Capítulo 38


ACONTECIMIENTOS INESPERADOS

"Nada hay en el mundo, ni hombre ni diablo ni cosa alguna, que sea para mí tan sospechoso como el amor, pues éste penetra en el alma más que cualquier otra cosa. Nada hay que ocupe y ate más al corazón que el amor. Por eso, cuando no dispone de armas para gobernarse, el alma se hunde, por el amor, en la más honda de las ruinas".

—El Nombre de la Rosa, Umberto Eco.


ARIEL

El líquido caliente color marrón cae en forma de cascada en el interior del vaso, salpicando un poco el exterior. Percibir la fragancia del café de la máquina me produce náuseas y aprieto la mandíbula con fuerza. Al recobrar la compostura tomo un sorbo de la botella de agua que adquirí minutos atrás mientras espero que el vaso termine de llenarse.

El VIH no tiene cura, había susurrado Duncan después de su arduo intento por ver a June horas atrás. La ingresaron inconsciente.

Los doctores no permitieron que Duncan se le acercara, estaban tomándole una prueba de sangre para hacerle un análisis, siendo entonces que otro interno, a mala hora, se atrevió a detenerlo. Duncan reaccionó mal, lo golpeó tan fuerte que el pobre muchacho fue a parar a la camilla de al lado. Hace tiempo experimenté su agresividad y debo admitir que duele de verdad. La policía tuvo que sacarlo a la fuerza para calmarlo y así tomar su testimonio con respecto a Alexis y Jake.

Por otro lado, Jake no quería a nadie cerca, tuvieron que darle sedantes por lo alterado que se puso cuando, tres horas atrás, ingresó a la sala de emergencias y vio a June inconsciente en una camilla. ¡Yo lo hice!, ¡fue mi culpa!, empezó a gritar y a llorar con euforia.

Lo cierto es que todos estábamos muy alterados por lo ocurrido. En lo personal, todavía sigo en una especie de trance que no me permite pensar con claridad.

Alcanzo el vaso de café hirviendo y regreso a la sala de espera, sitio en el cual Harry espera con Duncan.

—¿Cómo fue que se contagió? —Al llegar escucho que Duncan se pregunta.

Le ofrezco el café a Harry, quien lo toma después de hacer un gesto agradecimiento. Duncan no ha querido beber, aún peor comer algo. Desde que anunciaron los resultados de June y Jake, permaneció sentado con los codos sobre las rodillas, tirando de sus mechones oscuros con tanta fuerza y tantas veces, que su cabello ahora se parece bastante al de Edward de la película Manos de tijeras.

—Las enfermeras mencionaron algo que Jake comentó en su delirio antes de caer dormido a causa de los sedantes que le administraron... Una fiesta en la universidad poco después de conocerte. Se acostaría con algún portador aquella vez.

Las palabras de Harry se ciernen sobre Duncan como un balde de agua helada.

—Escucha, Duncan, lo que sea que haya ocurrido, no fue tu culpa. Tú no tomaste las decisiones por él.

—No lo hice, pero sí fui quien sirvió de impulso. Después de todo mi esfuerzo para evitar cualquier catástrofe, no pude impedir que saltara. —Visiblemente parece afectarle de una forma muy íntima, como si fuera dueño y señor del infierno que Jake construyó para sí mismo. Es como si estuviera a punto de ceder ante la locura. Se está castigando por algo que no provocó.

—La mayoría de personas que conocemos van a intentar cambiar nuestras actitudes. La simpatía es un factor clave para persuadir a la gente. Jake lo intentó contigo de la forma más horrorosa posible —intervengo—. Al final, debe aprender que no todo sale como queremos, sobre todo si recurrimos a lo peor de lo peor. Y tú, hombre... Somos humanos, no superhéroes. No quieras salvar al mundo cuando ni siquiera puedes salvarte a ti mismo.

Con la mirada perdida en el suelo, de repente Duncan pega un salto cuando alguien posa la mano sobre su hombro y volteamos para ver a su compañero de trabajo, el mismo que osó detenerlo en la sala de emergencia y terminó siendo golpeado.

Harry y yo nos hacemos de oídos sordos.

—Lo lamento por lo ocurrido con Jake, era tu mejor amigo después de todo.

—Ya. —Duncan insinúa una sonrisa con la que en realidad manifiesta el dolor y gran decepción que siente—. Y yo siento haberte golpeado.

—Eso y más es a lo que nos enfrentamos casi a diario los que estudiamos medicina.

Todos en el hospital piensan que Jake intentó suicidarse por su enfermedad. Duncan nos obligó a cerrar la boca en cuanto al problema real: lo que Jake sentía por él. Está claro que si lo ocultó del mundo es porque no se siente bien consigo mismo, fue lo que nos dijo. Y en ese momento no logré comprender por qué motivo, aún después de lo que Jake hizo, podía preocuparle tanto el guardar su secreto. Pero ahora creo que lo sé, el tipo de persona extraordinaria que Duncan es en realidad.

—Primero tu mejor amigo y luego la chica... ¿Cómo se encuentra ella?

Su compañero con bata es un tonto por ser tan directo en un momento así, sin embargo, también entiendo que ha de estar preocupado por él.

Nuestras miradas recaen en Duncan, a la espera. Es él quien debe asimilar la noticia y tomar una decisión después de todo.

—Descansando, por ahora...


JUNE

Al despegar los párpados la luz en el cabezal de la cama agrede mis ojos, no es muy fuerte, de todas maneras, actúa como una espina para mi cerebro.

En un principio no soy capaz de reconocer el sitio en el cual me encuentro, poco después el dolor agudo que origina la aguja clavada en el dorso de mi mano pone en evidencia que se trata del hospital en el que Duncan y Jake trabajan.

Estoy sola, y recordar parte de lo ocurrido antes de perder la consciencia, me impulsa fuera de la cama.

Tan solo visto una bata celeste, por lo cual, después de asentar los pies descalzos en el suelo de mármol, el gélido frío trepa por mis piernas, produciéndome escalofríos. Entonces me percato de algo todavía más extraño: sobre una mesita junto a la cama yace una pila de cajas de pizza, son tres en total.

Tengo las piernas entumecidas y tal debilidad que debo ayudarme del tripie del suero para caminar hasta la puerta. Junto a esta última yace un ramo de violetas y una bolsa de regalo, pero sinceramente no tengo deseos de averiguar su contenido, sobre todo porque no posee una tarjeta con el nombre del remitente.

¿Cuánto tiempo he pasado en este lugar? El suficiente como para que me hayan acomodado en una habitación independiente.

Me dirijo hasta el puesto de información, pero no encuentro a nadie. Tampoco sé en qué ala del hospital podría encontrar a Duncan, nunca me dijo en qué departamento trabajaba.

Decido recurrir a la opción más simple de todas y me acerco a la primera persona que encuentro y trabaja en el hospital, está aseando el suelo con la ayuda de un trapeador.

—Disculpa, ¿en qué ala trabaja Duncan Reed?

Es de imaginar que todos lo conocen, de todas formas, empleo su apellido por si acaso.

—Cuarto piso —suelta sin más y se va sin siquiera voltear a ver.

Genial. Y ahora, ¿qué piso es este?

Me acerco al ascensor y, junto a la luz roja que anuncia su llegada, descubro que me encuentro en la tercera planta. Me apresuro a entrar y presiono el botón con el número 4.

Un minuto después las puertas se separan y avanzo a través del extenso pasillo, hasta determinado lugar en el cual, colgado del techo, yace un letrero que anuncia mi llegado al ala de pediatría.

Aquella mujer se habrá equivocado, pero no avanzo mucho más cuando, ante mi vista, descubro otro puesto de información vacío y las cristaleras de la sala de recién nacidos que hacen su gran aparición.

Me acerco y entonces lo veo.

Duncan se encuentra en el interior, de espaldas a mí, con una mascarilla y traje especial, entre las tantas cunas con niños que permanecen descansando en su interior.

Da media vuelta y descubro que, entre sus brazos, con impresionante meticulosidad y afecto, una criatura diminuta yace acurrucada. Poco después retira un termómetro del brazo del pequeño y se inclina sobre la cuna, dejándolo en su lugar. Verifica que la temperatura esté bien y, pronto, presiona la yema de su índice en la palma del recién nacido, quien como acto reflejo aprieta su dedo. La expresión de Duncan se relaja.

Así que era esto.

Me enternece pensar que el sueño de Duncan se encuentra justamente en estas cuatro paredes. Por más rebelde y agresivo que sea, siempre tuvo un lado todavía más cálido y apasionado.

Un momento después sale del lugar y me debato si ocultarme y fingir no haber visto nada, o tan solo quedarme quieta y esperar en nuestro encuentro. Pero entonces su voz destruye ambos planes.

—¿Esperarás todo el día? Es peligroso que estés aquí.

Sé que no es correcto escuchar su conversación a escondidas, no obstante, me acerco tan solo un poco más.

—Estoy cubierto. —Jake yace en silla de ruedas, con una apariencia terrible que se percibe aún después de encontrarse bajo una mascarilla, guantes, bata de hospital y una cobija que abriga sus piernas. Debe estar muy enfermo como para lucir de esta manera.

Aguardo detrás de una columna.

—¿Después de lo que hiciste tienes el descaro para perseguirme por todo el hospital? —increpa Duncan.

—Estoy muriendo. —Le cuesta hablar, entonces veo que está conectado a un pequeño tanque proveedor de oxígeno que yace envuelto sobre sus piernas.

¿Qué cosa dijo?

—Lo siento, pero no puedo sentir lástima, al menos no del modo que deseas. —La indiferencia de Duncan me resulta atroz llegado a este punto.

—No, nada de eso. Sé que es inútil pedir disculpas...

—Aún si fuera cierto —interviene Duncan—, no es solo a mí a quien debes pedir disculpas.

—Cierto. ¿Cómo está June?

—¿Realmente te importa?

—Merezco tu desprecio, ¿pero no es demasiado?

—No lo suficiente como llevarme al borde del suicidio. —Sus palabras parecen ocultar un nivel de ironía espantoso.

—Duncan, por favor... —pide con voz débil.

—Jake, tiempo. Tan solo te pido eso.

—Ahora, eso es lo que menos tengo, y lo sabes —enfatiza y hay una pausa larga—. Escucha, no quería llegar hasta aquí, de hecho, pensé que para este punto sería mejor estar muerto. Ni siquiera sé qué más decir. Pero me siento agradecido, por no decirles a los demás que soy bisexual.

—Fuiste un egoísta. Solo pensaste en acaparar, no en los demás.

—Y tú cambiaste.

—Es lo que hacen las personas. —Duncan está furioso, y no comprendo bien la razón.

—No deseo alargar más esto, sé que estás ocupado. Quiero pedirte una disculpa, por todo lo que te hice, a ti y a...

—Puedo disculparte por todo lo que me hiciste, pero por lo de June... Tendrás que buscar su perdón, porque solo entonces también se convertirá en el mío.

—¿June?

—¡Santa madre! —De un salto doy media vuelta, sosteniéndome el pecho, encarando a quien acaba de pronunciar mi nombre—. ¿Estoy soñando?

Una ajetreada Violet se lanza para abrazarme. De inmediato siento su vientre empujar un poco el mío. Es apenas perceptible.

—Te busqué como demente. ¿Por qué saliste de la cama? —me riñe. De repente me mira con lágrimas en los ojos.

—No entiendo... ¿Qué...? —Me quedo corta de palabras cuando Anton se acerca para tomar a Vi del brazo.

—Debe volver a la habitación —sugiere.

Cuando volteo para buscar a Duncan, ya no lo encuentro por ningún lado.

¿Qué está pasando?


—Volviste antes de tu luna de miel —comento avergonzada mientras me recuesto. El viaje de regreso les tomó una noche entera en el primer vuelo que encontraron.

Al parecer he permanecido inconsciente durante alrededor de doce horas, pero a mi forma de verlo casi parecen meses. Jake y Duncan, Anton y Violet, todos parecen haber vivido alguna clase de cambio radical en cuestión de minutos.

—Por ti, no me importaría regresar del infierno —me dice Vi mientras me abraza.

—Entonces adivino, ¿las violetas son tuyas? —Señalo las flores que todavía descansan junto a la puerta.

—Nuestro obsequio. —Fija su mirada en Anton, quien permanece de pie a su lado—. Así como el contenido de la bolsa. No lo has visto todavía, ¿cierto? —Casi parece una amenaza.

—No. —Niego con la cabeza—. Pero no me enfadaría si me lo das ahora.

Anton y Violet intercambian miradas de indecisión.

—¿Qué? —pregunto—. ¿No me lo darás?

—No todavía. —De pronto parece nerviosa.

—Ya. Hay muchas cosas que no comprendo, como, por ejemplo, ¿por qué desperté en este lugar? ¿Por qué todos actúan tan extraños? Hace poco encontré a Duncan hablando con Jake, ¿Jake está muriendo? ¿Qué sucede?

—Escucha. Creo que lo mejor es que Duncan te explique, es él quien conoce todos los detalles después de todo.

La puerta se abre con energía y susodicho entra como si hubiéramos terminado de invocarlo, deteniéndose en medio del umbral. La respiración de Duncan está acelerada, como si hubiera corrido desde el otro extremo del hospital. Y cuando su mirada se desplaza por toda la habitación hasta detenerse en mí, me quedo de piedra.

—June. —Suelta todo el aliento y pasa saliva un segundo después.

—Nosotros esperaremos fuera —indica Anton, llevándose a Violet al pasillo.

—¿Cómo te sientes? —Se acerca y sin esperarlo me abraza con fuerza, poco después toma mi mano y se sienta a orillas de la cama, junto a mí. Su contacto me tranquiliza un poco.

—Preocupada —admito, encontrándome con su mirada llena de afecto—. Nadie quiere decirme por qué estoy aquí. Además, te escuché hablar con Jake.

Duncan suspira y suelta mi mano un segundo después de acariciar el dorso.

—Ven aquí —me dice, acurrucándose a mi lado, acogiéndome entre sus brazos. Me pone nerviosa que en cualquier momento alguien pueda entrar y sorprendernos, pero su seguridad me transmite la confianza necesaria para hundir el rostro en su pecho y embriagarme con su aroma.

—¿Está muy enfermo? —pregunto.

—El día de ayer ocurrieron dos acontecimientos inesperados.

—¿Cuáles?

—¿Me prometes que permanecerás calmada a pesar de lo que diga?

Echo la cabeza hacia atrás y contemplo sus ojos, son un enigma profundo y oscuro. Inquietante.

—Lo prometo. —Vuelvo a descansar mi cabeza en su pecho y entonces me relata lo ocurrido con Jake, historia que remueve un sinfín de sentimientos, pero todavía más consigue enfadarme, sin embargo, le prometí que me mantendría calmada y eso es lo que hago. Ahora comprendo de mejor manera por qué Duncan reaccionó de esa forma minutos atrás cuando los vi hablar.

—Harry tuvo que salir esta mañana por una llamada de su padre que, al parecer, volvió de su viaje de negocios después de la noticia. Alexis estará en la cárcel durante 15 meses por animar a Jake al suicidio, y en cuanto a él... Quiero creer que de verdad está arrepentido.

—¿Saltó porque te quiere?

—No, él no me quiere. Está obsesionado. Además...

—¿Además?

—Tiene VIH.

—¿Qué cosa? —Paso saliva con dificultad—. Siempre nos protegimos, pero... Entonces yo... Eso quiere decir...

—Aquí es en donde entra la segunda parte. —Contempla hacia las cajas de pizza.

—¿Existe una segunda parte de la historia?

Ahora estoy muerta de miedo.

—Me refiero al segundo acontecimiento inesperado. Te desmayaste durante horas de trabajo. Te hicieron exámenes de toda clase... Eres alérgica al pescado.

—¿Qué? —Jamás sentí tanto alivio en mi vida—. Entonces, ¿no hay VIH para mí?

—Los resultados tardaron noventa minutos en llegar. No hay nada, tan solo una alergia no tan grave, pero que concuerda con parte de toda tu sintomatología. Aunque, June, ¿por qué lo comiste? Violet me dijo que no te gustan los mariscos.

Mi disgusto hacia ellos me ha llevado hasta aquí, a descubrir que soy alérgica al pescado después de tantos años.

—Y no me gustan, tan solo fue...

—Un antojo.

—¿Qué cosa? —ironizo mientras busco su mirada por segunda vez—. Ni que estuviera...

No encuentro un rastro de picardía al contemplarlo, más bien, todo en su rostro es sensatez pura.

—June. —Se aparta y levanta de la cama. Camina hacia un lado de la habitación, se devuelve por el mismo camino y de nuevo contempla la pila de cajas.

—Me estás asustando —confieso, incorporándome sobre la cama.

Lo veo mientras se hace de la pila de cajas de pizza y las lleva hasta el sitio en el cual me encuentro.

—Duncan, no sé si te has dado cuenta, pero no creo que sea momento para comer.

—Ábrelas —dice mientras mueve las manos con nerviosismo.

Durante un momento dudo, sin embargo, termino por hacer lo que dice.

Tomo la primera caja, la que está en lo más alto. No pesa casi nada, hasta podría jurar que está vacía.

Levanto la tapa. Encuentro una servilleta con una nota redactada con su terrible caligrafía y, al pie de la misma, el logotipo de la aquella pizza que comimos esa vez en el trabajo, cuando se quedó ayudándome a recortar el sinnúmero de afiches. Todavía lo recuerdo a la perfección.

—Porque es tan especial como nuestra primera comida oficial... —Leo en voz alta.

Lo miro sin comprender, y creo que no lo nota, se está mordiendo el labio mientras contempla cada uno de los movimientos que mis brazos realizan.

Aparto la caja ahora vacía y continúo con la siguiente.

Hay otra servilleta:

Sé que no te gusta la pizza con piña, pero créeme, esta vez será bastante dulce.

La tercera caja tiene mayor peso. Al abrirla encuentro una capa de servilletas que cubre el fondo del todo, en cada una yace una letra:

ACÉPTANOS

Esta vez no olvidó la tilde.

—¿A quiénes? —pregunto.

—Levántalas —me anima.

Lo hago, y lo que encuentro debajo de las servilletas me arrebata la capacidad para hablar, así como también el aliento.

Una camiseta, pantalones, calcetines, un gorrito y guantes blancos. Todo un juego de ropa diminuta que bien podría calzarle a un muñeco.

Mi corazón se acelera y el tiempo se detiene durante un instante.

—¿Segundo acontecimiento? —suelto.

No sé precisamente si estoy riendo, llorando, o las dos cosas a la vez.

No puedo creerlo.

—Es nuestro Plan B —dice.


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