Capítulo 40
LA VIDA
"¿Cómo no me iba a enamorar? Siempre supo cómo hacerme sonreír".
DUNCAN (8 meses después)
A pesar de mis esfuerzos realizados durante todo este tiempo para acercarme, su madre no quiere verme ni en pintura, evita cualquier clase de contacto conmigo, y no la culpo. Tiene todo el derecho. Además, tampoco se ha interpuesto en lo mío con June.
Por otro lado, se ha relacionado de mejor manera con June, dándole consejos sobre el embarazo —puesto que aceptarlo le fue bastante difícil—, el bebé, cuyo sexo todavía no queremos saber, y la vida en general.
Una semana atrás, Violet dio a luz a una niña. Sus padres, no perdieron la oportunidad de llamarla Nicolette. Un nombre hermoso, y que también hace referencia a la tan amada cámara de Vi: Nik.
Pero no todas las noticias son estupendas...
Jake se disculpó con June. Un día simplemente apareció en la puerta de su casa, dijo Lo siento, y se marchó. Después de eso, ninguno de nosotros volvió a verlo, se encerró dentro de un muro de tristeza y desolación rotunda, prohibiéndonos el paso, negándose a nuestra ayuda hasta que de pronto, no volvió a salir. El día de ayer, los doctores que lo atendían, nos dieron la terrible noticia de que había fallecido con tuberculosis, una enfermedad asociada con el VIH.
Nos sentó tan inesperada la noticia, que los dolores empezaron de madrugada y un segundo después, se había roto la fuente.
June tuvo un parto prematuro.
Yo estaba como un loco.
Por primera vez, aun teniendo toda la experiencia, no sabía qué hacer.
Otro doctor tuvo que encargarse del parto puesto que yo no me encontraba en condiciones.
—¡Sáquenlo ya! —June lanza un grito, apretándome la mano con fuerza suficiente como para exprimirla.
Ha hecho esto tantas veces durante las últimas cuatro horas, que ya no siento los dedos, pero simplemente dejo que lo haga. De alguna forma me ayuda a tranquilizarme.
—Vamos, puja —pide el doctor con absoluta calma.
—¡Tú no me digas qué hacer! ¡Estoy pujando tanto, que hasta me sorprende que todavía no me cague encima!
El doctor me mira sorprendido e inevitablemente sonrío.
Es mi profesor, de él aprendí gran parte de lo que ahora sé y lo admiro por todo el conocimiento que posee, pero justo ahora, más bien luce como si estuviera leyendo el periódico sentado en frente de la vagina de June, como si nada del otro mundo estuviera ocurriendo en sus narices.
Realmente espero no lucir así cuando atiendo algún parto.
—June, respira y relájate —intento calmarla, pero no hago más que avivar las llamas del infierno.
—¿Relajarme? Intenta relajarte mientras alguien te patea en los testículos. ¡Duele más que un cólico!
Tantas veces habiendo visto esto, pero es la primera vez en la que realmente me pregunto: ¿tan mal se siente?
De repente un casi insonoro pedo hace eco en la sala de partos y el mundo aguarda en silencio.
June, por primera vez en todo este tiempo, se ha quedado muy quieta mientras sus ojos se abren mucho.
—Tranquila —apresuro—. Cuando el bebé desciende a través del canal de parto, el aire penetra y se ve forzado a salir del ano, así que es normal soltar algún gas. Ya estamos acostumbrados.
Nada de lo que digo parece ayudar.
Luce todavía más avergonzada que antes.
—¿Por qué me hablas de gases y anos justo ahora? —dice entre dientes—. No ves que estoy muerta de penaaaaay ¡maldita sea!, cómo duele...
Tanto tiempo habiéndole preparado para este momento... Pero es June de quien hablamos.
Acaricio su cabello, y me doy cuenta de que ha empezado a temblar. Hasta sus dientes castañetean.
—¿Qué ocurre? —le pregunto.
—Siento escalofríos.
—¿Qué tipo de sangre eres? —pregunta el doctor, asomándose tras la cobija que cubre las pierdas de June.
—A. —Ella contesta.
—¿Y el padre?
—B —le digo.
—Es normal. Seguramente el bebé sea B, incompatible con el tipo de sangre de la madre. Vamos, ahora, puja.
—¡Ahhhhhhh!
Detrás del grito, de repente hay un silencio que es roto por el llanto de una pequeña criatura.
June, agotada, se deja caer de espaldas sobre el colchón.
—Vaya... —suelta el doctor.
—¡No me diga el sexo! —interviene June—. Quiero ver al bebé boxeador por mí misma.
La enfermera, que todo el tiempo permaneció de pie junto a la camilla, aguardando por alguna orden y en completo silencio, es quien envuelve a la criatura en una frazada y me la ofrece.
Mis labios tiemblan al ver ese pequeño rostro enrojecido, y esa boquita abriéndose como la de un pez que intenta probar el sabor que tiene el aire mientras aprieta sus ojitos por culpa de la luz.
Es lo más hermoso que he visto en mi vida.
Conmovido me acerco a June y ella toma al bebé entre sus brazos.
Su rostro se ilumina y el cansancio ya no parece importar.
Con su mano remueve la frazada, me mira y sonríe, devolviendo la atención a quien yace cómodamente entre sus brazos.
—Bienvenida al mundo, pasita arrugada —dice ella.
—Oh, pero mira esos ojos achinados. Se nota que es hijo de Duncan —dice Violet, quien, como niña pequeña yace asomada sobre la cuna de hospital—. ¿Y bien...?
—Y bien ¿qué? —pregunta June. Han sido un par de horas desde que salió de la sala de partos, y ahora permanece recostada sobre su hombro derecho de una camilla, mirando a su amiga con diversión.
—¿Estás de broma? ¿Cómo fue? ¿Cuál es el sexo?
Anthony, su esposo, está sentado en un sofá, con la pequeña Nicolette dormida entre sus brazos. Ella es más grande, tiene uñas, un poco de cabello, cejas y pestañas, nació de nueve meses después de todo.
—Me lancé un gas en la cara del doctor —confiesa June y todos volteamos a verla mientras se ríe a carcajadas. Está feliz, al igual que yo.
—¿En serio? ¡Oh por dios! —Violet luce asqueada—. Qué suerte que no me pasó eso, pero vomité. Estábamos cenando comida china cuando la primera patada me dejó sin aire. Un segundo después había pasta a medio digerir por todos lados, y de repente, la fuente se rompió. Creí que me había orinado. Hubieras visto la cara del camarero. Pobre hombre.
Ambas ríen, pero más bien parecen estarse burlando de la desgracia de aquel.
Por algo son mejores amigas.
—Parece una historia de terror —suelto.
—Sí. Pero ya, por favor, ¡digan el sexo del bebé! O yo misma lo averiguaré.
—No te atrevas a desvestir a mi hijo, mujer pervertida.
—¿Me pones a prue...? Espera. ¿Dijiste "mi hijo", en masculino? ¿Es un niño?
—Kai Tod —aclara June.
—¿Kai Tod? Kaito... Suena igual que... —Violet me mira conmovida.
—Hacer mención de mi hermano en su nombre, fue idea de June
—Es quien me llevó a conocerte cómo eres en verdad. Esa historia en la estación sobre Kaito y Seiji, los hermanos, no sólo me abrió los ojos, sino también el corazón —me dice y estoy seguro de que me acabo de enamorar de June por segunda vez.
—June. —Violet. Sus ojos parecen dos bolas de cristal brillantes—. Eso es conmovedor...
De repente la puerta se abre con fuerza y la señora O'connor, detenida en la mitad del umbral, nos contempla a todos.
—¿Por qué siempre soy la última en llegar? —dice y se apresura a la camilla—. ¿Y mi nieto o nieta?
—Nieto —June señala hacia la cuna y su madre se acerca.
De repente vuelvo a sentirme un poco nervioso e inquieto por lo que pueda ocurrir.
La señora O'Connor contempla la cuna durante un largo minuto, sus labios tiemblan, por lo cual levanta una mano para presionar su boca y solloza. Mira a su hija, e inesperadamente luego a mí.
—Soy abuela —dice con lágrimas conmovidas fluyendo sobre sus mejillas.
—No seas dura con él —pide June y su madre niega con la cabeza.
—Me sorprende que siga aquí. Es decir, creí que aprovecharía el primer momento para huir.
—Eso es porque no lo conoces, mamá. Duncan es un hombre impresionante, el mejor. Y también es el padre de tu único nieto.
—Eso ni lo sueñes —suelta su madre con severidad, de pronto paralizándonos a todos—. No será mi único nieto, tienes que darme más.
Suelto el aire que no sabía que contenía, de repente sintiéndome ligeramente mareado.
—¿Qué? Oh, no, no, no, no... No pienso pasar por ese calvario nuevamente.
—Se lanzó un gas en la cara del doctor. —Violet se adelanta revelando.
—Y tú vomitaste en medio de un restaurante de comida china. —June se defiende.
—Te di el culo grande, muchachita, pero no para que te andes pedorreando en la cara de los demás —su madre se burla y todos reímos—. ¿Puedo cargarlo? —me pregunta, y me sorprende que lo haga, como si quisiera mi permiso para un derecho que se le ha sido otorgado naturalmente.
—Adelante.
La señora O'Connor toma a nuestro hijo entre sus brazos y le sonríe.
—Será un rompecorazones. Es guapísimo.
—Amo a mi hijo, pero luce como una pasita arrugada todavía.
—Mientras no sea un gigoló. —Violet me susurra al oído. No sé en qué momento se ha acercado, pero de eso, ni hablar.
Mi pequeño no seguirá mis pasos.
Es más, lo único que deseo es obsequiarle a él y a su madre, la mejor y más feliz de las experiencias.
Enseñarles que, así como la vida quita, también otorga algo maravilloso. Y aunque sepamos que la felicidad dura poco, también es de valientes saber disfrutarla mientras dure.
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