Capítulo 3 "El meñique equivocado"
La facultad de artes jamás fue demasiado grande para ambos, y no importaba lo mucho que Kay se esforzara por mantener su distancia con el chico de ojos almendra por los pasillos o jardines, de alguna forma a la que no lograba darle explicación, tropezaban siempre con torpeza inocente.
Estaba convencida de que quizás no podía ir en contra de la suerte. Era probable que estuviera destinada a seguir amándolo en silencio, pretendiendo que sólo se trataba del chico de al lado, mintiéndose a sí misma cuando su corazón le daba un vuelco en el pecho al verlo pasar u ocultando sus lágrimas cuando una chica se colgaba de su cuello jugueteando en la cafetería, robándole besos indiscriminados que la obligaban a correr al lado opuesto, para huir de forma cobarde temiendo que los demás notaran lo mucho que verlo de aquella forma le seguía doliendo. No importaban las veces que se repitiera a sí misma que no tenía derecho a sentir el corazón rompérsele con cada nueva chica que estuviera a su lado; aún cuando se lo reclamaba con constancia, dolía como cuando había llevado a la primera de ellas al sauce, ese que daba justo frente a su ventana.
No habían pasado más que un par de semanas desde la última vez que lloraba con el corazón comprimiéndosele dentro del pecho y de nueva cuenta ya se encontraba al fondo de la biblioteca, secando sus lágrimas de a poco con el antebrazo, tratando de amortiguar sus sollozos para no ser descubierta por los curiosos que estuvieran estudiando alrededor.
« No puedes seguir llorando así, como una niña; es tonto que sientas lo mismo que aquella vez frente al viejo sauce... ambos hemos cambiado. » Se reclamó en silencio hundiendo el rostro entre las piernas, notando lo débil que la dejaba sollozar por lo bajo, escondida entre los libros.
Con nostalgia sacó el cordel rojo que llevaba en el bolsillo de sus jeans, ese que su madre le había regalado como amuleto de la buena suerte, del que colgaba un corazón rojo de cristal montado en plata.
"Sé cuidadosa con él - Le advirtió al entregárselo - Es hermoso y brillante, pero también, delicado; como el amor, Kay" Había mencionado su madre.
- Y olvidaste agregar que también sería terriblemente doloroso, mamá. - Musitó cerrando la palma de su mano conteniendo en ella el frágil corazón de cristal.
Un par de pasos al otro lado del pasillo le advirtieron que no estaba sola. Con rapidez limpió de nuevo su rostro y se quedó en silencio esperando.
- ¿Kay? - Preguntó una voz suave descubriendo su escondite.
No tuvo que esforzarse mucho, de inmediato reconoció al dueño de tal cuestionamiento, era Jae quien la llamaba al otro lado, apenas asomándose por el pequeño hueco que alguien había dejado, entre las pesadas enciclopedias que descansaban al final de la biblioteca.
Jae, como le gustaba llamarle cariñosamente, era el personaje más singular que había conocido en el tiempo que llevaba en la universidad. Los enormes audífonos colgados al cuello y las sudaderas con gorro, eran su mejor distintivo, a la par que su cabello obscuro y piel pálida. Solía pasear por los pasillos solo y sin prestar demasiada atención a lo que ocurría alrededor; tal parecía que vivía en su propio mundo, alejado de todo, regocijándose en su zona de confort con algún libro en la mano, o un libreto para memorizarlo. Nadie a su alrededor lograba captar su interés, a excepción de Kay, que era la única capaz de alejarlo de su ensimismamiento. Ella era como el lazo invisible que lo mantenía flotando alrededor sin permitirle alejarse demasiado; un cable a tierra que lo equilibraba cada vez que escuchaba su voz y miraba sus sonrisas sinceras, ese único pretexto por el que aterrizaba del extraño mundo en su interior para adentrarse en la realidad que le rodeaba.
- ¿Qué ha sucedido?-Preguntó con delicadeza, sin esperar a que ella respondiera.
Conocía cada uno de esos débiles sollozos, se creía capaz de distinguir su respiración entre la de todos los que leían en silencio bajo las tenues luces de la biblioteca. Incluso no creía necesario caminar hacia el otro lado del pasillo para corroborar que era ella y nadie más, quien lloraba por lo bajo contrayendo con fuerza sus piernas en el pecho.
Kay suspiró, se enjuagó de nueva cuenta los ojos llorozos y tomó valor para responderle.
- No es nada, sólo tonterías. - Intentó soltar una risita inocente, que en realidad sonó como otro sollozo sutil.
Por costumbre o convicción, Kay le mintió una vez más, aún sabiendo que no lograría engañarlo, ni siquiera sí le era imposible verla desde el otro lado de la estantería. No importaba el rincón en que se escondiera, Jae tenía una capacidad singular de leerla aún sin palabras, prestándole su hombro para llorar, sus oídos para escucharla y sus reconfortantes brazos que lograban que las penas de su tonto corazón se aligeraran lentamente.
- De nuevo lloras por desamor ¿Cierto? - Arremetió contra su intento de mostrarse fuerte, como solía ser su costumbre, mientras se sentaba con la espalda contra los libros de la misma forma en que Kay estaba, como si fuera su propio reflejo en un espejo, sólo separados por los pesados tomos de filosofía que les impedían mirarse cara a cara.
Kay no respondió, le daba un tanto de vergüenza que la descubriera llorando en silencio, como tantas veces antes, por ese amor no correspondido que después de años, podía interpretarse más como una pérdida de tiempo, que como una inversión a largo plazo.
- Es más por el amor que siento y que sé, nunca podrá ser correspondido. - Aceptó por fin limpiándose el rastro de lágrimas que había dejado caer por sus mejillas como una boba una vez más.
- Déjame adivinar -Meditó Jae por unos segundos. - ¿De nuevo se trata de Brent? -Le atacó de forma directa y sin vacilaciones, como acostumbraba hacerlo. - Supongo que también lo viste pasear por los pasillos tomado de la mano de esa chica -Suspiró cansado.
- Sé que es estúpido -Aceptó Kay sabiendo que el verbalizarlo la hacía sentir más tonta que nunca por no poder controlar a su inútil corazón. - Pero, por más que lo he intentado, no puedo dejar de sentirme así cada vez que sucede. Es como si...
- ¿Tu corazón estuviera destinado a apuntar sólo en su dirección? - Preguntó Jae conociendo lo que seguiría a esas palabras.
- Sí... -Susurró- Y juro que he intentado alejarme de él, no sentir nada al verlo, pero parece que...
- El destino tuviera planeado todo esto. - Completó la frase que siempre terminaba por salir de los labios de Kay, como justificación al innevitable amor unilateral que sentía por el chico de ojos castaños.
Jae ladeó el rostro y logró verla por entre las enciclopedias que los separaban. Ahí estaba, la Kay sonriente que conocía, ahora derrotada por un amor imposible que terminaba por convertirla en una pequeña niña asustada, rogando para que alguien la tomara entre sus brazos y le asegurara que todo estaría bien, aún cuando su corazón le dijera lo contrario.
En silencio Jae deseaba ser esos brazos que la confortaran siempre, ese susurro que le asegurara que todo estaría bien, que no importaba si el chico de sus sueños, con el que creía estar conectada a través del destino, nunca notara lo hermosos que eran sus ojos obscuros, o lo suave que su piel lucía bajo la tenue luz de la biblioteca. Estaba convencido de que no sucedería nada si Brent jamás tomaba su mano, disfrutaba del suave aroma a jazmín que su cabello desprendía al atarlo en esa coleta traviesa o secaba sus lágrimas cuando corrieran con rapidez por sus mejillas. Jae se encargaría de estar ahí, ocupando el lugar de ese que jamás volteó a mirarla, esperando a que Kay algún día notara que el destino en algunas ocasiones se equivocaba y que el hilo que creía que la unía con ese chico despreocupado, no estaba correctamente atado a ella.
- Kay -Susurró Jae- ¿Hasta cuándo creerás en la existencia de un hilo rojo que los une? - Recargó la espalda contra los libros. - ¿No te has cansado de que te rompa el corazón una y otra vez sin saberlo? -Volteó alcanzando a verla de nuevo por el pequeño hueco entre los libros que los separaban.
Escucharlo salir de los labios de su mejor amigo le daba un toque aún más realista a sus observaciones. Sí, era desgastante y tonto seguir esperando que su corazón resistiera cada uno de los embates del amor, cuando aquel al que amaba, ni siquiera se interesaba en ella, pero, por más que su razón entendiera como ilógico el comportamiento masoquista de sus sentimientos, algo dentro, muy profundo, se negaba a aceptar que estaba perdiendo el tiempo.
- Aún no es suficiente... ¿Cierto? -Se respondió a sí mismo ante la única contestación que recibió de Kay: El silencio.
- Creo que... aún no.
Jae suspiró y miró su meñique; en momentos como ese casi podía sentir el nudo que estaba atado también a su dedo, el cual creía, era el verdadero extremo opuesto al de Kay.
Con inocencia movió su meñique un par de veces, igual que cada vez que la escuchaba llorar en silencio rogando para que ella llegara a sentir los ligeros tirones del hilo y notara que quien estaba al otro lado, no era aquel que tantas lágrimas le arrancaba, si no él, jugueteando con la atadura roja pacientemente, esperando el tiempo que fuera necesario para que un día entre lágrimas, sintiera ese sutil llamado, indicándole la dirección correcta por la cual debía de mirar para buscarlo.
- Kay, ¿Te han dicho alguna vez, que eres la mujer más masoquista que ha existido?
-Nadie se había atrevido a decirlo tan bruscamente como tú- Sonrió entre lágrimas por su sinceridad.
- Pues lo eres. -Reclamó frustrado por lo obstinada que era, para después suavizar el tono de su reproche con un dejo de ternura. - Pero también eres la mujer más dulce y persistente que jamás haya pisado este mundo - Estiró sus dedos por debajo de la estantería alcanzando a rozar la mano de Kay, que descansaba sobre el suelo alfombrado de la biblioteca. - Y eso te hace más que especial.
Kay cerró los ojos, el toque de las manos de Jae siempre lograba que todo alrededor pareciera menos obscuro y amenazante. Tenía la increíble capacidad de hacer desaparecer a todos sus demonios, permitiendo que su corazón volviera a ese ritmo que denotaba normalidad. Muchas veces en el pasado se preguntó cómo lo hacía y la mejor respuesta que encontraba era que se debía a lo cálidas que eran sus manos, al igual que su corazón. Estando junto a él, el frío desaparecía y todo se volvía más confortable y llevadero.
No quería soltarlo, mantener sus manos entrelazadas la volvía menos vulnerable, más valiente para enfrentar cualquier cosa que estuviera pasando y acallaba cualquier dolor que le estuviera incomodando.
- Kay- Musitó de nuevo, con ese tono bajo, que con el tiempo, Kay se había acostumbrado a escuchar. - ¿Podrías prometerme algo? -Jugueteó con sus dedos suavemente.
- Cualquier cosa. -Asintió ella sin vacilar.
- Cuando te canses de esperarlo... - dudó.
- ¿Si?
- ¿Seré el primero al que busques para contárselo?... ¿Podrías? -preguntó inseguro, como pocas veces lo había escuchado en el tiempo que llevaban conociéndose.
- ¿Podría existir alguien más que tú, quien ha cuidado a esta pequeña niña perdida en el mundo del amor? -Respondió Kay notando como su respiración se extinguía y pudo imaginar una enorme sonrisa marcándosele en el rostro, con la inocencia digna de cualquier niño. - Eres mi mejor amigo, no se lo diría a nadie más que a ti.
La sonrisa se le desdibujo y por primera vez sus manos se tornaron frías, como si la calidez que las caracterizaba se hubiera extinguido al escuchar sus palabras sinceras y carentes de maldad.
-Jae.
- ¿Si, Kay? - Respondió ocultando el temblor que amenazó con quebrar su voz aún cuando tantas veces antes se había repetido a sí mismo que no debía de dejarse llevar por sus propios sentimientos.
- ¿Alguna vez te has enamorado? -Preguntó cuando sintió la mano de Jae alejarse de la suya poco a poco.
- Alguna vez, sí...
- ¿Y cómo se ha sentido? ¿Fue bueno?
- Ha sido lo más hermoso, pero también, lo más triste que me ha sucedido. - Confesó con el nudo en la garganta impidiéndole gritar lo doloroso que estaba siendo el decirlo frente a ella, pretendiendo estar sereno.
- Eso debe de haber sido lindo. -Aseguró Kay inocente. - ¿Aún la amas?
- Sería imposible dejar de hacerlo.
- Debe ser maravillosa entonces... cuéntame un poco de ella ¿Quieres? - Pidió como una pequeña niña esperando escuchar un cuento de hadas, iguales a los que su madre le regalaba antes de ir a dormir.
- Ella... es perfecta. Dulce y serena. - Accedió Jae sin ánimos deseando que responder a su pregunta la ayudara a sentirse mejor. - Tiene unos ojos profundos que cuando brillan de vez en vez, se vuelven los más hermosos que jamás he visto - Sonrió -Su sonrisa es sincera y su risa... su risa es la melodía más encantadora que haya escuchado.
- Debe de ser hermosa, es afortunada porque ella... también te ama, ¿cierto?
- Posiblemente... quizás algún día también lo haga.
- Lo hará. - Lo alentó suspirando - Sería una locura que no lo hiciera. - Sonrió para sí misma. - Pero promete algo.
- ¿Si?
- Cuando lo haga, cuando ella te ame Jae, tú no vas a dejarme. Siempre tendré un pequeño lugar especial en tu corazón ¿Cierto?
- Por siempre y más que nunca si es que ella llegara a amarme -Respondió agradeciendo que Kay no pudiera mirar como sus ojos de repente se habían cristalizado.
Esa tarde Kay notó su mirada cargada de tristeza antes de dejarla en la biblioteca, pero aún así, no logró entender que personas como Jae no permitían que sus lágrimas escaparan para demostrar que su corazón se encontraba apesadumbrado; algunos simplemente guardaban silencio y sonreían con suavidad, fingiendo que todo se encontraba bien antes de dar la media vuelta.
Curiosamente en esa biblioteca no sólo ella sufría por amor; el extraño chico de las manos cálidas y abrazos reconfortantes también escondía sus lágrimas un par de pasillos adelante, donde nadie pudiera escucharlo, moviendo su dedo meñique con impaciencia en espera de que esos tirones, un poco más desesperados que en las ocasiones anteriores, llamaran por fin la atención de su dulce Kay, para terminar con el tortuoso y agotador sufrimiento que le provocaba el amarla en silencio.
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