que antes—. ¡Ay!, ¡duele!
Perfecto. Eso está mejor.
¿Acaso no se dan cuenta que, desde que pasamos a formar parte de la universidad, somos un gran número de hombres los que jamás voltearemos a ver a una colegiala? Por más que intenten captar nuestra atención, a partir de ese instante pasan por desapercibidas ante nuestros ojos. Cruel, pero real.
—Anda... —insiste.
Inesperadamente la tengo tomando de mi bata. Un momento después tira de ella con la intención de acercarme más.
Si las personas supieran con todo lo que tenemos que lidiar los que trabajamos en un hospital... En realidad, ni siquiera debería estar en la sala de emergencias, es aburrido cuando más bien te preparas para hacer algo más grande y específico que la medicina general, pero el día de hoy, como nunca y por alguna razón, no hay mucho más que hacer.
Estoy a punto de empujarla, no obstante, siento que un brazo se posa sobre mis hombros y me jala hacia un lado, apretándome contra quien que de pronto se ve entusiasmado en apegarse todavía más a mí, hasta que roza su nariz en mi mejilla. Logro contenerme al ver quién es y por qué lo hace.
—Lo siento preciosa, pero este hombre es mío —suelta Jake, apretujándome innecesariamente.
Aprieto los dientes.
Es un abrazo nada más, pero inevitablemente cada uno de mis músculos entra en tensión.
—Diablos. —Desilusión es lo que ahora veo en el rostro de la rubia—. Los más guapos siempre son del otro equipo.
Formo una línea recta con mis labios ante el ataque de risa que me invade por ser consiente de su decepción.
Ahora me siento aliviado.
—Las mujeres no son las únicas que pueden usar esta estrategia —susurra Jake en mi oído, produciéndome escalofríos mientras desliza su mano sobre mi espalda, volviéndolo todo más real y trayendo recuerdos desagradables de la venganza de June.
—Aparta, estoy trabajando. —Lo empujo, sacudiéndome de sus brazos. Jake es a la única persona a la que no podría golpear porque, en su defecto, si fuera otro haciendo lo mismo, ya le habría partido la cara.
—Por su puesto encanto. —Me guiña un ojo y lo observo marcharse con una gran sonrisa iluminando su cara, tratando de imitar el movimiento de caderas de June. Lo hace casi natural, quizá por las muchas veces que la ha visto hacer eso.
Me rio de verlo.
Imbécil... Pero me acaba de salvar el culo.
JAKE
Aún después de salir de la sala de emergencias, todavía puedo sentir los músculos de su espalda contrayéndose bajo mi tacto indirecto con su piel.
Contemplo mis yemas como si me estuviera quemando. Las siento arder.
Maldita sea.
Debería olvidar lo que le dije el día en el que nos conocimos, así como evidentemente él lo hizo.
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