Capítulo 18


QUE NO TE DELATE

"La dicha suprema de la vida es la convicción de que somos amados, amados por nosotros mismos; mejor dicho, amados a pesar de nosotros".

—Los miserables, Victor Hugo.


JUNE

Un par de horas atrás Violet y yo hablamos con mamá, y como durante los últimos días no he defraudado su confianza, juntas la convencimos y me otorgó el permiso para quedarme hasta tarde.

Por otro lado, ya estoy muy ebria, lo que es bastante malo, aunque tampoco es que sea mal borracho, así que por ese lado está bien.

La fiesta no es nada grande, al contrario, es tan solo una reunión entre conocidos que empezó con juegos de mesa y terminó con una sesión de películas gore, comedia y romance. Es lo que Violet planeó, pues al encontrarnos en el apartamento de Duncan no es que podamos montar una fiesta como tal. Hay que pensar en los vecinos, además Violet tampoco es muy fan de las fiestas y es la única que no ha probado sorbo de alcohol. Malos recuerdos, seguramente.

Todavía me siento molesta por lo ocurrido con Jake horas atrás, pero mi cabeza está aún más saturada con ese extraño y doloroso beso con Duncan.

Fue bastante incómodo. Todos nos miraban, incluso Violet a través de Nik, su preciada cámara, pues quería captar mi rostro de sorpresa ante la "inesperada fiesta" y ciertamente se llevó algo más. Ahora ya tiene algo nuevo con lo cual molestarnos de por vida.

En ojos de todos los presentes advertí la curiosidad por preguntar qué demonios ocurría entre Duncan y yo, pero él mismo se encargó de manifestar la realidad al levantarse. Durante un instante evidenció su duda en si ayudarme o dejarme, pero al final tan solo se fue hacia la cocina, en busca de algo para comer.

Desde ese entonces luce igual de aterrador. Lo conozco lo suficiente como para saber que está cabreado, algo que me hace sentir muy mal. Es decir, fue un accidente, ¿pero así de malo?

—¿Estás bien? —pregunta Vi en voz baja. Está sentada junto a mí, seguido por Anton, Wallas y, en un sofá independiente, Duncan, quien hace ya tiempo se puso a ver quién sabe qué cosas en su teléfono celular.

La película que se está reproduciendo no es nada más que Cincuenta sombras de Grey, elegida por el morboso Wallas, quien a mitad de la función se quedó dormido. Me parece un poco irreal este tipo de romances, sin embargo, diablos que el protagonista está buenísimo.

—Fue un accidente. Entre Duncan y yo no hay nada más que desprecio —contesto en un susurro mientras introduzco la mano en una bolsa de palomitas de maíz.

—Claro... Me refería a Jake. No llegó contigo.

—Es un imbécil, me plantó, pero estoy bien. Sobreviviré —le aseguro con la boca llena y luego bebo un trago de la cerveza que encuentro por el suelo, cerca del Monopolio y el Twisted. Duncan fue el único que no jugó ya que es un amargado, o quizá tan solo quiso evitarme. Lo habría podido comprobar si Violet le hubiera insistido unírsenos. Después de todo, jamás le ha negado nada a su prima—. Oye, ¿por qué tengo tan mala suerte con los hombres?

Me esfuerzo por lucir calmada y feliz. Violet hizo esto por mí así que no quiero echarlo a perder.

—Será porque no haces nada más que fijarte en la verdura que les cuelga de las piernas —me dice. La miro mal y apenas distingo su sonrisa entre la oscuridad de la habitación—. Es una broma.

Quizá tiene un poco de razón en eso.

—Lo sé, y por eso te amo. Eres como mi alma gemela. Me gustaría que fueras hombre, serías guapo físicamente, casi como Duncan, pero menos gigoló y asiático. Oye... ¿Todavía es tarde para hacernos lesbianas?

—Gracias por la oferta, pero llegaste tarde, ahora estoy casada. —Me enseña el anillo.

—Au... En este momento por alguna razón me siento traicionada.

—Ya bebiste demasiado y no has soplado las velas. —Me arrancha la botella.

—Todavía me falta bastante para perder la consciencia —aseguro, tomándola de regreso.

—Ni se te ocurra Buen culo. Iré por el pastel —me advierte mientras se levanta—, es de chocolate.

Se va después de guiñarme un ojo.

—¿Y la dieta? —pregunto, pero tarde me doy cuenta que ya no puedo controlar el tono de mi voz. He gritado y Wallas se ha despertado con susto.

—Tú nunca haces dieta —anuncia Violet desde la cocina.

Claro que sí, no cuento con un metabolismo envidiable.

—¿Y qué con las ensaladas? —indago.

—Esas ensaladas no cuentan. —Escucho que ríe.

Minutos más tarde Violet empieza a cantar el cumpleaños feliz mientras sale de la cocina con el pastel en sus manos. Hay 26 velas que arrojan unas cuantas chispas como pequeños fuegos artificiales. Me pongo de pie mientras el resto se suma al coro.

Diablos, me incomoda esta parte en la que todos cantan y debo mirar a la nada, sonriendo estúpidamente porque no sé qué más hacer. Y es que sería estúpido si también me pusiera a cantar.

El timbre del apartamento suena, y como todos están ocupados —a excepción del gigoló—, termina siendo el dueño de casa quien se dirige a la puerta.

La canción termina justo cuando me parece escuchar que fuera del apartamento alguien susurra como un lamento de ultratumba:

—Duncan...

Quizá no soy la única borracha aquí. Y me origina curiosidad saber por qué pasaron a buscarlo a estas horas de la noche.

Miro hacia mi pastel. Anton sostiene la cámara de Violet y el flash se enciende cuando soplo las velas, pero unas cuantas se vuelven a encender. Otro flash. Por más que soplo y soplo repiten el proceso y todos estallan de la risa cuando me doy por vencida.

Tercer flash.

Es imposible apagarlas.

—¿De dónde sacaste estas velas del demonio? —le pregunto a Violet mientras deposita el pastel sobre la mesa del comedor.

—Una tienda china —esclarece con diversión—. Voy por los platos.

—Te ayudo —Anton se ofrece.

—Vamos, abre... ¡Duncan!

Todos volteamos para ver a Duncan, quien en frente de la puerta todavía cerrada yace detenido y me mira de soslayo.

—¡Duncan! —Jake grita desde el exterior— ¡Abre la puerta!

De inmediato una mezcla de sentimientos confusos nace en mí.

—Sal antes de que los vecinos se molesten —le pide Violet desde la cocina y Duncan abre, pero no por completo, pues se interpone cuando Jake se precipita con el afán de entrar.

Me acerco un poco. Creo que ahora siento envidia y dolor cuando desde las sombras los veo hablar, pero por más que me esfuerzo no los escucho. Claramente lo buscó a él y no a mí.

—¿Está aquí? —Jake empuja a Duncan con más fuerza de la esperada, abriéndose paso a tropezones.

—Mierda... —suelto.

—¿Qué haces en su apartamento? —cuestiona como si realmente no lo supiera, acercándose a mí como si de pronto hubiera hecho algo terrible. ¡Pero si es él quien me dejó plantada el día de mi cumpleaños! No tiene el derecho de lucir como un demente agresivo.

—Deberías marcharte —le pido, señalando hacia la puerta.

—Sí, pero te vienes conmigo. —Intenta alcanzarme, pero, aunque me echo para atrás no estoy sobria. Mis reflejos son un poco torpes y lentos, por lo que me toma del brazo con facilidad.

—No voy a ningún lado contigo, así que suéltame. —Creo que no lo he dicho en voz lo suficientemente alta, porque hace lo opuesto y aprieta con mayor fuerza—. ¿No escuchaste? ¡Que me sueltes!

Me sacudo y eso no ayuda, más bien se torna doloroso.

—Jake... —Duncan se acerca con cuidado.

—¡No! Ella es mi novia... Tiene que estar conmigo, no contigo.

¿Por qué demonios hace una escena de celos? ¿Por qué de pronto luce tan desesperado?

—Cálmate, hermano.

Las palabras que Duncan emplea parecen presionar un interruptor muy sensible en Jake, porque de pronto incrusta los dedos en mi piel con mayor fuerza y suelto una queja.

—¡No me digas hermano! No soy tu hermano. —Tira de mí con rudeza, pegándome a su costado, alarmando a todos.

Creí que no existía una faceta agresiva en él, pero la hay, y es todavía más aterradora que la de Duncan.

Wallas se acerca a paso lento, así como también lo hace Anton, pero a diferencia de Duncan mantienen un poco más de distancia.

—Bien, bien. ¿Por qué no simplemente hablamos de esto?, los tres. —Duncan recalca eso último.

¿Hablar de qué? ¿Por qué Duncan está incluido si todo está claro aquí? Jake es un imbécil, fin de la historia.

—Yo no quiero hablar de nada contigo. Se terminó, así que más te vale soltarme de una buena vez —advierto.

Sus ojos como dos chispas abrasadoras me contemplan.

—¿Se terminó? —pregunta Jake.

Creo que no entendió bien el mensaje.

—Sí, terminamos.

Hay un silencio abismal que casi parece durar una eternidad hasta que susurra:

—No... —Luego levanta la voz para gritar—: ¡No! Tú y yo no vamos a terminar.

—¡Pues mira que sí se acabó! —intervengo—, así que suéltame. —Levanto la pierna para golpearlo en su virilidad, pero adivina mi movimiento y en vez de apartarse me jala con tal rudeza que pierdo el equilibrio y caigo sobre el pastel, cuyas velas encendidas a su vez incrustan su cera caliente en la palma de mi mano derecha y el brazo izquierdo.

Violet corre hacia mí y asustada me examina. Arde, me embarré de pastel hasta el vestido, pero el asombro no termina de asentarse cuando escucho un golpe en la pared y al levantar la mirada advierto que Duncan tiene a Jake acorralado, con sus dedos encerrando la tela de su camisa con demasiada fuerza.

Ambos respiran con brío, y aunque desde mi posición solo puedo contemplar la espalda de Duncan, puedo dar por hecho que se contemplan como en un duelo.

—Largo —gruñe—. Si quieres salir completo de aquí más te vale pirarte en este instante—. Duncan lo suelta de repente y Jake se tambalea durante un momento. Luce deshecho, y el primo japonés muy molesto. Se está conteniendo, algo que no le sienta bien porque sus manos hechas puño tiemblan.

Un segundo después me percato que tanto Anton como Wallas y Duncan han formado un medio círculo a su alrededor, algo así como una barrera dispuesta a impedir su cercanía y que al mismo tiempo lo acorralan en dirección a la salida.

—Nosotros —Jake me señala—, todavía no terminamos —establece.

—Sigue soñando —musito cuando al fin escucho la puerta cerrarse.

Duncan se acerca a nosotras.

—¿Y así querías que hablase con él? —le reprocho, apartando sus manos de mí cuando intenta examinarme.

—Todavía debes hacerlo, personalmente, cuando ambos estén en sano juicio.

—No hablaré con ese imbécil, así como tampoco contigo. —Me hago a un lado.

—No te portes como una niña malcriada y deja que Duncan te examine. —Violet me regaña—. ¿El botiquín de emergencias?

—En mi habitación —contesta Duncan.

—¿Está bien? —Wallas se acerca con una cara que casi parece un poema por lo mucho que pone en evidencia—. Anda, siéntate. —Jala una silla hasta donde me encuentro y me obliga a sentarme.

Las luces se hacen, cegándome momentáneamente.

—Tengo pastel hasta en la nariz —anuncio.

Siento como si me hubiera terminado de fumar un frasco de Nesquik entero. Las fosas nasales empiezan a escocer, por lo cual empiezo a mover la nariz como un conejo.

—Te traeré papel —se ofrece Wallas y sale corriendo.

—Iré por unas toallas mojadas. —Se adelanta Anton mientras se dirige al baño.

—Toda esta preocupación me hace sentir incómoda —digo entre dientes, pero Duncan consigue escucharme.

—Normal. Están preocupados y te quieren. De otro modo te habrían dejado tirada en el suelo.

Entrecierro los ojos.

—¿También estás preocupado? —pregunto y eleva su vista de mis brazos a mis ojos—. Cuando llegamos no lo parecías, me dejaste tirada en plena puerta, con mis calzones manifestándose ante todos.

Aprieta los labios.

Más le vale no echarse a reír porque no estoy de buen humor.

—Eso... No debió pasar.

—Sé bien que fue un accidente, pero me dejaste tirada en el suelo —recalco.

—¿Siempre has sido tan rencorosa?

—No, rencorosa no. Vengativa.

Eleva una ceja y me parece ver que en sus ojos se enciende una chispa, pero es momentánea porque el primero en llegar es Wallas, quien nos interrumpe al ofrecernos un rollo de papel higiénico entero.

—Aquí. —Se lo tiende a Duncan, quien como todo un profesional empieza a deshacerse del chocolate, dejando ver las marcas circulares rojizas de las velas, pero esas son las que menos me preocupan...

—Cabrón —escucho que musita cuando se percata de mi piel marcada por los dedos de su mejor amigo.

—Te lo dije...


DUNCAN

—Póntela. —Aviento en dirección a mi cama la camiseta gris que acabo de sacar del armario. Transcurre un momento, y como no escucho nada a mis espaldas volteo y encuentro a June en ropa interior. Diablos, sabía que tenía un cuerpo espectacular, pero...—. ¿Qué haces?

—Creí que me la estabas dando para...

—Sí, eso hice... Pero estás en ropa interior —indico.

No esperó a que saliera para desvestirse.

—¿Y eso qué? Has visto a muchas chicas desnudas, y tampoco es la primera vez que me ves de este modo —protesta mientras intenta ponérsela con tal torpeza que origina mis ganas de ayudarla a vestirse, pero evito hacerlo y mejor permanezco de mi lado de la habitación.

—Tan solo ten cuidado con la...

Hace una mueca cuando la tela roza las quemaduras.

—Lo siento. —Sin ganas se deja caer sobre mi cama.

Me acerco y me acomodo a su lado.

—Déjame ver. —Tomo su mano con cuidado y reviso que no se haya quitado toda la pomada. Cuando examino la tercera y última marca rojiza, mi hombro de pronto recibe todo el peso de su cabeza. La sacudo un poco—. ¿June?

Intento ver su rostro porque me da la impresión de que se ha quedado dormida, pero inesperadamente me empuja al colchón y como un muerto cae sobre mí, robándome el aliento.

—¿June?

—¡Cállate! —ordena con voz adormilada—. Gigoló tonto.

Casi parece una niña, pero su pierna me recuerda que no lo es cuando se establece sobre las mías y frota su muslo en esa zona.

—Diablos... —Con mayor ímpetu pretendo alejarla, pero entonces se hace de mi brazo con fuerza y entierra el rostro en mi pecho. Suspira.

—¡Déjame dormir mamá! Es mi cumpleaños...

—Duncan —Violet entra y a mitad de la habitación se detiene. Nos mira y al notar mi inquietud no tarda en encontrar mi problema ahí abajo.

—¡Mierda! —suelto removiéndome lo poco que June me lo permite, intentando cubrirlo—. ¡No es lo que piensas!

—Sí... Claro... —Entrecierra los ojos—. Pero es que él no piensa, solo actúa cuando algo le gusta. —Señala mi entrepierna.

Qué malditamente incómodo es esto.

—¡No me gusta! —aseguro.

—Que no te delate, primo.

June musita cosas sin sentido que más bien parecen una protesta ante el ruido que le impide conciliar un sueño profundo.

—Quítamela de encima —suplico porque no soy capaz de empujarla con la fuerza requerida. Sería brusco de mi parte y jamás he lastimado a una mujer.

—Quítatela tú... —Veo desaparecer su mirada grisácea detrás de la puerta mientras poco a poco la va cerrando hasta que vuelve a ser uno con la pared—. Más te vale ponerlo a dormir, no quiero otra de tus serenatas a mitad de la madrugada —canturrea desde el otro lado. Luego la escucho reír hasta que se funde en la que antes era su habitación.

—¡Violet!

—Que duermas bien primo.

—¡Violet! —No contesta—. ¡Violet!

—¡Hay quienes queremos dormir! —El amigo de Anton lanza su queja desde el sofá situado en la sala.

Todos estaban preocupados así que insistieron en quedarse a pasar la noche.

Debo recordar jamás prestar mi apartamento para llevar a cabo este tipo de cosas. ¿Por qué lo hice en primer lugar?

Traslado la vista hacia June y a la piel enrojecida en sus brazos. Ya está profundamente dormida, su respiración la delata.

Sé bien que no me conviene preocuparme y debería parar, pero es inevitable, Jake es un imbécil.


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