P9C3. Final del primer infierno 1: La policía

Lo último que percibí en la granja, los destellos y los pitidos en el último momento eran de la policía entrando. Llegaron justo. Muy justo. Pero llegaron.

Yo estaba bastante mal. Parece que cuando irrumpió la poli el caballo se puso nervioso, me tiró al suelo y me pisoteó. Varias veces. Tres costillas rotas, golpes y heridas varias, tres semanas en el hospital y unas cuantas más recuperándome en el apartamento de Olga.

Y una vez más la increíble suerte. Fue complicado curar las heridas, pero curaron. Y un poco más complicado superar el miedo, pero también lo superé. Incluso, poco a poco, volví a iniciar mi vida sexual con Olga, lo bastante activa y por fin plenamente satisfactoria. A pesar de las dudas que quedaron sin resolver.

Pero por desgracia no pude quedar indemne. Es lo que más tarde iba a decirme él: Haces cosas y luego te pasan otras. Da igual si son justas o no, o si te las mereces, simplemente pasan. Si burlas tres veces a la muerte en el último momento, por una suerte inexplicable, al final esa suerte puede acabar cobrándote un precio. A mí me liberó de mi infierno, pero a cambio me dejó una secuela.

Luego vino todo el tema de la policía y las declaraciones... Y después el otro tema: Lo de mi padre.


¿Cómo me encontraron? José llamó a sus "amigos" de la policía. Ni él ni Eli sabían lo que había pasado en el puerto, pero no tardaron en ver que el móvil que me había dado él se estaba desplazando fuera de la ciudad.

Me costaba creer que fuera el móvil de José lo que me salvó. Al final no resultó tan absurda la paranoia que me vino en aquel bar, mientras estaba sentada en la barra con el Diego: "El móvil puede salvarte la vida, pero éste te lo va a encontrar. Te registrará y te encontrará el móvil. Que no te vea el móvil..." 

Y fue cuando vi a lo lejos al tío del instituto, sentado con su novia en aquella mesa, cuando se me ocurrió aquel plan tan rocambolesco y me puse el bendito móvil en el bolsillo del pantalón cuando me levanté. El que me encontraron y tiraron por la ventanilla del coche era el del pobre Carlos, o quizá el de su novia. Lo había cogido de encima de su mesa, en la terraza del bar, cuando me apoyé en ella mientras la novia le pegaba la bronca.

Lo jodido fue en el coche cuando el Diego me obligó a quitarme la ropa. Al agacharme para quitarme los pantalones, saqué el móvil del bolsillo y lo dejé en el suelo del coche. Estuve todo el viaje tapándolo con un pie por miedo a que lo viera. Pero lo más arriesgado fue al bajar. Tenía miedo de que me llevaran lejos y lo recogí, tapándolo con la mano contra un muslo. Lo dejé caer al suelo justo antes de entrar al establo. Aún no entiendo cómo no lo vieron.

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