P9C2. En mi propio cielo

Abrí los ojos.

Lo primero que vi fueron esas formas tan desenfocadas, con esa luz tan difusa detrás, y esas... ¿sombras danzado en la luz?

Ah, claro... me quité el sombrero de paja que me cubría la cara. Eran las ramas de las palmeras, moviéndose frente al sol. Sonreí. Acuérdate, Alba, estás en el cielo...

Y allí, por fin, supe que ya lo estaba superando. Y aun así me quedé un buen rato con una extraña sensación, por haber vuelto a ver a mamá después de tanto tiempo esperando. Seis meses y sólo pude verla dos veces: La noche en la granja, justo después de que me quitaran esa vida, y ahora.

Busqué el móvil que estaba sobre la arena, junto a mi pierna, y miré la hora. Bueeno, pensé, supongo que si la he visto ahora ha sido por eso, porque he dormido casi tres horas, y otra vez sin ningún sueño ni ninguna imagen de... lo que pasó hace ya seis meses.

Y ya llevaba suficiente tiempo sin esas pesadillas. Y sobre todo sin ese miedo irracional cuando tenía una: El de despertarme y ver ante mí al tal Diego, mirándome y diciendo, con su indiferencia, que había vuelto a encontrarme para terminar el trabajo...

Uuuff... Sí: Ya no tenía ese miedo. Estaba convencida de que mamá había venido para eso, para decirme que por fin, en mi propio cielo, podría ser feliz de verdad. Además sentía una brisa deliciosa rozándome. Se estaba de coña tumbada en la arena, como aquella vez...

─¿Sabes de lo que me estoy acordando? ─Dije.

─¿De qué? ─Preguntó Olga.

─De aquella tarde que pasamos en la cala nudista.

Ella estaba tumbada a mi lado. Me agarró la mano y se volteó hacia mí para darme un beso en los labios.

─¡Montándoselo en plena playa! ─Exclamó otra voz ─¿Lo ves? Ya decía yo que esto es vocación.

Era Eli... vaya, así que ya están aquí... Quizá un poco pronto, pero bueno. Con todo lo que pasó ellos también se habían ganado aquel paraíso. Sí, me alegraba de que pudiéramos estar los cuatro en él.

─¿Qué pasa? ─Protesté yo ─¿Es que ni aquí se puede tener intimidad?

─¡Ja!, ¡Ja! ¿Ahora necesitas intimidad? Pues aquí no habéis sido muy discretas que digamos. Llevamos toda la semana con "el show lésbico de Alba y Olga".

─¿Cómo que lésbico? Si ya se han tirado todo lo que se mueve en la isla... ─Exclamó otra voz. Claro: José.

─Y parte de lo de fuera... ─Añadió Eli.

Los dos se reían tanto que tuve que mirarles. Era una imagen tan... idílica. Se sentaron en una hamaca atada a dos palmeras. Muy juntitos y abrazados, como siempre. Ya me había acostumbrado, pero Eli aún me sorprendía. Olga y yo, excepcionalmente, no estábamos desnudas sino en monoquini. Y Eli, aunque al principio le daba cosa, ya hacía unos días que también. Un cuerpo tan sensual, unos pechos tan preciosos... Y allí, ya sin ni rastro de las cicatrices y sin gafas, estaba guapísima ¿por qué había ocultado esos ojazos en el instituto? Además venían los dos de bañarse y así, aún mojados, estaban tan sexys...

Con José no me tomaba tanta confianza, pero él ya me había dicho lo que me había dicho antes, así que miré a Eli y le guiñé un ojo.

─Bueno... Todo, todo no nos lo hemos tirado... ─Le dije poniendo la cara y la voz más sensual que pude.

Olga se rió y ella se puso enseguida colorada. Pero miró a José y él le dio un beso en los labios, asintiendo con la cabeza.

─Bueno, de eso queríamos hablaros ─Dijo, aún más sonrojada ─. Como aquí intimidad no nos falta...

─Uy, uy, uuuy... ─Susurró Olga, volviendo a reírse por lo bajo.


Pero en lo de la intimidad no le faltaba razón. Estábamos solos en nuestro cielo: Una playa desierta, paradisíaca y tropical... literalmente. Pero no de las que te aparecen buscando por Internet. Aquella era exclusiva, sólo para gente escandalosamente rica. En el centro de la playa un lujoso chalet que en realidad era una suite de hotel. Con una piscina enorme... ¡y con agua dulce! Podías tirarte en ella desde la habitación, nadar hasta el borde... ¡y saltarlo para caer al mar!

Todo: Suite, piscina, y aunque no era muy grande ¡la playa entera! cercado y privado sólo para nosotros cuatro. ¡Y todo lo que quisieras! Cualquier cosa que te apeteciera te la traían enseguida de donde fuera.

Ése era aquellos días nuestro paraíso: una fantasía irreal. Y yo nunca había fantaseado con lujos, pero ya había aprendido que muchas fantasías, muchas, dejan de serlo sólo con que tengas dinero para pagarlas. También sabía que en la realidad nunca son como te las habías imaginado, pero eso no parecía ser un gran problema. Por supuesto todos los caprichos y "servicios especiales" (también de los que nos gustaban a Olga y a mí) nos los iban cargando en la cuenta a unos precios indecentes, pero tampoco necesitábamos preocuparnos por eso.

Sí: Al final aceptamos la propuesta de José y nos quedamos la fortuna del viejo. Los cuatro éramos ricos. Olga y yo inmensamente ricas.

¿Estaba en el paraíso? Desde luego que sí. Y no: No estaba muerta.   

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