Capítulo 33
PLAN B
"¡Qué maravilloso es que nadie necesite esperar ni un solo momento antes de comenzar a mejorar el mundo!"
—El Diario de Ana Frank, Ana Frank.
JUNE
La fragancia que llega de sus cabellos me embriaga. No puedo evitar sonreír. Alcanza lo inimaginable este contacto íntimo con él. Es muy agradable.
—Diablos que te deseo —susurra e inesperadamente me tumba de espaldas en el sofá.
Se sitúa encima de mí, en medio de mis piernas. ¿Cuándo estuvimos de este modo?
La cabeza y el estómago me dan vueltas. Está seguro de sí mismo, sus ojos brillan y eso lo hace lucir guapísimo.
Se me corta la respiración. No puedo apartar la mirada de la suya. Me acaricia la mejilla y cuando sus dedos me toman del mentón, guía sus labios hasta los míos. Su beso es exigente, su lengua desata una lucha posesiva contra la mía. Apenas puedo controlar el desenfreno de sensaciones que recorren mi cuerpo a plenitud. Lo deseo con locura.
De pronto se traslada a mi cuello, calentándome la piel cuando su aliento agitado la roza. Gimo. Lo cojo por los brazos y siento sus bíceps. Es fuerte, no estaba equivocada.
Mientras desciende un poco más desplazo las manos hasta su cuello, y al rozar sus cabellos alborotados descubro lo suaves que son.
—Eres hermosa —murmura. Su voz, un tono más profundo de lo normal, me parece exquisita.
Continúa con su descenso, depositando besos febriles en dirección a mi ombligo. Me arde la piel, y cuando pienso que va a detenerse no lo hace, más bien me sorprende al deshacer el botón de mi pantalón de vestir con facilidad. Levanto un poco las caderas y de un tirón me lo baja. Jadeo, muerta de deseo.
Marca un nuevo recorrido, esta vez deteniéndose en mi feminidad. Arqueo la espalda cuando remueve los pantis, acaricia la nube de vello púbico, y su lengua de inmediato empieza a moverse en esa zona, enloqueciéndome. Apoyo las manos en su cabello y tiro de él suavemente, conteniendo el aliento, pero es imposible.
Levanta la mirada y sus ojos oscuros se cruzan con los míos. Es vergonzoso. No quiere perderse nada.
—Espera. —Lo freno y me mira sorprendido—. Si continúas así...
Se echa un poco hacia atrás y sonríe de lado.
Estoy sonrojada, puedo sentir el calor. ¿Desde cuándo algo como esto me avergüenza tanto?
El deseo es casi doloroso.
Se desabrocha el botón de los vaqueros y empieza a quitárselos lentamente, sin apartar su mirada de la mía. Rompo el contacto para contemplar mi bolso cerca de la puerta, intentando recordar si todavía me quedan condones. No estoy segura.
—Espera. —Me dice—. Regreso en un segundo.
Se va, entonces aprovecho para ir en busca de mi bolso y rebuscar. Encuentro una caja de condones, pero obviamente está vacía.
Busco un poco más y desentierro una caja distinta.
Cuando Duncan está de regreso tiene el ceño ligeramente fruncido.
Me acerco.
—Tu cara me dice que no tienes condones —le digo y él asiente.
—No he tenido relaciones desde hace tiempo, por ende tampoco la necesidad de comprarlos.
—Bueno... Tengo el Plan B. —Le muestro la caja con el fármaco.
—Una mujer cuidadosa —indica con asombro y me encojo de hombros.
—Ya sabes, los condones no son del todo seguros. Y no deseo una bendición.
Duncan estudia los componentes e impaciente me muerdo el labio.
—¿Crees que funcione? —pregunto.
—Bueno, es el Plan B, un anticonceptivo de emergencia. Lo que más me preocupa son los efectos secundarios que puedan tener sobre ti.
—Ninguno. —Me contempla con mayor asombro—. Los probé, una vez, un par de años atrás, en épocas de colegio.
Y esta nueva la compré durante el tiempo que salía con Jake, solo por si acaso.
—Entonces, ¿por qué me lo preguntas? —dice.
—No lo sé...
Sí, June, ¡qué estúpida!
Reduce el espacio que nos separaba y entre sus brazos me sostiene. Besa el lóbulo de mi oreja e intento que mis pensamientos permanezcan firmes.
—A lo que me refería es... Su fecha de caducidad...
—No expiran todavía —asegura—. Es lo primero en lo que me fijé.
Como en una danza embriagante me guía de regreso al sofá.
—Claro —me rio. Ahora sí parezco una completa idiota.
Un suave roce se proyecta en mi ingle. Es su erección, dura y lista para mí. No puedo creer que mi respiración sea todavía irregular.
—No tengas miedo —me dice y desliza una mano hasta mis caderas.
Miedo, ¿yo?
Me rio.
—Sabes que no soy virgen, ¿cierto?
Su mandíbula se tensa.
—Aunque no sea el primero, me encargaré de ser el último. —Me quita las bragas y las deja caer al suelo. También se deshace de su ropa interior y así libera su gran erección.
¡Madre mía!
Queda suspendido encima de mí y me contempla. En sus ojos brilla el ardiente deseo y...
—Me gustas en verdad —confiesa, pero antes de decir nada me penetra con fuerza, llenándome por dentro de maneras indescriptibles. Gimo y entonces empieza a moverse lenta y agonizantemente.
Es abrumadora la sensación de tenerlo dentro de mí. Me cuesta trabajo respirar.
Es tierno, cuidadoso, pero al mismo tiempo feroz.
Siento parte de su peso sobre mí, me aprisiona. Cada embestida me roba el aliento. Entra y sale, cada vez más rápido. Rodeo su cintura con mis piernas, con la necesidad de sentir todavía un poco más. Él lo nota y acelera. Mis pensamientos se sumen en el caos. Cierro los ojos. La tensión en mi cuerpo aumenta a medida que me penetra. Empiezo a temblar y luego me dejo ir, estallando en mil pedazos. Duncan me embiste un par de veces más y rápidamente sale, terminando fuera. Da unas sacudidas y su tibio líquido rocía mi muslo. Su respiración es irregular, la siento más cerca cuando se apoya en mí para descansar.
—¿Te sientes bien? —Sus ojos son intensos. Su pregunta me toma por sorpresa. Es la primera vez que alguien me lo pregunta después de tener sexo.
—¿Te preocupas?
—¿Por ti?, por supuesto.
—No me harás daño con algo así, Duncan —sonrío y él también lo hace propio mientras despliega los brazos para envolverme.
—Jamás me he sentido de esta manera —manifiesta mientras hunde su rostro en mi cabello.
—Así, ¿cómo? —Aunque intento mirarlo, no puedo. Con mayor fuerza me aprisiona, quizá porque no quiere que lo haga.
—Feliz. —Me besa muy suavemente alrededor de la oreja e inhala profundamente—. ¿Te quedarás esta noche?
—¿Quieres que mi madre me asesine?
—No, pero al menos quería intentarlo.
Como un acto de brujería alguien llama al timbre, una vez más, y luego otra más. Duncan no se mueve, es como si no hubiera escuchado nada.
—Duncan...
—No estoy. —Besa mi sien y se acurruca.
El timbre empieza a sonar como si un loco se hubiera encantado con el botón, lo cual termina irritando a Duncan.
—Puede ser importante —le digo, entonces por fin hace caso y se levanta—. Lindo trasero.
Voltea a verme y sonríe.
—Es tuyo ahora —dice.
Imito su expresión risueña. No miento, tiene un trasero espectacularmente apretado, espalda ancha y músculos en cierta forma tonificados, no como los de un deportista, pero están bastante bien.
Lo veo ponerse la ropa interior y el pantalón.
—Echaré al intruso. Regreso pronto. —Me da un beso rápido y se apresura a la puerta.
Todavía no puedo creer que Duncan y yo hayamos dado un paso tan grande. Me siento contenta y muy nerviosa al respecto. Como nunca deseo que, esta vez, las cosas salgan bien, pero luego, como para complementar las cosas escucho una voz reconocida y mi corazón salta de espanto, así como yo de inmediato me pongo de pie, levanto mis prendas del suelo y corro a esconderme en su habitación.
—¿De nuevo tienes visitas? —Escucho que la nueva voz pregunta del otro lado.
—¿A qué viniste Jake? —inquiere un Duncan que suena muy molesto.
—¡Estoy harto, no puedo más con todo esto!
—¿De qué demonios hablas?
—De tú y yo.
—¿Qué? —Puedo asegurar que Duncan está casi tan confundido como yo.
—Me gustas Duncan, y siempre lo has hecho.
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